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Sánchez y su "democracia directa"

Desde que Sánchez ganó las primarias de su partido ha utilizado diferentes tácticas, todas ellas al servicio de una única estrategia: obtener y ampliar el poder.

Sánchez enterró de un plumazo lo mejor de la historia del partido socialista, liquidó los instrumentos de democracia participativa propios de todo partido socialdemócrata e implantó la "democracia directa", ese modelo propio del populismo más casposo. El PSOE murió en el último congreso para convertirse, en gráficas palabras de uno de sus antiguos dirigentes, en "la empresa familiar de un psicópata".

Con la misma falta de escrúpulos y al grito de el fin justifica los medios Sánchez se hizo con la presidencia del Gobierno de España, primero tras una moción de censura y después tras unas elecciones que ganó prometiendo lo contrario de lo que ha hecho.

Tras haber perdido más de 700.000 votos y tres escaños Sánchez tejió nuevas alianzas anti natura democrática, formó un gobierno socialcomunista y promovió con sus socios la liquidación de todos los pactos transversales que habían situado a España como una de las democracias de mayor calidad del mundo. La España que surgió del gran pacto democrático del 78 empezó a quebrarse; pero a Sánchez le fue bien.

Los españoles no nos merecemos un gobierno que nos mienta. Ese fue el eslogan con el que el PSOE “caldeó” las elecciones de marzo de 2004 tras los atentados del 11-M. Pues bien, aquí tenemos el gobierno más mentiroso de la historia de España. Ha engañado a sus votantes y ahora la única esperanza de millones de españoles es que también engañe a sus socios, y sus embustes hagan saltar por los aires a un Gobierno social-comunista respaldado por golpistas, independentistas y amigos de los terroristas etarras.

No había duda de que los sediciosos, los golpistas y los bilduetarras, además del lucrativo voto del señor de Teruel Existe, iban a apoyar la investidura de Sánchez, porque con ningún otro presidente podrían vivir mejor. Nadie puede decir que el presidente del Gobierno elegido el pasado 10 de noviembre de 2019 por la mínima no sea legítimo, aunque todos tenemos derecho a pensar que si Pedro Sánchez no hubiera mentido reiteradamente a todos los españoles, especialmente a sus electores, no habría ganado las elecciones, ni hubiera sido presidente a estas alturas. A Sánchez le fue bien.

Sánchez, en un alarde de soberbia y en un ramalazo de gobernante de las repúblicas bananeras que tanto alaban sus socios, dijo que se encargaría personalmente de traer a España al fugitivo Puigdemont porque la Fiscalía depende del Gobierno. Pero eso fue cuando convocó las elecciones porque le quitaba el sueño el simple hecho de pensar que Pablo Iglesias se podía sentar en su Gobierno como ministro. Ahora es vicepresidente de su Gobierno, y además ha colocado con un sueldazo a su señora, Irene Montero, como ministra de Igualdad. Pero a Sánchez le seguía yendo bien.

Con la llegada del gobierno socialcomunista no solo se resintió la convivencia entre españoles; se frenó el crecimiento y empezó a crecer el paro, mientras aparecían nubarrones en la economía y comenzaban a desmoronarse las perspectivas positivas a corto y medio plazo. España comenzaba a oler a crisis; pero a Sánchez le iba bien.

El gobierno socialcomunista que formó tampoco logró mejorar la estabilidad política, argumentario de Sánchez para justificar el pacto antinatura ante sus incautos seguidores y subvencionados prescriptores de opinión. A quienes no pertenecemos a la secta no nos extrañó que el golpismo siguiera amenazando a la democracia, pues sabido es que quien cede al chantaje una vez, se convierte en prisionero para siempre; aunque lo que resulta mortal en este caso es que quienes negocian el precio sean un par de truhanes a quienes la vida del rehén (la democracia española) les importa un pimiento.

A la España del 78 empezó a irle muy mal tras los pactos de Sánchez con terroristas, golpistas y chavistas; pero a Sánchez le iba bien.



Y en esas llegó la pandemia del Covid-19. Hubo quien creyó que la peor crisis sanitaria de la historia de varias generaciones de españoles obligaría a Sánchez a revisar su estrategia cesarista, rupturista y sectaria; y que España, como el resto de países de nuestro entorno, se vertebraría en torno a un gran pacto nacional que expulsara de la política, al menos por un tiempo, todo tipo de frentismo. Pero eso es imposible porque nadie cambia de estrategia mientras la que sigue le vaya bien.

Sánchez es un personaje que solo progresa con la desgracia ajena. Basta que recuerden cómo llegó a la Secretaria General del PSOE: solo tuvo que hundirlo primero, aprovechar después el resentimiento de las bases, convertirlo en odio a la derecha y acreditarse ante sus afiliados como el mayor odiador de todos. Y así se hizo con el poder absoluto de esa masa acrítica en la que se ha convertido el PSOE. Al socialismo democrático le fue mal; pero a Sánchez le iba bien.

Cuando la OMS alertó en enero sobre la gravedad de la pandemia, Sánchez mantuvo la misma táctica que le había colocado en el puente de mando: minimizar el problema, propagar el bulo de que era como una gripe, mantener la agenda sectaria e ideológica, insultar, desacreditar y llamar alarmistas a quienes hicieron caso de las recomendaciones de la OMS y exigieron al Gobierno que tomaran medidas... Y así fueron pasando días y semanas sin que el Gobierno tomara ni una sola decisión para prevenir la llegada y la extensión de la pandemia y proteger a los ciudadanos, empezando por el personal sanitario.

Y cuando en España ya había más de 4.200 infectados y más de 120 muertos reconocidos, el Gobierno decretó el estado de alarma. Y pasamos de cero medidas a ser encerrados en casa. Y con el confinamiento totalitario de millones de españoles empezaron a conocerse cada día las cifras de muertos, los sanitarios infectados, los hospitales saturados, el ejército montando hospitales de campaña, los muertos en las residencias de ancianos, los féretros en el palacio de hielo o en otras morgues provisionales... Se paró prácticamente toda la actividad económica, se multiplicaron los despidos...

Y con la misma velocidad con la que llegó la pandemia llegó el miedo. Y Sánchez aprovechó el miedo para ir prorrogando sine die el estado de alarma, para restringir libertades con carácter general, para eludir su responsabilidad y para evitar el control parlamentario y democrático sobre decenas de decisiones que han tomado y nada tienen que ver con la crisis sanitaria pero mucho con su táctica para obtener un poder absoluto. A España le empezó a ir muy mal; pero a Sánchez le iba bien.

Pasan los días. Se extiende el paro, la pobreza, la enfermedad... Crece la incertidumbre, crece el miedo, alimentado por el uso indiscriminado de un lenguaje belicista. Estamos tan preocupados y tan asustados que no tenemos tiempo para recordar que fue Sánchez quien eligió encerrarnos en vez de protegernos; que fue Sánchez quien optó por el confinamiento general y la paralización de la economía en vez de hacer test masivos y confinar únicamente a quienes estuvieran afectados.

El miedo nos impide recordar que aun restringiendo nuestra libertad, Sánchez no ha evitado que España se convierta en el país mas peligroso para pasar esta pandemia. El miedo, que vela todo, evita que recordemos cada día que hay más de 40.000 sanitarios contagiados porque Sánchez, tras más de 70 días ostentando un poder absoluto, les ha negado los test a todos ellos. Una sociedad a la que le dé miedo ejercer su libertad -empezando por la de movimiento y siguiendo por la de expresión- , que tema salir a la calle, que tema ejercer su libre albedrío, que tema vivir asumiendo riesgos... se parece mucho a aquella que cantábamos en el post franquismo: "...Yo solo veo gente muy obediente hasta en la cama...". Sánchez ya nos tiene en la situación propicia para que los ciudadanos aceptemos el modelo que defiende junto Iglesias (su pareja tóxica), y demás casta de independentistas, golpistas y etarras.



Quizá la estrategia de Sánchez tenga éxito; quizá estemos tan macerados y tengamos tan poca cultura democrática que nos adaptemos a su modelo, rechacemos la democracia liberal y abracemos el proteccionismo del Estado; quizá renunciemos a ser ciudadanos y optemos por ser súbditos; quizá seguimos siendo más obedientes que libres... Quizá Sánchez consiga que los españoles, como hicieron los afiliados de su partido, renunciemos a lo mejor de nuestra historia común que nos hizo ciudadanos. Quizá lo que era provisional se convierta en casi definitivo y la "nueva normalidad" se lleve por delante los contrapoderes de control democrático. Quizá dejemos de ser una sociedad normal, plural por su naturaleza democrática, y nos convirtamos en una sociedad normalizada, ahormada a la imagen y semejanza de un absolutista. Quizá con Sánchez España vuelva a ser tan diferente como lo fue con Franco.

Vivimos tiempos convulsos, tiempos difíciles; y vendrán aún tiempos aún más duros y más críticos que exigirán lo mejor de cada uno de nosotros. No queremos una nueva normalidad, queremos la España normal, democrática, que nos dimos con la Constitución del 78, que se incorporó a Europa, que camina, progresa, ríe, llora, vive... 

La España que queremos, la que surgió unida en 1978, no puede acabar siendo la última víctima de Sánchez. La pobreza, el miedo y la cobardía son los aliados más potentes que tienen los totalitarios. Más nos vale que dejemos de aplaudir en los balcones y resistamos de verdad. Más nos vale que, en palabras de Primo Levi, neguemos nuestro consentimiento a quienes quieren arrebatarnos la libertad. A ver si conseguimos que le vaya bien a España... aunque eso signifique que a Sánchez y toda su casta les vaya mal.


[Artículo de Rosa Díez en Expansión]

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