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Sánchez, un César incombustible

Empieza a apagarse el jaleo de las cacerolas y a cambio, refulge la armadura de Pedro Sánchez. Impresiona la fortaleza política y parlamentaria del presidente del Gobierno en la salida del estado de alarma, una mezcla de habilidad, cinismo, amnesia, propaganda y falta de alternativas.


Ahora, sin el paraguas del estado de alarma, estamos viviendo una suerte de espejismo. Ya podemos almorzar y cenar en los restaurantes, podemos tomar el aperitivo en las terrazas, y puede que muchos vayan a la playa o alquilen una casa rural para pasar sus vacaciones de verano.

Pero podemos hacer todas estas cosas tan placenteras bajo libertad vigilada. Porque el estado de alarma ha sacado lo peor de muchos. Ha instaurado la delación como costumbre social, el personaje del chivato como acompañante carabina. Ha entronizado a la vieja del visillo, y también ha promovido una policía con saña (en la calle, en las comunidades de vecinos, entre los compañeros de trabajo...)

No nos sorprendamos. Estos son los mismos que han estado tan a gusto con la dictadura decretada por el Gobierno, los que están encantados con la España subsidiada que está construyendo el psicópata que se jacta de que más de la mitad de la población está sostenida por los recursos públicos que pagará la gente trabajadora, emprendedora y decente a la que van a abrasar a impuestos, y los que siguen diciendo en las encuestas que seguirán votando a Sánchez a pesar de haber causado, por su negligencia y su ineptitud, el doble de las muertes que nos habría provocado naturalmente el virus letal. Y también a pesar de que ha inducido la recesión más aguda de todos los países del mundo.

Estamos, como digo, viviendo un espejismo. La verdad, sin embargo, es que se cierne sobre nosotros una tragedia: estamos a las puertas de una hecatombe económica. Esto ya lo palpa y lo vive el mundo de los autónomos, pero ahora nos encontramos en un tiempo de receso, en la calma chicha que precede a la tempestad; en vísperas de un bendito verano después de un cruel, duro y eterno encarcelamiento domiciliario. Pero esta fantasía pasará en un pis pas, y vendrá un otoño siniestro, un drama que no va a arreglar el Banco Central Europeo. Tampoco lo solucionará la ayuda financiera de la Unión Europea.

España está en ciernes de sufrir una marea de empobrecimiento colosal y necesita de manera acuciante un plan de reformas que haga sostenible a largo plazo el nivel de deuda pública, esa que pagan siempre las generaciones futuras; que haga posible urgentemente que el exangüe tejido empresarial que haya sobrevivido a la catástrofe sea capaz de crear empleo sin las zancadillas de un marco laboral rígido y de unos sindicatos irresponsables, porque esa es la única posibilidad de que el país pueda recomponerse sanamente.


Naturalmente, ésto exigiría un Gobierno radicalmente distinto al que nos ha conducido a este estado fatal de circunstancias, un Gobierno con un vicepresidente y unos ministros comunistas que son una rara avis en Europa y dirigido por Sánchez e Iglesias, ambos personajes amorales que albergan la abominable idea de hacer de España el país más ecologista, más feminista y más ‘moderno’ del orbe, al tiempo que se empeñan en destruirlo flirteando con impulsar un proceso reconstituyente que liquide definitivamente el espíritu de la Transición y de la Monarquía constitucional para instaurar un modelo de país bolivariano en el que el discrepante esté condenado irremisiblemente a la muerte civil.

Dicen que cuando la recesión económica empieza (y es un hecho evidente que así sucede ya en España) el voto se inclina hacia la izquierda, que es la que les promete el escudo falazmente social; pero que cuando la recesión se instala estructuralmente como va a ocurrir en nuestro país en otoño, con su reguero de desempleo y de destrucción masiva de tejido productivo, el voto se escora hacia la derecha. ¡Ojalá sea así!

La gestión de la pandemia ha sido un ejercicio de negligencia, crispación, autoridad, manipulación e improvisación, razones todas ellas que convierten en un fenómeno insólito la buena salud política del líder socialista. Todavía le queda pendiente el desafío a la crisis económica, el cráter del desempleo, la depresión, las restricciones a pensionistas y funcionarios, pero Sánchez ha demostrado que posee el misterio y el secreto de la inmortalidad. ¿Por qué? Por varias razones:

El poder


El poder desgasta al que no lo tiene. Iniciaba el presidente la legislatura en una situación de fragilidad parlamentaria, pero el estado de alarma y el mando único le han proporcionado toda suerte de recursos cesaristas.

El monstruo, la maquinaria de destrucción, Sánchez-Iglesias tiene su propia autonomía. Sánchez marca y define la agenda, orienta los debates, establece el rumbo de la política. Y juega con anticipación en cada movimiento, aunque, puestos a ocupar, también se hace la oposición a sí mismo con magistrales goles en propia meta. Sánchez actúa en función de dos supuestos: que la convocatoria de unas terceras elecciones tendría un riesgo sistémico, y que la oposición ya no duda de que él asumiría cualquier riesgo para que su poder prevalezca.

En la Venezuela de Chávez/Maduro y en la España de Sánchez, todo vale para conseguir el poder. PSOE-Podemos conforman un monstruo político imparable. Funciona como una maquinaría de destrucción terrible y siempre bien engrasada por los separatistas y los viejos terroristas. Destruye todo lo que se cruza en su camino. La pandemia les ha venido de cine.

El crupier


Sánchez es la banca del casino. Y multiplica sus cualidades de crupier en todas las mesas. Tanto juega al 'blackjack' con los colegas de Ciudadanos como distrae con la ruleta a las señorías con Esquerra Republicana. Después de que neocomunistas e independentistas le llevaran en volandas hasta el poder, cuando le ha interesado personalmente les ha dejado con el pandero en retambufa.

Seis veces ha pedido el apoyo de la Cámara a la prórroga del estado de alarma, seis veces la ha conseguido. Hasta el PP ha bendecido el ingreso mínimo vital, y Vox solo se atrevió a dar una abstención.


Mantiene Sánchez sus vínculos privilegiados con el soberanismo, pero ha prosperado en sus relaciones alternativas con los naranjas, hasta el extremo de rescatarlos del eje del mal y presentarlos como el último objeto de su seducción política. Ciudadanos ha blanqueado a Sánchez más de lo que nunca hubiera imaginado.

Al igual que ocurre en Venezuela, España está ahora mismo gobernada por unos tipos sin escrúpulos que han sabido utilizar las leyes democráticas para hacerse con el poder y utilizarlo desde el primer momento para destruir el propio sistema. Todos sabemos cómo obtuvo Chávez el poder en Venezuela y, sobre todo, cómo lo utilizó inmediatamente para cambiar las reglas del juego y apalancarse en él. Lo mismito que ha hecho Iglesias con la presidencia de Podemos.

La amnesia


No se explica el estado de gracia de Sánchez sin la falta de memoria de la opinión pública y de la clase política aledaña. Se ha normalizado la aberrante cifra (manipulada) de muertos. Y se han digerido con idéntico descaro tanto los pactos obscenos con Bildu como la crisis de la Guardia Civil y la injerencia de Grande-Marlaska en los asuntos judiciales.

La gente convencional, y quizá también estúpida que nos rodea, dice que la reacción del pueblo español ante la pandemia ha sido ejemplar, como así revela la aceptación resignada y mansa de un confinamiento totalitario. Según esta opinión aciaga, los ciudadanos han demostrado estar muy por encima de los políticos, que no han dado tregua a la crispación cuando lo que tocaba era arrimar el hombro, o sea aceptar lanarmente los designios del psicópata mentiroso que nos gobierna. Hemos aceptado sin rechistar el encierro más extremo del planeta. Los resultados han sido nefastos: 45.000 fallecidos, según el INE.

Sin olvidar que ningún otro país ha tenido completamente parada su economía durante dos meses. Totalmente cancelada, cerrada a cal y canto. Las consecuencias de este error monumental van a ser terribles, y las veremos en toda su dimensión cuando comience el otoño.

Pero Sánchez ha forzado todos los recursos propagandísticos e institucionales para edulcorar su gestión. Empezando por el intento de encubrimiento del 8-M. Su ventaja es que unas noticias se van comiendo a las otras.

Todos recordamos cómo llegó Sánchez por primera vez al Gobierno: burlando el sentido de la moción de censura montando un pacto en negativo con populistas, pro-etarras y golpistas y mintiendo sobre su intención de convocar elecciones de forma inmediata. La segunda vez, Sánchez llegó a la Presidencia haciendo un gobierno de coalición con Podemos -sellado a las 24 horas de cerrarse las urnas y tras haber rechazado esa posibilidad de forma rotunda durante toda la campaña electoral en la que pedía el voto comprometiéndose a no pactar con Podemos "para poder dormir tranquilo". Bulo tras bulo, pero al pueblo parece darle igual; ésto ya se ha olvidado, fruto de los nuevos acontecimientos.


Sin escrúpulos


La supervivencia política de Sánchez exige el sacrificio de todos los límites. Ninguno tan elocuente como el que supuso pactar alevosa y nocturnamente con Bildu la derogación de la reforma laboral. Ni tan significativo como la reanudación de la mesa de partidos en Cataluña. Tanto en Venezuela como en España el Gobierno persigue a los profesionales independientes (justicia, fiscalía y demás funcionarios del Estado), e incluso a la prensa, y trata de destruir su prestigio cuando no consiguen doblegarles.

Sánchez ha hecho propia la doctrina cholista del 'partido a partido'. Se trata de ganarle tiempo al trono de la Moncloa. Cada segundo es una victoria. Los Presupuestos van a resultarle un muro difícil de franquear, pero será entonces cuando el presidente del Gobierno expondrá más sensibilidad a las reclamaciones independentistas.

Por otro lado, todo gobernante totalitario que quiera imponerse en un país democrático ha de lidiar con la Justicia, uno de los pilares básicos del Estado. Por eso tanto el chavismo como el sanchismo tratan de eliminar, por activa o por pasiva, a los jueces independientes. Maduro les persigue, encarcela o destituye directamente; Sánchez e Iglesias se han hecho con las riendas y utilizan con total desparpajo a la Abogacía del Estado y a la Fiscalía para perseguir, presionar e intentar desacreditar a los jueces que investigan presuntos delitos cometidos por el Ejecutivo (los ejemplos más reciente son el archivo del caso del 8-M, y las filtraciones del fiscal anticorrupción a Podemos en el caso Dina).

Sin alternativa


La mayor garantía de Sánchez consiste en que no hay alternativa. De intentarse, se frustraría el menor atisbo de moción de censura, entre otras razones, porque los partidos soberanistas nunca accederían a la consagración de Casado ni pactarían con 'las derechas' patrióticas. La fórmula PSOE + Unidas Podemos + independentistas no tiene un rival verosímil. Y no solo con arreglo a los tres años de legislatura pendientes, sino en el horizonte de 2027 o de 2031. Sánchez parece indestronable, e Iglesias le sigue a la zaga.

Aquí no hay más democracia que la impuesta por estos dos aventureros del poder. Y el resto a tragar. Una nación moribunda, España, asiste a un nuevo brote del viejo mal español, casi hispanoárabe, porque se han impuesto las cuadrillas, las partidas, los barones autonómicos y los jefes de unos y otros, incluso el nombre de los partidos ya no cuenta. ¿Qué dicen los partidos políticos sobre la democracia y la política? Nada y, además niegan la posibilidad de que alguien ajeno al cotarro institucional opine y construya alternativas políticas, culturales y sociales.

Aquí no se mueve nadie. ¿Debates políticos? Ninguno, y menos al margen de las montoneras partidistas y sindicalistas. Todo es, sí, feo y pringoso. Todo está controlado por Sánchez-Iglesias, que si antes se disfrazaron con las caretas ideológicas de los viejos revolucionarios, ahora prefieren ocultarse bajo la máscara de la democracia. Los caciques de la derecha y de la izquierda solo rinden cuenta a la dictadura blanquista que han impuesto estos dos aventureros del poder.


Ahora, los ataques políticos del gobierno socialcomunista son porque el PP se ha sumado a su grupo de liberales y de conservadores en el Parlamento de Estrasburgo a fin de reclamar que los programas de ayuda financiera a los Estados afectados por la pandemia, y en mayor medida a los del Sur entre los que está España, sean vigilados y condicionados. Esta manera de pensar honesta y digna, porque supone recordar a la gente que nada es gratis en la vida, que incluso la solidaridad debe tener su precio, saca de quicio tanto a Sánchez como a Iglesias.

La especie que quiere vender ahora el dueto Sánchez & Iglesias es que en Europa hay una serie de países que son muy egoístas, que son culpables por haber hecho las cosas bien, por tener controlado estrechamente su déficit y su deuda pública, e incluso por haber conseguido vender al exterior por encima de lo que importan; que por eso se han permitido regímenes fiscales mucho más atractivos para la inversión y el empleo, y que a pesar de todo eso, o como consecuencia del éxito que han tenido mientras nosotros nos gastábamos una parte del dinero público en cocaína y en putas y hemos incumplido todos los acuerdos de estabilidad presupuestaria a que nos habíamos comprometido con Bruselas, nos deben socorrer ‘gratis et amore’ para que montemos, entre otras cosas, un esquema de subsidio permanente a gran escala que eliminará cualquier apetito por ingresar letalmente en el mercado laboral.

¡Menos mal que los frugales europeos han puesto condiciones a este Ejecutivo manirroto, para beneficio de todos los españoles! Han metido a Sánchez en cintura y no le permitirán despilfarrar sin orden ni concierto los impuestos que pagamos con gran esfuerzo.

Los extremos


La extrema derecha (Vox) es un mejor aliado para Sánchez que la extrema izquierda (Podemos). Abascal necesita a Sánchez tanto como Sánchez necesita a Abascal. El líder de Vox no solo divide a la derecha. También arrastra al PP y lo desaloja de la moderación. Es el territorio que permite a Sánchez despistar a la opinión pública de sus propios errores y fechorías. Cada vez que Abascal enciende el megáfono, Sánchez respira tranquilo. Iglesias es un aliado sospechoso. Abascal es un aliado impecable.

Sánchez considera que los buenos españoles son únicamente quienes apoyan su gobierno sostenido por bolivarianos, pro-etarras y golpistas. Quienes llegaron al gobierno de España al grito de acabar con la corrupción conviven con los mayores corruptos, pues no hay corrupción mayor que el terrorismo y el golpismo, enemigos mortales de la democracia (y socios imprescindibles de Sánchez para mantenerse en el poder).

Para el actual gobierno socialcomunista, aquellos que se oponen y critican sus políticas son malos españoles o directamente fachas. En Venezuela pasa igual: quienes denuncian al chavismo por sus ataques a la democracia y por la sistemática vulneración de derechos humanos son tildados de enemigos de Venezuela y/o sicarios de los yanquis. Así que, puestos a dividir, Maduro pasea a Chávez, y Sánchez desentierra a Franco y resucita el franquismo.


La misión


Sánchez e Iglesias, amparados en sus prebostes políticos y mediáticos, no hacen otra cosa que consolidar la idea de que España está dirimiendo la pugna del bien contra el mal, hasta el extremo de haber atribuido a la oposición toda suerte de tentaciones golpistas e insurreccionales. Más grande es la amenaza ficticia, más se relativiza la tragedia de la pandemia y se hipnotiza al ciudadano con un cielo de globos sonda.

Nótese el efecto espectacular de la estrategia disuasoria gracias la cual los verdaderos errores de la pandemia los habría cometido Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. Y claro que los ha cometido, pero la 'batalla de Madrid' tanto pretende demostrar la negligencia de los populares como aspira a demostrar que los superpoderes de Sánchez se reconocen en los aciertos y no en los errores. El lema inconfesable sería: lo estamos haciendo muy mal, pero la derecha lo haría peor.

Cualquier sistema totalitario intenta reescribir la historia. Lo hizo Chávez en Venezuela para tapar sus mentiras, sus abusos, su incompetencia, su persecución a los demócratas... Sánchez también necesita blanquear la historia de ETA para justificar el pacto anti natura del secretario general de un partido democrático con los enemigos de la democracia. Por eso Sánchez blanquea la historia de los padrinos de los bildu etarras que le ayudaron a ganar la moción de censura, que sostienen su gobierno en Navarra y con quienes firma pactos en el Congreso de los Diputados.

Qué decir de la comunicación, ese aliado imprescindible para mantener el engaño y pervertir la realidad. Sabido es que en el mundo actual lo que no sale en la televisión no existe; por eso el desembarco en la televisión pública ha sido el principal objetivo de Iglesias, representante genuino y asalariado del chavismo golpista de Venezuela. Así han montado el semanal Aló Presidente a la española para pervertir la realidad y apalancarse en el poder.

Los españoles miramos para otro lado mientras Sánchez emplea todo su poder para demoler el sistema del 78 e implantar un modelo de democracia tutelada con el que sustituir la democracia plena que nos dimos con la Constitución del 78. Ojalá que los españoles seamos capaces de aprender de la experiencia dramática de nuestros hermanos venezolanos y reaccionemos a tiempo para impedir que lo que les une a Sánchez y a Maduro termine convirtiendo a España en una anomalía en Europa.

Sin ideología


La principal cualidad evolutiva de Sánchez consiste en la ausencia de ideología. Tanto puede suscribir los dogmas más ortodoxos de Podemos como es capaz de adherirse a la política “conservadora” de Merkel, cuya mediación en la cumbre histórica de Bruselas ha proporcionado a España un tesoro de 140.000 millones de euros. Parece el niño de San Ildefonso.

El volantazo ideológico que implica la operación de rescate bruselense sorprende a Iglesias en estado de inanición política y desconcierta la estrategia de la oposición: difícilmente Casado puede oponerse a las reformas que reclama la UE cuando está de acuerdo con ellas y cuando su aplicación supone, además, una enmienda al programa original de la coalición en el poder. Quiere decirse que Sánchez ha vuelto a transformarse. Y que el proceso de evolución darwinista tanto describe su reputación de superviviente como le conviene a la sociedad española, precisamente porque las exigencias de Bruselas moderan y hasta neutralizan el dogmatismo y asistencialismo que inauguraron la legislatura de la crispación.

Semejante estado de indulgencia ha quedado claro durante la pandemia. Ni siquiera las caceroladas han molestado al Gobierno. Han sido degradadas a la categoría de una excentricidad de cayetanos y genovevas. La gestión del coronavirus puede definirse como desastrosa, pero el estado de amnesia y de mansedumbre colectivos -y el shock- se añaden a la condescendencia con que la opinión pública y las terminales mediáticas han reaccionado a la negligencia del PSOE y Unidas Podemos.

Ni las habrá cuando Sánchez comience a proponer y definir las condiciones del dineral. Un buen ejemplo es el anuncio entusiasta de la digitalización de la Administración, que no es otra cosa que reducir la plantilla de funcionarios, jubilar a los paquidermos y restringir la burocracia.

Sánchez dispone de una asombrosa inmunidad. Y hasta se relame de su cinismo político. Por eso abjura ahora de los costaleros soberanistas. Y por la misma razón busca el consenso de los partidos conservadores -PP, Cs, PNV-, convocados todos ellos a la aprobación de unos Presupuestos que reniegan del programa electoral y reflejan la cordura de las medidas “recomendadas” por la UE.

El único inconveniente al ejercicio de transformismo podría consistir en la contestación de Iglesias. Unidas Podemos debería abjurar de la doctrina de Merkel y reivindicar la desmesura del gasto público, el régimen estatalista, las pulsiones nacionalizadoras, pero sucede que Iglesias no tiene autoridad ni envergadura para levantar la voz. El pacto de coalición ha desfigurado al partido morado tanto como lo han hecho los resultados electorales, los episodios judiciales, la filiación iraní y la caricatura del cesarismo pablista.

Como diría Guardiola en alusión a Mourninho, Pedro Sánchez es el puto amo. Ha sobrepasado una crisis sanitaria que hubiera abatido a cualquier gobernante. Ha querido demostrar que la culpa es de Ayuso. Ha pactado con Bildu. Ha profanado la separación de poderes. Ha creado un estado de propaganda. Y ha subordinado cualquier principio ético y político a su propio instinto de supervivencia. Zapatero era un presidente activista, militante, ideologizado. Pedro Sánchez es un oportunista, un tipo astuto, un depredador, hasta el extremo de que la contrarreforma laboral, principio fundacional de la legislatura, se ha convertido en una difunta expresión de nostalgia.

La buena noticia es que los intereses de Sánchez esta vez coinciden con los de la nación. La mala noticia es que Sánchez va a consolidarse en el poder hasta 2027 o hasta 2031. No ya por sus cualidades de ilusionismo circense y taumaturgia conceptual, sino porque Pablo Casado insiste en asomarse al abismo de Vox; porque Unidas Podemos emprende el camino del hundimiento; y porque Sánchez conserva la llave de la aritmética parlamentaria gracias a sus relaciones perversas con el nacionalismo.

La vanidad


La historia nos ha enseñado que la rotura de las democracias empieza, a menudo, por la pérdida de las formas democráticas. El menosprecio a las formas o la arbitrariedad en su aplicación es propia de los gobernantes que se creen por encima de la propia democracia y no son capaces de entender cuál es el lugar que les corresponde.

La vanidad del presidente es tanta que su tendencia natural le lleva a saltarse el protocolo en busca de un plus de protagonismo. En ejemplo claro se ha vivió el 1 de julio. Era un acto de gran valor simbólico: la reapertura de una frontera cerrada durante el meses por la pandemia. Ambos países, España y Portugal, quisieron darle a la ceremonia la relevancia que merece. De ahí que asistieran el Rey Felipe VI y el presidente del país vecino, Marcelo Rebelo Sousa, ambos acompañados de los respectivos jefes de Gobierno.

Y a la hora de la foto ¡zas! Sánchez se saltó el protocolo y volvió a situarse en un lugar que no le corresponde, ocupando el centro de la imagen. Ha tenido que ser el Rey quien le indicara al jefe del Ejecutivo el lugar que tenía que ocupar. Bochorno mediático. Su egocentrismo y su afán de protagonismo le delata allá donde va.

Otro ejemplo bochornoso de su egolatría se vivió en el homenaje de Estado a las víctimas del coronavirus el 16 de julio, saltándose el protocolo oficial para colocar su nombre en primer lugar en las invitaciones, relegando al Rey a un segundo lugar, cuando lo normal es que invite el monarca y en su nombre el presidente del Gobierno. Por si fuera poco, durante el saludo de los Reyes, la Princesa y la Infanta Sofía a las autoridades, Sánchez se ha colocado al lado de la Familia Real, como si fuera un miembro más, en lugar de ocupar su sitio como jefe del Ejecutivo.

Pedro Sánchez es un fatuo incapaz de contener su vanidad. Le puede su soberbia, porque no soporta que el jefe del Estado no sea él, sino el Rey.

El escudo protector del poder


La principal ventaja de tener el poder consiste en impedir que lo tengan otros. Esta verdad de perogrullo adquiere especial relevancia cuando el poder personal se convierte en el centro de un proyecto político y se ejerce con la inescrupulosa determinación de que hacen gala Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, dos dirigentes a los que une un concepto autoritario del mando y la manera resuelta en que lo utilizan como escudo protector de sus flaquezas.

La tesis plagiada o sus continuas mentiras y contradicciones (en el caso de Sánchez), y en el de Iglesias la falta de coherencia con su programa de supuesta regeneración ética serían motivos suficientes para la caída en desgracia de un dirigente en cualquier democracia europea. Tanto uno como el otro, sin embargo, se parapetan en el abuso de autoridad para sacudirse los problemas, comprometiendo la independencia de las instituciones -en especial la de la justicia- en defensa de una estrategia de frentismo ideológico que ha convertido la política española en una guerra de trincheras.

Ahora, con la implicación de Iglesias en el culebrón Dina, la estabilidad del Gobierno depende del horizonte procesal de Iglesias. Su rescate está en manos de la fiscal del Estado, Dolores Delgado.

Para Sánchez se trata de una cuestión de vital importancia. En primer lugar por el obvio impacto de cualquiera de los lances procesales (salvar a Iglesias, archivar la causa del 8-M, rescatar a Grande Marlaska de la querella por el cese del mando de la brigada de la Guardia Civil, etc) en la consistencia de su alianza o en la ya muy frágil correlación de fuerzas parlamentarias. En segundo término, porque nada le convendría más que lograr que Iglesias le debiese el rescate que lo saque de una situación delicada. Y por último, porque los tribunales se han convertido en la única institución con autonomía para soportar su creciente presión cesárea, y también la única a la que aún no ha podido demostrar quién manda.

Su expansivo liderazgo quedaría completamente blindado si logra salir indemne de esa tacada de vicisitudes judiciales que le aguardan tras el plácido paréntesis del estado de alarma. La misión de Delgado consiste en embridar a las togas para que se muevan en la dirección adecuada.

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