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Míster pandemia

Ha pasado ya un año. Fue el 31 de enero de 2020 cuando Fernando Simón compareció por primera vez ante los medios para hablar de ese virus localizado en la remota China. Entonces, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad dijo que apenas lo notaríamos, pero 50.000 muertos 'reconocidos' (85.000, según datos estadísticos), 2 millones largos de infectados y unos confinamientos que han hundido la economía nacional, le han dejado sin crédito. Pero Míster Pandemia ahí sigue, y en ningún momento ha expresado su intención de abandonar.

Ni siquiera al echársele en cara sus fallos garrafales en los anuncios y recomendaciones a la población, como cuando en las primeras semanas quitó importancia al virus, o cuando cuestionó la necesidad de utilizar mascarillas, o cuando retrasó su reconocimiento de la transmisión por aerosoles, o cuando presumió del inexistente comité de expertos y se negó a dar sus nombres… cuando en enero ha culpado a la población del aumento de casos por pasarlo “demasiado bien” en Navidad, o cuando a principios de febrero ha vaticinado que "es posible que haya una cuarta ola pero será más corta y de menos envergadura" (se refiere a la quinta ola).

Fernando Simón ha sido la cara y el reflejo de la gestión en España del coronavirus. Cada decisión tomada era una decisión errónea y el tiempo ha demostrado -y lo sigue haciendo- que no está capacitado para semejante responsabilidad.

Míster Pandemia ha encarnado al personaje más indecente en este drama mortal llegado de China y del que ahora se representa el cuarto acto. Simón, con esa voz ronca como una corneja, mangoneaba estadísticas, hilvanaba teorías, improvisaba conclusiones, ejercía de capitán de la nave de los locos, el contramaestre de una pesadilla que acabó condenando a todo un país al irremisible naufragio en una noche negra y eterna.

Sus vacaciones surfistas en Portugal mientras miles de españoles estaban confinados por la segunda ola, su pose de motero para un reportaje en El País Semanal y su participación en el programa de Jesús Calleja fueron algunos episodios polémicos en torno a Fernando Simón, que para lo malo y lo peor sigue informándonos del devenir de la pandemia.

Una exposición mediática sin precedentes de la que Simón ha salido muy quemado. Han pedido su dimisión colectivos médicos y sanitarios. También políticos de la oposición. De la división entre los admiradores, casi fanáticos, por su aspecto de científico despistado y los detractores que le reprochan sus mensajes erráticos, confusos y apegados a la línea política y propagandística del Gobierno, se ha pasado ahora una indiferencia casi general hacia todo lo que dice.

De todas las cepas conocidas o por venir, la más letal es la que contagia mentiras, que ha matado mucho a lo largo de la Historia. ¿Cuántos contagios, si no vidas, han dependido de las maniobras del doctor Simón, al dictado del Gobierno? El humor español, casi siempre ingenioso, ya ha agotado su repertorio para soportar la desgracia que nos supone Simón. Lo innecesario es capital, lo leve es grave, la recta es curva y la sima, cumbre. La cepa británica era la Navidad desbocada —“sabíamos que iba a pasar”— pero ahora lo “marginal” que sería la cepa británica es “dominante” y si te he visto no me acuerdo.

Mientras la cuarta ola de coronavirus está asolando nuestro país con mayor virulencia que la primera, el hombre cuyo mayor logro ha sido que los españoles hagamos exactamente lo contrario de lo que deberíamos, sigue al timón de la crisis sanitaria. En cualquier lugar del mundo, este sujeto estaría en la calle por inepto e incompetente, incompetencia que ha quedado patente cada semana desde hace un año, pero su defensa a ultranza del Gobierno le ha asegurado su puesto de trabajo, a pesar de que sus nefastos pronósticos han disparado los contagios y las muertes.

Fernando Simón alcanzó su condición de intocable por dos razones. Maneja como nadie la herramienta favorita de este Gobierno que es la mentira, valor que cotiza al alza en el territorio de Iván Redondo. Ni pestañea, ni se sonroja, ni balbucea cuando expele esa larguísima sarta de falsedades con las que se ha conducido desde hace un año sin apenas contratiempos. Más bien, elogios y aplausos. Apenas ha acertado en sus augurios, pero no ha fallado en ni una de sus trolas. La otra razón para su supervivencia política es su condición de fusible humano que habrá de saltar cuando corresponda.

Ahora estamos inmersos en la cuarta ola, con la curva de contagios disparada en vertical por culpa de la ausencia de un plan nacional común, de este caos de 17 taifas afrontando la peor crisis sanitaria del último siglo. ¿De qué sirve el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, si luego son las Comunidades Autónomas las que deciden qué hacer o qué no hacer?

Nuestros políticos son un mal chiste y Simón el mayor exponente de todos. Es hora de que deje paso a alguien más capacitado, por el bien de los españoles. Sra. ministra de Sanidad: la incompetencia de Fernando Simón cuesta vidas. ¡Destitúyalo! [Puedes firmar la petición en Hazteoir.org]

La querella criminal que una asociación de víctimas del coronavirus acaba de presentar contra él y contra el ex-ministro Salvador Illa por varios delitos (entre ellos prevaricación administrativa, contra los derechos de los trabajadores e imprudencia grave con resultado de muerte) es el broche a un año de pandemia señalado por una gestión errática con errores de bulto, que le han valido la enemistad de la práctica totalidad del sector sanitario. Pero Míster Pandemia sigue adelante, impertérrito.

Aunque ahora camina con tiento. Con la salida de Illa del ministerio de Sanidad a candidato a la Generalitat catalana ha perdido parte de su blindaje, su escudo protector. Evita los pronósticos y ni siquiera es capaz de confirmar en qué mes cae la Semana Santa. Nada de cábalas ni sortilegios. Después de tanta mentira, procura no pillarse los dedos. Demasiado tarde, doctor bacterio.


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