Para empezar, el término en sí mismo chirría. La "normalidad" no puede ser considerada como algo "nuevo", porque algo que es nuevo no ha alcanzado todavía el estatus de normalidad o rutina. Como no podía ser de otro modo, el oxímoron denominado 'nueva normalidad', está regulada mediante un decreto que regirá nuestras vidas para la posteridad. ¿Acaso alguien pensaba que Pedro Sánchez iba a perder sus poderes absolutos sin dejarnos antes su legado totalitario?
Pero Sánchez no ha sido el único con ínfulas autoritarias. En cuanto los presidentes autonómicos recuperaron su bastón de mando, se apresuraron a establecer sus propias restricciones y prohibiciones, y ahora nuestras vidas están regidas por 17 nuevas normalidades distintas, dependiendo de donde vivas o a donde vayas.
Y no solo éso, sino que a medida que van avanzando los días (y la extensión de la pandemia, otra vez) las prohibiciones se están extendiendo como la pólvora, hasta el punto de que prácticamente han aniquilado toda nuestra vida social. Básicamente, solo podemos ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, pasando por el colegio a dejar a nuestros hijos.
Prácticamente todo el ocio (bares, terrazas, restaurantes, discotecas, bares de copas, playas, parques, gimnasios...) se ha cerrado o restringido de tal manera que ni siquiera te apetece ir. Eso sí, aviones, trenes y metro siguen abarrotados (son espacios Covid-Free, al igual que los colegios, la oficina y, por supuesto, tu hogar).
¿Para qué voy a ir a tomarme un café o una cerveza a una terraza si solo puedo quitarme la mascarilla en el momento de sorber, y ni siquiera me puedo fumar un cigarrito? ¿Para qué voy a ir a un restaurante si tengo que cenar como los guiris, a las 20h porque hay toque de queda a las 22h? ¿Para qué voy a ir a la playa o a la piscina si no me puedo quitar la mascarilla y me va a quedar un gran rectángulo blanco (no moreno) en más de media la cara? ¿Para qué voy a quedar con nadie si ni siquiera podemos vernos las caras (por videollamada sí nos vemos)? ¿Para que voy a ir a visitar a mi madre si no le puedo dar un beso o un abrazo? Se me rompe el corazón.
PUES ESO: vivo confinada. Como -por suerte o por desgracia- he perdido mi empleo, no tengo obligación de salir de casa (salvo para ir a la compra); si salgo es porque me reporta un beneficio (ocio, social...). En el momento en que ese beneficio no es tal y se da la vuelta para convertirse en una incomodidad con alta dosis de cabreo, pues paso de ir a ningún sitio. Afortunadamente, vivo en una casa unifamiliar con una amplia terraza ajardinada, en una zona de costa (muy tranquila en invierno).
Pero si me auto-confino no es porque esté a favor de la gran reclusión que vivimos de marzo a mayo, sino porque me cabrea y me angustia la situación actual. Ni tampoco porque tenga miedo al virus (de hecho, cuando en abril se empezó a hablar de implantar los "pasaportes de inmunidad" para que los recuperados de la enfermedad pudieran salir del arresto domiciliario, yo no quería otra cosa que contagiarme para ser inmune y poder retomar mi vida lo antes posible).
En la nueva normalidad, el mundo se ha hecho más grande “a nivel virtual”, pero más pequeño para la vivencia presencial y física. Y yo no acepto que todas nuestras costumbres sociales se vean trastocadas (según Margarita del Val, investigadora científica del CSIC, durante ¡al menos un par de años!). No quiero, ni por asomo, que las situaciones que estamos viviendo ahora se conviertan en "normales". No quiero una “nueva normalidad”, sino la normalidad sin adjetivos, sin pensar en la muerte, sin temor al contagio (propio o de familiares) en cada acto. Los psicólogos dicen que volver no significa regresar al mismo punto, que éste es un buen momento para afrontar un cambio de etapa. Me niego a vivir una especie de 'año cero' distópico. Me niego a vivir una vida gris, enmascarada, sin contacto social, y donde solo esté permitido ir a trabajar.
Quiero ir de cañas con los amigos viéndonos las caras, sin limitarlos a 10 o 6, sin tener que mantener una distancia (anti)social con todo el mundo (conocidos, desconocidos, familia...). Quiero poder comerme a besos a mi sobrina. Quiero salir a pasear por la playa sintiendo la brisa en mi cara. Quiero pulsar el botón del ascensor o abrir la puerta del portal sin tener que echarme un kilo de gel hidroalcohólico antes de tocar cualquier otra cosa. Quiero entrar casa sin tener que aplicar un protocolo de desinfección propio de un quirófano. Quiero volver a viajar, a reirme, a divertirme... ¡a trabajar!
Pero soy realista: la normalidad ni ha llegado ni se la espera en los próximos años. Y lo de ahora no puede ser más anormal, más aún si tenemos en cuenta la situación epidemiológica actual.
El virus regresó con fuerza a mediados de julio, y a lo largo del verano los contagios no han parado de subir y subir, hasta haberse descontrolado por completo en algunas regiones. En apenas tres meses, España se ha convertido en la nueva Wuhan. ¿Cómo parar el avance del virus? Creando guetos Covid. Allá os quedéis vosotros, infectados, encerrados vuestro pueblo, pero al mío no se os ocurra venir. ¡Vaya con nueva normalidad! ¡Menos mal que íbamos a salir más fuertes y más unidos!
A lo largo del verano han sido muchas las regiones que han sido confinadas perimetralmente para atajar el aumento de casos, pero no ha sido hasta que le ha tocado a Madrid cuando se ha abierto la polémica. ¡Cómo van a ser estigmatizados los señoritos de la capital! ¡Madrid es España!
En el terreno político, la nueva normalidad ha traído nuevos y numerosos peligros que atentan contra nuestro Estado de Derecho. La politización de la justicia, los ataques a la Corona, la amenaza velada de sustituir la monarquía parlamentaria por una republiqueta federal, los -cada vez más y mayores- recortes de libertades en aras de proteger nuestra salud... todo ello aderezado con grandes dosis populismo epidemiológico con la única finalidad de lograr réditos electorales. De vergüenza todo.
No sé de dónde ha salido este manifiesto que circuló el 28 de septiembre por todas las redes sociales, pero me sumo a él. #EspañaConLaConstitucion
Mientras los ciudadanos estamos preocupados ante la grave situación sanitaria y económica, los distintos partidos políticos se dedican a echarse la culpa unos a otros de la situación, sin que ninguno haga nada para solucionar, al menos, algo. Los espectáculos que ofrecen semanalmente senadores y parlamentarios en el Congreso de los Diputados son verdaderamente bochornosos.
Están tan ocupados con el enfrentamiento político que no han tenido tiempo de elaborar los Presupuestos Generales del Estado 2021, las cuentas públicas más importantes para el país, dado el estado de "emergencia nacional" en el que nos encontramos por la dichosa pandemia. Claro que ése es un objetivo complicado para un Gobierno en minoría de 155 diputados, lo que requiere negociar con otras formaciones políticas. El gobierno socialcomunista ha elegido como socios de gobierno a los nacionalistas, etarras y golpistas catalanes, y que éstos le den a Sánchez carta blanca no va a ser precisamente barato. Poco le importa el precio, porque se trata de culminar su legislatura, y al final lo pagaremos todos los españoles y el PP cuando regrese a Moncloa dentro de 3 años.
Pero Sánchez no ha sido el único con ínfulas autoritarias. En cuanto los presidentes autonómicos recuperaron su bastón de mando, se apresuraron a establecer sus propias restricciones y prohibiciones, y ahora nuestras vidas están regidas por 17 nuevas normalidades distintas, dependiendo de donde vivas o a donde vayas.
Y no solo éso, sino que a medida que van avanzando los días (y la extensión de la pandemia, otra vez) las prohibiciones se están extendiendo como la pólvora, hasta el punto de que prácticamente han aniquilado toda nuestra vida social. Básicamente, solo podemos ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, pasando por el colegio a dejar a nuestros hijos.
Prácticamente todo el ocio (bares, terrazas, restaurantes, discotecas, bares de copas, playas, parques, gimnasios...) se ha cerrado o restringido de tal manera que ni siquiera te apetece ir. Eso sí, aviones, trenes y metro siguen abarrotados (son espacios Covid-Free, al igual que los colegios, la oficina y, por supuesto, tu hogar).
¿Para qué voy a ir a tomarme un café o una cerveza a una terraza si solo puedo quitarme la mascarilla en el momento de sorber, y ni siquiera me puedo fumar un cigarrito? ¿Para qué voy a ir a un restaurante si tengo que cenar como los guiris, a las 20h porque hay toque de queda a las 22h? ¿Para qué voy a ir a la playa o a la piscina si no me puedo quitar la mascarilla y me va a quedar un gran rectángulo blanco (no moreno) en más de media la cara? ¿Para qué voy a quedar con nadie si ni siquiera podemos vernos las caras (por videollamada sí nos vemos)? ¿Para que voy a ir a visitar a mi madre si no le puedo dar un beso o un abrazo? Se me rompe el corazón.
PUES ESO: vivo confinada. Como -por suerte o por desgracia- he perdido mi empleo, no tengo obligación de salir de casa (salvo para ir a la compra); si salgo es porque me reporta un beneficio (ocio, social...). En el momento en que ese beneficio no es tal y se da la vuelta para convertirse en una incomodidad con alta dosis de cabreo, pues paso de ir a ningún sitio. Afortunadamente, vivo en una casa unifamiliar con una amplia terraza ajardinada, en una zona de costa (muy tranquila en invierno).
Pero si me auto-confino no es porque esté a favor de la gran reclusión que vivimos de marzo a mayo, sino porque me cabrea y me angustia la situación actual. Ni tampoco porque tenga miedo al virus (de hecho, cuando en abril se empezó a hablar de implantar los "pasaportes de inmunidad" para que los recuperados de la enfermedad pudieran salir del arresto domiciliario, yo no quería otra cosa que contagiarme para ser inmune y poder retomar mi vida lo antes posible).
En la nueva normalidad, el mundo se ha hecho más grande “a nivel virtual”, pero más pequeño para la vivencia presencial y física. Y yo no acepto que todas nuestras costumbres sociales se vean trastocadas (según Margarita del Val, investigadora científica del CSIC, durante ¡al menos un par de años!). No quiero, ni por asomo, que las situaciones que estamos viviendo ahora se conviertan en "normales". No quiero una “nueva normalidad”, sino la normalidad sin adjetivos, sin pensar en la muerte, sin temor al contagio (propio o de familiares) en cada acto. Los psicólogos dicen que volver no significa regresar al mismo punto, que éste es un buen momento para afrontar un cambio de etapa. Me niego a vivir una especie de 'año cero' distópico. Me niego a vivir una vida gris, enmascarada, sin contacto social, y donde solo esté permitido ir a trabajar.
Quiero ir de cañas con los amigos viéndonos las caras, sin limitarlos a 10 o 6, sin tener que mantener una distancia (anti)social con todo el mundo (conocidos, desconocidos, familia...). Quiero poder comerme a besos a mi sobrina. Quiero salir a pasear por la playa sintiendo la brisa en mi cara. Quiero pulsar el botón del ascensor o abrir la puerta del portal sin tener que echarme un kilo de gel hidroalcohólico antes de tocar cualquier otra cosa. Quiero entrar casa sin tener que aplicar un protocolo de desinfección propio de un quirófano. Quiero volver a viajar, a reirme, a divertirme... ¡a trabajar!
Pero soy realista: la normalidad ni ha llegado ni se la espera en los próximos años. Y lo de ahora no puede ser más anormal, más aún si tenemos en cuenta la situación epidemiológica actual.
El virus regresó con fuerza a mediados de julio, y a lo largo del verano los contagios no han parado de subir y subir, hasta haberse descontrolado por completo en algunas regiones. En apenas tres meses, España se ha convertido en la nueva Wuhan. ¿Cómo parar el avance del virus? Creando guetos Covid. Allá os quedéis vosotros, infectados, encerrados vuestro pueblo, pero al mío no se os ocurra venir. ¡Vaya con nueva normalidad! ¡Menos mal que íbamos a salir más fuertes y más unidos!
A lo largo del verano han sido muchas las regiones que han sido confinadas perimetralmente para atajar el aumento de casos, pero no ha sido hasta que le ha tocado a Madrid cuando se ha abierto la polémica. ¡Cómo van a ser estigmatizados los señoritos de la capital! ¡Madrid es España!
En el terreno político, la nueva normalidad ha traído nuevos y numerosos peligros que atentan contra nuestro Estado de Derecho. La politización de la justicia, los ataques a la Corona, la amenaza velada de sustituir la monarquía parlamentaria por una republiqueta federal, los -cada vez más y mayores- recortes de libertades en aras de proteger nuestra salud... todo ello aderezado con grandes dosis populismo epidemiológico con la única finalidad de lograr réditos electorales. De vergüenza todo.
No sé de dónde ha salido este manifiesto que circuló el 28 de septiembre por todas las redes sociales, pero me sumo a él. #EspañaConLaConstitucion
Mientras los ciudadanos estamos preocupados ante la grave situación sanitaria y económica, los distintos partidos políticos se dedican a echarse la culpa unos a otros de la situación, sin que ninguno haga nada para solucionar, al menos, algo. Los espectáculos que ofrecen semanalmente senadores y parlamentarios en el Congreso de los Diputados son verdaderamente bochornosos.
Están tan ocupados con el enfrentamiento político que no han tenido tiempo de elaborar los Presupuestos Generales del Estado 2021, las cuentas públicas más importantes para el país, dado el estado de "emergencia nacional" en el que nos encontramos por la dichosa pandemia. Claro que ése es un objetivo complicado para un Gobierno en minoría de 155 diputados, lo que requiere negociar con otras formaciones políticas. El gobierno socialcomunista ha elegido como socios de gobierno a los nacionalistas, etarras y golpistas catalanes, y que éstos le den a Sánchez carta blanca no va a ser precisamente barato. Poco le importa el precio, porque se trata de culminar su legislatura, y al final lo pagaremos todos los españoles y el PP cuando regrese a Moncloa dentro de 3 años.