Lo de este Gobierno no tiene precedentes en cuanto a ocultación y falta de transparencia. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias están empeñados en vender las falaz idea que la segunda ola de la pandemia se ceba casi en exclusiva en los jóvenes, que en su inmensa mayoría son asintomáticos. Es una forma, muy taimada, de esconder la trágica realidad: existe un exceso de mortalidad de 4.673 personas mayores de 70 años (respecto al año pasado) entre los meses de julio y agosto.
El Gobierno del Bulo sigue practicando la misma estrategia que durante el confinamiento: los mayores de 70 años fallecidos en los dos últimos meses han sido borrados de las estadísticas del Ministerio de Sanidad para trasladar el mensaje de que el coronavirus es mucho más benigno y sólo afecta a la juventud. La segunda ola de mentiras crece y crece.
Seis meses después de que comenzara la pandemia de Covid en nuestro país, todavía no existe una contabilidad oficial clara sobre las víctimas del coronavirus (ni la habrá). En marzo y abril, mientras los cuerpos se apilaban en las morgues improvisadas, mientras descansaban tirados sobre las camas de sus habitaciones en las residencias, Salvador Illa y Fernando Simón insistían: "Pero, ¿seguro que tienen el virus, les han hecho un PCR? Porque igual ha sido un accidente enorme que los ha matado a todos”.
Pero eran conscientes de que con su cerrazón a abrir el criterio por el cual SOLO era muerte por coronavirus aquel que tenía un diagnóstico confirmado por PCR, se iban a dejar a buena parte de la población afectada. No solo a los miles de muertos derivados del colapso de las urgencias, el retraso en la atención y los problemas que puede provocar un confinamiento tan severo en grupos de exclusión social, también a los que tenían la metralla, es decir, el virus, en su cuerpo... Pero fue imposible averiguarlo porque durante más de un mes y en las zonas más afectadas, no había equipos para realizar tests PCR ni en los propios hospitales.
La búsqueda de un criterio objetivo para determinar la causa de la muerte tiene un sentido, por supuesto. La OMS también buscó en un principio que los países determinaran el número exacto de fallecidos con pruebas objetivas, hasta que lo dio por imposible. El tsunami se llevó la teoría por delante. Inmediatamente, el máximo órgano sanitario cambió su definición de caso: aquel que ha dado positivo en una prueba diagnóstica... o cuyos síntomas son compatibles con la enfermedad. Algo que, por cierto, ya llevaban tiempo haciendo Bélgica, Francia y Estados Unidos.
España, no. El ministerio se agarró al criterio como si fuera un libro sagrado y lanzó gritos de "¡hereje!"a todo aquel que discrepara. El problema es que a sus falseados datos oficiales, pronto empezaron a confrontarse los datos oficiales de las comunidades autónomas, los del INE, los del informe MoMo de sobremortalidad.
Acorralados ante tantas evidencias, Illa y Simón no dejaban de repetir la idea inicial: "¿Y cómo sé yo que de verdad se ha muerto por Covid?, ¿cómo me lo podéis demostrar?" Y cuando no valen ni los certificados de defunción firmados por médicos forenses en el contexto de una pandemia, pues claro, ya no vale nada.
El punto más caliente de esta discusión llegó precisamente cuando pasó el tsunami. Tiene sentido. Nos sentamos y empezamos a contar, y Sanidad, tras semanas y semanas de limpiar datos, anunció que en España habían muerto poco más de 27.000 personas que cumplieran todos los requisitos burocráticos. Era mediados de junio. Se redondeó a 28.000 y se hizo un Funeral de Estado en el patio de la armería del Palacio Real de Madrid.
Esos mismos días, la suma de datos de Comunidades Autónomas daba más de 45.000 fallecidos (contando los certificados de defunción), el MoMo rondaba los 44.000 muertos en exceso durante el período de la pandemia (un 67% más de lo habitual) y el INE anunciaba una cifra que superaba los 48.000 decesos de más respecto a años pasados.
Lo que debería haber sido una discusión estadística, sanitaria, y sobre criterios se convirtió en una lucha política, como siempre: si defendías que la pandemia -con todas sus consecuencias- había matado a 50.000 personas eras un facha. Si defendías que eran solo 28.000, te habías vendido al gobierno podemita.
En esa discusión, debió primar el sentido común: si alguien muere con síntomas de Covid, por genéricos que sean, en medio de una pandemia de Covid y en un centro sociosanitario donde ha habido muchos positivos de Covid, ¿qué posibilidades hay de que en realidad haya muerto de otra cosa?
La ausencia de pruebas se convirtió en prueba de ausencia para maquillar los números y no se ha hecho nada por remediarlo. Por ejemplo, incluso a día de hoy, Sanidad sigue afirmando que en Madrid han muerto 8.818 personas... mientras que la Comunidad defiende que son 9.894 solo en hospitales y 15.737 contando residencias, domicilios y "otros lugares”.
Lo que nos ha enseñado esta pandemia es, para empezar, que España no estaba preparada para su gestión. No había un sistema ágil de recogida de información y envío de esa información a una base de datos común que siguiera unos parámetros comprensibles.
[Actualización 10 de diciembre 2020]. CONFIRMADO. El INE ha dejado retratada la mentira del Gobierno de Pedro Sánchez sobre los fallecidos reales durante la primera ola de la pandemia. La cifra del exceso de muertes durante la primera ola es de 45.648 según el INE (32.652 estarían «identificados» como infectados por el virus y 13.032 serían casos «sospechosos»). Esto es 18.557 personas más que las reconocidas por el Ministerio de Sanidad, que lo ha calificado como un "desvio menor".
Se podría pensar que, ahora que hay suficientes PCR y que es muy improbable que los criterios no converjan, es decir, ahora que todos los sospechosos deberían haber pasado su prueba diagnóstica, las cifras de fallecidos coincidirán entre Sanidad y Comunidades Autónomas. No está siendo el caso. Durante esta segunda ola, el ministerio viene notificando la mitad aproximadamente de los casos que cada semana notifican las consejerías en sus informes. Se supone que es un (inexplicable) problema de actualización de datos, pero uno se empieza a temer lo peor.
«Podría ser o podría no ser una segunda ola», afirmó Fernando Simón a mediados de agosto. Lo cierto es que desde mediados de julio, la mortalidad en España se ha vuelto a disparar.
Desde La Moncloa se ha intentado durante todo el verano quitar hierro a esta segunda sacudida de la pandemia, pero las cifras reales están ahí. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en la segunda ola iniciada en julio se ha producido un exceso de mortalidad de 6.363 personas (dato que será bastante superior cuando se actualicen las cifras de agosto). El Gobierno, sin embargo, solo reconoce de forma oficial 1.359 muertos desde esa segunda semana de julio hasta este momento. ¿Achacarán el resto a las víctimas de accidentes de tráfico por las vacaciones estivales?
La tasa de mortalidad por Covid-19 en nuestro país en la 'nueva normalidad' es de 102,3 fallecimientos por millón de habitantes, según el INE. Aunque pueda parecer baja, supera a la que registraron en la primera ola numerosos países de nuestro entorno, como Alemania, Dinamarca, Austria, Rumanía o Noruega.
En total, los muertos durante la pandemia superan los 53.700, muy por encima de los 29.747 reconocidos de forma oficial al 13 de septiembre.
Según el MoMo, del 20 de julio al 29 de agosto ha habido un exceso de muertes de 4.736 personas, un incremento del 12% sobre lo habitual. Y entre el 9 y el 20 de septiembre fueron 1.512 los fallecidos "de más" (un 11,8% más), pero Sanidad sólo refleja 771 en sus balances. La última actualización, que va desde el 1 de septiembre y hasta el 2 de noviembre, ha habido 10.881 fallecimientos más de los esperados (un 18% de incremento).
Pero es que, aún tomando como ciertas las cifras oficiales de decesos del Ministerio de Sanidad, desde el inicio de la pandemia hasta mediados de octubre, la tasa de mortalidad acumulada es de 708 muertos por millón de habitantes, ocupando España la sexta posición mundial, empatada con Brasil. Si en lugar de contabilizar la cifra ofrecida por el departamento que dirige Salvador Illa se utiliza la del exceso de mortalidad que refleja el INE, nuestro país no ocuparía el sexto lugar del podio mundial, sino el primero, al registrar 1.240,74 muertos por millón de habitantes.
Desde que se desactivó el estado de alarma el 21 de junio, la estrategia del Gobierno de Sánchez cambió radicalmente y empezó a transmitir mensajes triunfalistas, como aquel «hemos derrotado al virus y controlado la pandemia», que lanzó Pedro Sánchez el 4 de julio en pleno ardor electoral.
Luego Fernando Simón corroboraría, a mediados de julio, que los brotes estaban «controlados», algo que volvió a repetir, con algún matiz, a principios de septiembre: «Los brotes están en general relativamente controlados».
El 10 de septiembre aseguró que la situación de la pandemia se había «estabilizado» en España, aunque pidió no lanzar las campanas al vuelo «porque sigue habiendo una incidencia importante».
También el ministro de Sanidad acaba de presumir de la situación en España, que tiene una letalidad, según sus palabras, «de las más bajas de Europa». Un discurso destinado a borrar cualquier huella de negligencia e irresponsabilidad en la gestión de la amenaza sanitaria.
Lo cierto es que desde el inicio de la pandemia, la letalidad en España es del 5,4% como bien señala Sanidad; peor que la de Estados Unidos, que es del 3%. Teniendo en cuenta fechas recientes, España tampoco está entre los mejor situados. La letalidad de las últimas dos semanas está en el 0,5%, la novena peor de la UE.
El optimismo del Gobierno contrasta con unos datos que están a la vista de todos, pero que siguen sin ser reconocidos por el presidente o por el Ministro de Sanidad. Es una realidad incómoda para el Ejecutivo, que deja en evidencia el triunfalismo de Sánchez en julio, cuando llamó a no tener miedo, y en agosto cuando se tomó un intenso descanso estival mientras se producían miles de muertes. Septiembre está confirmano esa tendencia española al desastre, camuflada por un Gobierno al que no le faltan apoyos mediáticos para imponer su relato.
¿Sabremos algún día el número exacto de muertos por Covid-19 en España? Lo cierto es que NO. Ni sabemos cuánta gente tuvo el virus dentro, ni sabemos cuánta gente murió por patologías no atendidas a tiempo por la saturación de la sanidad en varias provincias. Con el tiempo, llegará el INE y nos dirá cuanta gente ha muerto de más este año, comparado con otros, y nos haremos una idea.
¿Por qué ningún dato sobre la pandemia es real en España? Para empezar, porque el manejo de herramientas estadísticas se hace con torpeza y extrema lentitud. El problema es que los datos tardan su tiempo y en medio pasan por demasiadas manos. Con los centros de salud colapsados, ¿cuándo se hace una pausa, se cuentan todos los PCR hechos, se añaden los resultados según llegan del laboratorio de referencia, se rellena la ficha del paciente y se mete todo en la aplicación de la administración de turno? Pues cuando se puede, sin más. Y hay días que se puede y otros que no.
Dicho ésto, ¿se puede legislar a partir de datos que no son concluyentes? Parece obvio que establecer restricciones cuando los resultados se conocen con semanas de retraso es absurdo (pero es lo que se está haciendo, así nos va). Otro problema es que los datos son interpretables, y cada político de turno hace de ellos un uso partidista.
Sin ser estadista, no concibo cómo no entienden que la situación sin la tendencia no sirve de nada. En una pandemia, hay que estar con un ojo dos semanas atrás (a la consolidación de los datos pasados), y un ojo dos semanas adelante (a la proyección de la tendencia que arrastras). Nosotros estamos al último dato, al triunfo político de 24 horas.
Hay que anticiparse, no reaccionar. Establecer límites de proyección y no solo de situación; no esperar ni a 50 casos/100.000 habitantes en una semana sino parar antes, cuando veamos que se va a llegar a esa cifra. Porque convivir con el virus no puede consistir en un constante cúmulo de prohibiciones y guetos.
Actualización 4 de noviembre: El Gobierno lo ha vuelto a hacer. Sanidad vuelve a cambiar el método de recuento cuando estamos inmersos en la tercera ola. La justificación es que se vuelven a reportar como fallecidos los casos sospechosos con un criterios clínico muy alto, independientemente de la prueba diagnóstica, y que se contabilizan tanto los contagios confirmados por PCR como por pruebas de antígenos. Como consiguiente, la cifra total de contagios se eleva a 1.284.408, y la de muertos a 38.118 (1.623 más desde el inicio de la pandemia).
La estimación del INE del exceso de muerte hasta finales de octubre asciende a 61.732 defunciones 'extra'.
El Gobierno del Bulo sigue practicando la misma estrategia que durante el confinamiento: los mayores de 70 años fallecidos en los dos últimos meses han sido borrados de las estadísticas del Ministerio de Sanidad para trasladar el mensaje de que el coronavirus es mucho más benigno y sólo afecta a la juventud. La segunda ola de mentiras crece y crece.
Seis meses después de que comenzara la pandemia de Covid en nuestro país, todavía no existe una contabilidad oficial clara sobre las víctimas del coronavirus (ni la habrá). En marzo y abril, mientras los cuerpos se apilaban en las morgues improvisadas, mientras descansaban tirados sobre las camas de sus habitaciones en las residencias, Salvador Illa y Fernando Simón insistían: "Pero, ¿seguro que tienen el virus, les han hecho un PCR? Porque igual ha sido un accidente enorme que los ha matado a todos”.
Pero eran conscientes de que con su cerrazón a abrir el criterio por el cual SOLO era muerte por coronavirus aquel que tenía un diagnóstico confirmado por PCR, se iban a dejar a buena parte de la población afectada. No solo a los miles de muertos derivados del colapso de las urgencias, el retraso en la atención y los problemas que puede provocar un confinamiento tan severo en grupos de exclusión social, también a los que tenían la metralla, es decir, el virus, en su cuerpo... Pero fue imposible averiguarlo porque durante más de un mes y en las zonas más afectadas, no había equipos para realizar tests PCR ni en los propios hospitales.
La búsqueda de un criterio objetivo para determinar la causa de la muerte tiene un sentido, por supuesto. La OMS también buscó en un principio que los países determinaran el número exacto de fallecidos con pruebas objetivas, hasta que lo dio por imposible. El tsunami se llevó la teoría por delante. Inmediatamente, el máximo órgano sanitario cambió su definición de caso: aquel que ha dado positivo en una prueba diagnóstica... o cuyos síntomas son compatibles con la enfermedad. Algo que, por cierto, ya llevaban tiempo haciendo Bélgica, Francia y Estados Unidos.
España, no. El ministerio se agarró al criterio como si fuera un libro sagrado y lanzó gritos de "¡hereje!"a todo aquel que discrepara. El problema es que a sus falseados datos oficiales, pronto empezaron a confrontarse los datos oficiales de las comunidades autónomas, los del INE, los del informe MoMo de sobremortalidad.
Acorralados ante tantas evidencias, Illa y Simón no dejaban de repetir la idea inicial: "¿Y cómo sé yo que de verdad se ha muerto por Covid?, ¿cómo me lo podéis demostrar?" Y cuando no valen ni los certificados de defunción firmados por médicos forenses en el contexto de una pandemia, pues claro, ya no vale nada.
El punto más caliente de esta discusión llegó precisamente cuando pasó el tsunami. Tiene sentido. Nos sentamos y empezamos a contar, y Sanidad, tras semanas y semanas de limpiar datos, anunció que en España habían muerto poco más de 27.000 personas que cumplieran todos los requisitos burocráticos. Era mediados de junio. Se redondeó a 28.000 y se hizo un Funeral de Estado en el patio de la armería del Palacio Real de Madrid.
Esos mismos días, la suma de datos de Comunidades Autónomas daba más de 45.000 fallecidos (contando los certificados de defunción), el MoMo rondaba los 44.000 muertos en exceso durante el período de la pandemia (un 67% más de lo habitual) y el INE anunciaba una cifra que superaba los 48.000 decesos de más respecto a años pasados.
Lo que debería haber sido una discusión estadística, sanitaria, y sobre criterios se convirtió en una lucha política, como siempre: si defendías que la pandemia -con todas sus consecuencias- había matado a 50.000 personas eras un facha. Si defendías que eran solo 28.000, te habías vendido al gobierno podemita.
En esa discusión, debió primar el sentido común: si alguien muere con síntomas de Covid, por genéricos que sean, en medio de una pandemia de Covid y en un centro sociosanitario donde ha habido muchos positivos de Covid, ¿qué posibilidades hay de que en realidad haya muerto de otra cosa?
La ausencia de pruebas se convirtió en prueba de ausencia para maquillar los números y no se ha hecho nada por remediarlo. Por ejemplo, incluso a día de hoy, Sanidad sigue afirmando que en Madrid han muerto 8.818 personas... mientras que la Comunidad defiende que son 9.894 solo en hospitales y 15.737 contando residencias, domicilios y "otros lugares”.
Lo que nos ha enseñado esta pandemia es, para empezar, que España no estaba preparada para su gestión. No había un sistema ágil de recogida de información y envío de esa información a una base de datos común que siguiera unos parámetros comprensibles.
[Actualización 10 de diciembre 2020]. CONFIRMADO. El INE ha dejado retratada la mentira del Gobierno de Pedro Sánchez sobre los fallecidos reales durante la primera ola de la pandemia. La cifra del exceso de muertes durante la primera ola es de 45.648 según el INE (32.652 estarían «identificados» como infectados por el virus y 13.032 serían casos «sospechosos»). Esto es 18.557 personas más que las reconocidas por el Ministerio de Sanidad, que lo ha calificado como un "desvio menor".
¿Y en la segunda ola?
Aunque no existe un consenso claro, algunos especialistas cifran el 12 de junio como la fecha de arranque de esta segunda oleada de la pandemia en España (¿aún en plena desescalada?). Desde entonces, el número de fallecimientos ha vuelto a crecer y no ha parado de hacerlo, aunque de manera mucho más escalonada.Se podría pensar que, ahora que hay suficientes PCR y que es muy improbable que los criterios no converjan, es decir, ahora que todos los sospechosos deberían haber pasado su prueba diagnóstica, las cifras de fallecidos coincidirán entre Sanidad y Comunidades Autónomas. No está siendo el caso. Durante esta segunda ola, el ministerio viene notificando la mitad aproximadamente de los casos que cada semana notifican las consejerías en sus informes. Se supone que es un (inexplicable) problema de actualización de datos, pero uno se empieza a temer lo peor.
«Podría ser o podría no ser una segunda ola», afirmó Fernando Simón a mediados de agosto. Lo cierto es que desde mediados de julio, la mortalidad en España se ha vuelto a disparar.
Desde La Moncloa se ha intentado durante todo el verano quitar hierro a esta segunda sacudida de la pandemia, pero las cifras reales están ahí. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en la segunda ola iniciada en julio se ha producido un exceso de mortalidad de 6.363 personas (dato que será bastante superior cuando se actualicen las cifras de agosto). El Gobierno, sin embargo, solo reconoce de forma oficial 1.359 muertos desde esa segunda semana de julio hasta este momento. ¿Achacarán el resto a las víctimas de accidentes de tráfico por las vacaciones estivales?
La tasa de mortalidad por Covid-19 en nuestro país en la 'nueva normalidad' es de 102,3 fallecimientos por millón de habitantes, según el INE. Aunque pueda parecer baja, supera a la que registraron en la primera ola numerosos países de nuestro entorno, como Alemania, Dinamarca, Austria, Rumanía o Noruega.
En total, los muertos durante la pandemia superan los 53.700, muy por encima de los 29.747 reconocidos de forma oficial al 13 de septiembre.
Según el MoMo, del 20 de julio al 29 de agosto ha habido un exceso de muertes de 4.736 personas, un incremento del 12% sobre lo habitual. Y entre el 9 y el 20 de septiembre fueron 1.512 los fallecidos "de más" (un 11,8% más), pero Sanidad sólo refleja 771 en sus balances. La última actualización, que va desde el 1 de septiembre y hasta el 2 de noviembre, ha habido 10.881 fallecimientos más de los esperados (un 18% de incremento).
Pero es que, aún tomando como ciertas las cifras oficiales de decesos del Ministerio de Sanidad, desde el inicio de la pandemia hasta mediados de octubre, la tasa de mortalidad acumulada es de 708 muertos por millón de habitantes, ocupando España la sexta posición mundial, empatada con Brasil. Si en lugar de contabilizar la cifra ofrecida por el departamento que dirige Salvador Illa se utiliza la del exceso de mortalidad que refleja el INE, nuestro país no ocuparía el sexto lugar del podio mundial, sino el primero, al registrar 1.240,74 muertos por millón de habitantes.
Desde que se desactivó el estado de alarma el 21 de junio, la estrategia del Gobierno de Sánchez cambió radicalmente y empezó a transmitir mensajes triunfalistas, como aquel «hemos derrotado al virus y controlado la pandemia», que lanzó Pedro Sánchez el 4 de julio en pleno ardor electoral.
Luego Fernando Simón corroboraría, a mediados de julio, que los brotes estaban «controlados», algo que volvió a repetir, con algún matiz, a principios de septiembre: «Los brotes están en general relativamente controlados».
El 10 de septiembre aseguró que la situación de la pandemia se había «estabilizado» en España, aunque pidió no lanzar las campanas al vuelo «porque sigue habiendo una incidencia importante».
También el ministro de Sanidad acaba de presumir de la situación en España, que tiene una letalidad, según sus palabras, «de las más bajas de Europa». Un discurso destinado a borrar cualquier huella de negligencia e irresponsabilidad en la gestión de la amenaza sanitaria.
Lo cierto es que desde el inicio de la pandemia, la letalidad en España es del 5,4% como bien señala Sanidad; peor que la de Estados Unidos, que es del 3%. Teniendo en cuenta fechas recientes, España tampoco está entre los mejor situados. La letalidad de las últimas dos semanas está en el 0,5%, la novena peor de la UE.
El optimismo del Gobierno contrasta con unos datos que están a la vista de todos, pero que siguen sin ser reconocidos por el presidente o por el Ministro de Sanidad. Es una realidad incómoda para el Ejecutivo, que deja en evidencia el triunfalismo de Sánchez en julio, cuando llamó a no tener miedo, y en agosto cuando se tomó un intenso descanso estival mientras se producían miles de muertes. Septiembre está confirmano esa tendencia española al desastre, camuflada por un Gobierno al que no le faltan apoyos mediáticos para imponer su relato.
¿Sabremos algún día el número exacto de muertos por Covid-19 en España? Lo cierto es que NO. Ni sabemos cuánta gente tuvo el virus dentro, ni sabemos cuánta gente murió por patologías no atendidas a tiempo por la saturación de la sanidad en varias provincias. Con el tiempo, llegará el INE y nos dirá cuanta gente ha muerto de más este año, comparado con otros, y nos haremos una idea.
¿Por qué ningún dato sobre la pandemia es real en España? Para empezar, porque el manejo de herramientas estadísticas se hace con torpeza y extrema lentitud. El problema es que los datos tardan su tiempo y en medio pasan por demasiadas manos. Con los centros de salud colapsados, ¿cuándo se hace una pausa, se cuentan todos los PCR hechos, se añaden los resultados según llegan del laboratorio de referencia, se rellena la ficha del paciente y se mete todo en la aplicación de la administración de turno? Pues cuando se puede, sin más. Y hay días que se puede y otros que no.
Dicho ésto, ¿se puede legislar a partir de datos que no son concluyentes? Parece obvio que establecer restricciones cuando los resultados se conocen con semanas de retraso es absurdo (pero es lo que se está haciendo, así nos va). Otro problema es que los datos son interpretables, y cada político de turno hace de ellos un uso partidista.
Sin ser estadista, no concibo cómo no entienden que la situación sin la tendencia no sirve de nada. En una pandemia, hay que estar con un ojo dos semanas atrás (a la consolidación de los datos pasados), y un ojo dos semanas adelante (a la proyección de la tendencia que arrastras). Nosotros estamos al último dato, al triunfo político de 24 horas.
Hay que anticiparse, no reaccionar. Establecer límites de proyección y no solo de situación; no esperar ni a 50 casos/100.000 habitantes en una semana sino parar antes, cuando veamos que se va a llegar a esa cifra. Porque convivir con el virus no puede consistir en un constante cúmulo de prohibiciones y guetos.
Actualización 4 de noviembre: El Gobierno lo ha vuelto a hacer. Sanidad vuelve a cambiar el método de recuento cuando estamos inmersos en la tercera ola. La justificación es que se vuelven a reportar como fallecidos los casos sospechosos con un criterios clínico muy alto, independientemente de la prueba diagnóstica, y que se contabilizan tanto los contagios confirmados por PCR como por pruebas de antígenos. Como consiguiente, la cifra total de contagios se eleva a 1.284.408, y la de muertos a 38.118 (1.623 más desde el inicio de la pandemia).
La estimación del INE del exceso de muerte hasta finales de octubre asciende a 61.732 defunciones 'extra'.