El 14 de Marzo nuestras vidas cambiaron para siempre. De la noche a la mañana nos privaron de nuestra libertad encerrándonos en nuestras casas, y ahora nos limitamos a ver pasar la vida desde nuestros balcones (quienes tengan la suerte de tenerlo).
Esos ansiados balcones, que antes eran simplemente un espacio donde fumar, o en los que se almacenaban macetas, fregonas y ropa tendida, cobran ahora una importancia especial.
Y es que los balcones se han convertido durante el confinamiento en nuestra pequeña parcela de encuentro con el mundo, en un intento de burlar el cerrojo que nos impide bajar a la calle en libertad.
Algunos los utilizan para caminar y hacer un poco de ejercicio al aire libre; otros simplemente para alzar la vista al cielo y respirar un poco de aire fresco en una breve (pero intensa) huida mental de la reclusión; y otros recrean el ambientillo de los bares en sus balcones, en un nostálgico deseo de vuelta a la normalidad.
En tiempos de coronavirus, nuestras ventanas, terrazas y balcones se han convertido también el epicentro de nuestra limitada vida social.
La mayoría de ciudadanos esperan impacientes a que lleguen las 8 de la tarde para salir, puntuales, a dar ese aplauso colectivo que rinde homenaje y agradecimiento a todos los que trabajan en la lucha contra el Covid-19. Sin duda, un bonito gesto simbólico al que ya se le atribuyen beneficios psicológicos, porque sentimos que estamos aportando nuestro granito de arena en esta lucha y nos damos cuenta de que no estamos solos en todo ésto.
En esa especie de realismo mágico que se da cita en los balcones cada tarde, se celebra qué, ¿el encierro forzado? ¿la muerte visitadora de residencias de ancianos? ¿el hundimiento de la economía? Vemos un homenaje corrompido, al fin un ejercicio de imbecilidad. Si bien el aplauso, en la España atribulada, está hace tiempo viciado, tocado por un retorcimiento estético, cuando en los funerales la gente se arranca a vitorear con las manos mientras el muerto desfila hacia la tierra negra. Está de igual modo extendida la mansedumbre, sometimiento a la cultura de lo colectivo, convertida en cárcel ideológica. La actual desgracia que vivimos debiera quizás alertarnos de unos males que, en ningún caso, autorizan el aplauso, sino un silencio meditado y crítico.
Los escandalosos de balcón
Desde luego, durante esta cuarentena la gente está agudizando al máximo su ingenio, y es en terrazas y balcones de toda España donde se está alcanzando la máxima expresión artística, surrealista y humorística.
Atención porque, en un desmesurado (e inentendible) afán por "dar la nota", llegan los escandalosos del balcón. Esos que montan su fiesta particular con altavoces y amplificadores a todo gas, vociferando, cantando a grito pelado -comenzando por el Resistiré (que ya se ha erigido como el "himno oficial" de la pandemia), y prosiguiendo con una discoteca móvil al más puro estilo Caribe Mix.
¡Y qué decir de los que sacan su repertorio operístico o sus dotes instrumentales a ritmo de tambor, flauta, o trompeta! Todo vale. A mayor ruido, mayor notoriedad y status alcanzarás entre tus vecinos.
¡Y qué decir de los que sacan su repertorio operístico o sus dotes instrumentales a ritmo de tambor, flauta, o trompeta! Todo vale. A mayor ruido, mayor notoriedad y status alcanzarás entre tus vecinos.
También los hay que pasan la tarde echando suertes en una auténtica bacanal de bingo a pleno pulmón, y los dispuestos a practicar las nuevas "coreografías del apocalipsis" mientras, micrófono en mano, jalean a todo el vecindario animando a unirse al bailecito. ¡Arriba esa España de fiesta! Como si no pasara nada, como si nuestro país no estuviera inmerso en un auténtico drama sanitario, social y económico.
Ayer leía con estupor la iniciativa del Cine de balcón impulsada por el Ayuntamiento de Madrid. Pantallas gigantes para proyectar películas en 22 puntos de la capital con una potencia de sonido de ¡entre 1.000 y 2.500 watios!
¿Estamos locos o qué? 😱 Vale que nos tomemos esto del confinamiento con cierta dosis de alegría y buen humor y que no nos dejemos caer en el desánimo, pero todo este show del balcón me parece de lo más egoísta e irresponsable.
¿Te has parado a pensar que quizás tu vecino esté enfermo o convaleciente? Dudo que tenga cuerpo ni ganas para fiestas, y mucho menos, para aguantar tu "música de balcón" a todo volumen.
¿No has pensado que, a lo mejor, hay médicos, enfermeros, transportistas, barrenderos, policías... que han trabajado durante la noche y que precisan silencio para poder dormir durante el día? ¿O que, simplemente, llegan a sus hogares agotados, derrotados ante la frustración que viven a diario, y que quieren necesitan su refugio de calma para poder descansar?
¿Y si el padre de tu vecino acabara de fallecer por coronavirus, solo, sin poder siquiera despedirse? ¿Crees que a tu vecin@ le haría ilusión vocear contigo el Aserejé?
El guateque de las ocho de la tarde se extiende hasta las nueve, hora en la que los españoles estamos llamados a nuestros balcones para hacer una cacerolada protesta contra la nefasta gestión del Gobierno en esta crisis (hashtag #cacerolada21h) y pedir su dimisión en bloque. El clamor de los utensilios de cocina como medida de protesta por mentirnos, porque conocían el riesgo desde enero, porque nuestros sanitarios trabajan desprotegidos, por la muerte de miles de españoles y por la ruina económica que han provocado
Los chivatos del balcón
Otro de los nuevos fenómenos sociales que se están dando en esta España de confinamiento es el de los chivatos del balcón. Esas personas que, carentes por completo de empatía, sacan al policía que llevan dentro para espiar y prejuzgar a sus vecinos desde una absoluta arbitrariedad y con un desconocimiento absoluto de la situación personal de su víctima.
Apostados en sus balcones, descubren transeúntes sospechosos de romper el confinamiento, ojo avizor, con miradas reprobatorias y móvil en mano con el que atestiguar sus vídeo-denuncias, prestos a echar una mano a la autoridad. ¡Como si no tuviéramos ya suficiente represión policial en nuestras calles! Y es que esta actitud individualista de la Gestapo de los balcones está incentivada en buena parte por la militarización de las calles y el uso de la ley mordaza.
No son hechos aislados. Los casos de acoso desde las ventanas son cada vez más frecuentes. Salva patrias que nos protegen del virus a través de insultos, amenazas, vejaciones, linchamientos, e incluso lanzando todo tipo de objetos a personas que están en la calle.
Puede que te toque a ti, cajera de un supermercado, que va rumbo al trabajo; o a tu marido, que regresa a casa tras conducir durante 8 horas un tráiler cargado de material sanitario; o quizás a tu hermana, que como no tiene con quien dejar a su hija de 4 años, tiene que llevarla con ella al salir a la compra; incluso a tu madre, que necesita acercarse a la farmacia a por sus medicinas mensuales. Da igual, eres presuntamente culpable.
Hemos llegado a un punto en el que niños con autismo o con otros trastornos de conducta (que SÍ tienen permitido salir a la calle a dar un paseo, acompañados de un adulto) son estigmatizados al verse obligados a llevar un distintivo azul o morado para evitar ser increpados por sus vecinos, esos justicieros del balcón.
El virus de la prepotencia y el morbo de sentirse con la autoridad de dar órdenes a la gente ha arraigado fácil entre muchas personas que se meten donde no les llaman. Eso sí, alegando que lo hacen por nuestro bien, pero sin tener en cuenta que la inmensa mayoría de las personas que salen a la calle en esta cuarentena, exponiéndose al contagio, no lo hacen por placer. En la mayoría de los casos, estas lapidaciones públicas están ejecutando a inocentes.
Pero... ¿Qué empuja a estos chivatos del balcón a insultar y amedrentar a personas cuya presencia en la calle les resulta sospechosa? El agravio comparativo. España lleva ya un mes de confinamiento y ésto genera una alta dosis de frustración y malestar creciente que puede tener severas consecuencias psicológicas para muchos. La experiencia del confinamiento está poniendo contra las cuerdas muchas dimensiones de nuestra vida social y emocional. Día a día, la alegría y el positivismo que se vivía al principio parecen ir desgastándose. ¡Y ésto no ha hecho más que empezar!
Y yo me pregunto: cuando esto pase, ¿seguiremos en modo "patio de colegio", vigilándonos mutuamente, acusándonos de no cumplir ciertas normas, increpándonos, denunciándonos, distanciándonos?
Quizá buscando inmunizarnos del virus podríamos estar inmunizándonos de lo social, matando el vínculo en vez de la enfermedad.