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El síndrome de la rana hervida

El síndrome de la rana hervida es una analogía que se usa para describir lo que ocurre cuando no se perciben los daños que puede producir a largo plazo una situación problemática o peligrosa que se desarrolla lentamente. La premisa es que si una rana se pone repentinamente en una olla con agua hirviendo saltará, pero si la rana se pone en agua fría y se lleva a ebullición lentamente no percibirá el peligro y se cocerá hasta la muerte sin percatarse de lo sucedido. Si aplicáramos esta parábola a la situación política que vivimos en España nos daríamos cuenta de que estamos a punto de que todo el país se convierta en una enorme charca de ranas muertas.

En realidad, se trata de una técnica de manipulación a través de la cual se va habituando a una sociedad o a un individuo a una serie de condiciones adversas que son aceptadas sin la menor protesta. Y eso es precisamente lo que está pasando en España con la excusa del Covid.

Cuando un cambio se introduce de forma suave en nuestras vidas, escapa de nuestra conciencia sin que nos preparemos para actuar. Porque en realidad, la rana no muere a causa de la temperatura que alcanza finalmente el agua, sino porque espera demasiado a saltar fuera de la olla.

La opinión pública española ha ido aletargándose desde hace años en un proceso de transformación, igualmente paulatina, desde la conformidad inicial con un modelo atractivo como el Estado de las Autonomías, pasando por el conformismo con sus excesos, y desembocando en el desistimiento de hacer nada por impedir su desborde.

Lo mismo pasa con la economía. Poco a poco vamos superando barreras de contención previamente consideradas como infranqueables, se van deteriorando todos los indicadores de actividad económica, crecen no sólo los índices de desempleo sino los de morosidad... y sin embargo, seguimos esperando que "se acabe" la crisis.

Es así como nos están adoctrinando hacia el populismo. Es así como se gestionó la corrupción generalizada en los distintos estamentos públicos. Es así como soportamos el recorte de los servicios públicos, pese a que sabíamos del traspaso robo descarado de dinero público a manos privadas. Es así como nos están haciendo tragar con ruedas de molino tras haber sido demolido cualquier atisbo de confianza en la gestión política de este país.

Volviendo al símil de la parábola de la rana hervida: la olla representa la democracia, la llama la atiza el Gobierno, y las ranas somos nosotros, víctimas de este refinado proceso de aniquilación que va derribando barreras constitucionales con el fin último de liquidar la libertad y destruir la Nación.

El proceso de hervir las ranas (llamemos así al adoctrinamiento servido con cloroformo) lleva su tiempo, pero el éxito está asegurado si se siguen algunas simples reglas. El secreto está en mantener el fuego encendido: la religión de la diferencia, la identificación del enemigo, la exaltación de "lo propio", la exigencia de reconocimiento del hecho diferencial (o sea, "somos mejores"), el victimismo frente al "otro"... Y la promesa del paraíso para quienes se sumen a la secta.

¿Acaso hubiéramos sospechado hace unos pocos años que sería el PSOE quien iba a organizar desde la Moncloa la demolición de la Constitución y del sistema del 78? ¡Quien nos iba a decir que los socialistas se iban a dedicar a blanquear a los terroristas y a los golpistas! ¡Quien nos iba a decir que el PSOE iba a negociar, de igual a igual, con partidos cuyos dirigentes son unos delincuentes que están condenados por golpismo y/o terrorismo!

Los mismos que prometieron «por su conciencia y honor (…), lealtad al Rey» en la toma de posesión de su cargo el pasado 8 de enero, son hoy los que carecen de pudor absoluto para traicionar dicha promesa. Tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias entonces prometieron, tanto su cargo ante Felipe VI (y sobre la Constitución), como cumplir fielmente las obligaciones de ser presidente y vicepresidente del Gobierno «con lealtad al Rey y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado». Pero a la vista está que muchas de sus señorías cumplieron con dicho trámite mofándose de la Carta Magna.

Cuando hace tres años los socios de Sánchez e Iglesias pretendieron consumar su propósito rupturista por las bravas; es decir, metiéndonos en el puchero ardiente, saltaron los mecanismos defensivos del sistema y pararon la asonada. Los futuros gobernantes identificaron meticulosamente cada uno de esos resortes y se conjuraron para desactivarlos en cuanto tuvieran ocasión, lo cual sucedió a partir de un aciago 10 de noviembre de 2019. Ese mismo día la olla fue puesta en el fuego.

El Frankenstein social-comunista de extremidades separatistas y alma totalitaria empezó por tomar posesión del ente público RTVE, pues todo golpe que se precie comienza por el control de los medios de comunicación. En este guiso de ranas, todas las libertades se han ido cercenando. La libertad de expresión, especialmente. Porque hay que reprimir y amordazar a una sociedad si se quiere abusar de ella.

Fue después a por la Guardia Civil, descabezándola a conciencia en el empeño de someterla a las órdenes arbitrarias de un Ejecutivo determinado a ignorar la Ley, pasando por encima de los jueces. Ellos eran y son los siguientes en la lista. Un pilar esencial del Estado de Derecho, cobijo del ciudadano frente a los abusos del poder, además del bastión que el independentismo no había conseguido expugnar. Ellos constituyen un obstáculo insalvable para los planes liberticidas del Gobierno y, por tanto, una pieza irrenunciable a batir.

De momento, ha puesto bajo su bota a la Carrera Fiscal, sujeta al yugo de una socialista íntimamente vinculada a un ex-magistrado inhabilitado por prevaricación, y se dispone a dinamitar la sentencia del «procés» invalidando las condenas vía indulto y reforma legal, mientras blanquea de palabra y obra a la banda terrorista ETA.

Y es que en la cocina de Moncloa hay otra olla grande que pone 'Cataluña' y el fuego ya está encendido. La 'desjudicialización', la mesa bilateral, la negociación carcelaria de la investidura con Junqueras y ahora la reforma del Código Penal para dejar sin efecto las condenas por sedición impuestas por el Tribunal Supremo van marcando el aumento de la temperatura.

La analogía de la rana es pertinente porque en los 41 años de vigencia de nuestra Carta Magna, los nacionalistas han ido avanzando gradualmente en la ocupación de espacios y en el adoctrinamiento de la población, mediante el control de la enseñanza y los medios de comunicación. Eso les permitía elevar progresivamente la presión sobre el Estado, mientras ellos mismos iban mutando, primero en soberanistas y después en separatistas sin ambages. Esa es, desde luego, la subida de temperatura que va de Pujol a Mas, y de Mas a Puigdemont y Torra.

Pero a Sánchez no le basta con someter a la Fiscalía. Necesita el control total de la Judicatura, para lo cual precisa de la complicidad del PP. De ahí la presión ejercida sobre Casado, obligado a negarse al cambalache so pena de traicionar no solo su palabra y a su electorado, sino a la Constitución que juró acatar al tomar posesión de su escaño.

Debilitadas las columnas sobre las que se asienta el edificio democrático, Frankenstein ve llegada la hora de retirar la clave de bóveda y así acelerar la caída. No solo porque el tiempo apremia, dado el agravamiento de la crisis económica, sino para aprovechar la trágica distracción en que nos tiene sumidos el Covid. De ahí que, tras largos meses de humillaciones veladas, haya lanzado una ofensiva brutal contra el Rey, con varios ataques que van desde las proclamas republicanas de Iglesias hasta el veto de Sánchez a su presencia en la entrega de despachos judiciales, pasando por la embestida tuitera del monigote Garzón.

El monstruo golpea a la Corona, consciente de su papel determinante en la defensa de la democracia y, simultáneamente, arremete contra la Comunidad de Madrid, locomotora económica culpable de prosperar votando al centro-derecha.

Pero este proceso de degeneración nacional también ha necesitado su tiempo y sus cocineros; fue preciso que llegara Zapatero y encendiera el fuego para ir caldeando las aguas y adormeciendo a las ranas que chapoteaban felices sin importarle el color de la que iba a su lado. Y fue necesario que Sánchez le tomara el relevo e implantara en el PSOE y en el Gobierno la estrategia seguida por los nacionalistas -fuego lento- para liquidar la Transición y el sistema del 78. Zapatero y Sánchez comenzaron por construir el enemigo del que las ranas habían de apartarse para no ser señaladas o expulsadas de la tribu; y después les prometieron la felicidad eterna cuando fueran acogidas en la charca progresista. Para cuando las ranas se dieron cuenta de cuál era su destino ya estaban agonizando y no podían saltar.

Y en esas estamos: a punto de que el Gobierno de España caiga en manos de delincuentes y el Estado en manos de partidos que tienen como objetivo acabar con el Estado. En un enorme y miserable lodazal al que nos ha traído la involución que se ha producido en el PSOE y que supone un grave riesgo para la pervivencia de nuestro sistema democrático.

Cada día añade más leña a este fuego que nos abrasa a ver si, como la rana, nos dejamos hacer mansamente, incapaces de reaccionar. ¿Acaso estamos hervidos como esas ranas que de tanto habituarse a la desolación mueren impasibles dentro de ella? ¿Estamos anestesiados frente a la pandemia? ¿Ya no nos afectan los muertos diarios que escuchamos en los medios? ¿Nos hemos acostumbrado?

Saldremos mejores, decían. Mentira. Saldremos más solos, también más egoístas, entregados al mantra del 'sálvese quien pueda', del 'carpe diem'. Total, si ya estamos anestesiados perdidos. Porque ayer hubo 182 muertos y no pasó nada. Como si nos hubiéramos acostumbrado a que, en vez de parar la pandemia, hemos de convivir con ella. Y con el conteo diario de enfermos y de fallecidos como si fueran platos del menú del día. Ya hablaremos en otro momento de los enfermos de otras patologías, y de los que siguen aislados en las residencias. Nos costará un mundo volver a los aplausos. Una idea que estuvo bien en su momento, cuando necesitábamos una motivación a la que aferrarnos. Pero a saber si ahora tiene sentido. Si total, estresados andamos todos. Y con miedos. Al contagio, al ERTE, a no poder comprar los regalos de Reyes en condiciones. A que nos digan que las cañas mejor en tu casa, a que nos fastidien el cumpleaños del crío, o los 80 del abuelo. ¡Qué manía tienen con darnos el día con los datos de las UCI, y recordarnos la importancia de cumplir las restricciones, y advertirnos de que, ante la duda, prudencia!

La rana no murió a causa de la temperatura que alcanzó finalmente el agua, sino porque esperó demasiado a saltar. De seguir en este conformismo anestesiado, nos encontraremos sin capacidad de reacción cuando queramos saltar de la cazuela. Llegados a este punto quizá merezca la pena que nos preguntemos qué podría pasar si las ranas que saltaron a tiempo de la olla y andan por ahí desperdigadas decidieran enfrentarse al cocinero que vive en la Moncloa y a todos sus fogoneros.

¿Qué tipo de rana eres tú? ¿Eres de las que saltó inmediatamente o de las que murieron achichadas sin darse cuenta?

Impotencia ciudadana

No hay palabra que defina mejor el estado de ánimo en que se encuentra hoy buena parte de la ciudadanía española. Impotencia frente a una enfermedad aterradora, que avanza de manera silenciosa e imparable, arrastrando a su paso vidas, planes, proyectos y certezas.

Impotencia frente a un presidente del Gobierno incapaz, que suma a su inepcia la arrogancia propia de quien carece del menor freno moral o cultural y actúa guiado únicamente por su determinación de conservar la poltrona a costa de lo que sea.

Impotencia frente a un vicepresidente cada día más poderoso, más envalentonado y más peligroso, que no solo impone implacablemente su hoja de ruta totalitaria, siguiendo al pie de la letra el modelo chavista, sino que se permite amenazar con total impunidad al PP, augurando que «no volverá a gobernar nunca», en un alarde impúdico de desprecio hacia las reglas de la democracia; y amenaza también al Rey, acusándole de «romper la neutralidad política» e incluso de «carecer de legitimidad democrática».

Impotencia frente a los ataques reiterados que sufre la Corona por parte de ministros y diputados aliados del socialismo gobernante, como ese rufián, con minúscula, a quien la presidenta del Congreso consiente calificar al Rey de «diputado número 53 de Vox, votado por Franco», sin tan siquiera un reproche a esas palabras mendaces, cargadas de odio, o al gesto repugnante de exhibir la fotografía de D. Juan Carlos de niño al tiempo que decía que a "éste" lo eligió Franco.

Impotencia frente a una Fiscalía convertida en instrumento al servicio del Ejecutivo y sus intereses sectarios, con un ramal, paradójicamente bautizado como «anticorrupción», dedicado a perseguir, difamar, acusar en falso y destruir el honor de cualquiera que resulte molesto para esos intereses.

Impotencia frente a un independentismo exultante, a quien todas las encuestas auguran una victoria arrolladora en las urnas catalanas, después de haber triunfado en las vascas, protegido y aupado hasta lo más alto por un PSOE débil, carcomido por la podemización y dependiente del sostén parlamentario de todo lo que se sitúa fuera de la Constitución, que hace ya dos décadas traicionó la E de «español» y, con ella, su lealtad a la Nación.

Impotencia frente a los indultos, reformas legales y maniobras en la sombra que ya están en marcha con el único fin de sacar de la cárcel a los sediciosos del 1-O y a los terroristas de ETA que aún permanecen presos, sin por supuesto exigir de ellos arrepentimiento o colaboración con la Justicia. Antes al contrario, en el caso de los ex dirigentes de ERC y JxC, a pesar de las múltiples ocasiones en las que han expresado con chulería su voluntad de reincidir.

Impotencia frente a los 92.000 euros de pensión vitalicia que cobrará Joaquín Torra, un oscuro administrativo en paro devenido en presidente autonómico merced a un intento de golpe de Estado, inhabilitado por el Tribunal Supremo por desobedecer a la Junta Electoral con reiteración y contumacia. 92.000€ vitalicios, chofer y demás privilegios sufragados con nuestro dinero, por dos años y un día de trabajo en pro del secesionismo, cuando cualquier español de a pie debe deslomarse toda su vida para conseguir un retiro que, en el mejor de los casos, no alcanza ni de lejos la mitad de esa cantidad.

Impotencia frente a una oposición dividida, enfrentada entre sí e incapaz de construir una alternativa, pergeñar una estrategia ganadora, ofrecer una esperanza a quienes, como yo, asistimos atónitos al hundimiento de nuestra patria angustiados, empobrecidos, entristecidos e inermes.

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