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Operación: Salvar la Navidad

"Salvar la Navidad" es el objetivo que se han marcado nuestros dirigentes políticos, es decir, adoptar medidas súper restrictivas ahora, como el confinamiento domiciliario o el cierre total de la hostelería, para que en diciembre se pueda abrir y salvar así la campaña navideña. Están en juego más de 10.300 millones de euros (ése fue el gasto de los hogares españoles en las navidades pasadas). Y es que al final, las decisiones que se tomen son como un puzzle en el que hay que valorar la salud, pero también garantizar que las personas tengan un sustento económico, y tras la hecatombe económica del verano, si también se pierde la Navidad, podría desaparecer hasta el 35% del comercio minorista.

Con la curva disparada y la sanidad al borde del colapso, varias Comunidades Autónomas han solicitado a Sánchez aplicar de inmediato el confinamiento domiciliario de la población, pero el ministro de Sanidad lo ha rechazado (por ahora), hasta ver si los efectos del toque de queda y demás prohibiciones que se han impuesto hace unos días surten efecto y la curva comienza a doblegarse.

Tampoco en ésto se ponen de acuerdo nuestros dirigentes. Mientras unos claman un encierro casi total que frene en seco los contagios y se solucione la situación de manera más o menos rápida, otros optan por dar tiempo a acciones que no tienen un impacto socioeconómico tan grave, pero que se pueden prolongar más tiempo hasta que se vean resultados. Para éstos últimos, el confinamiento domiciliario es la última opción e incluso proponen un endurecimiento de las medidas como paso previo (por ejemplo imponer el teletrabajo, ampliación del transporte, cierre de interiores, cierre de gimnasios, etc).

Entre tanta polémica, los médicos de hospitales y atención primaria se llevan las manos a la cabeza. ¡Como si al virus le importara algo nuestra Navidad! El Covid no entiende de vacaciones, fiestas ni puentes. Lo que hay que hacer es salvar vidas, no la Navidad, dicen, y hablar de la Navidad sin saber cómo vamos a llegar a ella (o si vamos a llegar) les parece una actitud muy irresponsable, además de cortoplacista. Opinan que hay mucho riesgo de que con la campaña de Navidad repitamos el gran error del verano (una desescalada demasiado rápida mientras los servicios sanitarios estaban faltos de recursos), que nos llevó a sufrir la segunda ola mucho mucho antes que otros países europeos.

Los epidemiólogos tampoco se ponen de acuerdo, pero sí tienen clara una cosa: no se puede seguir como hasta ahora, sin hacer nada más. Unos dicen que situación epidemiológica clama a gritos ir a por el confinamiento drástico para provocar un "cortocircuito" que baje en picado la incidencia acumulada. Otros proponen un arresto domiciliario solo en los lugares que estén en peor situación. Otros que si se llega al confinamiento en casas se permitan, por ejemplo, los paseos al aire libre, que se han demostrado poco peligrosos. Y es que no se trata tanto de la restricción de la movilidad sino de ciertas actividades.

Además, desde el punto de vista sanitario, las navidades son una pesadilla. Unas fiestas marcadas por las interacciones sociales entre no convivientes, en espacios cerrados debido al frío, y en las que se multiplican los desplazamientos entre comunidades para reunirse con la familia, son el escenario perfecto para la transmisión del coronavirus. Con total seguridad, la cuesta de Enero se convertirá en la curva de Enero.

En Europa, Francia acaba de abrir la veda al decretar un confinamiento domiciliario como el de marzo, y ya le han seguido Alemania, Inglaterra, Portugal y Bélgica. En España el confinamiento domiciliario está a la vuelta de la esquina y vamos hacia él de cabeza. Es solo cuestión de tiempo (poco), y cuanto más se tarde en decretar, más largo y duro será.

Escuchemos a Macron si queremos hacernos una idea de lo que nos espera también aquí, porque ningún dirigente político español tiene narices para explicarlo con la misma claridad. El núcleo del mensaje es “frenar brutalmente los contagios”. Lo que significa encerrarnos en casa hasta nueva orden. En España se están haciendo por aproximaciones sucesivas, pateando la Constitución y en medio de una competición vomitiva entre gobiernos por endilgar al prójimo la carga de las malas noticias, pero el punto de llegada será el mismo.

Ya se conoce la pauta del virus. Si en los últimos 7 días se han contagiado en España más de 100.000 personas, es cuestión de un par de semanas que ello impacte sin remedio en los ingresos hospitalarios, en la ocupación de las UCI y en las muertes. La primera cifra arrastra todas las demás. Lo saben los sanitarios, y lo saben también de sobra los políticos, aunque los primeros no paran de anunciarlo y los segundos, de camuflarlo.

Para pasar del toque de queda a la reclusión domiciliaria permanente, no se necesitará ninguna norma extraordinaria, y mucho menos el refrendo del Parlamento. Ya se ha incluido en el decreto del estado de alarma esta disposición final: “El Gobierno podrá dictar sucesivos decretos que modifiquen lo establecido en este, de los cuales habrá de dar cuenta al Congreso de los Diputados”. Bastará, pues, con facturar un simple decreto gubernativo y enviar un oficio al Congreso para que se dé por enterado. Tamaña enormidad solo es posible tras habernos adiestrado durante meses a aceptar sin escándalo decretos y órdenes ministeriales que alteran preceptos constitucionales.

Lo que sucedió el 29 de octubre en la antigua sede de la soberanía nacional es que se metió el país en un periodo prolongado de excepcionalidad constitucional que transcurrirá sin control parlamentario efectivo, acompañado de una transferencia generalizada de poderes a los gobiernos autonómicos para que administren a su manera los derechos fundamentales de los habitantes de sus territorios. 17 Reinos de Taifas, 17 regímenes distintos de derechos y libertades, y 17 soluciones para un mismo problema. Sí, una puñetera locura.

Según parece, el acto de privar a la población de varios derechos fundamentales durante medio año mientras el país se va a la mierda no exige unas palabras del presidente en la tribuna; ni siquiera merece su presencia. Si en la primera alarma Sánchez concentró todo el poder en Su Persona, en la segunda ha convertido la gestión de la pandemia en un asunto de políticas regionales.

A los minicaciques autonómicos les pareció imprescindible reponer el estado de alarma, tras el fracaso de la desescalada y el descarrilamiento de la nueva normalidad, y por eso se lo pidieron al cacique mayor del reino. Ahora los minicaciques quieren encerrarnos a todos en casa, pero para ello necesitan el aval de la justicia, así que, para saltárselo a la torera, le han pedido al súpercacique que modifique el decreto de la alarma, a lo que éste se ha negado (por ahora), debido al alto coste político que tendría para Su Persona.

En este contexto, en el que el Ejecutivo busca ganar tiempo, agarrándose a que las medidas del nuevo Plan anti-Covid suscrito entre el Ministerio de Sanidad y el Consejo Interterritorial de Salud, unidas al toque de queda servirán para que la curva comience a aplanarse en los próximos días, insta a que las comunidades que pretendan ordenar encierros, lo hagan recurriendo a la Ley Orgánica 3/1986 y con la posterior ratificación judicial.

Personalmente pienso que regresar al confinamiento en nuestros hogares se ha hecho inevitable desde que se perdió la capacidad de controlar la expansión del virus por los medios convencionales. Pero todo ello podría y debería hacerse sin pisotear el principio de legalidad y sin humillar al Parlamento.

Para aquellos que piden un nuevo encierro como el de primavera, deberían reflexionar primero. ¿Qué produjo aquello? Aquel arresto domiciliario que cerró toda la economía produjo una caída económica de una fuerza como nunca antes se había visto en toda la serie moderna del PIB, más de 3 millones de personas en ERTE, más otro millón de empleos perdidos en sólo 18 días de marzo. Si se vuelve a cerrar, ahora ya no serán ERTE sino ERE, porque las empresas, especialmente las de hostelería, turismo y comercio, están exhaustas.

Hay quien dice, con bastante poco gusto, que “el choque entre PP y PSOE en los gobiernos causa muertes”. No, el virus es el que causa muertes. Quien dice eso también tilda de insuficientes las medidas actuales. ¿Insuficientes para qué? ¿Acaso hay garantía de que sanitariamente se vaya a mejorar con más prohibiciones y menos libertades? ¿Por qué España ha sido la que peores datos sanitarios ha registrado en toda la pandemia, si destacaba en la dureza de las restricciones? ¿No ven, quienes piensan así, que lo único que van a lograr es la ruina de todos? ¿Van a cerrar otra vez todos los bares y restaurantes, después de la ruina a la que las restricciones les han llevado y la inversión que han tenido que hacer en mamparas, estufas, ventilación y otros elementos para hacer "seguros" sus establecimientos? ¡No hay derecho!

España no va a mejorar sanitariamente por cerrar más, sino por gestionar más eficientemente todo el plan sanitario. Hay una parte mayoritaria de la población a la que el virus no afecta de manera importante. Protejamos (que no encerremos) a los vulnerables y el resto, a trabajar. De esa manera, se podrá comenzar la recuperación, porque si se vuelve a cerrar, entonces muchas empresas ya no volverán a abrir, amén de que muchas personas terminarán con enfermedades mentales o circulatorias.

No se trata de salvar la campaña navideña, sino de salvar la economía, porque si ahora se para, las empresas no llegarán a Navidad. Y salvar la economía es salvar la sanidad y la salud. Mientras no se comprenda ésto, mientras no se den cuenta de que con cada restricción envían a miles de familias a la miseria, no habremos iniciado el camino de la recuperación.

Quienes hablan de cerrar todo deberían reflexionar sobre sus consecuencias, también en vidas humanas, pues una depresión económica más profunda provocará más muertes que el virus. Las colas del hambre ya son interminables.

Además, el confinamiento también mata. Así lo concluye el equipo médico de la Clínica Hochrhein, en Alemania: además de la mortalidad directamente atribuible al coronavirus, hay un exceso de mortalidad debido al confinamiento. ¿Cuáles son las causas? Principalmente muchas personas con enfermedades crónicas murieron porque no fueron al médico, probablemente por miedo a infectarse de coronavirus.

El distanciamiento social también ha contribuido al desarrollo de daños colaterales. Debido a que no se visitó a los ancianos, no se notó un empeoramiento agudo de sus enfermedades. Resultado: murieron solos en sus casas.



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