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El síndrome de la cabaña

Muchos españoles hemos vivido el confinamiento totalitario como una auténtica pesadilla, llegando incluso a experimentar intensos niveles de ansiedad. Ahora, con el inicio de la desescalada se ha comenzado un proceso de vuelta a la denominada 'nueva normalidad' que no es gestionado emocionalmente igual por todo el mundo. Hay quienes se sienten obligados a volver a una vida que rechazan y no quieren salir de casa porque se sienten incómodos y temerosos fuera de ella. Es lo que se conoce como el Síndrome de la Cabaña.

Se trata de un estado anímico, mental y emocional que se ha estudiado en personas que, tras vivir una larga temporada privadas de su libertad, han tenido dificultades para volver a su situación previa al confinamiento. Y es que el total aislamiento en el que hemos vivido durante dos largos meses es un arma de doble filo. Por un lado, nos sentimos aliviados al permanecer en un entorno conocido y seguro (nuestra casa), y por otro, nuestro cerebro interpreta que todo lo que hay fuera de nuestro hogar es peligroso.



Se habla del “síndrome de la cabaña” cuando se experimenta miedo (incluso pánico o fobia) a salir a la calle. Miedo a contactar con otras personas fuera de las paredes de nuestros hogares, temor a realizar actividades que antes eran cotidianas, como ir a trabajar o a tomar una cerveza, utilizar medios de transporte público con vagones saturados, relacionarnos con otras personas conocidas, etc. Miedo a que la recién recuperada libertad al levantarse el estado de alarma no cumpla las expectativas, miedo al paro, a tomar decisiones, a dejar la vida organizada ordenada por una autoridad.

El miedo es una emoción primaria y tiene como función garantizar nuestra supervivencia. Aparece de forma involuntaria y, a menudo, es incontrolable. El coronavirus es una amenaza real que está matando a miles de personas en el mundo. Por eso el miedo, habitando la zona más ancestral de nuestro cerebro, se activa de forma cuasi-automática para protegernos. Recordemos que por mucha desescalada que hagamos, el virus sigue campando a sus anchas entre nosotros y que aún no existe vacuna. Esto incrementa la inseguridad, la incertidumbre, el temor y la ansiedad.

Mientras para unos, el vernos recluidos por tiempo indefinido, obligados por decreto a abandonar nuestras vidas cotidianas, el contacto con amigos, compañeros, familiares o actividades habituales de ocio nos ha derrumbado psicológicamente, para otros, la gran reclusión ha supuesto tranquilidad y acomodo, al convertir su hogar en un búnker, refugio o burbuja, lejana a la realidad.

Las personas que sufren este síndrome experimentan confort, seguridad y tranquilidad atrincherados en sus casas. Una de las manifestaciones del síndrome son los pensamientos catastrofistas y muy negativos, producidos por motivos varios: el miedo a contagiarse, la inseguridad en caso de que haya un nuevo brote, la ansiedad ante el regreso al exigente ritmo de la realidad o el haber descubierto que la sencilla vida en el hogar puede llegar a ser placentera. Otros han estado en sus casas tan ajenos a la vorágine exterior, que ahora les invade la pereza al volver a montarse en el carrusel y tener que elegir qué ropa ponerse.

Son múltiples los factores que pueden influir en que algunas personas se vean afectadas por este síndrome de la cabaña. La sobreexposición mediática (los medios de comunicación no hablan de otra cosa que de la pandemia desde hace dos meses) genera incertidumbre. Esto hace que entren en bucle dando vueltas a la información que les llega, retroalimentando aún más el miedo, la preocupación, la ansiedad, la angustia...

Otra de las causas puede ser el haber vivido experiencias negativas durante la cuarentena relacionadas con el virus (por ejemplo, que hayan enfermado o perdido a algún familiar, el puesto de trabajo...).

A todo ésto, se le añade otra emoción: el enfado. Ver cómo hay personas que no respetan las normas y que no son conscientes del peligro que suponen sus conductas incívicas para los demás genera ira y frustración. Y con ello se pierde la esperanza de que las cosas vayan a mejor y de que se pueda volver a salir con tranquilidad y sin peligro.

El confinamiento, a nivel psicológico, no es fácil y tampoco saludable. Y si además de encontrarnos aislados, lo hemos pasado solos, ésto puede aumentar nuestra vulnerabilidad. Ahora, al tener que mantener un protocolo de "no contacto" si salimos a la calle o quedamos con alguien (nada de saludos, besos o abrazos), sentimos que no podemos ser nosotros mismos, con lo cual elegimos quedarnos en casa como vía de escape ante la ansiedad y la frustación que ello nos genera.

El síndrome de la cabaña también está sustentado por el hecho que la pandemia no está superada. Durante mucho tiempo, terminar contagiado por coronavirus será mucho más que una lejana posibilidad. Curiosamente, los portales inmobiliarios han detectado durante el confinamiento un aumento de las búsquedas de casas con jardín, con terraza, en zonas rurales, alejadas de aglomeraciones y de los núcleos urbanos... Al parecer, a muchos todo esto les ha hecho repensarse su forma de vida porque temen que este confinamiento no será el último.

Durante los dos últimos meses nos hemos desacostumbrado al contacto con los demás. La sociedad no estaba preparada para enfrentar situaciones que parecían pertenecer exclusivamente al ámbito del cine ‘distópico’. El ser humano es un ser social por naturaleza, y por ello la nueva normalidad es anti-natura. Debemos hacernos a la idea de que a partir de ahora vamos a vivir en "otro planeta", en el que nos enfrentamos a nuevas normas, hábitos y comportamientos con una alta dosis de tendencia al aislamiento.

Por otro lado... Aunque se espera que estas posturas de resistencia casera sean minoritarias, se plantea un dilema: si nadie saliera a la calle y eligiera vivir de otra manera, bajaría el consumo y la economía se estancaría (aún más). ¿Cómo compatibilizar la rueda económica con una vida menos consumista?


El mundo post-coronavirus


Nadie sabe con certeza cómo será nuestro mundo después de la pandemia. Sin embargo, la historia nos demuestra que después de las grandes crisis se producen grandes cambios que llegan para quedarse. Unos buenos, y otros no tanto.



Así, es probable que la depresión, como enfermedad, aumente en términos generales debido a un incremento en la sensibilidad general al miedo, a la sensación de vulnerabilidad, de amenaza física y personal. Porque no olvidemos que la crisis del Covid ha puesto en riesgo la salud mental de casi la mitad de los españoles y éso es algo que no se supera de un plumazo. De hecho, un estudio realizado por 6 universidades de 5 países europeos señala que el 67% de los ciudadanos ha padecido episodios de tristeza, depresión o desesperación por el miedo al virus, el confinamiento y la llegada de otra recesión

Al mismo tiempo, el enfrentamiento a una nueva situación económica y social tampoco será de mucha ayuda en este nuevo periodo post-coronavirus. También es posible que nuestra dependencia de las tecnologías sea mayor, con un incremento en la prevalencia de ciberadicciones.

Sin embargo, el teletrabajo se abrirá el espacio que tanto tiempo llevaba reclamando, muchas empresas confirmarán que no era necesario el mantenimiento de estructuras fijas costosas. De igual forma, las publicaciones y la formación on-line cobrarán más fuerza de la que tenían, convirtiéndose en muchos casos en verdaderas y definitivas alternativas. Y puestos a imaginar, también es posible que se incremente la práctica del deporte, que valoremos más la necesidad del movimiento y del ejercicio físico. Ya hemos visto lo que necesitamos movernos.

Pero hay dos grandes hitos que marcarán un antes y un después en nuestra historia: Con total seguridad habremos aumentado nuestra resiliencia, nuestra capacidad de aguante, de resistencia. Habitualmente no sabemos hasta donde podemos soportar hasta que se nos pone a prueba. Sin embargo, por otra parte, es indudable que desde ahora nuestros movimientos y vida estarán mucho más vigilados. El estallido del miedo, de una amenaza, inevitablemente pone siempre en marcha mecanismos de control que luego no desaparecen. Tendremos que acostumbrarnos, si podemos...

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