Las elecciones anticipadas en la Comunidad de Madrid (fruto del tsunami murciano) han conformado un campo de batalla de tinte nacional. La actual presidenta de la CAM, Isabel Díaz Ayuso, no lucha contra el candidato socialista a presidir la comunidad madrileña, Ángel Gabilondo, sino contra el mismísimo presidente del Gobierno. Todos contra Ayuso y Ayuso contra Sánchez. A falta de 10 días para que arranque la campaña electoral en Madrid, la tensión política ya está por las nubes. Y, todo apunta, a que esto no ha hecho más que empezar.
Como un reflejo de las elecciones vascas y catalanas, Vox eligió un barrio obrero para uno de sus primeros actos. El 7 de abril, Vox decidió arrancar su campaña electoral en Vallecas, uno de los barrios madrileños clave del llamado cinturón rojo de Madrid y cuna política de Pablo Iglesias.
El anuncio del mitin de Vox disparó en las redes sociales las convocatorias de movimientos antifascistas (jaleados por el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, y el líder de Más País, Íñigo Errejón) para sabotear el acto. Para Iglesias, que Vox organice un acto electoral en 'su barrio' es una provocación (así lo ha expresado abiertamente a la prensa). A sus mensajes se ha sumado también el fundador de Podemos Juan Carlos Monedero, que pidió a los vecinos de Vallecas que desinfectaran el suelo con lejía después de que los dirigentes de Vox pisaran el barrio. Lo peor de todo es que ¡lo hicieron!
El resultado: insultos e improperios varios, y lanzamiento de botellas, piedras, adoquines… hacia los líderes de Vox. El mitin, calificado como "de alto riesgo", terminó con cargas policiales contra los kale borrokas de extrema izquierda que protestaban por su celebración en la conocida como 'plaza Roja' de Vallecas. Los altercados se saldaron con 35 heridos (21 policías) y 4 detenidos.
Los actos de violencia organizada contra los partidos de la oposición al régimen sanchista, últimamente centrados en VOX, son viejas y conocidas expresiones de la estrategia totalitaria. No es preciso remontarse a las técnicas utilizadas por los nazis contra los judíos; en la España de Sánchez se está reproduciendo un fenómeno ya testado por los totalitarios en el País Vasco.
Lo que se vivió en la Plaza de la Constitución de Vallecas sigue el guión, punto por punto, de la táctica desarrollada en el País Vasco por los llamados borrokas, cuyos actos fueron posteriormente calificados por las instancias europeas como actos de terrorismo callejero.
También en el País Vasco –como antes en la Alemania nazi- todo empezó pervirtiendo el lenguaje; quienes ejercían sus derechos de ciudadanía, quienes defendían la democracia y la Constitución, quienes se negaban a ser expulsados de su tierra o de sus plazas o calles, eran catalogados por los totalitarios como provocadores, fascistas, txakurras (perros)…
También en Euskadi comenzaron a cambiar los nombres de las plazas para apropiarse del espacio público, y expulsar de ellas a quienes se negaban a renunciar a su libertad.
También en Euskadi comenzaron a socializar el miedo atacando comercios, librerías, concesionarios de automóviles… cuando sus dueños eran personas conocidas por militar en la democracia.
También en Euskadi los partidos políticos nacionalistas minimizaban la violencia tildando de “provocadores” a las víctimas.
También en Euskadi se convirtió en un hábito que cuando los gobernantes nacionalistas condenaban la intimidación y la violencia ejercida contra personas y organizaciones cívicas o políticas añadieran siempre una adversativa al comunicado: “Pero…”
En Euskadi los totalitarios ejercían la violencia para evitar que pudiéramos construir y consolidar la democracia; pero no lo hacían solos, siempre contaron con la complicidad –por acción u omisión- de los sucesivos Gobiernos nacionalistas, de los partidos políticos nacionalistas “institucionales”, de la jerarquía eclesiástica, de los tibios que nos decían que “a lo mejor hay que darles algo…”.
En Euskadi los totalitarios nacionalistas utilizaban la violencia porque no tenían votos suficientes para que su modelo totalitario de país se impusiera al conjunto de la sociedad. Hoy en España los totalitarios utilizan la violencia por el mismo motivo y para conseguir el mismo objetivo: acabar con la democracia.
Los cachorros de ETA que quemaban autobuses y comercios, que intimidaban a los demócratas e impedían actos públicos de los partidos democráticos, no tenían capacidad por sí solos para impedir que construyéramos el sistema democrático, no podían conseguir por métodos democráticos que Euskadi fuera una excepción dentro de España. ETA y sus cachorros, a pesar de llevar la violencia hasta el extremo del crimen, hubieran sido derrotados mucho antes si no hubieran contado con la complicidad tácita del nacionalismo gobernante.
Es exactamente lo mismo que está ocurriendo ahora en el conjunto de España. Los totalitarios comunistas y bolivarianos, la hez de esa izquierda putrefacta que quiere liquidar el sistema del 78, no tienen capacidad por sí solos para deslegitimar la democracia. Para deslegitimar primero y destruir después el sistema democrático necesitan de la complicidad activa de un partido político que históricamente fue defensor de las libertades, que ayudó a que en España se transitara de la dictadura a la democracia, que ayudó a que España se incorporara a la Unión Europea y que sigue siendo visto en el club europeo de los demócratas como un partido democrático: el PSOE.
Lo que hoy ocurre en España es mucho más grave que lo que se vivió en el País Vasco. Entonces el nacionalismo gubernamental apoyaba tácitamente a los chicos de la gasolina; pero hoy Sánchez tiene a los jefes operativos de los matones en el Gobierno de España. En el reparto de tareas para demoler la democracia, Sánchez ha ido mucho más lejos de lo que nunca se atrevió un lehendakari nacionalista, que dejaba el trabajo sucio a Arzallus.
Sánchez no tiene escrúpulos ni límites, él es el jefe, el que ha constituido el gobierno de la kale borroka, el que ha metido en el Gobierno la bomba de relojería para demoler el sistema, el que mantiene a ministros que alertan primero y justifican después los actos de violencia, el que, personalmente, desacredita y trata de deslegitimar a quienes serán las víctimas de los actos de violencia extrema.
Sánchez es el jefe real de los chicos de la gasolina que irrumpieron en Vallecas. Sánchez es el legitimador de la violencia, el deslegitimador de los partidos de la oposición democrática, el que nombra ministros y vicepresidentes porque sabe que van a actuar de esta manera, no “a pesar” de que vayan a actuar así. Sánchez ha nombrado ministros y ministras a esa gentuza porque los necesita para que su plan tenga éxito, porque él solo no puede derogar el sistema del 78, porque necesita ese caldo de cultivo de aparente confrontación en el que víctimas y verdugos son tratados como si fueran la misma cosa. Eso también lo hemos vivido ya.
La legitimación activa de los actos de violencia no pretende únicamente evitar que Vox organice con normalidad sus actos de campaña; esa es la táctica, pero la estrategia es mucho más sutil y peligrosa: la estrategia consiste en amedrentar a los ciudadanos para que no se atrevan a ir a un acto que, en este caso, organiza Vox; o dejen de comprar en la tienda del barrio si su dueño se ha identificado con Vox; o dejen de decir en alto que votan a Vox.
Los ciudadanos vascos acuñaban un grito de resistencia para plantar cara frente a quienes venían a amedrentarlos o a impedir que ejercieran sus derechos : “Sin pistolas no sois nada”.
Este vuelve a ser el grito de la resistencia democrática en toda España frente a quienes hacen el discurso del odio o ejercen la violencia extrema para robarnos la libertad: sin Sánchez no sois nada.
Como un reflejo de las elecciones vascas y catalanas, Vox eligió un barrio obrero para uno de sus primeros actos. El 7 de abril, Vox decidió arrancar su campaña electoral en Vallecas, uno de los barrios madrileños clave del llamado cinturón rojo de Madrid y cuna política de Pablo Iglesias.
El anuncio del mitin de Vox disparó en las redes sociales las convocatorias de movimientos antifascistas (jaleados por el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, y el líder de Más País, Íñigo Errejón) para sabotear el acto. Para Iglesias, que Vox organice un acto electoral en 'su barrio' es una provocación (así lo ha expresado abiertamente a la prensa). A sus mensajes se ha sumado también el fundador de Podemos Juan Carlos Monedero, que pidió a los vecinos de Vallecas que desinfectaran el suelo con lejía después de que los dirigentes de Vox pisaran el barrio. Lo peor de todo es que ¡lo hicieron!
El resultado: insultos e improperios varios, y lanzamiento de botellas, piedras, adoquines… hacia los líderes de Vox. El mitin, calificado como "de alto riesgo", terminó con cargas policiales contra los kale borrokas de extrema izquierda que protestaban por su celebración en la conocida como 'plaza Roja' de Vallecas. Los altercados se saldaron con 35 heridos (21 policías) y 4 detenidos.
Los actos de violencia organizada contra los partidos de la oposición al régimen sanchista, últimamente centrados en VOX, son viejas y conocidas expresiones de la estrategia totalitaria. No es preciso remontarse a las técnicas utilizadas por los nazis contra los judíos; en la España de Sánchez se está reproduciendo un fenómeno ya testado por los totalitarios en el País Vasco.
Lo que se vivió en la Plaza de la Constitución de Vallecas sigue el guión, punto por punto, de la táctica desarrollada en el País Vasco por los llamados borrokas, cuyos actos fueron posteriormente calificados por las instancias europeas como actos de terrorismo callejero.
También en el País Vasco –como antes en la Alemania nazi- todo empezó pervirtiendo el lenguaje; quienes ejercían sus derechos de ciudadanía, quienes defendían la democracia y la Constitución, quienes se negaban a ser expulsados de su tierra o de sus plazas o calles, eran catalogados por los totalitarios como provocadores, fascistas, txakurras (perros)…
También en Euskadi comenzaron a cambiar los nombres de las plazas para apropiarse del espacio público, y expulsar de ellas a quienes se negaban a renunciar a su libertad.
También en Euskadi comenzaron a socializar el miedo atacando comercios, librerías, concesionarios de automóviles… cuando sus dueños eran personas conocidas por militar en la democracia.
También en Euskadi los partidos políticos nacionalistas minimizaban la violencia tildando de “provocadores” a las víctimas.
También en Euskadi se convirtió en un hábito que cuando los gobernantes nacionalistas condenaban la intimidación y la violencia ejercida contra personas y organizaciones cívicas o políticas añadieran siempre una adversativa al comunicado: “Pero…”
En Euskadi los totalitarios ejercían la violencia para evitar que pudiéramos construir y consolidar la democracia; pero no lo hacían solos, siempre contaron con la complicidad –por acción u omisión- de los sucesivos Gobiernos nacionalistas, de los partidos políticos nacionalistas “institucionales”, de la jerarquía eclesiástica, de los tibios que nos decían que “a lo mejor hay que darles algo…”.
En Euskadi los totalitarios nacionalistas utilizaban la violencia porque no tenían votos suficientes para que su modelo totalitario de país se impusiera al conjunto de la sociedad. Hoy en España los totalitarios utilizan la violencia por el mismo motivo y para conseguir el mismo objetivo: acabar con la democracia.
Los cachorros de ETA que quemaban autobuses y comercios, que intimidaban a los demócratas e impedían actos públicos de los partidos democráticos, no tenían capacidad por sí solos para impedir que construyéramos el sistema democrático, no podían conseguir por métodos democráticos que Euskadi fuera una excepción dentro de España. ETA y sus cachorros, a pesar de llevar la violencia hasta el extremo del crimen, hubieran sido derrotados mucho antes si no hubieran contado con la complicidad tácita del nacionalismo gobernante.
Es exactamente lo mismo que está ocurriendo ahora en el conjunto de España. Los totalitarios comunistas y bolivarianos, la hez de esa izquierda putrefacta que quiere liquidar el sistema del 78, no tienen capacidad por sí solos para deslegitimar la democracia. Para deslegitimar primero y destruir después el sistema democrático necesitan de la complicidad activa de un partido político que históricamente fue defensor de las libertades, que ayudó a que en España se transitara de la dictadura a la democracia, que ayudó a que España se incorporara a la Unión Europea y que sigue siendo visto en el club europeo de los demócratas como un partido democrático: el PSOE.
Lo que hoy ocurre en España es mucho más grave que lo que se vivió en el País Vasco. Entonces el nacionalismo gubernamental apoyaba tácitamente a los chicos de la gasolina; pero hoy Sánchez tiene a los jefes operativos de los matones en el Gobierno de España. En el reparto de tareas para demoler la democracia, Sánchez ha ido mucho más lejos de lo que nunca se atrevió un lehendakari nacionalista, que dejaba el trabajo sucio a Arzallus.
Sánchez no tiene escrúpulos ni límites, él es el jefe, el que ha constituido el gobierno de la kale borroka, el que ha metido en el Gobierno la bomba de relojería para demoler el sistema, el que mantiene a ministros que alertan primero y justifican después los actos de violencia, el que, personalmente, desacredita y trata de deslegitimar a quienes serán las víctimas de los actos de violencia extrema.
Sánchez es el jefe real de los chicos de la gasolina que irrumpieron en Vallecas. Sánchez es el legitimador de la violencia, el deslegitimador de los partidos de la oposición democrática, el que nombra ministros y vicepresidentes porque sabe que van a actuar de esta manera, no “a pesar” de que vayan a actuar así. Sánchez ha nombrado ministros y ministras a esa gentuza porque los necesita para que su plan tenga éxito, porque él solo no puede derogar el sistema del 78, porque necesita ese caldo de cultivo de aparente confrontación en el que víctimas y verdugos son tratados como si fueran la misma cosa. Eso también lo hemos vivido ya.
La legitimación activa de los actos de violencia no pretende únicamente evitar que Vox organice con normalidad sus actos de campaña; esa es la táctica, pero la estrategia es mucho más sutil y peligrosa: la estrategia consiste en amedrentar a los ciudadanos para que no se atrevan a ir a un acto que, en este caso, organiza Vox; o dejen de comprar en la tienda del barrio si su dueño se ha identificado con Vox; o dejen de decir en alto que votan a Vox.
Los ciudadanos vascos acuñaban un grito de resistencia para plantar cara frente a quienes venían a amedrentarlos o a impedir que ejercieran sus derechos : “Sin pistolas no sois nada”.
Este vuelve a ser el grito de la resistencia democrática en toda España frente a quienes hacen el discurso del odio o ejercen la violencia extrema para robarnos la libertad: sin Sánchez no sois nada.