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La década prodigiosa de Pablo Iglesias

Ha pasado una década desde aquel 15-M, germen de Podemos y de la carrera política de Iglesias. En esta travesía de Vallecas a Galapagar quedaron por el camino compañeros purgados, promesas... y hasta la coleta.

Hoy se cumplen 10 años desde que la Puerta del Sol se poblara de indignados por los recortes de una crisis que nos llevó de la Champions League de las economías europeas (de la que presumía Zapatero) a la intervención y el rescate de la UE que se tuvo que comer Rajoy.

Y de aquellos tiempos de zozobra, cuando el ministro del Interior socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, no se atrevió a desalojar Sol en vísperas de unas elecciones, se asentó un movimiento del que nacería –al amparo de la Facultad de Políticas de Somosaguas- el 15-M y el germen de Podemos. Su primer gran éxito fueron los 5 diputados en las Europeas de 2014. Uno de ellos era Pablo Iglesias.

10 años después, del 15-M queda poco. Y de Pablo Iglesias, ni la coleta. Y la mayoría de quienes le acompañaron en aquellos comienzos han sido purgados, al igual que muchas promesas que, en teoría, eran su seña de identidad y que se han perdido como lágrimas en la lluvia.

La transparencia y el 'streaming' fueron lo primero que se perdió por el camino. Cuando llegó a la política, Iglesias pedía "abrir puertas y ventanas", "máxima transparencia", "ni un pacto de despacho" e incluso llegó a negociar un Gobierno regional en streaming.

Iglesias aspiraba al poder, y evitó que el PSOE llegara a la Moncloa en 2016 porque el abrazo se lo habían dado a Albert Rivera. Lo volvió a repetir en el verano de 2019, favoreciendo la cuarta repetición electoral en 4 años, hasta que tras el 10-N de 2019, por fin, logró su objetivo de llegar a Moncloa. Ese día, tras el 'pacto del insomnio', negoció con Sánchez el nuevo Gobierno de coalición en reuniones sin luz ni por supuesto taquígrafos, y pedía "discreción y mucha mano izquierda para que las cosas salgan bien".

Ese ha sido su legado. Los comunistas volvieron al Consejo de Ministros 80 años después. De paso, y junto a ellos en cada votación parlamentaria, numerosos grupos regionalistas, nacionalistas, independentistas y hasta herederos de Batasuna, dan soporte al Gobierno de la nación a la que quieren desmembrar. Alfredo Pérez Rubalcaba, antecesor de Sánchez al frente del PSOE, bautizó ese engendro como "gobierno frankenstein".

Su balance como titular de Derechos Sociales es la llamada ley Rhodes en defensa de la infancia, y el desbloqueo de 700 millones para la Dependencia. Poco balance concreto para tanto ruido como provocó, exigiendo acelerar el Ingreso Mínimo Vital para salir en la foto de un proyecto que era de la cartera de Seguridad Social, o para regular los alquileres.

Por ahora, el primero de esos proyectos es todavía un fiasco, con sólo un 20% de beneficiarios sobre las peticiones presentadas. El segundo, un fracaso en toda regla, porque prometió tenerlo antes de irse del gobierno, y aún sigue pendiente.

El 19 de marzo de 2020, Iglesias anunció que asumía el mando único de todos los centros de mayores, pero nunca llegó a visitar ninguno. Ni en la primera ola, ni después de ésta... nunca. Ante el clamor, Iglesias llegó a explicar que había asumido el control para "dar más poder a las Comunidades Autónomas" y para "mandar a la UME a desinfectar los centros". La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, negó lo primero y la ministra de Defensa, Margarita Robles, lo segundo. Más de 30.000 ancianos perdieron allí la vida desde el inicio de la pandemia.

A lo largo de esta década de la carrera política de Iglesias cayó también, ¡precisamente con un nuevo 'código ético'!, la prohibición de simultanear dos cargos, lo que hizo posible que, al llegar al Gobierno con Sánchez, Iglesias y su pareja, Irene Montero, simultanearan las carteras ministeriales con el escaño del Congreso. Lejos quedaba Vistalegre II (2017), cuando el propio Iglesias anunció —tras denunciar las bases que Ramón Espinar acumulaba el cargo de senador y de diputado regional— una reforma para impedirlo: "Tenemos un problema con la acumulación de cargos", dijo entonces. Años después, eliminó la prohibición. A Espinar lo había eliminado antes.

En la travesía de Sol a Galapagar, también se perdió por el camino la limitación salarial, otra de las propuestas estrellas del Podemos originario de 2014. El nuevo código ético de Podemos eliminó el límite de dos salarios mínimos interprofesionales y medio para sus cargos. "Sería de vergüenza que nosotros, elegidos por los ciudadanos, digamos: 'No. Al tiempo que usted va a cobrar 645€, que es el salario mínimo, yo voy a cobrar 8.000€...'. Usted es casta", aseguraba Pablo Iglesias en una entrevista a Ana Pastor en La Secta cuando era Eurodiputado. Hoy, y durante 15 meses, cobrará una indemnización de 5.316€/mes como ex-vicepresidente del Gobierno.

Las puertas giratorias también volvieron a abrirse en cuanto Iglesias y Unidas Podemos llegaron al poder. “¿Sabéis lo que hacen las eléctricas para tener más poder que los diputados? Comprarse ministros y presidentes. Voy a leer una lista, a ver si sale en algún telediario: Luis de Guindos, dirigente del PP y de Endesa; Elena Salgado, dirigente del PSOE y de Endesa; José María Aznar, dirigente del PP y de Endesa; Manuel Pizarro, dirigente del PP y de Endesa; Pío Cabanillas, dirigente del PP, también comprado por Endesa..." Eso decía Iglesias en la campaña electoral de abril de XX.

Con él de vicepresidente, el Gobierno colocó a la ex-ministra de vivienda, Beatriz Corredor, al frente de Red Eléctrica Española con un sueldo de más de medio millón de euros, el mayor de toda la Administración. "Traicionar a la patria es utilizar un ministerio o una presidencia para acabar en un consejo de administración", clamaba en su día el entonces secretario general de Podemos.

Igual que clamaba contra las cloacas del Estado. Cuando se desvelaron los audios del comisario Villarejo con la fiscal Dolores Delgado y el ex-juez Baltasar Garzón, Iglesias exigió la dimisión de la ministra de Justicia: "Alguien que se reúne de manera afable con un personaje de la basura de las cloacas de Interior en nuestro país debe alejarse de la vida política porque hace daño a la mayoría que protagonizó la moción de censura". Solo 18 meses después defendía su nombramiento como fiscal general del Estado de su propio Gobierno. Para justificar su cambio de postura dijo que la ministra se había disculpado. Una fake de libro. Esa disculpa nunca se produjo.

Pero las ‘renuncias’ no solo han sido en el plano político, también en el personal. Y de casi todas hay testimonio. Como cuando, en un reportaje en Vallecas aseguraba que nunca se iría de su barrio y que desconfiaba de “este rollo de los políticos que viven en Somosaguas, que viven en chalés, que no saben lo que es coger el transporte público…”. Su ‘fuga’ de Vallecas a un chalé en Galapagar fue el colofón a sus ‘traiciones’ y marcó, según muchos de sus colegas, el declinar definitivo de Iglesias.

Cuando Iglesias decidió dejar el Ejecutivo, poniendo rumbo a su suicidio político como candidato a la presidencia de la CAM, recuperó el ánimo que había perdido durante sus meses en el Ministerio. Se grabó un vídeo en el despacho de su Ministerio para anunciar su decisión, y se ganó una amonestación de la Junta Electoral; retomó su febril actividad en Twitter, su arma de comunicación masiva en los viejos tiempos, dio vuelo a un vídeo suyo encarándose a unos supuestos neonazis en Coslada... y acusó a Ayuso de haber "mandado a sus cachorros" para amedrentarle.

Iglesias siempre ha tenido claro que la política, para él, es comunicación. "El periodismo es un arma para disparar", afirmaba. Ése es ahora su destino, hacer "periodismo crítico". Ahora quiere hacer una serie sobre la Monarquía, nada que nos sorpenda porque es bien sabido que el objetivo de Iglesias siempre fue cargarse la Constitución. Desde que elaboró su primer programa electoral, Podemos ha jugado a traducir la respuesta social que supuso el 15-M, como protesta de los indignados en la crisis de 2008, en la impugnación del régimen... pero a su manera. Un proceso destituyente, más que constituyente; reventarle las costuras al sistema, desde la Carta Magna a la unidad territorial.

Con el caldo de cultivo del paro, los desahucios y los recortes, Iglesias buscó aunar todas las voluntades en un movimiento comprensivo con los independentismos, el republicanismo o el anticapitalismo. Había que "tomar el cielo por asalto" y "descerrajar el candado del 78".

Cualquier cosa valía para hacer ruido. Afirmaciones altisonantes, amenazas al Príncipe de Asturias en Twitter, escraches callejeros y en la Facultad, parar desahucios, rodear el Congreso... una hemeroteca que luego se le volvería en contra: "¿Entregarías la política económica del país a quien se gasta 600.000€ en un ático de lujo?", publicó en su Twitter para criticar al ministro Luis de Guindos (PP). Años después, él gastó exactamente la misma cifra en su chalé de Galapagar.

Y así, subido a esa fuerza de los movimientos sociales, conquistó 71 diputados en su primera cita con unas elecciones generales... que nunca le sirvieron de nada.

Iglesias ha señalado a jueces, a periodistas y a rivales políticos. Ha puesto en solfa las instituciones, de la Justicia a los medios de comunicación, del sistema financiero a la Policía, de las grandes empresas al Rey.

Y es que si había una investigación judicial, como la del 'caso Neurona', la de los sobresueldos, o la del 'caso Dina' (que aún le persigue), el magistrado era machacado en prensa, radio, televisión e internet por sus colaboradores. Si a él se le criticaba en los medios, Iglesias deslizaba nombres de periodistas en la mesa del Consejo de Ministros. Y si el Rey defendía la Constitución tras el golpe independentista del 1-O, el vicepresidente lo acusaba de haber tomado partido "contra uno de los bandos".

Iglesias no sólo ha defendido la autodeterminación de Cataluña -como un soberanista más-, también ha sostenido ya como socio de Gobierno que "España no es una democracia plena" porque hay políticos presos culpables de sedición. De hecho, el ahora dimitido líder de Podemos llegó a negociar los Presupuestos del primer Gobierno de Sánchez en la cárcel de Lledoners, de visita a Oriol Junqueras.

Pablo Iglesias dilapidó la respuesta social del 15-M al convertirse él mismo en la élite retrógrada que criticaba. Desde entonces, muchos no volverían a creer en él. Ni cuando, el 28 de abril pasado, se comprometía públicamente a seguir en la Asamblea de Madrid si no ganaba el 4-M y a dejar el liderazgo de Podemos en 2023. El mismo día 4 de mayo anunció que no recogería el acta y que dejaba la formación morada.

Por ello, cuando el pasado día 12 de mayo, en un posado con su periodista de cabecera (libro incluido) filtraba su nuevo look, algunos recordamos las veces que prometió que nunca se cortaría la coleta. “Es mi seña de identidad y seguirá conmigo”. Hoy quedarán en la hemeroteca el recuerdo de aquellas elecciones europeas de hace 7 años, en las que Podemos irrumpió con su efigie (coleta al viento) por logotipo, y en las que sacudió el mapa político cosechando 5 escaños.

Hoy, pocos confían en que Podemos sobreviva sin él. No al menos como lo hemos conocido. Hoy, cuando se cumplen 10 años del 15-M, hasta la coleta ha desaparecido. Como la transparencia, la limitación salarial, los vetos a la acumulación de cargos o el apego a su barrio y la aversión por los chalés. Tantas cosas, personas e ideales que acompañaron a Iglesias y al nacimiento de Podemos y que se han perdido por el camino. ¿Le veremos con ‘fachaleco’?




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