Pedro Sánchez protagonizó ayer una nueva performance: la presentación del proyecto estratégico España 2050, su particular visión del modelo de país que será España dentro de 30 años. 675 páginas de un documento elaborado por más de 100 expertos de distintas disciplinas e ideologías con «una media de 35 años», pensado para hacer propaganda y recuperar el voto de los jóvenes. No solo tratan a la juventud como débiles mentales a los que engañar con un plan buenista que promete un unicornio a cada persona, sino a todos los españoles.
La presentación del plan España 2050 a cargo del presidente del Gobierno fue lo que prometía, un acto de propaganda vacía que se inscribe en el proceso continuo de inauguraciones de lo obvio. Más humo, más buenismo, más naderías. El evento prometía después de que su jefe de gabinete, Iván Redondo, anunciara públicamente el advenimiento de lo que parecía una reinvención de España que solo podrá llegar de la mano de Pedro Sánchez.
Para Sánchez, España es un país que necesita hacerse de nuevo y por eso propone «un gran diálogo nacional sobre su futuro». Sánchez introdujo una peligrosa referencia en la apología entusiasta de su plan cuando recordó que España se puso de acuerdo con la Constitución de 1978. Entre tanta propaganda personal y vacuidad, lo preocupante es que pretenda deslizar una propuesta de revisión de la idea misma de España y abrir un proceso constituyente encubierto. De hecho, se presentó como el líder de una nueva Transición.
España necesita un plan para 2021 porque si no se resuelven los graves problemas actuales, en 2050 ya quedará poco que abordar. Las crisis económica, institucional y la provocada por el nacionalismo deben resolverse hoy si queremos llegar con solvencia al 2050. Pero Sánchez no invita a los españoles a mirar lejos, sino a no mirar alrededor para esconder una realidad que refleja un Gobierno en descomposición, sin proyecto común, sin discurso coherente, y con ministros enfrentados entre sí.
Sánchez apeló a una visión de futuro «que debe ser de Estado y no de Gobierno». Bienvenida sea esta reflexión ‘prospectiva’ con tintes adolescentes, pero difícilmente puede ser creíble si cuestiones de Estado como la excepcionalidad de una alarma, los beneficios a etarras, los acuerdos con el independentismo, el control de la inmigración, o el funcionamiento de la Justicia, los impone como Gobierno y no los pacta como lo que son, cuestiones de Estado.
La presentación del plan España 2050 a cargo del presidente del Gobierno fue lo que prometía, un acto de propaganda vacía que se inscribe en el proceso continuo de inauguraciones de lo obvio. Más humo, más buenismo, más naderías. El evento prometía después de que su jefe de gabinete, Iván Redondo, anunciara públicamente el advenimiento de lo que parecía una reinvención de España que solo podrá llegar de la mano de Pedro Sánchez.
Para Sánchez, España es un país que necesita hacerse de nuevo y por eso propone «un gran diálogo nacional sobre su futuro». Sánchez introdujo una peligrosa referencia en la apología entusiasta de su plan cuando recordó que España se puso de acuerdo con la Constitución de 1978. Entre tanta propaganda personal y vacuidad, lo preocupante es que pretenda deslizar una propuesta de revisión de la idea misma de España y abrir un proceso constituyente encubierto. De hecho, se presentó como el líder de una nueva Transición.
España necesita un plan para 2021 porque si no se resuelven los graves problemas actuales, en 2050 ya quedará poco que abordar. Las crisis económica, institucional y la provocada por el nacionalismo deben resolverse hoy si queremos llegar con solvencia al 2050. Pero Sánchez no invita a los españoles a mirar lejos, sino a no mirar alrededor para esconder una realidad que refleja un Gobierno en descomposición, sin proyecto común, sin discurso coherente, y con ministros enfrentados entre sí.
Sánchez apeló a una visión de futuro «que debe ser de Estado y no de Gobierno». Bienvenida sea esta reflexión ‘prospectiva’ con tintes adolescentes, pero difícilmente puede ser creíble si cuestiones de Estado como la excepcionalidad de una alarma, los beneficios a etarras, los acuerdos con el independentismo, el control de la inmigración, o el funcionamiento de la Justicia, los impone como Gobierno y no los pacta como lo que son, cuestiones de Estado.
De nuevo miente cuando apela a «dialogar para decidir qué queremos ser dentro de 30 años». Si en 2021 desprecia y criminaliza a la oposición, ¿cómo pretende pactar con ella castillos en el aire a tres décadas vista? Antes tendría que renunciar a su proyecto ideológico, y no lo va a hacer. España necesita recuperar la estabilidad en sus fronteras, asegurar la vigencia del orden constitucional en Cataluña, crear empleo y crecer, y renovar instituciones básicas del Estado. No podemos esperar a 2050 para eso.
Políticamente, el plan va a sumirnos en una especie de régimen asambleario de instituciones, administraciones, universidades, partidos, sindicatos y sociedad civil, como si el sistema parlamentario no fuera el adecuado para ese ‘proyecto de Estado’. Más aún, Sánchez garantiza «un debate libre y plural», como si eso dependiera de su voluntad personal, y no de los mecanismos que las leyes prevén para la participación ciudadana. Poco le faltó para anunciar la sustitución de la democracia liberal por una nueva democracia orgánica.
Lo que no faltó fue su cansina retórica de «retos extraordinarios», «enormes oportunidades», «transformaciones y cohesión», «prospecciones de futuro» y «debates estratégicos». La performance de Sánchez y Redondo continúa.
50 objetivos que España debería alcanzar para "consolidarse como uno de los países más avanzados de Europa" agrupados en torno a 9 grandes desafíos de país: mejorar la productividad, la educación y la formación, alcanzar la neutralidad en emisiones, preparar el estado de bienestar a una esperanza de vida cada vez mayor, promover un desarrollo territorial equilibrado, adaptar el mercado de trabajo, y reducir la desigualdad.
El documento oficial incluye la gráfica en el que se señala un «futuro deseable» de aquí a 2050, un gráfico sencillo sin muchos indicadores o datos que ha causado un sinfín de memes, burlas y críticas en las redes sociales por su simplicidad. De esta forma, el Ejecutivo de Sánchez pretende imponer una «estrategia nacional de largo plazo» para alcanzar un «futuro deseable» según sus criterios y sin tener en cuenta los de los propios españoles.
Según el Plan España 2050, el ciudadano español de 2050 será alguien sin casa propia, que recurrirá al tren para viajar distancias cortas, posiblemente autónomo o sin un contrato fijo, y que podría trabajar hasta los 70. Si comparte piso, podría hacerlo con una persona mayor y tendrá que pagar más impuestos por beber o fumar.
De entrada, parece claro que entre el cohousing, el freelancismo, los trabajadores on-demand y el car sharing, esta persona deberá hablar inglés. No tendrá casa propia, contrato fijo o coche, pero sí idiomas. Éste es un retrato a pinceladas de la vida en esta España a mediados del siglo XXI.
El Gobierno prevé que cada vez haya más personas en régimen de alquiler y, en consecuencia, que cada vez haya más dificultades para acceder a la vivienda. En 2050 se resuelve el problema por la tangente: no hay que cobrar más, hay que ser más. En el documento no aparecen medidas para limitar los alquileres, pero sí para que se fomente la llegada de inquilinos a las viviendas desocupadas.
Se incentivan propuestas alternativas a la propiedad o el alquiler y entre estas aparecen la propiedad temporal o la propiedad compartida. Y van un paso más allá y establecen el cohousing como "una opción interesante tanto para jóvenes como para personas mayores" que podría dar lugar a "convivencia intergeneracional".
Si bien es posible que en 2050 el ciudadano podría tener trabajo (hoy en día, no tanto), lo que no es tan seguro es que tenga contrato. El empleo por cuenta ajena a tiempo completo perderá peso. "A cambio, ganarán relevancia otras formas de empleo atípico como los autónomos, los freelancers y los trabajadores on-demand, en los que se combinan varias fuentes de ingresos y diversas actividades profesionales". Así, aunque de cara a la sociedad y al Gobierno será una persona, de cara a la empresa será una labor que cobrará si hace bien su trabajo.
Tal vez no haya nacido en España; se quiere fomentar la inmigración al país, si bien no se hace tanto por una concepción negativa de las fronteras, sino porque alguien tiene que pagar las pensiones y el plan contempla que se haga con la recepción de hasta 255.000 personas más de las que salen cada año.
Por si acaso, la ciudadanía española tendrá su pensión privada ("complementaria", lo llama el plan) que también "fomentaría el ahorro, lo cual también contribuiría a un crecimiento económico más sostenido". Y tendrá tiempo para hacerlo, porque creen que en el futuro "muchas personas" seguirán trabajando "una vez superada la actual edad legal de jubilación", lo que permitirá "obtener rentas más altas durante más años". Todo ventajas.
Ese dinero ahorrado podría gastarlo, por ejemplo, en residuos, pues el plan quiere liberar a los municipios "de esta carga" y hacer que los fabricantes asuman su gestión y costes asociados.
Dentro de la economía circular también destaca el hecho de que se reducirá el consumo de algunas materias y productos. Y entre ellos estarán los de origen animal, con lo que cambiará su dieta o su fondo de armario. Es decir, en 2050, se acabó el comer chuletones y el renovar el armario en cada temporada. La buena noticia es que esto "no provocará un empeoramiento de las condiciones de vida ni del bienestar de la ciudadanía", según el documento, sino que "probablemente ayudará a mejorarlas". Ahora mismo, argumentan, la población española consume entre 2 y 5 más carne de lo recomendado, así que en este caso, arguyen, menos será más.
Políticamente, el plan va a sumirnos en una especie de régimen asambleario de instituciones, administraciones, universidades, partidos, sindicatos y sociedad civil, como si el sistema parlamentario no fuera el adecuado para ese ‘proyecto de Estado’. Más aún, Sánchez garantiza «un debate libre y plural», como si eso dependiera de su voluntad personal, y no de los mecanismos que las leyes prevén para la participación ciudadana. Poco le faltó para anunciar la sustitución de la democracia liberal por una nueva democracia orgánica.
Lo que no faltó fue su cansina retórica de «retos extraordinarios», «enormes oportunidades», «transformaciones y cohesión», «prospecciones de futuro» y «debates estratégicos». La performance de Sánchez y Redondo continúa.
Objetivos para España 2050
El Ejecutivo ha señalado que la Estrategia España 2050 aborda los efectos económicos y sociales de la pandemia, el cambio climático, la digitalización, el envejecimiento o la cohesión social.50 objetivos que España debería alcanzar para "consolidarse como uno de los países más avanzados de Europa" agrupados en torno a 9 grandes desafíos de país: mejorar la productividad, la educación y la formación, alcanzar la neutralidad en emisiones, preparar el estado de bienestar a una esperanza de vida cada vez mayor, promover un desarrollo territorial equilibrado, adaptar el mercado de trabajo, y reducir la desigualdad.
El documento oficial incluye la gráfica en el que se señala un «futuro deseable» de aquí a 2050, un gráfico sencillo sin muchos indicadores o datos que ha causado un sinfín de memes, burlas y críticas en las redes sociales por su simplicidad. De esta forma, el Ejecutivo de Sánchez pretende imponer una «estrategia nacional de largo plazo» para alcanzar un «futuro deseable» según sus criterios y sin tener en cuenta los de los propios españoles.
Según el Plan España 2050, el ciudadano español de 2050 será alguien sin casa propia, que recurrirá al tren para viajar distancias cortas, posiblemente autónomo o sin un contrato fijo, y que podría trabajar hasta los 70. Si comparte piso, podría hacerlo con una persona mayor y tendrá que pagar más impuestos por beber o fumar.
De entrada, parece claro que entre el cohousing, el freelancismo, los trabajadores on-demand y el car sharing, esta persona deberá hablar inglés. No tendrá casa propia, contrato fijo o coche, pero sí idiomas. Éste es un retrato a pinceladas de la vida en esta España a mediados del siglo XXI.
El Gobierno prevé que cada vez haya más personas en régimen de alquiler y, en consecuencia, que cada vez haya más dificultades para acceder a la vivienda. En 2050 se resuelve el problema por la tangente: no hay que cobrar más, hay que ser más. En el documento no aparecen medidas para limitar los alquileres, pero sí para que se fomente la llegada de inquilinos a las viviendas desocupadas.
Se incentivan propuestas alternativas a la propiedad o el alquiler y entre estas aparecen la propiedad temporal o la propiedad compartida. Y van un paso más allá y establecen el cohousing como "una opción interesante tanto para jóvenes como para personas mayores" que podría dar lugar a "convivencia intergeneracional".
Si bien es posible que en 2050 el ciudadano podría tener trabajo (hoy en día, no tanto), lo que no es tan seguro es que tenga contrato. El empleo por cuenta ajena a tiempo completo perderá peso. "A cambio, ganarán relevancia otras formas de empleo atípico como los autónomos, los freelancers y los trabajadores on-demand, en los que se combinan varias fuentes de ingresos y diversas actividades profesionales". Así, aunque de cara a la sociedad y al Gobierno será una persona, de cara a la empresa será una labor que cobrará si hace bien su trabajo.
Tal vez no haya nacido en España; se quiere fomentar la inmigración al país, si bien no se hace tanto por una concepción negativa de las fronteras, sino porque alguien tiene que pagar las pensiones y el plan contempla que se haga con la recepción de hasta 255.000 personas más de las que salen cada año.
Por si acaso, la ciudadanía española tendrá su pensión privada ("complementaria", lo llama el plan) que también "fomentaría el ahorro, lo cual también contribuiría a un crecimiento económico más sostenido". Y tendrá tiempo para hacerlo, porque creen que en el futuro "muchas personas" seguirán trabajando "una vez superada la actual edad legal de jubilación", lo que permitirá "obtener rentas más altas durante más años". Todo ventajas.
Ese dinero ahorrado podría gastarlo, por ejemplo, en residuos, pues el plan quiere liberar a los municipios "de esta carga" y hacer que los fabricantes asuman su gestión y costes asociados.
Dentro de la economía circular también destaca el hecho de que se reducirá el consumo de algunas materias y productos. Y entre ellos estarán los de origen animal, con lo que cambiará su dieta o su fondo de armario. Es decir, en 2050, se acabó el comer chuletones y el renovar el armario en cada temporada. La buena noticia es que esto "no provocará un empeoramiento de las condiciones de vida ni del bienestar de la ciudadanía", según el documento, sino que "probablemente ayudará a mejorarlas". Ahora mismo, argumentan, la población española consume entre 2 y 5 más carne de lo recomendado, así que en este caso, arguyen, menos será más.
Esta persona tampoco cogerá aviones. O, al menos, no tantos. El estudio recomienda prohibir los vuelos en aquellos trayectos que se puedan realizar en tren en menos de 2,5 horas de duración. El planeta lo agradecerá, dado que la huella de carbono de un vuelo es muy superior a la de un viaje por vías.
La alternativa, en cualquier caso, deberá ser un coche eléctrico, pues se contempla también la desaparición de los vehículos de combustión interna. Los impuestos del coche no los pagará sobre su compra o circulación, sino que se gravará su uso -peso incluido (habrá que quitar hasta el ambientador cuando tenga que pasar por la báscula)-, su potencia o sus emisiones entre quienes defiendan su pequeña aldea contaminante por haber caído en la marmita de diésel en su infancia.
Hablando de impuestos: si no quiere pagarlos no fumará, no beberá y tampoco comprará derivados del petróleo porque se modificarán los impuestos especiales. Y que no piense en acogerse en una eventual amnistía fiscal del tabaco (o cualquier otro tipo), que en este escenario el Gobierno las habrá prohibido por ley.
También, claro está, cabe la posibilidad de que lo haga por su salud. Si no es así, podrá refugiarse en un sistema público que a partir de la próxima década debería recibir un 7% del PIB (ahora está en torno al 6%).
2050, el apocalipsis
En la España de 2050 no todo es resiliencia, equidad de género y moral de victoria. El plan de futuro de Pedro Sánchez también augura un escenario apocalíptico. Altas temperaturas, virus, bacterias resistentes, prevalencia de trastornos mentales..."La España de 2050 será más cálida y más árida. Habrá más sequías, más incendios, más olas de calor, más lluvias torrenciales y mayor transmisión de enfermedades por alimentos, agua o animales", dice el documento.
Tales condiciones climáticas "facilitarán la expansión de enfermedades transmitidas a través de alimentos o de animales como los mosquitos". Esto último, favorecería la llegada de virus como el dengue, el zika o el virus del Nilo, que se volverán "cada vez más comunes en nuestro territorio".
La mayor temperatura y las menores precipitaciones también "podrían agravar la contaminación atmosférica". En este contexto, el plan España 2050 considera que "se agravarán las enfermedades neurodegenerativas y las transmitidas por el agua y los alimentos, y aumentará significativamente el número de personas susceptibles de sufrir alergia al polen. Los eventos extremos y el cambio climático también afectarán negativamente sobre la salud mental de la población".
Pero este historial de desastres no se queda ahí, a los efectos nocivos del cambio climático hay que sumar los derivados del uso intensivo de recursos. "Por ejemplo, el abuso de fármacos en personas, animales y plantas contribuirá a la resistencia a los antibióticos, algo que podría causar unas 40.000 muertes al año en 2050 en nuestro país".
Es más, según el Plan España 2050, "a nivel mundial, las enfermedades resistentes a los antibióticos podrían desbancar al cáncer como primera causa de muerte. Otros riesgos para la salud procederán del uso abusivo de pesticidas y demás productos químicos, y de la presencia en el aire y el agua de microplásticos y de otros contaminantes emergentes, cuyos efectos nocivos apenas empezamos a vislumbrar".
Ante semejante escenario a cualquiera se le 'caería el alma a los pies', y es un poco lo que viene a señalar el plan. "La prevalencia de ciertas enfermedades y, sobre todo, de trastornos mentales comunes, podría convertirse en una fuente de insatisfacción entre nuestra población".
Además de las situaciones ya detalladas, "la evolución de ciertos patrones sociales (ej. hogares más reducidos o mayor movilidad interterritorial) y de la propia distribución de la población sobre el territorio (ej. despoblamiento de las zonas rurales) podría también derivar en una disminución de las interacciones sociales y un posible aumento de la soledad no deseada causada, entre otros motivos, por la lejanía geográfica de las familias".
La única forma de poner freno a esta distopía apocalíptica es la promoción de la Salud Pública. En este sentido, apunta a "nuevas políticas de promoción y prevención de la salud y mecanismos de diagnóstico temprano" y a la "educación en hábitos saludables".
La utopía Sanchista
¿En serio creen que su utopía sanchista va a interesar a la gente que está pensando en cómo llegar a final de mes, a los que no saben si tendrán que cerrar su empresa por la negligente política de Sánchez, o a quienes temen perder su empleo cualquier día? ¿No son capaces de presentar un plan para 2022? ¿Cuánto cree Sánchez que dura la legislatura? ¿30 años?No han aprendido nada del 4-M madrileño. Se acabaron los relatos, la propaganda, el marketing televisivo, el postureo y las trolas. La izquierda sigue enfrascada en su pensamiento utópico, en negar la realidad y las necesidades de hoy para centrar su tarea en un futuro indeterminado. Ya no valen las ensoñaciones políticas de un mundo perfecto para esconder la nulidad gubernativa y la ingeniería social. Es la vida cotidiana, el día a día, lo que interesa a la gente. Por eso abuchean a Sánchez por donde pasa.
Cuando describíamos a Sánchez como un político que huye hacia adelante siempre que se ve acorralado por la realidad, jamás imaginamos que llegaría tan lejos. Nada menos que hasta 2050. En una semana marcada por la grave crisis territorial que ha detonado Marruecos y que sería garrafal considerar cerrada, el presidente aquejado prematuramente de síndrome de La Moncloa y su fantasioso jefe de gabinete se entregaron a un festín de propaganda futurista que solo delata ingentes dosis de narcisismo y pérdida del pulso de la calle.
Suena a broma que pretenda unir a la nación en pos de un futuro compartido el presidente más cortoplacista y sectario de nuestra historia democrática, célebre por reivindicar el bloqueo político -«no es no»-, por sus radicales cambios de postura de un día para otro, por la demonización del centroderecha, por aliarse con los enemigos de la Constitución y por suplir las deficiencias de gestión -a las que lo condena su precariedad parlamentaria y sus alianzas antisistema- con desaforadas comparecencias televisivas y toneladas de publicidad.
Es el presidente que puso el logotipo del Gobierno a las vacunas llegadas de Europa e inoculadas por los presidentes autonómicos, sobre cuyos hombros abandonó la gestión de la pandemia hace ya un año.
Cuando describíamos a Sánchez como un político que huye hacia adelante siempre que se ve acorralado por la realidad, jamás imaginamos que llegaría tan lejos. Nada menos que hasta 2050. En una semana marcada por la grave crisis territorial que ha detonado Marruecos y que sería garrafal considerar cerrada, el presidente aquejado prematuramente de síndrome de La Moncloa y su fantasioso jefe de gabinete se entregaron a un festín de propaganda futurista que solo delata ingentes dosis de narcisismo y pérdida del pulso de la calle.
Suena a broma que pretenda unir a la nación en pos de un futuro compartido el presidente más cortoplacista y sectario de nuestra historia democrática, célebre por reivindicar el bloqueo político -«no es no»-, por sus radicales cambios de postura de un día para otro, por la demonización del centroderecha, por aliarse con los enemigos de la Constitución y por suplir las deficiencias de gestión -a las que lo condena su precariedad parlamentaria y sus alianzas antisistema- con desaforadas comparecencias televisivas y toneladas de publicidad.
Es el presidente que puso el logotipo del Gobierno a las vacunas llegadas de Europa e inoculadas por los presidentes autonómicos, sobre cuyos hombros abandonó la gestión de la pandemia hace ya un año.
Es el presidente que se hizo aplaudir a coro a la vuelta de un cumbre europea en que España fue identificada como el país más necesitado de ayudas a cambio de unas reformas que todavía no conocemos, más allá del hachazo fiscal en todos los frentes, que de momento es lo único seguro.
Es el presidente que, en un intento de desvincularse de su fracaso electoral en Madrid y de su fracaso diplomático con Rabat, vuelve a huir hacia delante, forzando la máquina de una autopromoción extemporánea, vendiendo como programa factible un cúmulo de aspiraciones bienintencionadas a tres décadas vista que carecen de la mínima viabilidad.
No es capaz de predecir el crecimiento de nuestra economía en el próximo semestre, como para atreverse a definir la España de 2050.
Sánchez se niega a escuchar el mensaje de los madrileños en las urnas: su credibilidad está agotada. Sus manidos trucos de mercadotecnia no funcionan. Los ciudadanos quieren soluciones para ahora mismo, no proyecciones de laboratorio politológico envueltas en retórica pomposa o directamente ininteligible. Las promesas políticas que no se fundan en credibilidad alguna son algo peor que un brindis al sol: son una tomadura de pelo a los ciudadanos angustiados por el presente.
El dislate del plan 2050 es una colección de trampas y mentiras. La acogida de 250.000 inmigrantes al año con la excusa de mantener el Estado del Bienestar o las pensiones es una mantra que repite mucha gente. Dejen a cada trabajador que gestione su propio patrimonio, el resultado de su esfuerzo, que elija su educación, sanidad y plan de pensiones público o privado, y aflojen la tiranía fiscal.
La utopía sanchista es un círculo vicioso que empobrece. La promesa de un bienestar que no se puede cumplir solo engorda continuamente al Estado a costa de adelgazar al contribuyente.
El resto es una retahíla de prohibiciones y retrocesos: vuelos solo para los ricos, subir los impuestos al consumo con la excusa del medio ambiente, subvenciones para quienes pierdan su empleo en los sectores «contaminantes» que piensan cerrar, retrasar la edad de jubilación para no pagar pensiones, vivir en pisos compartidos como en la URSS de los años 50, o el control del precio del alquiler de la vivienda, lo que ya ha fracasado en Berlín y París.
Luego vienen los lugares comunes como las «políticas activas de empleo» para jóvenes o las de igualdad para mujeres, que son clichés disponibles en cualquier programa electoral de los últimos 40 años.
El resto es una retahíla de prohibiciones y retrocesos: vuelos solo para los ricos, subir los impuestos al consumo con la excusa del medio ambiente, subvenciones para quienes pierdan su empleo en los sectores «contaminantes» que piensan cerrar, retrasar la edad de jubilación para no pagar pensiones, vivir en pisos compartidos como en la URSS de los años 50, o el control del precio del alquiler de la vivienda, lo que ya ha fracasado en Berlín y París.
Luego vienen los lugares comunes como las «políticas activas de empleo» para jóvenes o las de igualdad para mujeres, que son clichés disponibles en cualquier programa electoral de los últimos 40 años.
Eso sí, todo se adorna con anglicismos para aparentar importancia: «Cohousing» (compartir casa), «job marketplace» (portal de empleo), «freelancers» (sufridos autónomos) y trabajadores «on-demand» (el contrato por obra).
No falta tampoco la cantinela de «equipararnos a Europa», un cuento que podrían aplicar a la hora de buscar a sus socios de gobierno. Porque en ningún Ejecutivo europeo, un partido serio se alía con aquellos que quieren romper el orden constitucional, o con quienes dieron un golpe de Estado y homenajean a los terroristas.
También se podría remitir a Europa a la hora de respetar la independencia del Poder Judicial, tal y como ha señalado la Comisión Europea a Sánchez.
La ironía es que presentan su plan futurista cuando la situación política es nefasta, lo que viene a ser una constante desde que está Sánchez en La Moncloa. No solo sus aliados se ríen de la idea de que España siga existiendo como tal en el año 2050, sino que Marruecos ha puesto contra las cuerdas al Gobierno por su negligencia diplomática. Es para echarse a temblar.