En esta pandemia nos han tratado como a adolescentes, con un alto grado de paternalismo. Tras suavizar las restricciones y decirnos que disfrutáramos (con ciertos límites) de la Covidad, ahora ha llegado el momento de la regañina ante la resaca. Está claro que existe la responsabilidad individual. Si estas navidades no hubiéramos salido de casa para nada, ni para ir a tiendas ni para visitas familiares, la curva no estaría disparada. Pero no podemos obviar el papel de los gobiernos, los autonómicos y el central, ni podemos desatendernos de los mensajes continuos de ánimo al consumismo y a salvar la Navidad.
De poco sirve que ahora Fernando Simón se ponga en el papel de padres de adolescentes y venga a regañarnos. “Lo hemos pasado quizá mejor de lo que debíamos haberlo hecho y ahora tenemos que asumir lo que va a suceder”, ha dicho hoy. “Mucha copilla en nochevieja, ahora toca joderse”, le faltó decir. Como si todo el mundo hubiera sido irresponsable. Como si los únicos culpables fueran los ciudadanos, cuando la gran mayoría, seguramente, hemos cumplido con las restricciones vigentes. Seguramente la relajación de las medidas ayudó a expandir el virus, pero de eso no tenemos la culpa los ciudadanos sino el Gobierno. El pueblo ha hecho lo que le han dejado hacer, ni más ni menos.
Entiendo que ante el repunte de casos adopten nuevas medidas, que salgan a anunciarlas dándole un rigor a la altura de las necesidades, pero no pueden usar todo el rato un tono de regañina, como si fueran padres enfadados que quieren aplicarnos un castigo. Porque no, no son castigos, son medidas con las que se intenta frenar el virus, y se imponen porque la curva se ha disparado en Enero.
Y por cierto, ¿a qué se dedicaban antes todos los policías que hay movilizados para implantar un estado policial y que la gente no se salte el toque de quede, o se vaya a sus segundas residencias? O mejor dicho, ¿qué están dejando de hacer a cambio de suprimir los derechos fundamentales de los españoles?
Si utilizas ese tono paternalista, si hablas a la población como si fueran críos y haces ver que las restricciones son correctivos en vez de necesidades, provocas que la gente se harte, se canse y sienta que están jugando con ellos. Que se les impone, no que se les protege. Al menos a mi me pasa eso, y cualquier nueva restricción (más allá de lo absurdas que son) me causa el rechazo más absoluto. Ya va siendo hora de tratar a la población como adultos.
No es nada nuevo, lleva sucediendo desde el inicio de la pandemia. En todo momento se nos habla con condescendencia. Como si los términos utilizados, las necesidades y las decisiones fueran demasiado difíciles para nosotros, el pueblo inculto y asustado.
El episodio de las mascarillas fue un claro ejemplo. De decirnos que no eran necesarias, incluso perjudiciales, a hacerlas obligatorias. Pasamos del “mascarilla caca” a “mascarilla es buena”. Luego se nos dijo que no podían recomendárnoslas porque no había suficientes. ¿Tan difícil es explicar eso en el momento? ¿Tanto cuesta tomarnos como adultos y contarnos la verdad? Es irritante ese comportamiento.
Lo mismo sucede con las mayores o menores restricciones. Dicen que siempre responden a lo aconsejado por los 'expertos epidemiológicos'. Permitidme que lo dude bastante. Más allá de que no sabemos las identidades de estos consejeros (¿éstos sí existen?), lo cual podría ayudar a confiar más en las decisiones adoptadas, es difícil creer que sobre su opinión se tomen determinadas decisiones. Sobre todo, porque otros expertos, que sí ponen su nombre y su apellido, destacan a menudo en los medios que es necesario tomar medidas más serias, que se deberían haber “cancelado” las navidades y han pedido implantar un confinamiento domiciliario como el de marzo.
Otra cosa es que se intente jugar con la evolución de la curva para no dañar más la economía y el empleo. Entonces, ¿por qué no explicarlo? ¿Por qué no decir que las decisiones responden a términos económicos más que epidemiológicos? ¿Otra vez piensan que no lo entenderíamos? Es sencillo, se ha demostrado que para frenar el virus lo mejor es parar todo. Como no es posible, los responsables políticos van 'jugando' con la curva y, dependiendo cómo esté, abren más o menos la mano.
Sucede igual con la imposibilidad de visibilizar la gravedad de lo que ha sucedido en el último año. El ser humano tiene una gran capacidad de adaptabilidad y nos hemos acostumbrado a las cifras, tanto de contagios como de muertos. Nos pueden preocupar más cuando sube la incidencia acumulada porque sabemos que va a afectar a nuestras libertades, pero, si no hay un caso cercano, ya no mostramos la misma preocupación que en marzo o abril del año pasado.
Los responsables deberían buscar la manera de visibilizar el drama que está suponiendo más allá de repetir eslóganes y reprimendas los ciudadanos. No sé si la solución pasa por buscar el morbo con imágenes de ataúdes o de personas intubadas, pero de alguna manera es necesario transmitir la dureza que está suponiendo esta pandemia para muchas familias, para muchos sanitarios y para nuestro sistema público de salud.
Pero si los poderes políticos han decidido que hay un número de muertos y de ingresos en hospitales asumibles para que siga funcionando la vida y la economía, ¿cómo puedes lograr que las personas asuman que hay un riesgo elevado y unas posibles secuelas? Difícil. ¿El problema? Que los más vulnerables son los que más se exponen y, en lugar de hablarles como adultos y explicar la realidad tal y como es, siguen hablando con condescendía y riñéndonos cuando la curva se dispara.
Si somos adultos para afrontar los riesgos del virus, tanto física como psíquica y económicamente, también lo somos para que los Gobiernos nos hablen con sinceridad, con claridad y se ahorren los paternalismos. Porque tal vez seamos marionetas en sus manos, pero, como sigan así, muchos vamos a cortar los hilos.
De poco sirve que ahora Fernando Simón se ponga en el papel de padres de adolescentes y venga a regañarnos. “Lo hemos pasado quizá mejor de lo que debíamos haberlo hecho y ahora tenemos que asumir lo que va a suceder”, ha dicho hoy. “Mucha copilla en nochevieja, ahora toca joderse”, le faltó decir. Como si todo el mundo hubiera sido irresponsable. Como si los únicos culpables fueran los ciudadanos, cuando la gran mayoría, seguramente, hemos cumplido con las restricciones vigentes. Seguramente la relajación de las medidas ayudó a expandir el virus, pero de eso no tenemos la culpa los ciudadanos sino el Gobierno. El pueblo ha hecho lo que le han dejado hacer, ni más ni menos.
Entiendo que ante el repunte de casos adopten nuevas medidas, que salgan a anunciarlas dándole un rigor a la altura de las necesidades, pero no pueden usar todo el rato un tono de regañina, como si fueran padres enfadados que quieren aplicarnos un castigo. Porque no, no son castigos, son medidas con las que se intenta frenar el virus, y se imponen porque la curva se ha disparado en Enero.
Y por cierto, ¿a qué se dedicaban antes todos los policías que hay movilizados para implantar un estado policial y que la gente no se salte el toque de quede, o se vaya a sus segundas residencias? O mejor dicho, ¿qué están dejando de hacer a cambio de suprimir los derechos fundamentales de los españoles?
Si utilizas ese tono paternalista, si hablas a la población como si fueran críos y haces ver que las restricciones son correctivos en vez de necesidades, provocas que la gente se harte, se canse y sienta que están jugando con ellos. Que se les impone, no que se les protege. Al menos a mi me pasa eso, y cualquier nueva restricción (más allá de lo absurdas que son) me causa el rechazo más absoluto. Ya va siendo hora de tratar a la población como adultos.
No es nada nuevo, lleva sucediendo desde el inicio de la pandemia. En todo momento se nos habla con condescendencia. Como si los términos utilizados, las necesidades y las decisiones fueran demasiado difíciles para nosotros, el pueblo inculto y asustado.
El episodio de las mascarillas fue un claro ejemplo. De decirnos que no eran necesarias, incluso perjudiciales, a hacerlas obligatorias. Pasamos del “mascarilla caca” a “mascarilla es buena”. Luego se nos dijo que no podían recomendárnoslas porque no había suficientes. ¿Tan difícil es explicar eso en el momento? ¿Tanto cuesta tomarnos como adultos y contarnos la verdad? Es irritante ese comportamiento.
Lo mismo sucede con las mayores o menores restricciones. Dicen que siempre responden a lo aconsejado por los 'expertos epidemiológicos'. Permitidme que lo dude bastante. Más allá de que no sabemos las identidades de estos consejeros (¿éstos sí existen?), lo cual podría ayudar a confiar más en las decisiones adoptadas, es difícil creer que sobre su opinión se tomen determinadas decisiones. Sobre todo, porque otros expertos, que sí ponen su nombre y su apellido, destacan a menudo en los medios que es necesario tomar medidas más serias, que se deberían haber “cancelado” las navidades y han pedido implantar un confinamiento domiciliario como el de marzo.
Otra cosa es que se intente jugar con la evolución de la curva para no dañar más la economía y el empleo. Entonces, ¿por qué no explicarlo? ¿Por qué no decir que las decisiones responden a términos económicos más que epidemiológicos? ¿Otra vez piensan que no lo entenderíamos? Es sencillo, se ha demostrado que para frenar el virus lo mejor es parar todo. Como no es posible, los responsables políticos van 'jugando' con la curva y, dependiendo cómo esté, abren más o menos la mano.
Sucede igual con la imposibilidad de visibilizar la gravedad de lo que ha sucedido en el último año. El ser humano tiene una gran capacidad de adaptabilidad y nos hemos acostumbrado a las cifras, tanto de contagios como de muertos. Nos pueden preocupar más cuando sube la incidencia acumulada porque sabemos que va a afectar a nuestras libertades, pero, si no hay un caso cercano, ya no mostramos la misma preocupación que en marzo o abril del año pasado.
Los responsables deberían buscar la manera de visibilizar el drama que está suponiendo más allá de repetir eslóganes y reprimendas los ciudadanos. No sé si la solución pasa por buscar el morbo con imágenes de ataúdes o de personas intubadas, pero de alguna manera es necesario transmitir la dureza que está suponiendo esta pandemia para muchas familias, para muchos sanitarios y para nuestro sistema público de salud.
Pero si los poderes políticos han decidido que hay un número de muertos y de ingresos en hospitales asumibles para que siga funcionando la vida y la economía, ¿cómo puedes lograr que las personas asuman que hay un riesgo elevado y unas posibles secuelas? Difícil. ¿El problema? Que los más vulnerables son los que más se exponen y, en lugar de hablarles como adultos y explicar la realidad tal y como es, siguen hablando con condescendía y riñéndonos cuando la curva se dispara.
Si somos adultos para afrontar los riesgos del virus, tanto física como psíquica y económicamente, también lo somos para que los Gobiernos nos hablen con sinceridad, con claridad y se ahorren los paternalismos. Porque tal vez seamos marionetas en sus manos, pero, como sigan así, muchos vamos a cortar los hilos.