Victoria Abril ha acaparado todas las miradas después de las polémicas declaraciones que realizó durante una rueda de prensa de los Premios Feroz. En la rueda de prensa, la actriz mostró su hartazgo por "la plandemia", que califica de "coronacirco". También arremetió contra las vacunas ("experimentos sin testar", según sus palabras), y dijo que siente que nos estamos convirtiendo en "cobayas". Sus opiniones han provocado que acapare todos los titulares durante estos días y que la hayan tachado de 'negacionista'.
Puede que la actriz Victoria Abril soltase también algunas paridas sobre la plaga coronavírica; pero soltó también algunas verdades como templos que merecen nuestra consideración; y, en algunos casos, nuestro aplauso ante su valentía, pues por atreverse a pronunciarlas firmará en los próximos años menos contratos.
"Necesitamos el arte, la cultura, el cine, salir, reír, vernos, abrazarnos... El ser humano es un ser social y nos han roto con la distanciación social que no tiene nada que ver con la distancia de seguridad. La distanciación social ha roto todos los lazos entre nosotros".
Abril argumentaba que "las vacunas no son la solución, sino volver a la inmunidad colectiva", por lo que según sus palabras se debería hacer lo que ha llevado a cabo Suecia, "que no ha confinado ni pone mascarillas".
Y añadió: "En 2002, tuvimos al hermanito del coronavirus SARS-CoV-2 [en alusión al SARS] y no nos convertimos ni en esclavos ni en cobayas, ahora somos cobayas metiéndonos vacunas que son experimentos sin probar, que nos meten rapidito y que no solamente no están funcionando, sino que desde que estamos vacunando hay más casos positivos, más enfermos y más muertes".
Las demás paridas y observaciones dudosas que Victoria Abril deslizó en sus declaraciones se pueden refutar tranquilamente, sin necesidad de desprestigiarla, que es lo que hacen los jenízaros del discurso oficial que pretenden convertirnos en ‘tragacionistas’; o sea, en botarates que se tragan las versiones oficiales y las repiten como loritos o actores comprometidos (con su bolsillo y con la bazofia sistémica circulante).
Sólo los tragacionistas se niegan a aceptar, por ejemplo, que China ha ocultado deliberadamente (con la ayuda impagable de los mamporreros de la OMS) los orígenes del virus.
Sólo los tragacionistas se niegan a reconocer que la plaga coronavírica ha propiciado los más variopintos experimentos de biopolítica e introducido prácticas de disciplina social completamente arbitrarias e irracionales (empezando por el uso de mascarillas en espacios abiertos) que se ciscan en los tan cacareados ‘derechos’ y ‘libertades’ de las antaño opíparas y hogaño escuálidas democracias.
Sólo los tragacionistas se niegan a asumir que la plaga ha sido utilizada como excusa por gobernantes psicopáticos para devastar las economías locales, provocando la ruina de infinidad de pequeños negocios, condenando al paro a millones de personas y favoreciendo la hegemonía de las grandes corporaciones transnacionales.
Sólo los tragacionistas se niegan a discernir las burdas manipulaciones, medias verdades y orgullosas mentiras que han propagado nuestros gobernantes y sus voceros mediáticos durante el último año.
Sólo los tragacionistas se niegan a discutir la eficacia de medidas restrictivas caprichosas, confinamientos desproporcionados, la creación de guetos Covid y toques de queda que, además, han tenido altísimos costes sociales y económicos.
Sólo los tragacionistas se niegan a admitir que las vacunas son una terapia experimental que se está administrando sin cumplir los plazos y los protocolos de seguridad establecidos, y cuyos efectos secundarios no se han explorado suficientemente (aunque, desde luego, sus efectos bursátiles sean de sobra conocidos).
Sólo los tragacionistas se niegan a examinar todas estas evidencias, tal vez porque si lo hicieran tendrían que confrontarse con su estupidez gregaria y su sometimiento lacayuno a las consignas sistémicas.
Son estos tragacionistas, pues, los auténticos negacionistas, que con tal de sentirse abrigaditos en el rebaño renuncian a la ‘nefasta manía de pensar’. Pues el ‘negacionismo’, aparte de un empeño desquiciado en prescindir de la realidad, es también un anhelo gregario, una penosa necesidad de buscar protección y falsa seguridad en conductas tribales.
Y no hay conducta más tribal que tragarse las versiones oficiales sin someterlas a juicio crítico, señalando además como réprobos a quienes osan ponerlas en entredicho. Tal vez esos réprobos suelten de vez en cuando alguna parida; pero al menos no regurgitan el pienso que se reparte a los borregos.
Puede que la actriz Victoria Abril soltase también algunas paridas sobre la plaga coronavírica; pero soltó también algunas verdades como templos que merecen nuestra consideración; y, en algunos casos, nuestro aplauso ante su valentía, pues por atreverse a pronunciarlas firmará en los próximos años menos contratos.
"Necesitamos el arte, la cultura, el cine, salir, reír, vernos, abrazarnos... El ser humano es un ser social y nos han roto con la distanciación social que no tiene nada que ver con la distancia de seguridad. La distanciación social ha roto todos los lazos entre nosotros".
Abril argumentaba que "las vacunas no son la solución, sino volver a la inmunidad colectiva", por lo que según sus palabras se debería hacer lo que ha llevado a cabo Suecia, "que no ha confinado ni pone mascarillas".
Y añadió: "En 2002, tuvimos al hermanito del coronavirus SARS-CoV-2 [en alusión al SARS] y no nos convertimos ni en esclavos ni en cobayas, ahora somos cobayas metiéndonos vacunas que son experimentos sin probar, que nos meten rapidito y que no solamente no están funcionando, sino que desde que estamos vacunando hay más casos positivos, más enfermos y más muertes".
Las demás paridas y observaciones dudosas que Victoria Abril deslizó en sus declaraciones se pueden refutar tranquilamente, sin necesidad de desprestigiarla, que es lo que hacen los jenízaros del discurso oficial que pretenden convertirnos en ‘tragacionistas’; o sea, en botarates que se tragan las versiones oficiales y las repiten como loritos o actores comprometidos (con su bolsillo y con la bazofia sistémica circulante).
Sólo los tragacionistas se niegan a aceptar, por ejemplo, que China ha ocultado deliberadamente (con la ayuda impagable de los mamporreros de la OMS) los orígenes del virus.
Sólo los tragacionistas se niegan a reconocer que la plaga coronavírica ha propiciado los más variopintos experimentos de biopolítica e introducido prácticas de disciplina social completamente arbitrarias e irracionales (empezando por el uso de mascarillas en espacios abiertos) que se ciscan en los tan cacareados ‘derechos’ y ‘libertades’ de las antaño opíparas y hogaño escuálidas democracias.
Sólo los tragacionistas se niegan a asumir que la plaga ha sido utilizada como excusa por gobernantes psicopáticos para devastar las economías locales, provocando la ruina de infinidad de pequeños negocios, condenando al paro a millones de personas y favoreciendo la hegemonía de las grandes corporaciones transnacionales.
Sólo los tragacionistas se niegan a discernir las burdas manipulaciones, medias verdades y orgullosas mentiras que han propagado nuestros gobernantes y sus voceros mediáticos durante el último año.
Sólo los tragacionistas se niegan a discutir la eficacia de medidas restrictivas caprichosas, confinamientos desproporcionados, la creación de guetos Covid y toques de queda que, además, han tenido altísimos costes sociales y económicos.
Sólo los tragacionistas se niegan a admitir que las vacunas son una terapia experimental que se está administrando sin cumplir los plazos y los protocolos de seguridad establecidos, y cuyos efectos secundarios no se han explorado suficientemente (aunque, desde luego, sus efectos bursátiles sean de sobra conocidos).
Sólo los tragacionistas se niegan a examinar todas estas evidencias, tal vez porque si lo hicieran tendrían que confrontarse con su estupidez gregaria y su sometimiento lacayuno a las consignas sistémicas.
Son estos tragacionistas, pues, los auténticos negacionistas, que con tal de sentirse abrigaditos en el rebaño renuncian a la ‘nefasta manía de pensar’. Pues el ‘negacionismo’, aparte de un empeño desquiciado en prescindir de la realidad, es también un anhelo gregario, una penosa necesidad de buscar protección y falsa seguridad en conductas tribales.
Y no hay conducta más tribal que tragarse las versiones oficiales sin someterlas a juicio crítico, señalando además como réprobos a quienes osan ponerlas en entredicho. Tal vez esos réprobos suelten de vez en cuando alguna parida; pero al menos no regurgitan el pienso que se reparte a los borregos.