Populista es todo aquel que promueve, en la lucha política, la división social en dos grupos homogéneos y antagónicos ("ciudadanía" vs "casta") y aplica políticas autoritarias revestidas de democracia. La irrupción de movimientos populistas ha tenido consecuencias importantes sobre nuestro sistema politico de partidos: la fragmentación del panorama electoral, la polarización ideológica, la acentuación de dinámicas centrífugas en la competición política, y un 'efecto contagio' que ha afectado a las formas e ideas de los partidos tradicionales.
Nuestros regímenes democráticos son regímenes de opinión pública a través de la cual, el populismo va calando entre unos gobernantes que no quieren ser "impopulares". De este modo se va imponiendo la opinión de una mayoría no cualificada ni suficientemente informada.
Tras las últimas elecciones, el PSOE pasó de negarse a pactar con Podemos (por considerarlo un partido populista destinado a transformar España en Venezuela), a convertirlo en socio principal de su Gobierno, asumiendo buena parte de sus demandas.
Nuestros regímenes democráticos son regímenes de opinión pública a través de la cual, el populismo va calando entre unos gobernantes que no quieren ser "impopulares". De este modo se va imponiendo la opinión de una mayoría no cualificada ni suficientemente informada.
Tras las últimas elecciones, el PSOE pasó de negarse a pactar con Podemos (por considerarlo un partido populista destinado a transformar España en Venezuela), a convertirlo en socio principal de su Gobierno, asumiendo buena parte de sus demandas.
Como siempre, basta con tirar de hemeroteca para comprobar en Pedro Sánchez que donde dije digo, digo Diego: "Un proyecto que se construye sobre el descrédito del otro, sin aportar soluciones ni futuro a la sociedad española. O mejor dicho, con propuestas que provocarían frustración y un pobre futuro en España" -decía en Septiembre de 2014 sobre Podemos. También opinaba que "el final del populismo es la Venezuela de Chávez".
Los podemitas se dicen a sí mismos populistas por culpa exclusiva de Ernesto Laclau (padre doctrinal del posmarxismo). Nulo respeto a los derechos humanos, empobrecimiento generalizado, y falta de libertades (expresión, reunión, asociación, circulación) son la receta común de este tipo de regímenes populistas. Los actuales líderes de Podemos han asesorado a Venezuela, y el resultado a la vista está.
Hay populismo (y muy autoritario) en Podemos cuando, por ejemplo, pretenden una división de la sociedad y estrangular (al menos fiscalmente) a los que ellos consideran 'los ricos', que no son más que la clase media. Existe populismo y también autoritarismo al intentar promover una cultura única, con cierre o expropiación de los medios de comunicación. Y son sólo ejemplos de un programa trufado de populismo y autoritarismo.
Pablo Iglesias es el hombre de las mil caras. Nadie ha interpretado tantos personajes diferentes como él en tan poco tiempo.
Los podemitas se dicen a sí mismos populistas por culpa exclusiva de Ernesto Laclau (padre doctrinal del posmarxismo). Nulo respeto a los derechos humanos, empobrecimiento generalizado, y falta de libertades (expresión, reunión, asociación, circulación) son la receta común de este tipo de regímenes populistas. Los actuales líderes de Podemos han asesorado a Venezuela, y el resultado a la vista está.
Hay populismo (y muy autoritario) en Podemos cuando, por ejemplo, pretenden una división de la sociedad y estrangular (al menos fiscalmente) a los que ellos consideran 'los ricos', que no son más que la clase media. Existe populismo y también autoritarismo al intentar promover una cultura única, con cierre o expropiación de los medios de comunicación. Y son sólo ejemplos de un programa trufado de populismo y autoritarismo.
Pablo Iglesias es el hombre de las mil caras. Nadie ha interpretado tantos personajes diferentes como él en tan poco tiempo.
En solo cuatro años, hemos visto al incendiario agitador de masas y al hombre de orden que da lecciones de urbanidad en los debates, el antisocialista furibundo y el socialdemócrata admirador de Zapatero, el leninista y el peronista, el enemigo del poder y el que exigió para sí todos los ministerios del poder, el defensor de la nación y el cómplice de todos los separatismos, el asambleísta libertario y el 'apparátchik' implacable de las purgas internas, el que saboteó la primera investidura de Sánchez y el que acarreó votos para la segunda, el que decretó la defunción del régimen del 78 y el que se pasó una campaña electoral recitando artículos de la Constitución.
Eligió el momento inadecuado para todas sus caracterizaciones e interpretó todas ellas con histrionismo delatador. En medio de todo ello, Galapagar como icono de un inquisidor de pega y el espectro de Errejón como amenaza de un liderazgo alternativo y como testimonio vivo de su fracaso como dirigente partidario.
No es de extrañar que los seguidores de Podemos ya no sepan para quién ni para qué se les pide el voto. Podemos se diseñó para barrer del mapa al caduco Partido Socialista. Ahora, no solo lidera un ministerio sino que también es vicepresidente del Gobierno socialista de Pedro Sánchez.
Pero hasta en éso se advierte el peligro. Él sabe que no hay forma más efectiva de poner un Gobierno en crisis que desde un asiento en el Consejo de Ministros. Y Sánchez sabe que le será casi imposible cesarlo. Y si osara hacerlo, Iglesias siempre podría aparecer como víctima de los poderes que aprovechan la pandemia para hacer un ajuste mucho peor que el de la década anterior.
El populismo se define, entre otras, por las siguientes características:
a) Populista sería todo partido que se arroga, motu propio, la representación de todo el pueblo. Y, como consecuencia de atribuirse la representación de todo el pueblo (aquí, de “la gente”), descalifica a los demás partidos, a los que considera sectarios y corruptos, y a los que niega hasta legitimidad democrática de origen y de ejercicio (“la casta”).
b) Populistas serían todos los partidos que se dirigen al pueblo ofreciendo soluciones fáciles de entender para problemas muy complejos. Y se fijan exclusivamente en el corto plazo (lo que vulgarmente se entiende como pan para hoy y hambre para mañana). Los populistas lo quieren todo aquí y ahora, sin pensar en las consecuencias futuras.
c) Populista sería todo aquel partido que se inventa un enemigo exterior al que hay que combatir. Podría ser la “troika”, paradigma de enemigo antipático capaz de concitar el odio de “la gente”, contra la austeridad. De ahí al cultivo de un nacionalismo de vía estrecha y a cultivar los reflejos más patrioteros sólo hay un solo paso.
Los populistas identifican un chivo expiatorio hacia el que canalizar la ira de los ciudadanos cuando surgen problemas. Lo único que pretende Iglesias es excitar el resentimiento emocional de las masas contra las élites; élites que identifica, por norma, con la clase política de la democracia liberal.
Desde el principio, Iglesias ha combinado un discurso horizontal y asambleísta que apela a la gente con una clara aspiración a impulsar el cambio político «por arriba», a crear una «máquina de guerra electoral» capaz de tomar las urnas por asalto.
El partido de extrema izquierda reorganiza la sociedad en distintos grupos o tribus para asegurarse su voto y promover su recetario igualitario. Así, la lucha se establece entre «la gente» (el pueblo) y «la casta» (los que están arriba, políticos y ciudadanos de clase alta).
d) Populista sería todo partido que hace alarde de despreciar las ideologías, como si fueran vestigios del pasado.
No es de extrañar que los seguidores de Podemos ya no sepan para quién ni para qué se les pide el voto. Podemos se diseñó para barrer del mapa al caduco Partido Socialista. Ahora, no solo lidera un ministerio sino que también es vicepresidente del Gobierno socialista de Pedro Sánchez.
Pero hasta en éso se advierte el peligro. Él sabe que no hay forma más efectiva de poner un Gobierno en crisis que desde un asiento en el Consejo de Ministros. Y Sánchez sabe que le será casi imposible cesarlo. Y si osara hacerlo, Iglesias siempre podría aparecer como víctima de los poderes que aprovechan la pandemia para hacer un ajuste mucho peor que el de la década anterior.
Características del populismo
El populismo se define, entre otras, por las siguientes características:
a) Populista sería todo partido que se arroga, motu propio, la representación de todo el pueblo. Y, como consecuencia de atribuirse la representación de todo el pueblo (aquí, de “la gente”), descalifica a los demás partidos, a los que considera sectarios y corruptos, y a los que niega hasta legitimidad democrática de origen y de ejercicio (“la casta”).
b) Populistas serían todos los partidos que se dirigen al pueblo ofreciendo soluciones fáciles de entender para problemas muy complejos. Y se fijan exclusivamente en el corto plazo (lo que vulgarmente se entiende como pan para hoy y hambre para mañana). Los populistas lo quieren todo aquí y ahora, sin pensar en las consecuencias futuras.
c) Populista sería todo aquel partido que se inventa un enemigo exterior al que hay que combatir. Podría ser la “troika”, paradigma de enemigo antipático capaz de concitar el odio de “la gente”, contra la austeridad. De ahí al cultivo de un nacionalismo de vía estrecha y a cultivar los reflejos más patrioteros sólo hay un solo paso.
Los populistas identifican un chivo expiatorio hacia el que canalizar la ira de los ciudadanos cuando surgen problemas. Lo único que pretende Iglesias es excitar el resentimiento emocional de las masas contra las élites; élites que identifica, por norma, con la clase política de la democracia liberal.
Desde el principio, Iglesias ha combinado un discurso horizontal y asambleísta que apela a la gente con una clara aspiración a impulsar el cambio político «por arriba», a crear una «máquina de guerra electoral» capaz de tomar las urnas por asalto.
El partido de extrema izquierda reorganiza la sociedad en distintos grupos o tribus para asegurarse su voto y promover su recetario igualitario. Así, la lucha se establece entre «la gente» (el pueblo) y «la casta» (los que están arriba, políticos y ciudadanos de clase alta).
d) Populista sería todo partido que hace alarde de despreciar las ideologías, como si fueran vestigios del pasado.
Los populistas no quieren ni pueden mezclarse con los miembros de «la casta» (aunque, como veremos a continuación, Iglesias lo ha hecho), por eso es complicado que subsista un gobierno de coalición con los populistas.
Hay una causa fundamental para el advenimiento de los malhadados populismos: la generalizada corrupción de la clase política dirigente, que ha producido un notable incremento de la desconfianza hacia la misma. Sucede que la clase dirigente política debe reunir al menos dos condiciones esenciales: generar confianza en la opinión pública y tener las competencias imprescindibles de previsión y gestión para desarrollar sus funciones propias. Hoy España tiene minorías dirigentes de gran calidad en los más diversos ámbitos (empresarial, cultural, deportivo...) pero no en el político.
e) Populista sería todo partido que hace del culto a la personalidad del jefe, caudillo, la clave de su acción política. Él (Iglesias) lo tiene asumido hasta tal punto que, en sus intervenciones, actúa como si se considerase un predestinado a conducir a “la gente”, cual Moisés en el Sinaí, al poder, que Él lo ejercerá en su nombre de forma benéfica y democrática, por primera vez en la historia, no como los que le precedieron en los 3.000 años de la Historia anterior de España.
f) El populismo está íntimamente ligado con las tentaciones autoritarias: es iliberalismo democrático. El objetivo de los políticos populistas no sería tanto presentar una división social, como desmontar la democracia liberal: los partidos populistas como Podemos se enfrentan a instituciones democráticas como la prensa libre, la división de poderes y especialmente la autonomía judicial. Claros ejemplos son Chávez y Maduro en Venezuela; ¿qué necesidad hay de oposición y contrapesos del poder? La sola idea de que todos los adversarios pertenecen a élite corrupta ya los deslegitima.
Hay una causa fundamental para el advenimiento de los malhadados populismos: la generalizada corrupción de la clase política dirigente, que ha producido un notable incremento de la desconfianza hacia la misma. Sucede que la clase dirigente política debe reunir al menos dos condiciones esenciales: generar confianza en la opinión pública y tener las competencias imprescindibles de previsión y gestión para desarrollar sus funciones propias. Hoy España tiene minorías dirigentes de gran calidad en los más diversos ámbitos (empresarial, cultural, deportivo...) pero no en el político.
e) Populista sería todo partido que hace del culto a la personalidad del jefe, caudillo, la clave de su acción política. Él (Iglesias) lo tiene asumido hasta tal punto que, en sus intervenciones, actúa como si se considerase un predestinado a conducir a “la gente”, cual Moisés en el Sinaí, al poder, que Él lo ejercerá en su nombre de forma benéfica y democrática, por primera vez en la historia, no como los que le precedieron en los 3.000 años de la Historia anterior de España.
f) El populismo está íntimamente ligado con las tentaciones autoritarias: es iliberalismo democrático. El objetivo de los políticos populistas no sería tanto presentar una división social, como desmontar la democracia liberal: los partidos populistas como Podemos se enfrentan a instituciones democráticas como la prensa libre, la división de poderes y especialmente la autonomía judicial. Claros ejemplos son Chávez y Maduro en Venezuela; ¿qué necesidad hay de oposición y contrapesos del poder? La sola idea de que todos los adversarios pertenecen a élite corrupta ya los deslegitima.
g) El populismo ha sabido servirse de las teorías negacionistas. Poner en cuestión la existencia del cambio climático o decir que las vacunas no sirven para nada ha ayudado a muchos a ganarse los corazones (y los votos) de miles de personas. El discurso del negacionismo se enfrenta a todo aquello que hace peligrar los valores y el sistema de creencias convencionales.
h) Populista sería todo partido que hace una primacía absoluta de lo concreto frente a lo abstracto. El populismo hace buena la frase «más vale una imagen que mil palabras», olvidando que eso puede ser cierto en el ámbito emocional pero nunca en el racional: las ideas no se transmiten por imágenes sino por palabras (y por hechos).
i) Populista sería todo partido que se mueve en un escenario posneoliberal con políticas públicas centradas en la redistribución de la riqueza y la regeneración de las instituciones.
El discurso simplista de Podemos se limita a afirmar que cuanto más gasto público, más bienestar social. Pero este discurso obvia que lo fundamental es una gestión eficiente que permita mejores resultados con menor gasto. Parece que en este país quienes defienden el emprendimiento empresarial y abogan por la cooperación entre lo público y lo privado deben pedir perdón, como si las demandas al Estado en la crisis actual fueran exigencias de unos ingratos que corren a refugiarse bajo la Administración. Está pasando.
El coronavirus pasa factura a los líderes populistas mundiales por su errática gestión de la crisis sanitaria. Los hechos han obligado a los líderes populistas a pasar de la negación a la reacción, pero no renuncian a sus postulados ni a su mesianismo. Esta crisis los ha puesto en evidencia, pero también supone un grave riesgo para los sistemas democráticos porque, si no se hace una buena gestión, podría ser caldo de cultivo propicio para un nuevo auge populista.
Aplicando los principios del populismo a la pandemia, en el caso de España:
1) Negar que el virus exista o silenciar al disidente.
2) Las cifras de infectados, de fallecidos y de desempleados demuestran que no hay soluciones simples para problemas complejos.
3) Minimizar su amenaza, perdiendo un tiempo precioso para acumular material médico, y permitiendo mientras la expansión masiva del virus por todo el país.
4) Exponer una teoría de la conspiración para alentar el 'chivo expiatorio' y evitar reconocer lo que se ha hecho mal (“el virus fue desarrollado por el servicio secreto de un país enemigo”, “la culpa es de la OMS por ocultar datos” o "del PP por el recorte sanitario" en legislaturas anteriores).
5) Aprovechar la emergencia médica para cercenar la libertad de prensa y la libertad de expresión.
6) Utilizar la pandemia para vigilar y obtener datos privados de los ciudadanos, y no plantear un calendario de salida ordenado al estado de alarma.
7) No aplicarse a sí mismos las medidas que se imponen a la sociedad (por ejemplo, no respetar cuarentenas o no usar mascarilla, como hemos visto en Iglesias en varias ocasiones).
8) Animar a que la gente siguiera socializando (por ejemplo, asistir a las manifestaciones feministas), a pesar de las enormes advertencias que provenían de otros países y de la OMS.
9) Acumular el máximo poder ejecutivo por tiempo indefinido, sin consensuarlo y sin buscar consensos ante la anomalía democrática.
10) Los negacionistas son enemigos de la ciencia.
Estos comportamientos populistas en la gestión de la pandemia dan como resultado cifras muy abultadas de infectados y de fallecidos (por millón de habitantes), así como subidas históricas de porcentajes de desempleo. Es el claro caso de España.
Por el contrario, los países que primaron las soluciones 'técnicas' sobre las populistas se caracterizaron por lo contrario. Reconocieron pronto la gravedad de la situación, tomaron medidas preventivas, cerraron pronto colegios y sus dirigentes fueron consecuentes con las medidas que propusieron a la población. El resultado es inverso del obtenido por los comportamientos más populistas: menores tasas de infección y de fallecidos, y menores incrementos en niveles de desempleo. Es el caso de Grecia, Portugal o Alemania.
h) Populista sería todo partido que hace una primacía absoluta de lo concreto frente a lo abstracto. El populismo hace buena la frase «más vale una imagen que mil palabras», olvidando que eso puede ser cierto en el ámbito emocional pero nunca en el racional: las ideas no se transmiten por imágenes sino por palabras (y por hechos).
i) Populista sería todo partido que se mueve en un escenario posneoliberal con políticas públicas centradas en la redistribución de la riqueza y la regeneración de las instituciones.
El discurso simplista de Podemos se limita a afirmar que cuanto más gasto público, más bienestar social. Pero este discurso obvia que lo fundamental es una gestión eficiente que permita mejores resultados con menor gasto. Parece que en este país quienes defienden el emprendimiento empresarial y abogan por la cooperación entre lo público y lo privado deben pedir perdón, como si las demandas al Estado en la crisis actual fueran exigencias de unos ingratos que corren a refugiarse bajo la Administración. Está pasando.
Populismo y coronavirus
El coronavirus pasa factura a los líderes populistas mundiales por su errática gestión de la crisis sanitaria. Los hechos han obligado a los líderes populistas a pasar de la negación a la reacción, pero no renuncian a sus postulados ni a su mesianismo. Esta crisis los ha puesto en evidencia, pero también supone un grave riesgo para los sistemas democráticos porque, si no se hace una buena gestión, podría ser caldo de cultivo propicio para un nuevo auge populista.
Aplicando los principios del populismo a la pandemia, en el caso de España:
1) Negar que el virus exista o silenciar al disidente.
2) Las cifras de infectados, de fallecidos y de desempleados demuestran que no hay soluciones simples para problemas complejos.
3) Minimizar su amenaza, perdiendo un tiempo precioso para acumular material médico, y permitiendo mientras la expansión masiva del virus por todo el país.
4) Exponer una teoría de la conspiración para alentar el 'chivo expiatorio' y evitar reconocer lo que se ha hecho mal (“el virus fue desarrollado por el servicio secreto de un país enemigo”, “la culpa es de la OMS por ocultar datos” o "del PP por el recorte sanitario" en legislaturas anteriores).
5) Aprovechar la emergencia médica para cercenar la libertad de prensa y la libertad de expresión.
6) Utilizar la pandemia para vigilar y obtener datos privados de los ciudadanos, y no plantear un calendario de salida ordenado al estado de alarma.
7) No aplicarse a sí mismos las medidas que se imponen a la sociedad (por ejemplo, no respetar cuarentenas o no usar mascarilla, como hemos visto en Iglesias en varias ocasiones).
8) Animar a que la gente siguiera socializando (por ejemplo, asistir a las manifestaciones feministas), a pesar de las enormes advertencias que provenían de otros países y de la OMS.
9) Acumular el máximo poder ejecutivo por tiempo indefinido, sin consensuarlo y sin buscar consensos ante la anomalía democrática.
10) Los negacionistas son enemigos de la ciencia.
Estos comportamientos populistas en la gestión de la pandemia dan como resultado cifras muy abultadas de infectados y de fallecidos (por millón de habitantes), así como subidas históricas de porcentajes de desempleo. Es el claro caso de España.
Por el contrario, los países que primaron las soluciones 'técnicas' sobre las populistas se caracterizaron por lo contrario. Reconocieron pronto la gravedad de la situación, tomaron medidas preventivas, cerraron pronto colegios y sus dirigentes fueron consecuentes con las medidas que propusieron a la población. El resultado es inverso del obtenido por los comportamientos más populistas: menores tasas de infección y de fallecidos, y menores incrementos en niveles de desempleo. Es el caso de Grecia, Portugal o Alemania.
Lo que es inaceptable, por engañoso y fraudulento, es convertir esta pandemia en la prueba de la superioridad moral del intervencionismo socialcomunista. Porque quien se cree «propietario» de la economía, acaba creyéndose «dueño» de la libertad de las personas.
En una democracia asentada como la española, asociar la acción de la justicia con un Golpe de Estado (como han hecho) revela una subrepticia mentalidad golpista. La guerra judicial se ha convertido en el comodín de los populismos para situarse por encima de la obediencia a las leyes, atribuyendo a los jueces una intencionalidad política.
Si la nomenclatura de Podemos fabrica la teoría de la conspiración y del conflicto de soberanías, al sanchismo también le suena bien esa música, porque su concepto cesáreo tiende a neutralizar todo mecanismo de contrapeso, vigilancia, supervisión o control del Gobierno. Miel sobre hojuelas.
Cualquier ejercicio de autonomía institucional es sospechoso de desafecto. Tanto el presidente como sus socios de gobierno tienen una idea plebiscitaria de liderazgo directo y autoritario que reclama el sometimiento del sistema entero. Por eso deslegitiman la independencia judicial, intimidan a la oposición, hostigan al periodismo, orillan al Rey, laminan a los guardias civiles que acatan órdenes de los magistrados, o utilizan a la Abogacía y a la Fiscalía del Estado como defensa privada de sus altos cargos.
Y como no pueden cercenar el debate parlamentario lo envilecen, convirtiendo el Congreso en un corral de peleas de gallos para provocar el desencanto, la irritación y el hastío de los ciudadanos y de los demás políticos. El abuso del estado de alarma es el ejemplo diáfano de la proclividad de este Ejecutivo a moverse en un marco autoritario.
¡Cuidado! Crisis sanitarias como la del coronavirus entrañan graves riesgos para los sistemas democráticos porque supone el caldo de cultivo propicio para el auge de populismos. La gente puede estar dispuesta a cambiar libertad por seguridad. Estå pasando.
La sucesión de contradicciones o doble moral es amplia y viene de lejos. Podemos no es un partido ideológico sino un partido caudillista. La primera incongruencia se da en la propia concepción del partido, al concebirse a sí mismo como un partido ciudadano en el que una de sus principales señas de identidad es la "participación ciudadana". No cabe, por tanto, la existencia de una cúpula de partido, encabezada por un líder, que sea el único intérprete de la doctrina, además de su símbolo viviente y único artífice de su realización en el futuro.
En Podemos puede haber referentes ideológicos y personas con ideas, pero la única cohesión entre sus agrupaciones y sus gentes es la adhesión incondicional a su líder, Pablo Iglesias, a sus planeamientos y propuestas, pero ėste busca su propio beneficio electoral y ganarse el favor popular a base de someter a ese pueblo a su división revanchista contra sus propios compatriotas. (Porque debemos apreciar que no existe la “voluntad popular” sino que los intereses del pueblo son la suma de los intereses de los distintos grupos en los que el pueblo está dividido).
En Podemos la ideología es algo secundario frente al objetivo primordial de la conquista del poder. Y para ello no importan las incongruencias, las contradicciones y las renuncias temporales. Lo mismo defienden la aniquilación del sistema y la Constitución de 1978, que utilizan esa misma Carta Magna como coartada en sus discursos electorales o institucionales. Y lo mismo prometen lealtad a la Constitución y al Rey, que piden el cambio de régimen y convocan caceroladas contra la Corona, incumpliendo la palabra dada.
Por no hablar de su posicionamiento como abanderados del feminismo y de la libertad sexual, cuando nunca han protestado contra las violaciones, asesinatos y vulneración de los derechos de las mujeres en Irán, Afganistán, la India, o Venezuela.
La más comentada incongruencia de Podemos es el populismo inmobiliario protagonizado por Pablo Iglesias y su pareja Irene Montero al comprar un chalet de lujo en Galapagar (la zona 'de los ricos'), pagando 600.000 euros (mientras la mayoría de sus simpatizantes y votantes deben pasar el confinamiento en viviendas de 50 m2).
En una democracia asentada como la española, asociar la acción de la justicia con un Golpe de Estado (como han hecho) revela una subrepticia mentalidad golpista. La guerra judicial se ha convertido en el comodín de los populismos para situarse por encima de la obediencia a las leyes, atribuyendo a los jueces una intencionalidad política.
Si la nomenclatura de Podemos fabrica la teoría de la conspiración y del conflicto de soberanías, al sanchismo también le suena bien esa música, porque su concepto cesáreo tiende a neutralizar todo mecanismo de contrapeso, vigilancia, supervisión o control del Gobierno. Miel sobre hojuelas.
Cualquier ejercicio de autonomía institucional es sospechoso de desafecto. Tanto el presidente como sus socios de gobierno tienen una idea plebiscitaria de liderazgo directo y autoritario que reclama el sometimiento del sistema entero. Por eso deslegitiman la independencia judicial, intimidan a la oposición, hostigan al periodismo, orillan al Rey, laminan a los guardias civiles que acatan órdenes de los magistrados, o utilizan a la Abogacía y a la Fiscalía del Estado como defensa privada de sus altos cargos.
Y como no pueden cercenar el debate parlamentario lo envilecen, convirtiendo el Congreso en un corral de peleas de gallos para provocar el desencanto, la irritación y el hastío de los ciudadanos y de los demás políticos. El abuso del estado de alarma es el ejemplo diáfano de la proclividad de este Ejecutivo a moverse en un marco autoritario.
¡Cuidado! Crisis sanitarias como la del coronavirus entrañan graves riesgos para los sistemas democráticos porque supone el caldo de cultivo propicio para el auge de populismos. La gente puede estar dispuesta a cambiar libertad por seguridad. Estå pasando.
Las incongruencias de un populismo a conveniencia
La sucesión de contradicciones o doble moral es amplia y viene de lejos. Podemos no es un partido ideológico sino un partido caudillista. La primera incongruencia se da en la propia concepción del partido, al concebirse a sí mismo como un partido ciudadano en el que una de sus principales señas de identidad es la "participación ciudadana". No cabe, por tanto, la existencia de una cúpula de partido, encabezada por un líder, que sea el único intérprete de la doctrina, además de su símbolo viviente y único artífice de su realización en el futuro.
En Podemos puede haber referentes ideológicos y personas con ideas, pero la única cohesión entre sus agrupaciones y sus gentes es la adhesión incondicional a su líder, Pablo Iglesias, a sus planeamientos y propuestas, pero ėste busca su propio beneficio electoral y ganarse el favor popular a base de someter a ese pueblo a su división revanchista contra sus propios compatriotas. (Porque debemos apreciar que no existe la “voluntad popular” sino que los intereses del pueblo son la suma de los intereses de los distintos grupos en los que el pueblo está dividido).
En Podemos la ideología es algo secundario frente al objetivo primordial de la conquista del poder. Y para ello no importan las incongruencias, las contradicciones y las renuncias temporales. Lo mismo defienden la aniquilación del sistema y la Constitución de 1978, que utilizan esa misma Carta Magna como coartada en sus discursos electorales o institucionales. Y lo mismo prometen lealtad a la Constitución y al Rey, que piden el cambio de régimen y convocan caceroladas contra la Corona, incumpliendo la palabra dada.
Por no hablar de su posicionamiento como abanderados del feminismo y de la libertad sexual, cuando nunca han protestado contra las violaciones, asesinatos y vulneración de los derechos de las mujeres en Irán, Afganistán, la India, o Venezuela.
La más comentada incongruencia de Podemos es el populismo inmobiliario protagonizado por Pablo Iglesias y su pareja Irene Montero al comprar un chalet de lujo en Galapagar (la zona 'de los ricos'), pagando 600.000 euros (mientras la mayoría de sus simpatizantes y votantes deben pasar el confinamiento en viviendas de 50 m2).
Ésto no tendría casi nada de particular si no fuera porque predican la conveniencia de vivir austeramente, vestir ropa barata, mostrar un aspecto desgreñado... y dicen renunciar a una parte de su salario para destinarlo a "fines sociales". La metedura de pata es de las que hacen época, y para tratar de arreglar el entuerto sin renunciar al capricho del chalé, Iglesias no ha tenido otra ocurrencia que someter el caso a un plebiscito dentro de su partido. Surrealista.
Iglesias ha demostrado gran habilidad, valentía y olfato político para cabalgar las coyunturas. Pero también narcisismo y desprecio a la construcción política colectiva. Ha acabado diseñando una organización a su imagen y semejanza. La más escandalosa muestra de que Iglesias ha creado un populismo a su conveniencia ha tenido lugar durante la Tercera Asamblea Ciudadana Estatal de Podemos, que, aunque no tocaba hasta 2021, ha decidido celebrarla anticipadamente durante el estado de alarma. Hecha la ley, hecha la trampa.
El fundador del ‘partido morado’ solo necesitó del 10,8% de los inscritos en la Asamblea Ciudadana para convertir a Podemos en una pequeña ‘república bananera’, así como hicieron los dictadores Hugo Chávez y Evo Morales (a quienes asesoró). Iglesias presentó un nuevo código ético para Podemos, que borra de un plumazo las "garantías democráticas" participativas, de la transparencia de sus cuentas y las de sus líderes... y, sobre todo, de los límites: los de mandatos (ocho años, prorrogables a 12 en casos excepcionales), y los salariales (un máximo de tres salarios mínimos (SMI), que obligaba a donar el excedente a "fines sociales").
Al acabar con la limitación de mandatos, se perpetúa en el poder de Podemos, y al eliminar el límite máximo de salario a percibir, se garantiza un sueldazo para vivir a cuerpo de rey en Galapagar.
Iglesias ha demostrado gran habilidad, valentía y olfato político para cabalgar las coyunturas. Pero también narcisismo y desprecio a la construcción política colectiva. Ha acabado diseñando una organización a su imagen y semejanza. La más escandalosa muestra de que Iglesias ha creado un populismo a su conveniencia ha tenido lugar durante la Tercera Asamblea Ciudadana Estatal de Podemos, que, aunque no tocaba hasta 2021, ha decidido celebrarla anticipadamente durante el estado de alarma. Hecha la ley, hecha la trampa.
El fundador del ‘partido morado’ solo necesitó del 10,8% de los inscritos en la Asamblea Ciudadana para convertir a Podemos en una pequeña ‘república bananera’, así como hicieron los dictadores Hugo Chávez y Evo Morales (a quienes asesoró). Iglesias presentó un nuevo código ético para Podemos, que borra de un plumazo las "garantías democráticas" participativas, de la transparencia de sus cuentas y las de sus líderes... y, sobre todo, de los límites: los de mandatos (ocho años, prorrogables a 12 en casos excepcionales), y los salariales (un máximo de tres salarios mínimos (SMI), que obligaba a donar el excedente a "fines sociales").
Al acabar con la limitación de mandatos, se perpetúa en el poder de Podemos, y al eliminar el límite máximo de salario a percibir, se garantiza un sueldazo para vivir a cuerpo de rey en Galapagar.
Pablo Iglesias ha quedado retractado como un ‘comunista de caviar’, un representante más de esa 'clase obrera' de chándal y coleta que, con la llegada al poder, entierran todas sus promesas de austeridad y repartición de la riqueza. Porque, a pesar de que Pablo Iglesias siempre ha argumentado que «los más ricos deben pagar más», ese principio no aplica para él y ahora recibe su sueldazo de ‘casta’ (no solo como líder de Podemos, sino también como ministro y vicepresidente del gobierno).
Por otro lado, es especialmente grave la obsesión de Unidas Podemos y su líder con los medios de comunicación, sobre los que nunca ha ocultado su intención de controlar, manejar y nacionalizar, en un claro ataque a la libertad de expresión (uno de los principios esenciales de nuestra Constitución y del Estado de Derecho). Desde las primeras negociaciones fallidas entre Sánchez e Iglesias para formar coalición de Gobierno, este último siempre puso entre sus principales ambiciones el control de RTVE.
Y a consecuencia de las protestas ciudadanas contra la negligente gestión del Ejecutivo durante la pandemia, Iglesias ha exigido a Sánchez seguir por el camino de la censura y la mordaza para cortar de raíz los mensajes negativos. Si en 2014 decía "hoy es una realidad nuestra exigencia de una política que regrese a las calles, que hable como la mayoría de la gente que está harta", ¿por qué ahora no permite que el pueblo tome las calles en señal de protesta por la negligente gestión de la pandemia y la completa supresión de libertades y derechos fundamentales?
Muy controvertida es también la defensa que hace Iglesias de la Constitución y de su artículo 128, en el que se expresa que "toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general". Una subordinación que interpreta torticeramente para avalar sus intenciones estatalizadoras, omitiendo deliberadamente el artículo 349 de la Carta Magna en el que se establece que "nadie podrá ser privado de su propiedad sino por Autoridad competente y por causa justificada de utilidad pública, previa siempre la correspondiente indemnización".
Por otro lado, es especialmente grave la obsesión de Unidas Podemos y su líder con los medios de comunicación, sobre los que nunca ha ocultado su intención de controlar, manejar y nacionalizar, en un claro ataque a la libertad de expresión (uno de los principios esenciales de nuestra Constitución y del Estado de Derecho). Desde las primeras negociaciones fallidas entre Sánchez e Iglesias para formar coalición de Gobierno, este último siempre puso entre sus principales ambiciones el control de RTVE.
Y a consecuencia de las protestas ciudadanas contra la negligente gestión del Ejecutivo durante la pandemia, Iglesias ha exigido a Sánchez seguir por el camino de la censura y la mordaza para cortar de raíz los mensajes negativos. Si en 2014 decía "hoy es una realidad nuestra exigencia de una política que regrese a las calles, que hable como la mayoría de la gente que está harta", ¿por qué ahora no permite que el pueblo tome las calles en señal de protesta por la negligente gestión de la pandemia y la completa supresión de libertades y derechos fundamentales?
Muy controvertida es también la defensa que hace Iglesias de la Constitución y de su artículo 128, en el que se expresa que "toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general". Una subordinación que interpreta torticeramente para avalar sus intenciones estatalizadoras, omitiendo deliberadamente el artículo 349 de la Carta Magna en el que se establece que "nadie podrá ser privado de su propiedad sino por Autoridad competente y por causa justificada de utilidad pública, previa siempre la correspondiente indemnización".