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Una legislatura agotada

Se ponga como se ponga Pedro Sánchez, a partir de su derrota personal e intransferible en las elecciones madrileñas, lo que estamos viviendo es lo que en baloncesto llaman los minutos de la basura de esta legislatura, esos últimos minutos en los que con el partido ya decidido, los malos jugadores tratan de maquillar sus estadísticas personales a base de asistencias imposibles y triples enloquecidos.

El principal efecto del baño de realidad que PSOE y Podemos se han llevado en Madrid ha sido que la famosa mayoría de investidura, ese exótico cóctel formado por PSOE, Podemos, indepes, nacionalistas y un señor de Teruel que llevó a Sánchez a La Moncloa y que ha servido para ir sacando adelante a trompicones la agenda legislativa del Gobierno a base de constantes cesiones a todos ellos, ha saltado definitivamente por los aires. Sálvese quien pueda.

A Pedro Sánchez se le ha terminado la 'baraka' (gracia divina). Parece evidente que ya ha comenzado la cuenta atrás para unas nuevas elecciones generales. A partir de ahora, los principales aliados del PSOE tienen escasos incentivos para permanecer fieles al inquilino de Moncloa.

En primer lugar Unidas Podemos, el partido de Pablo Iglesias sin Pablo Iglesias, nata desnatada, coca-cola sin cafeína, una coalición agonizante que a partir de ahora deberá tratar de caminar por el delgado filo de una navaja: de un lado, los trágalas a los que les va a someter Sánchez para cumplir sus compromisos europeos, escasamente compatibles con el programa electoral de los morados y moradas (y morades) y, por otro, mantener los privilegios políticos y mediáticos de formar parte del gobierno de España.

Unidas Podemos va a tener que elegir entre el mantenimiento de las becas estatales a sus dirigentes y su propia supervivencia política, lo que les obligará en cualquier caso a bajarse del barco de Pedro Sánchez y dejarle tirado en más de una votación parlamentaria en los próximos meses, y ese solo será el anuncio de una más que probable salida del Gobierno en cuanto se huelan que Sánchez quiere ir a elecciones.

En segundo lugar ERC, el partido que ha jugado a ser el Dr. Jeckyll en la Carrera de San Jerónimo mientras se comportaba como Mr. Hyde en el Parlament de Cataluña.

La alianza con ERC se quebró en la operación Illa. No fue posible el soñado tripartito (PSC-ERC-ECP), y los republicanos de Rufián dejaron de ser incondicionales en los planes de Sánchez. Sin esos 13 escaños, es prácticamente imposible que Moncloa disponga de los 21 que necesita sumar a los 155 de la coalición de gobierno (PSOE-UP) para poder desmentir a quienes ya anuncian la caída del 'sanchismo' y la huida de Iván Redondo por la inconsistencia de sus políticas, las malas compañías, personalismo y dimisión de la realidad.

Esquerra tiene claro que su prioridad es Cataluña, quieren gobernar y no va a desaprovechar la oportunidad de desbancar a Puigdemont y los suyos del Palau de la Generalitat; y en vista de que el PSC no pueden servirle de muleta para la investidura sin cometer voluptuoso suicidio público, las posibilidades de que comiencen a votar contra Sánchez en Madrid para marcar paquete indepe ante su parroquia se multiplican.

En cuanto al PNV y a Bildu, su posición como monosabios de Sánchez no puede prolongarse mucho más, ambos partidos compiten por la hegemonía dentro del nacionalismo vasco y es solo cuestión de oportunidad que cualquiera de los dos comience darse cuenta de que les es estratégicamente más útil situarse frente a un Sánchez en decadencia y frente a su rival directo en Euskadi que permanecer en el insostenible equilibrio actual. Da igual cuál sea, uno de los dos lo hará más temprano que tarde, y para Sánchez ambos son imprescindibles.

Que Sánchez no haya querido poner a prueba la fragilidad de sus alianzas parlamentarias después de las elecciones catalanas y madrileñas explica la confusión jurídico-política creada con la reciente caducidad del estado de alarma.

Y explica también que en el Congreso estén atascados 32 proyectos de ley, de los que 24 proceden de decretazos que el Consejo de Ministros ha ido aprobando desde marzo de 2020 para parchear la crisis sanitaria y económica y que ahora tiene que tramitar como proyectos de ley.

Entre ellos figuran, entre otros, el Ingreso Mínimo Vital, actualmente en la Comisión de Trabajo; la suspensión de los desahucios para las personas más vulnerables y ayudas fiscales al sector de la hostelería, el comercio y el turismo.

Así como el proyecto de ley por el que se aprueban medidas urgentes para la modernización de la Administración Pública y para la ejecución del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, la gestión de la multimillonaria ayuda europea para salir del bache económico. Famoso porque, al enviarlo al Congreso, el Ejecutivo omitió un informe demoledor del Consejo de Estado al respecto. El órgano consultivo alertaba en él de la falta de control sobre el reparto de fondos.

Todo esto está atascado sin otro motivo que la debilidad parlamentaria del PSOE y su presidente. La realidad es que los 155 escaños que suman los dos socios de gobierno de coalición les dejan a 21 de la mayoría absoluta, a expensas de otros costaleros parlamentarios. Hasta ahora Sánchez ha disimulado ambas cosas con esos 42 decretazos en 14 meses (a tres por mes). Estos son mucho menos farragosos de hacer porque salen directamente del Ejecutivo y entran en vigor de inmediato.

Es una de las dos barandillas (la otra es la vacunación) en las que Sánchez apoyará su aspiración de llegar políticamente vivo al segundo semestre de 2023: presidencia semestral de la UE y elecciones generales. Como baza política es un tanto tambaleante. Sobre semejante volquete de millones planea la sombra negra del clientelismo y el despilfarro. Y la convalidación del decreto, ya sin los votos de ERC, solo fue posible gracias a la abstención de los 52 escaños de Vox. ¿Qué va a pasar cuando vaya a votarse como ley o ciertos proyectos del Plan hayan de pasar por el Congreso por exigencias de Bruselas?

Ni las desgracias ni las cerezas vienen solas. Sánchez reconoce el fracaso del PSOE en Madrid y sostiene que no es extrapolable al conjunto de la Nación.

El 'antisanchismo' sale del armario (en marcha una conjura de ex-altos cargos de cara al congreso federal de octubre), sube la cotización de Susana Díaz frente al candidato oficial en las primarias andaluzas, el desalentado votante se refugia en las propuestas de Mas País, Rufián (ERC) siente mancillada su patriótica sensibilidad porque los de Puigdemont le motejan de 'filosocialista', un ex-director de 'El País' denuncia públicamente la degradación del Gobierno, las encuestas ya ponen por delante al PP y, en fin, Pablo Casado ya se permite calificar de “pato cojo” al presidente, mientras le acusa de “incompetente”, “arrogante” y “mentiroso”, a lo que Sánchez le respondió invocando las palabras mágicas: "Estabilidad política".

Sin embargo, durante estos 16 primeros meses de legislatura la estabilidad del presidente del Gobierno se ha asentado sobre una situación anómala: el estado de alarma y los 42 reales decretos ley aprobados por el Consejo de Ministros desde el 10 de marzo de 2020.

Con este panorama incluso Sánchez es consciente de que tratar de estirar la legislatura articulando una agenda legislativa con alguna probabilidad de éxito no es una opción realista, y de que en los próximos dos años no va a ser sencillo encontrar una ventana política de oportunidad que, en pleno reagrupamiento del voto de centro-derecha en torno a Pablo Casado, le permita concurrir a unas elecciones con mínimas garantías de ser reelegido… si exceptuamos el estrecho momento de euforia que se va a producir en el país cuando allá por el mes de septiembre-octubre la vacunación contra el Covid haya alcanzado su objetivo de inmunización generalizada.

El salmo de respuesta se limita por ahora al “Vacunar, vacunar y volver a vacunar”. Quien lo dice es Sánchez, convencido de que la masiva entrada de viales acorta el camino hacia la inmunidad (calculada para dentro de 97 días) y hacia la recuperación económica. Pero las vacunas y los millones de Europa no le servirán de nada si el Parlamento le retira la confianza política como consecuencia de una relación de fuerzas que en estos momentos, con la deserción de ERC, le es desfavorable.

Por tanto, si una vez pasado el verano vemos a Sánchez en todas las cadenas de televisión anunciando (de nuevo) la derrota del virus y que podemos quitarnos las mascarillas y deambular libremente por donde nos dé la gana, a lo que en realidad estaremos asistiendo es a la disolución de las Cortes y a la convocatoria de elecciones anticipadas. Así sea.

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