Ya es oficial: España ha perdido el control de la pandemia. Somos, de nuevo, el país europeo con más contagios por cada 100.000 habitantes en las últimas dos semanas. Nos aproximamos a los 400.000 positivos oficiales y acumulamos el 11% de los enfermos de todo el continente, a pesar de que nuestra población no llega al 8% del total. Los médicos claman por la confección de una estrategia despolitizada, meramente técnica, porque la pandemia se ha descontrolado y la segunda ola, prevista para el otoño, se ha adelantado. Sí, efectivamente, «las cosas no van bien» según ha revelado el propio Fernando Simón el 20 de agosto. Los datos no engañan.
Una de las excusas habituales de las autoridades sanitarias en España para explicar el crecimiento en el número de contagios de coronavirus es que los ciudadanos tenemos la culpa, porque hemos "relajado" las medidas de prevención. Personas que van a la piscina o a la playa, a tomar una cerveza en una terraza o a comer a un restaurante, jóvenes que salen a divertirse a una discoteca, reuniones familiares... Estos son los motivos de esta segunda ola, según el Gobierno.
¿Es cierto? ¿De verdad el descontrolado aumento de los rebrotes se debe al descuido de los españoles de a pie? La respuesta es NO, los españoles no somos culpables del drama al que nos estamos enfrentando. Al contrario, somos el quinto país del mundo cuyos ciudadanos cumplen mejor las normas sanitarias contra la pandemia, según un informe elaborado por el Imperial College de Londres. El 93% de los españoles lleva regularmente la mascarilla, un 47% ha reducido «totalmente o bastante» la costumbre de salir a tomar algo, un 53% han dejado de salir de compras «totalmente o con frecuencia», el 66% ha dejado de reunirse con grupos de más de 10 personas... En prácticamente todos los valores estudiados los españoles hemos sacado un notable o sobresaliente en cuanto a responsabilidad ciudadana.
A la luz de este informe, es evidente que la tentación de culpar a los hábitos de los españoles del descontrol de los contagios carece de cualquier sustento científico. El comportamiento ciudadano está entre los mejores de todo planeta. No así el control de casos procedentes a través de aeropuertos, el número de rastreadores, la calidad de las pruebas de diagnóstico PCR realizadas y su cantidad, el aprovisionamiento de recursos de atención primaria, la compra adelantada de medicamentos... en esos valores, como es sabido, andamos a la cola. Y eso no depende del ciudadano, sino de un Ejecutivo completamente inepto que parece no haber aprendido nada.
Otra de las excusas utilizadas por el Gobierno para que no cunda el pánico y para que los turistas extranjeros no huyan despavoridos de nuestro país en pleno verano, es que se están realizando más test y, por tanto, se detectan más casos. En España se están haciendo más PCR, cierto, pero el nº de casos aumenta mucho más rápido que el nº de pruebas practicadas. Tanto que, según los criterios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya se ha entrado en una fase de descontrol de la pandemia, alarmante en algunas regiones, con Madrid a la cabeza.
El porcentaje de resultados positivos sobre el total de pruebas realizadas ha subido progresivamente en España hasta el 7,9% en la semana del 7 al 13 de agosto; tras el final de estado de alarma, tan solo el 1,1% de esos test daban resultado positivo. La OMS establece que por encima del 5% la situación epidemiológica se está descontrolando.
Un porcentaje bajo en este indicador significa que se están realizando un amplio número de test, anticipándose a la transmisión del virus para cortar su progresión.
Un porcentaje alto indica que la detección va por detrás del virus, puesto que se realizan test principalmente a personas con síntomas.
España cruzó esa línea roja a finales de julio y, desde entonces, ha ido empeorando su situación.
Hay grandes diferencias entre comunidades autónomas en el porcentaje de positivos sobre el total de PCR realizadas. La más alta de toda España es la Comunidad de Madrid (15,5%); le siguen Aragón (12,5%) y Castilla y León (12,1%). Aún con estos datos, el Gobierno -que se ha ido de vacaciones - sigue negando la mayor.
Según el MoMo, entre el 27 de julio y el 15 de agosto la mortalidad en España volvió a subir por encima de lo normal en 2.540 personas, mientras Fernando Simón negaba que estuviéramos ante una segunda ola, alegando que eso "es más bien una cuestión semántica" (13 de agosto). No ha sido hasta el 20 de agosto cuando reconoció que "las cosas no van bien". Pero es que van a peor. Según ha reconocido el propio Simón el 27 de agosto, el 71,5% de los casos no tienen un origen conocido y, por tanto, proceden de transmisión comunitaria no controlada.
Por otro lado, el número de test practicados no debe tener en cuenta el tamaño de la población, sino el número de contagios. España tiene el doble, el triple o diez veces más casos que el resto de países europeos. Por tanto, el nº de test también se debería multiplicar por dos, tres o diez. A más casos, más pruebas, porque hay que hacer más estudios de contactos. Como recomienda la OMS, hay que «invertir en test, aislamiento y estudio de contactos».
Y aquí entran en juego los llamados «rastreadores», esos trabajadores que buscan a quienes han tenido un "contacto estrecho" con un infectado y realizan un seguimiento activo de la aparición de síntomas a lo largo del periodo de incubación máximo de la enfermedad (que es de 14 días) para evitar que, en el caso de que estuvieran también infectadas, la transmitan a su vez a otras personas.
Problema: Sanidad no ha dicho cuál es la cifra exacta del número de rastreadores de los que debe disponer de cada área de salud. Según un informe de la Universidad Johns Hopkins debería ser de 81 por cada 100.000 habitantes.
¿Los tenemos? ¡Ni por asomo! En España, la media es de 17 rastreadores por cada 100.000 habitantes, aunque vuelve a haber diferencias en las distintas CCAA. Aragón, por ejemplo, tiene 19,6; Castilla y León 25,8; Cataluña 20,5; Navarra 22,7; Asturias 9,1; País Vasco 8,2; Madrid 8,4; Murcia 3...
España se desliza aceleradamente hacia el abismo, pero no hay de qué preocuparse. El laboratorio de Iván Redondo ha dado con la solución. Igual que el presidente sobrevivió inmaculado al horror de la improvisada morgue que hubo que instalar en el Palacio de Hielo, ya ha encontrado también solución para el actual laberinto.
A partir de ahora, la responsabilidad del endiablado operativo pasa íntegramente a los presidentes autonómicos, que serán quienes dictaminen si hay que confinar o no, si hay que volver a los encierros, a los balcones y al 'resistiré'. Y si todavía algo sale muy mal, siempre le quedará Isabel Díaz Ayuso, a quien Fernando Simón quería enclaustrar sine die y quien, según evolucione la epidemia, deberá arrastrarse hasta la Moncloa para mendigar la implantación de la alarma. Una jugada perfecta.
Sánchez no tiene plan contra el virus, ni contra el desempleo, ni contra la tragedia social. Pero tiene un arma infalible. Él se borra de la primera línea, se sacude las decisiones ingratas, le pasa el 'marrón' a los presidentes regionales (en especial a los del PP y, muy en particular, a la de Madrid). Sánchez contra Ayuso, no contra la pandemia. Y por ahora, Sánchez va ganando.
Pero se olvida de que no se trata solo de Madrid. Todas las comunidades autónomas superan ampliamente la media de contagios que se registra en toda Europa. Según el Centro de Prevención y Control de Enfermedades de la Unión Europea, la incidencia acumulada en los últimos 14 días en los 26 países de la UE es de 30 personas/100.000 habitantes, mientras que en España es de 212,4 contagios por cada 100.000 habitantes (datos a 1 de septiembre). Sin contar la Comunidad de Madrid, las regiones españoles multiplican por 6 la media europea. Sin embargo, Madrid está en la diana de Sánchez.
Las cosas no van bien, claro que no. Porque mientras los peores gestores de la historia nos hunden en la miseria y nos entretienen con un acoso «fake» al vicepresidente, con el derribo del pacto constitucional a martillazos contra la Monarquía, con un manoseo de la Justicia que permite a un condenado de los ERE charlar amigablemente en la playa con el ministro del ramo o con sus concesiones a los etarras y sediciosos catalanes, el PP está ocupado en sus luchas internas. La brillantez oratoria de Cayetana frente a su soberbia. El giro a la centralidad de la ultraderecha.
Este es el debate que nos han colocado este verano mientras Simón suelta por lo bajini, con aire paulista, el reconocimiento de una debacle: «las cosas no van bien».
Una de las excusas habituales de las autoridades sanitarias en España para explicar el crecimiento en el número de contagios de coronavirus es que los ciudadanos tenemos la culpa, porque hemos "relajado" las medidas de prevención. Personas que van a la piscina o a la playa, a tomar una cerveza en una terraza o a comer a un restaurante, jóvenes que salen a divertirse a una discoteca, reuniones familiares... Estos son los motivos de esta segunda ola, según el Gobierno.
¿Es cierto? ¿De verdad el descontrolado aumento de los rebrotes se debe al descuido de los españoles de a pie? La respuesta es NO, los españoles no somos culpables del drama al que nos estamos enfrentando. Al contrario, somos el quinto país del mundo cuyos ciudadanos cumplen mejor las normas sanitarias contra la pandemia, según un informe elaborado por el Imperial College de Londres. El 93% de los españoles lleva regularmente la mascarilla, un 47% ha reducido «totalmente o bastante» la costumbre de salir a tomar algo, un 53% han dejado de salir de compras «totalmente o con frecuencia», el 66% ha dejado de reunirse con grupos de más de 10 personas... En prácticamente todos los valores estudiados los españoles hemos sacado un notable o sobresaliente en cuanto a responsabilidad ciudadana.
A la luz de este informe, es evidente que la tentación de culpar a los hábitos de los españoles del descontrol de los contagios carece de cualquier sustento científico. El comportamiento ciudadano está entre los mejores de todo planeta. No así el control de casos procedentes a través de aeropuertos, el número de rastreadores, la calidad de las pruebas de diagnóstico PCR realizadas y su cantidad, el aprovisionamiento de recursos de atención primaria, la compra adelantada de medicamentos... en esos valores, como es sabido, andamos a la cola. Y eso no depende del ciudadano, sino de un Ejecutivo completamente inepto que parece no haber aprendido nada.
Otra de las excusas utilizadas por el Gobierno para que no cunda el pánico y para que los turistas extranjeros no huyan despavoridos de nuestro país en pleno verano, es que se están realizando más test y, por tanto, se detectan más casos. En España se están haciendo más PCR, cierto, pero el nº de casos aumenta mucho más rápido que el nº de pruebas practicadas. Tanto que, según los criterios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya se ha entrado en una fase de descontrol de la pandemia, alarmante en algunas regiones, con Madrid a la cabeza.
El porcentaje de resultados positivos sobre el total de pruebas realizadas ha subido progresivamente en España hasta el 7,9% en la semana del 7 al 13 de agosto; tras el final de estado de alarma, tan solo el 1,1% de esos test daban resultado positivo. La OMS establece que por encima del 5% la situación epidemiológica se está descontrolando.
Un porcentaje bajo en este indicador significa que se están realizando un amplio número de test, anticipándose a la transmisión del virus para cortar su progresión.
Un porcentaje alto indica que la detección va por detrás del virus, puesto que se realizan test principalmente a personas con síntomas.
España cruzó esa línea roja a finales de julio y, desde entonces, ha ido empeorando su situación.
Hay grandes diferencias entre comunidades autónomas en el porcentaje de positivos sobre el total de PCR realizadas. La más alta de toda España es la Comunidad de Madrid (15,5%); le siguen Aragón (12,5%) y Castilla y León (12,1%). Aún con estos datos, el Gobierno -que se ha ido de vacaciones - sigue negando la mayor.
Según el MoMo, entre el 27 de julio y el 15 de agosto la mortalidad en España volvió a subir por encima de lo normal en 2.540 personas, mientras Fernando Simón negaba que estuviéramos ante una segunda ola, alegando que eso "es más bien una cuestión semántica" (13 de agosto). No ha sido hasta el 20 de agosto cuando reconoció que "las cosas no van bien". Pero es que van a peor. Según ha reconocido el propio Simón el 27 de agosto, el 71,5% de los casos no tienen un origen conocido y, por tanto, proceden de transmisión comunitaria no controlada.
Por otro lado, el número de test practicados no debe tener en cuenta el tamaño de la población, sino el número de contagios. España tiene el doble, el triple o diez veces más casos que el resto de países europeos. Por tanto, el nº de test también se debería multiplicar por dos, tres o diez. A más casos, más pruebas, porque hay que hacer más estudios de contactos. Como recomienda la OMS, hay que «invertir en test, aislamiento y estudio de contactos».
Y aquí entran en juego los llamados «rastreadores», esos trabajadores que buscan a quienes han tenido un "contacto estrecho" con un infectado y realizan un seguimiento activo de la aparición de síntomas a lo largo del periodo de incubación máximo de la enfermedad (que es de 14 días) para evitar que, en el caso de que estuvieran también infectadas, la transmitan a su vez a otras personas.
Problema: Sanidad no ha dicho cuál es la cifra exacta del número de rastreadores de los que debe disponer de cada área de salud. Según un informe de la Universidad Johns Hopkins debería ser de 81 por cada 100.000 habitantes.
¿Los tenemos? ¡Ni por asomo! En España, la media es de 17 rastreadores por cada 100.000 habitantes, aunque vuelve a haber diferencias en las distintas CCAA. Aragón, por ejemplo, tiene 19,6; Castilla y León 25,8; Cataluña 20,5; Navarra 22,7; Asturias 9,1; País Vasco 8,2; Madrid 8,4; Murcia 3...
España se desliza aceleradamente hacia el abismo, pero no hay de qué preocuparse. El laboratorio de Iván Redondo ha dado con la solución. Igual que el presidente sobrevivió inmaculado al horror de la improvisada morgue que hubo que instalar en el Palacio de Hielo, ya ha encontrado también solución para el actual laberinto.
A partir de ahora, la responsabilidad del endiablado operativo pasa íntegramente a los presidentes autonómicos, que serán quienes dictaminen si hay que confinar o no, si hay que volver a los encierros, a los balcones y al 'resistiré'. Y si todavía algo sale muy mal, siempre le quedará Isabel Díaz Ayuso, a quien Fernando Simón quería enclaustrar sine die y quien, según evolucione la epidemia, deberá arrastrarse hasta la Moncloa para mendigar la implantación de la alarma. Una jugada perfecta.
Sánchez no tiene plan contra el virus, ni contra el desempleo, ni contra la tragedia social. Pero tiene un arma infalible. Él se borra de la primera línea, se sacude las decisiones ingratas, le pasa el 'marrón' a los presidentes regionales (en especial a los del PP y, muy en particular, a la de Madrid). Sánchez contra Ayuso, no contra la pandemia. Y por ahora, Sánchez va ganando.
Pero se olvida de que no se trata solo de Madrid. Todas las comunidades autónomas superan ampliamente la media de contagios que se registra en toda Europa. Según el Centro de Prevención y Control de Enfermedades de la Unión Europea, la incidencia acumulada en los últimos 14 días en los 26 países de la UE es de 30 personas/100.000 habitantes, mientras que en España es de 212,4 contagios por cada 100.000 habitantes (datos a 1 de septiembre). Sin contar la Comunidad de Madrid, las regiones españoles multiplican por 6 la media europea. Sin embargo, Madrid está en la diana de Sánchez.
Las cosas no van bien, claro que no. Porque mientras los peores gestores de la historia nos hunden en la miseria y nos entretienen con un acoso «fake» al vicepresidente, con el derribo del pacto constitucional a martillazos contra la Monarquía, con un manoseo de la Justicia que permite a un condenado de los ERE charlar amigablemente en la playa con el ministro del ramo o con sus concesiones a los etarras y sediciosos catalanes, el PP está ocupado en sus luchas internas. La brillantez oratoria de Cayetana frente a su soberbia. El giro a la centralidad de la ultraderecha.
Este es el debate que nos han colocado este verano mientras Simón suelta por lo bajini, con aire paulista, el reconocimiento de una debacle: «las cosas no van bien».