La gestión política de la pandemia ha metido al Gobierno de Pedro Sánchez en el peligroso territorio de las prácticas antidemocráticas, a rebufo de la excepcionalidad de la situación y bajo el chantaje emocional de los riesgos para la salud de los ciudadanos. Lo que carece de calidad democrática no es España ni su estructura constitucional, sino el Gobierno que la dirige, entregado con entusiasmo a faltar a la verdad sobre todos y cada uno de los aspectos esenciales de su acción política contra la pandemia.
De principio a fin, desde el 14 de marzo hasta hoy, el Ejecutivo de Pedro Sánchez no ha tenido otra estrategia que la de falsear la realidad y desarticular los mecanismos democráticos de control al Gobierno.
España es el 9º país del mundo con mayor número de infectados y el peor de Europa en esta segunda ola (o como quiera llamarla Fernando Simón). Se ha llegado a esta situación tras imponer un régimen de confinamiento nacional, con restricciones absolutas de la libertad de movimiento -y persecuciones de la libertad de expresión en las calles y en las redes-, y con el hundimiento de la economía. No hay proporción entre los medios aplicados y el desastroso resultado obtenido.
El Gobierno esconde el número de muertos realmente causados por el Covid-19, aunque los estudios más fiables lo sitúan cerca de 50.000. También escondió el nombre de los «expertos» a los que tantas veces endosó sus contradicciones e improvisaciones y ahora sabemos que tales expertos jamás existieron.
Y para rematar su arraigada política de la mercadotecnia y la mentira, el Gobierno se niega a facilitar al Parlamento documentos esenciales para saber de qué información disponía Pedro Sánchez sobre el Covid-19 y desde cuándo, pero seguro que desde antes del 8-M. Esos documentos son las alertas que el Departamento de Seguridad Nacional remitía al presidente del Gobierno desde finales de 2019. El Partido Popular solicitó una copia de esas alertas, pero el Ejecutivo solo ha permitido que sean analizadas por 10 diputados populares, quienes no podrán difundir su contenido. Es una burla a la oposición y a la opinión pública y una manipulación partidista del interés nacional, caricaturizado como interés de conveniencia para Pedro Sánchez.
Lo mismo sucede con los informes que la Abogacía del Estado había elaborado con un plan B al estado de alarma. La petición de la diputada de Vox, Macarena Olona, para que se le entregara copia de esos dictámenes ha recibido como respuesta del Gobierno una negativa sin justificar y una insultante remisión a un discurso del presidente Sánchez en el que menciona de pasada esos informes.
La opinión pública no debe acostumbrarse a esta degradación progresiva del nivel democrático del Poder Ejecutivo, y si la mayoría de Sánchez en el Congreso le inmuniza del control parlamentario, se hará inevitable acudir al control judicial.
Muchas voces que califican de vago al presidente de Gobierno. No, Sánchez no es vago, es malo. Mal gobernante y mala persona. Porque para hacer todo lo que él ha hecho desde que llegó (y para llegar) al Gobierno de España hace falta no tener escrúpulos, ser mala persona.
Y para eso hay que trabajar, trabajar para el mal, pero trabajar. Para destruir el sistema del 78, la convivencia entre españoles, la unidad y la cohesión en nuestro país... se requiere mucho trabajo, mucho esfuerzo, mucha convicción, mucha persistencia... Esa voluntad para romper todo lo bueno que hemos construido le sobra a Sánchez. Y eso no es vagancia, es maldad. Porque...
* Si un gobernante decreta el estado de alarma para gozar de poderes absolutos, sin control democrático, y no utiliza todos esos meses para actualizar las leyes ordinarias en vigor y tener preparada una respuesta ante la nuevas oleadas de contagios no es vago, es malo.
* Si un gobernante no intenta siquiera alcanzar acuerdos de Estado con el conjunto de los grupos políticos de la Cámara no es vago, es malo.
* Si un gobernante desprecia la igualdad de los ciudadanos de su país y privilegia a quienes quieren destruir esa igualdad constitucional no es vago, es malo.
* Si un gobernante se va de vacaciones mientras crece el numero de nuevos infectados y su país se sitúa a la cabeza de los países con más contagiados no es vago, es malo.
* Si un gobernante utiliza todas las instituciones del Estado para la propaganda y la desinformación no es vago, es malo.
* Si un gobernante no protege de los ataques de odio a las instituciones del Estado y las personas que las representan no es vago, es malo.
* Si un gobernante mantiene los acuerdos de gobierno con grupos y personas que quieren destruir las libertades y la convivencia entre españoles no es vago, es malo.
* Si un gobernante tarda semanas en reunir a los responsables de educación y/o de sanidad para buscar una respuesta común a la crisis sanitaria y cuando lo hace, elude su responsabilidad no es vago, es malo.
* Si un gobernante oculta el número de muertos para ocultar su responsabilidad no es vago, es malo.
* Si un gobernante se reúne en Bruselas con sus homólogos europeos y es incapaz de aportar ni una sola idea y llega a poner en riesgo el acuerdo con su chulería no es vago, es malo.
* Si un gobernante mantiene los acuerdos de gobierno con un partido imputado por corrupción no es vago, es malo.
* Si un gobernante no se preocupa de que todos los ciudadanos que tienen reconocido un ERTE o el subsidio de desempleo lo perciban en tiempo y forma no es vago, es malo.
* Si un gobernante persigue –por acción o inducción- a las voces libres de la prensa y/o de la sociedad civil no es vago, es malo.
* Si un gobernante mantiene acuerdos con partidos políticos que jalean a los terroristas y se burlan de sus víctimas no es vago, es malo.
* Si un gobernante mantiene acuerdos con partidos políticos que han organizado –y dado- un golpe contra la democracia y que prometen volver a intentarlo no es vago, es malo.
El cúmulo de naderías con las que Pedro Sánchez se presentó a la opinión pública después de sus vacaciones, y solo tras un clima general de opinión pública desfavorable por su indolencia y falta de liderazgo frente a la pandemia, demuestra hasta qué punto la inactividad del Gobierno está intoxicándolo todo. España tiene un Gobierno pasivo y desaparecido, y solo la mentira le motiva para seguir gobernando.
Decían que la pandemia nos haría mejores pero se cumple el pronóstico que se avistaba: ha extremado lo más positivo y lo más negativo de cuanto somos y tenemos. En paralelo, el verano ha renovado fuerzas a unos y se las ha ido agotando a otros. Temor en los profesionales de la sanidad y de la enseñanza, en padres y madres, en muchos ciudadanos.
Vuelven con renovadas energías quienes desde los púlpitos mediáticos predican una tediosa repetición de lo mismo. El PP estrena portavoz en un Martínez Almeida que simultanea el cargo con la alcaldía de Madrid, nada menos. El PP "no puede pactar los presupuestos" con "los socios" del PSOE. Casado no irá a la reunión con Sánchez "para hacerse la foto" ni para hacer "cortinas de humo", ni dar "un cheque en blanco".
Y mientras Sánchez corteja a la derecha aliada de Vox en gobiernos locales en busca de apoyos, Inés Arrimadas agita a sus escuetos 10 diputados de Cs y sus escasos cargos públicos para decir sin sombra de disimulo lo que quiere: el poder que no se presenta a las urnas.
Hay en juego una lluvia de millones ¿recuerdan? 140.000 millones, de los cuales 72.000 millones serán ayudas a fondo perdido. La UE los condiciona a ser invertidos en sanidad, transición ecológica, digitalización, movilidad sostenible, desarrollo de la economía de cuidados. A transformar el modelo productivo. El jugoso monto de euros no puede dejarse en manos de la izquierda, concluye Arrimadas.
Otros muchos no vuelven porque no se han ido. No se han ido de sus preocupaciones precisamente. La incertidumbre nos ha acompañado en este extraño verano. Y aquí estamos con los contagios de coronavirus que vuelven a crecer y con un temor al futuro económico que en muchos casos llega al nivel de supervivencia. Autónomos y sectores más fuertemente dañados no saben cómo sobrevivir si ésto se prolonga. Y lleva visos de hacerlo, por supuesto. Igual sí se puede lograr una recuperación con esa inyección de Bruselas empleada con criterio y en beneficio del bien común. Las pautas marcadas son alentadoras, cambiar el modelo productivo, ya está bien de fiarlo todo y solo al turismo y al ladrillo. Y hay que volver a frenar la curva de los contagios.
La pandemia sigue. Y no es una gripe. Sus muertos, las secuelas de algunos contagiados supervivientes, no son un invento. Sin duda, la incidencia de muertes baja porque la primera oleada se llevó a los más vulnerables, fundamentalmente por el colapso sanitario labrado en recortes previos. España y otros países abrieron un respiro en verano en aras de "la economía". Igual era mejor perder un verano para ganar muchos más. Pero es cierto que no se puede detener la actividad por los otros riesgos que conlleva.
Es imprescindible reforzar la Sanidad Pública. Que vuelva a funcionar la Atención Primaria a pleno rendimiento, que no lo hace. Es necesario poder acudir al centro médico ante una enfermedad, no a urgencias como si durante meses se estuviera en festivo. Y prestar la atención que antes tenían las patologías crónicas. Indaguen cuántas espirometrías respiratorias de control se están haciendo. Vayan pensando en reforzar el cuidado de la salud mental. Aliviar a los sanitarios agobiados por la sobrecarga de trabajo y dotarles de más medios para agilizarlo. Todo cuesta dinero. Lo hay. Es imprescindible dedicarlo a lo que necesitamos, pero no van por ahí las directrices de nuestros dirigentes.
Y los ancianos. Vuelven a pensar en restringir las visitas a las residencias. Para protegerles. ¿De quién? ¿De las miradas? Otro informe demoledor, éste de Médicos Sin Fronteras, describe las brutalidades sufridas. “Golpeaban las puertas y suplicaban por salir”, dicen. Y allí siguieron… hasta la muerte. Por miles. ¿Han pensado en cómo se sienten los mayores ahora ante el trato recibido por toda una generación? ¿Cómo es posible que no sea un clamor lo ocurrido?
Se habla ya de “el curso más difícil de nuestras vidas”. Así debe ser cuando no se tiene mucho vivido o no se han asumido las dificultades de la propia existencia. Pero el momento es complicado y no se pueden volver a repetir los errores. Regresar a lo mismo, a las palabras huecas, a las negociaciones que ponen por encima de los ciudadanos los intereses de siempre de los de siempre, a la impunidad de los infractores, a los corifeos mediáticos que avalan conductas hasta posiblemente delictivas, es desolador.
De principio a fin, desde el 14 de marzo hasta hoy, el Ejecutivo de Pedro Sánchez no ha tenido otra estrategia que la de falsear la realidad y desarticular los mecanismos democráticos de control al Gobierno.
España es el 9º país del mundo con mayor número de infectados y el peor de Europa en esta segunda ola (o como quiera llamarla Fernando Simón). Se ha llegado a esta situación tras imponer un régimen de confinamiento nacional, con restricciones absolutas de la libertad de movimiento -y persecuciones de la libertad de expresión en las calles y en las redes-, y con el hundimiento de la economía. No hay proporción entre los medios aplicados y el desastroso resultado obtenido.
El Gobierno esconde el número de muertos realmente causados por el Covid-19, aunque los estudios más fiables lo sitúan cerca de 50.000. También escondió el nombre de los «expertos» a los que tantas veces endosó sus contradicciones e improvisaciones y ahora sabemos que tales expertos jamás existieron.
Y para rematar su arraigada política de la mercadotecnia y la mentira, el Gobierno se niega a facilitar al Parlamento documentos esenciales para saber de qué información disponía Pedro Sánchez sobre el Covid-19 y desde cuándo, pero seguro que desde antes del 8-M. Esos documentos son las alertas que el Departamento de Seguridad Nacional remitía al presidente del Gobierno desde finales de 2019. El Partido Popular solicitó una copia de esas alertas, pero el Ejecutivo solo ha permitido que sean analizadas por 10 diputados populares, quienes no podrán difundir su contenido. Es una burla a la oposición y a la opinión pública y una manipulación partidista del interés nacional, caricaturizado como interés de conveniencia para Pedro Sánchez.
Lo mismo sucede con los informes que la Abogacía del Estado había elaborado con un plan B al estado de alarma. La petición de la diputada de Vox, Macarena Olona, para que se le entregara copia de esos dictámenes ha recibido como respuesta del Gobierno una negativa sin justificar y una insultante remisión a un discurso del presidente Sánchez en el que menciona de pasada esos informes.
La opinión pública no debe acostumbrarse a esta degradación progresiva del nivel democrático del Poder Ejecutivo, y si la mayoría de Sánchez en el Congreso le inmuniza del control parlamentario, se hará inevitable acudir al control judicial.
Vago no, malo
Muchas voces que califican de vago al presidente de Gobierno. No, Sánchez no es vago, es malo. Mal gobernante y mala persona. Porque para hacer todo lo que él ha hecho desde que llegó (y para llegar) al Gobierno de España hace falta no tener escrúpulos, ser mala persona.
Y para eso hay que trabajar, trabajar para el mal, pero trabajar. Para destruir el sistema del 78, la convivencia entre españoles, la unidad y la cohesión en nuestro país... se requiere mucho trabajo, mucho esfuerzo, mucha convicción, mucha persistencia... Esa voluntad para romper todo lo bueno que hemos construido le sobra a Sánchez. Y eso no es vagancia, es maldad. Porque...
* Si un gobernante decreta el estado de alarma para gozar de poderes absolutos, sin control democrático, y no utiliza todos esos meses para actualizar las leyes ordinarias en vigor y tener preparada una respuesta ante la nuevas oleadas de contagios no es vago, es malo.
* Si un gobernante no intenta siquiera alcanzar acuerdos de Estado con el conjunto de los grupos políticos de la Cámara no es vago, es malo.
* Si un gobernante desprecia la igualdad de los ciudadanos de su país y privilegia a quienes quieren destruir esa igualdad constitucional no es vago, es malo.
* Si un gobernante se va de vacaciones mientras crece el numero de nuevos infectados y su país se sitúa a la cabeza de los países con más contagiados no es vago, es malo.
* Si un gobernante utiliza todas las instituciones del Estado para la propaganda y la desinformación no es vago, es malo.
* Si un gobernante no protege de los ataques de odio a las instituciones del Estado y las personas que las representan no es vago, es malo.
* Si un gobernante mantiene los acuerdos de gobierno con grupos y personas que quieren destruir las libertades y la convivencia entre españoles no es vago, es malo.
* Si un gobernante tarda semanas en reunir a los responsables de educación y/o de sanidad para buscar una respuesta común a la crisis sanitaria y cuando lo hace, elude su responsabilidad no es vago, es malo.
* Si un gobernante oculta el número de muertos para ocultar su responsabilidad no es vago, es malo.
* Si un gobernante se reúne en Bruselas con sus homólogos europeos y es incapaz de aportar ni una sola idea y llega a poner en riesgo el acuerdo con su chulería no es vago, es malo.
* Si un gobernante mantiene los acuerdos de gobierno con un partido imputado por corrupción no es vago, es malo.
* Si un gobernante no se preocupa de que todos los ciudadanos que tienen reconocido un ERTE o el subsidio de desempleo lo perciban en tiempo y forma no es vago, es malo.
* Si un gobernante persigue –por acción o inducción- a las voces libres de la prensa y/o de la sociedad civil no es vago, es malo.
* Si un gobernante mantiene acuerdos con partidos políticos que jalean a los terroristas y se burlan de sus víctimas no es vago, es malo.
* Si un gobernante mantiene acuerdos con partidos políticos que han organizado –y dado- un golpe contra la democracia y que prometen volver a intentarlo no es vago, es malo.
El cúmulo de naderías con las que Pedro Sánchez se presentó a la opinión pública después de sus vacaciones, y solo tras un clima general de opinión pública desfavorable por su indolencia y falta de liderazgo frente a la pandemia, demuestra hasta qué punto la inactividad del Gobierno está intoxicándolo todo. España tiene un Gobierno pasivo y desaparecido, y solo la mentira le motiva para seguir gobernando.
Más de lo mismo
Decían que la pandemia nos haría mejores pero se cumple el pronóstico que se avistaba: ha extremado lo más positivo y lo más negativo de cuanto somos y tenemos. En paralelo, el verano ha renovado fuerzas a unos y se las ha ido agotando a otros. Temor en los profesionales de la sanidad y de la enseñanza, en padres y madres, en muchos ciudadanos.
Vuelven con renovadas energías quienes desde los púlpitos mediáticos predican una tediosa repetición de lo mismo. El PP estrena portavoz en un Martínez Almeida que simultanea el cargo con la alcaldía de Madrid, nada menos. El PP "no puede pactar los presupuestos" con "los socios" del PSOE. Casado no irá a la reunión con Sánchez "para hacerse la foto" ni para hacer "cortinas de humo", ni dar "un cheque en blanco".
Y mientras Sánchez corteja a la derecha aliada de Vox en gobiernos locales en busca de apoyos, Inés Arrimadas agita a sus escuetos 10 diputados de Cs y sus escasos cargos públicos para decir sin sombra de disimulo lo que quiere: el poder que no se presenta a las urnas.
Hay en juego una lluvia de millones ¿recuerdan? 140.000 millones, de los cuales 72.000 millones serán ayudas a fondo perdido. La UE los condiciona a ser invertidos en sanidad, transición ecológica, digitalización, movilidad sostenible, desarrollo de la economía de cuidados. A transformar el modelo productivo. El jugoso monto de euros no puede dejarse en manos de la izquierda, concluye Arrimadas.
Otros muchos no vuelven porque no se han ido. No se han ido de sus preocupaciones precisamente. La incertidumbre nos ha acompañado en este extraño verano. Y aquí estamos con los contagios de coronavirus que vuelven a crecer y con un temor al futuro económico que en muchos casos llega al nivel de supervivencia. Autónomos y sectores más fuertemente dañados no saben cómo sobrevivir si ésto se prolonga. Y lleva visos de hacerlo, por supuesto. Igual sí se puede lograr una recuperación con esa inyección de Bruselas empleada con criterio y en beneficio del bien común. Las pautas marcadas son alentadoras, cambiar el modelo productivo, ya está bien de fiarlo todo y solo al turismo y al ladrillo. Y hay que volver a frenar la curva de los contagios.
La pandemia sigue. Y no es una gripe. Sus muertos, las secuelas de algunos contagiados supervivientes, no son un invento. Sin duda, la incidencia de muertes baja porque la primera oleada se llevó a los más vulnerables, fundamentalmente por el colapso sanitario labrado en recortes previos. España y otros países abrieron un respiro en verano en aras de "la economía". Igual era mejor perder un verano para ganar muchos más. Pero es cierto que no se puede detener la actividad por los otros riesgos que conlleva.
Es imprescindible reforzar la Sanidad Pública. Que vuelva a funcionar la Atención Primaria a pleno rendimiento, que no lo hace. Es necesario poder acudir al centro médico ante una enfermedad, no a urgencias como si durante meses se estuviera en festivo. Y prestar la atención que antes tenían las patologías crónicas. Indaguen cuántas espirometrías respiratorias de control se están haciendo. Vayan pensando en reforzar el cuidado de la salud mental. Aliviar a los sanitarios agobiados por la sobrecarga de trabajo y dotarles de más medios para agilizarlo. Todo cuesta dinero. Lo hay. Es imprescindible dedicarlo a lo que necesitamos, pero no van por ahí las directrices de nuestros dirigentes.
Y los ancianos. Vuelven a pensar en restringir las visitas a las residencias. Para protegerles. ¿De quién? ¿De las miradas? Otro informe demoledor, éste de Médicos Sin Fronteras, describe las brutalidades sufridas. “Golpeaban las puertas y suplicaban por salir”, dicen. Y allí siguieron… hasta la muerte. Por miles. ¿Han pensado en cómo se sienten los mayores ahora ante el trato recibido por toda una generación? ¿Cómo es posible que no sea un clamor lo ocurrido?
Se habla ya de “el curso más difícil de nuestras vidas”. Así debe ser cuando no se tiene mucho vivido o no se han asumido las dificultades de la propia existencia. Pero el momento es complicado y no se pueden volver a repetir los errores. Regresar a lo mismo, a las palabras huecas, a las negociaciones que ponen por encima de los ciudadanos los intereses de siempre de los de siempre, a la impunidad de los infractores, a los corifeos mediáticos que avalan conductas hasta posiblemente delictivas, es desolador.