Érase que se era un político socialista alto, presuntamente guapo, experto en baloncesto y de magro bagaje laboral y político: concejal en Madrid, tertuliano en bolos menores y diputado en el Congreso (con un escaño ganado al correr la lista por una baja). Pero el tipo tenía algo distintivo: una ambición pantagruélica.
En julio de 2014 concurre a las primarias para suceder al histórico Rubalcaba. Presentándose como el supuesto moderado frente al izquierdista Madina, triunfa y se convierte en líder del PSOE.
Su siguiente hito llega en las elecciones de diciembre de 2015, que gana Rajoy con 123 escaños, mientras el Doctor No pierde 20 diputados respecto a Rubalcaba y deja al PSOE en el chasis: 90. Pero en la noche de la debacle electoral ofrece la primera pista de su mala relación con la verdad y califica su toña de «resultado histórico».
Inasequible al desaliento, en lugar de respetar la norma no escrita de la democracia española de que debe gobernar el ganador, se empecina en que ha de hacerlo él, con 33 escaños menos que el PP. El gran Riverita (Cs) le brinda su apoyo por escrito y se presenta a la investidura.
Nuevo hito: primer candidato de nuestra democracia que fracasa en el empeño. ¿Y qué hace? ¿Atiende a la oferta de Rajoy de formar una Gran Coalición que desbloquee el país? Para nada. Desdeña la oferta con un displicente «no es no».
Pasan los meses. España sin Gobierno. Crece la presión para que el PSOE se abstenga. El Doctor No se obceca en su cerrazón, hasta el punto de que en junio de 2016 hay que repetir elecciones. El Dr. No palma 5 escaños más y se queda en 85, mientras que el PP gana 14 y alcanza los 137 (45 más de los que tiene hoy el PSOE). Respuesta: «No sigue siendo no, ¿qué parte del no no entiende?», le espeta a Rajoy.
España lleva ya 7 meses desgobernada. Dos socialistas con un rescoldo de patriotismo, González y Rubalcaba, que no tragan al personaje, instigan un levantamiento en el PSOE, que provoca que el 1 de octubre de 2016 nuestro amigo se vea forzado a dimitir (no sin antes tramar una votación-pucherazo tras una cortina de Ferraz). Tras recorrer España en un Peugeot 407, logra la proeza política de ganar las primarias de nuevo y recuperar el liderazgo.
En junio de 2018, incumpliendo todo tipo de promesas previas, pacta bajo cuerda con los promotores del golpe catalán, con los nacionalistas vascos y con Batasuna para echar a Rajoy y se convierte en presidente con 85 escaños y sin haber ganado unos comicios.
El resto ya lo sabemos: en dos años ha sido incapaz de aprobar unos Presupuestos, ha instaurado la mentira como una forma de relaciones públicas, y no ha dado pie con bola frente a la pandemia. Además ha acrecentado el sectarismo, llegando al extremo de que su asombrosa portavoz Adriana Lastra acusó en el Congreso a PP y a Vox de «amenazar al Gobierno con un golpe de Estado».
Y ahora, a modo de colofón, una broma: Sánchez pide «unidad, unidad y unidad» a todos los partidos. «Nadie tiene derecho a no arrimar el hombro porque tenga una ideología contraria el Gobierno de turno».
En julio de 2014 concurre a las primarias para suceder al histórico Rubalcaba. Presentándose como el supuesto moderado frente al izquierdista Madina, triunfa y se convierte en líder del PSOE.
Su siguiente hito llega en las elecciones de diciembre de 2015, que gana Rajoy con 123 escaños, mientras el Doctor No pierde 20 diputados respecto a Rubalcaba y deja al PSOE en el chasis: 90. Pero en la noche de la debacle electoral ofrece la primera pista de su mala relación con la verdad y califica su toña de «resultado histórico».
Inasequible al desaliento, en lugar de respetar la norma no escrita de la democracia española de que debe gobernar el ganador, se empecina en que ha de hacerlo él, con 33 escaños menos que el PP. El gran Riverita (Cs) le brinda su apoyo por escrito y se presenta a la investidura.
Nuevo hito: primer candidato de nuestra democracia que fracasa en el empeño. ¿Y qué hace? ¿Atiende a la oferta de Rajoy de formar una Gran Coalición que desbloquee el país? Para nada. Desdeña la oferta con un displicente «no es no».
Pasan los meses. España sin Gobierno. Crece la presión para que el PSOE se abstenga. El Doctor No se obceca en su cerrazón, hasta el punto de que en junio de 2016 hay que repetir elecciones. El Dr. No palma 5 escaños más y se queda en 85, mientras que el PP gana 14 y alcanza los 137 (45 más de los que tiene hoy el PSOE). Respuesta: «No sigue siendo no, ¿qué parte del no no entiende?», le espeta a Rajoy.
España lleva ya 7 meses desgobernada. Dos socialistas con un rescoldo de patriotismo, González y Rubalcaba, que no tragan al personaje, instigan un levantamiento en el PSOE, que provoca que el 1 de octubre de 2016 nuestro amigo se vea forzado a dimitir (no sin antes tramar una votación-pucherazo tras una cortina de Ferraz). Tras recorrer España en un Peugeot 407, logra la proeza política de ganar las primarias de nuevo y recuperar el liderazgo.
En junio de 2018, incumpliendo todo tipo de promesas previas, pacta bajo cuerda con los promotores del golpe catalán, con los nacionalistas vascos y con Batasuna para echar a Rajoy y se convierte en presidente con 85 escaños y sin haber ganado unos comicios.
El resto ya lo sabemos: en dos años ha sido incapaz de aprobar unos Presupuestos, ha instaurado la mentira como una forma de relaciones públicas, y no ha dado pie con bola frente a la pandemia. Además ha acrecentado el sectarismo, llegando al extremo de que su asombrosa portavoz Adriana Lastra acusó en el Congreso a PP y a Vox de «amenazar al Gobierno con un golpe de Estado».
Y ahora, a modo de colofón, una broma: Sánchez pide «unidad, unidad y unidad» a todos los partidos. «Nadie tiene derecho a no arrimar el hombro porque tenga una ideología contraria el Gobierno de turno».