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Blue Monday (Lunes Negro)

Este 18 de enero, tercer lunes del año, se ha ganado todo el derecho a ser considerado un auténtico Blue Monday colectivo. O Lunes Negro, como se ha traducido aquí al día más triste del año. La idea viene de una ecuación en la que un antiguo profesor de la Universidad de Cardiff combinaba diferentes elementos (el clima, las deudas adquiridas durante las navidades o el retorno a las rutinas), y determinó que el tercer lunes de enero es el día más triste del año.

Madrid y parte de la zona centro de la península aún sufren las consecuencias del paso de la tormenta de nieve y hielo Filomena y de su deficiente gestión por parte de algunas administraciones públicas, la polarización del debate público alcanza niveles escandalosos de irresponsabilidad, la cuarta ola de la pandemia de Covid-19 nos pone ante "un muro vertical de contagios", la campaña de vacunación acumula retrasos, las administraciones se descoordinan del todo en sus estrategias contra el coronavirus...

Hoy se han disparado los contagios en todas las comunidades, alcanzando la cifra MÁS ALTA en todo el tiempo que llevamos de pandemia. Como consecuencia, las restricciones aumentan en todos los territorios, no sin polémica. La cogobernanza ha estallado para terminar en los tribunales (en el Supremo) porque Castilla y León ha adelantado el toque de queda a las 8 de la tarde por su cuenta y riesgo, ante la negativa del Gobierno de modificar el decreto del estado de alarma para poder hacerlo. Además, 5 Comunidades han solicitado al Ejecutivo volver al confinamiento de marzo, propuesta rechazada por el Gobierno.

Para más Inri, Pfizer ha anunciado que va a retrasar entre 3 y 4 semanas el suministro de las vacunas (España recibirá hoy solo el 56% de la partida prevista), porque ha decidido que justamente ahora (¿no lo podían prever?) debe renovar una de sus plantas de fabricación más importantes de Bélgica para poder aumentar su producción.

Las cifras del INE avalan una mortalidad real por el Covid en España de más de 82.000 personas a cierre del pasado año, pero Pedro Sánchez se niega a reconocer los datos y sólo admite poco más de 53.000 fallecimientos hasta la actualidad. La rocambolesca escena se ha convertido en el día a día de una manipulación de datos que ha llegado hasta los tribunales. La Justicia ha reclamado los datos oficiales de muertes y contagios por comunidades autónomas al Gobierno -en concreto los de la Comunidad Valenciana- y la respuesta ofrecida en sede judicial por el Ejecutivo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es la siguiente: “Le comunicamos que la competencia en aportar dicha información corresponde a la Conselleria de Sanitat Universal i Salut Pública de la Comunidad Valenciana”. Punto final. Sánchez se niega a admitir los datos. El asunto resulta difícil de explicar en un país que cuenta con una Ley de Transparencia.

En el terreno político, Sánchez ha ofrecido a JxCAT un indulto a los golpistas tras las elecciones catalanas (previstas para el 14 de febrero) a cambio de rebajar la “tensión”.

Y Pablo Iglesias comparó anoche a Carles Puigdemont, huido de la Justicia, con el exilio forzado de miles de republicanos españoles durante el franquismo. El vicepresidente del Gobierno insistió en que en España existen presos políticos y exiliados y no dudó en colocar a los independentistas catalanes al mismo nivel que los combatientes republicanos que salieron de España tras la guerra civil para escapar de la represión política. Surrealista.

Y con este panorama, este lunes triste, este blue monday parece que va a ser más 'blue' que nunca con la sensación generalizada de: "¿Qué más puede pasar?"

La situación mundial derivada del coronavirus va a provocar —y ya lo está haciendo— serios perjuicios al bienestar psicológico de la población, llegando a derivar en serias patologías o trastornos crónicos. Tras casi un año sumidos en una crisis sanitaria sin precedentes parecería lógico comenzar a pensar en sus consecuencias a medio y largo plazo. El constante estado de excepción en el que nos vemos envueltos nos obliga a estar centrados en el corto plazo, en solucionar día a día los problemas que van brotando.

La excepcionalidad de nuestros días tiene como principal efecto nocivo la incapacidad de predecir, planificar ni pensar en un horizonte temporal superior al día a día: de una mañana a la siguiente puede cambiar todo, esto está provocando problemas de ansiedad y estrés al no poder anticipar los cambios. Además, con tantas y cambiantes restricciones, limitaciones y prohibiciones, vivimos en lo que los sociólogos han calidicado como un estado de fatiga pandémica.

Para los jóvenes nuestro futuro ya era incierto antes de todo ésto, sin embargo, con la crisis económica que se está gestando, nuestro devenir va a ser aún más complicado de lo que creíamos. Esta visión de un futuro negro y desconocido está generando un desaliento sin igual, incluso depresión.
Pero los efectos psicológicos van a ir más allá de la depresión, ansiedad o estrés. También se puede producir un auge de la fobia social: este estado de aislamiento y elusión del contacto físico podría generar un reparo —también temor— a la interacción con otras personas.

De la sociedad y sus imposiciones otro problema: el postureo optimista y el silencio. Consignas como: “Todo saldrá bien”, “De esta salimos mejores”, “Resistiré”... lo único que consiguen es que aquellos que no se encuentran bien, sientan que es su problema, que algo no están haciendo correctamente, y los sume en el silencio, guardan sus emociones y dolores para sí mismos, lo cual puede desembocar en una metástasis sentimental que acabe con su socavada salud mental.

En fin: quienes hace nada creían que 2021 nos haría olvidar pronto el infausto 2020 quizás ya se estén temiendo no un Blue Monday, sino una Blue Week, un Blue January... ¿un Blue Year?. Tal es el reto que afrontamos en un clima colectivo de pesimismo.


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