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Mi opinión sobre... la desescalada

El experimento del desconfinamiento -bautizado por el gobierno como Plan de Desescalada hacia la 'nueva normalidad'- fue un auténtico despropósito, un cúmulo de incongruencias e imprecisiones que llegó con repentina prisa y que se fue modificando sobre la marcha (como todo).

Pero claro, esto es normal si tenemos en cuenta que el "comité de expertos" que supuestamente asesoraba al gobierno en los criterios técnicos que debían cumplir los territorios para pasar de fase jamás existió. Como consecuencia, dichos indicadores o criterios "técnicos" (que deberían ser explícitos) nunca se hicieron públicos (seguramente porque también eran inexistentes), y hoy sabemos que los cambios de fase eran orquestados por el propio Sánchez, escudado tras el Ministro de Sanidad, en base a una estrategia política claramente partidista. Así, Madrid fue castigada durante semanas en la Fase 0, mientras que Cataluña y País Vasco iban "desescalando" por libre y a placer. De nuevo reinó la desigualdad entre territorios.

En el terreno personal, cada uno nos hemos ido desconfinando a nuestro ritmo (respetando, claro está, las actividades permitidas), dependiendo de nuestra osadía, nuestro estrés y nuestros miedos, pero también desde nuestras condiciones laborales y nuestras necesidades. Los primeros días todos quisimos echarnos a la calle y recuperar los espacios que la gran reclusión nos había arrebatado (terrazas, peluquerías, campo...). Queríamos comprobar que nuestros lugares queridos seguían ahí.

Si durante el confinamiento estaba muy claro cómo debíamos actuar, el desconfinamiento ha abierto la puerta a las dudas y las contradicciones y los ciudadanos nos hacemos un millón de preguntas para las que no hay respuesta. Los numerosos mensajes contradictorios y los constantes cambios de criterio en relación con lo que se podía o no hacer llevaron a la población a generar una completa desconfianza, ya no solo en el gobierno, sino también en los científicos (que, según no hizo creer el gobierno, eran los que tenían la sartén por el mango a la hora de nuestra liberación). ¡Qué ingenuos fuimos!

Con la Fase 0 me sentí totalmente indignada. No solo porque me pareció tercermundista y una humillación en toda regla que se considerase “un alivio” salir a pasear después de habernos tenido en arresto domiciliario durante dos meses, sino porque encima era por tiempo limitado y además debías cumplir unos horarios (si tu municipio tenía más de 5.000 habitantes). Un despropósito aderezado con un cúmulo de paradojas, tal y como ya expliqué en su día.

En la Fase 1 las incongruencias rozaban lo dantesco, y además latía un debate jurídico de fondo: se limitaba mediante una mera orden ministerial un derecho constitucional como el de reunión. (Para más guasa, el Gobierno prohibió las rebajas).

La fase 2 y la fase 3 suscitaron menos polémica, pues en la práctica, ya estábamos todos en la calle, todo estaba abierto, y solo se trataba de ir ampliando progresivamente los aforos de los diferentes establecimientos.

La desescalada se hizo MAL. Y no porque lo diga yo, sino porque lo dicen expertos internacionales. Rápida, improvisada, sin criterios técnicos, sin evidencias científicas, sin vigilancia epidemiológica (aún hoy seguimos sin datos certeros en tiempo real, y ésto es fundamental para saber en qué dituación estamos y hacia dónde vamos); sin tener preparado un sistema efectivo de detección, pruebas, rastreo y aislamiento de casos.

Seguimos sin crear una sólida infraestructura de atención sanitaria y de salud pública bien equipada para hacer frente a futuros brotes. Se ha despedido a buena parte del personal sanitario; se han desmantelado los hospitales de emergencia (como el de Fitur), los hospitales actuales siguen sin tener una capacidad adecuada... ¡Es que no han aprendido nada de los meses más duros de la pandemia!

Las campañas de concienciación y de educación ciudadana ante la nueva situación han brillado por su ausencia. ¿Acaso se presupone que todos sabemos usar una mascarilla correctamente? Yo el primer día me la puse ¡al revés! con la cara azul hacia dentro. ¿Sabemos cuál es el motivo por el cual debemos mantener cierta distancia con otras personas? Parecen tonterías pero no lo son, porque levantar el confinamiento no significa volver a la normalidad prepandémica; y se debe explicar a los ciudadanos por qué, y qué precauciones deben tomar. Los ciudadanos deberían actuar por convencimiento, no a base de militarizar las calles y a golpe de multas.

¡Claro que tenía ganas de que se acabara el confinamiento y de que llegara la normalidad! (no la nueva, sino la de siempre). Por supuesto que quería salir de la capital para irme a mi casa de la playa. Y poder ver a la familia, reunirme con mis amigos, tomarme una cerveza en una terraza, bañarme en el mar o en la piscina...

Y que vinieran los turistas, a ver si la economía se reactivaba y la crisis no llegaba a ser tan severa como la anterior. Pero la reapertura de fronteras para acoger a millones de viajeros internacionales en la temporada estival se hizo sin ningún tipo de control sanitario (ni cuarentenas ni medidas especiales), tan solo con un control de temperatura y rellenar un formulario. (¿Tiene Ud. coronavirus? No. ¡Bienvenido Mr Marshall!).

En consecuencia, los puertos y aeropuertos españoles se convirtieron este verano en un coladero de coronavirus. Me sentía insegura e incómoda. ¿Y si el que estaba sentado en la mesa de al lado mío en una terraza tenía coronavirus? ¿Y si me contagiaba paseando por el atiborrado paseo marítimo al atardecer? Aunque con menos gente que otros años, las costas de Andalucía se llenaron con el buen tiempo, no solo con turistas internacionales sino también nacionales, y sentí que, en cierto modo, toda esta marabunta invadía mi burbuja anti-covid (el lugar donde vivo, donde ha habido 0 casos). Así que, volví a confinarme, esta vez voluntariamente, durante los meses de verano.

Otro de los motivos por los que he vivido autoconfinada es el uso obligatorio de mascarilla 24/7. Sobre ello ya he hablado ampliamente en otro artículo y no quiero repetirme, pero básicamente mi opinión al respecto es la siguiente:
Mascarillas sí, pero SOLO en espacios cerrados (o en abiertos si están muy concurridos).

Obligar a toda la población a usar mascarilla SIEMPRE es contraproducente, además de un calvario. Por no hablar de que para mí, la simbología es importante: mordaza o bozal (¿de por vida?).

Por un lado, porque la gente no la usa correctamente (¡en la barbilla o en el codo no protege del virus!) y olvidan la regla fundamental: la mascarilla no se puede tocar, y mucho menos dejarla en cualquier parte tras su uso (sobre la mesa, colgada de la manilla de la puerta, arrebujándola en el bolsillo, en el espejo retrovisor del coche...)

Por otro lado, porque hay mucha gente que lleva usando la misma mascarilla desde que se impuso su obligatoriedad el 21 de mayo, y eso no hay nadie que lo controle (¿acaso pensaba el gobierno que los ciudadanos estamos para dispendios, soportando un nuevo gasto mensual de 57,60€ por persona, como mínimo?). Como tampoco hay quien controle la efectividad de las mascarillas cuquis que tanto han proliferado, o de las hechas en casa con la tela sobrante de las cortinas. Menos mal que ya se está empezando a prohibir el uso de mascarillas de tela, al menos en hospitales y centros de salud. Esperemos que no tardando mucho las prohiban en todas partes.

Pero es que además, no hay ninguna evidencia científica que apoye el uso de mascarillas en todo momento y lugar. Si nuestros gobernantes hubieran escuchado a los epidemiólogos de verdad (no a la marioneta gubernamental de Fernando Simón) sabrían que el Covid-19 se transmite por las gotitas de saliva que expulsamos al hablar, y que el aire de la calle dispersa esas gotículas que contienen el virus en suspensión, por lo que al aire libre nunca va a haber una densidad suficiente como para infectarte.

Deberían saber que para contagiarte no basta con saber dónde está el virus (para evitar su contacto), sino que también es necesario que haya una determinada carga viral (que, como digo, al aire libre es insuficiente) y además, que estés expuesto a ella durante, al menos 15 minutos. Vamos, que porque vayas por la calle sin mascarilla y te cruces con una persona (aunque tenga Covid), no vas a contagiarte.

Otra cuestión es en espacios cerrados. Los científicos no dejan de advertir de que los aerosoles (partículas más pequeñas que las gotículas) se mantienen en suspensión durante largo tiempo, y además pueden viajar a varios metros de distancia. Por eso recomiendan ventilar y usar mascarillas. AHÍ SÍ: EN ESPACIOS CERRADOS.

Pero para el Gobierno es más fácil (y barato) poner 47 millones de bozales que hacer 47 millones de test. Es más fácil señalar y culpar de los rebrotes a cuatro descerebrados que fueron a una fiesta sin distancia ni mascarilla que asumir que los contagios se han desbordado por la dejación de funciones del Ejecutivo durante los últimos tres meses. Como también es más fácil clausurar todos los espacios públicos al aire libre (parques, jardines, playas...), los lugares de ocio, y encerrar a la gente de nuevo en sus casas.

Otra cosa que se escapa a mi razón en esta 'nueva normalidad': No entiendo la imperiosa necesidad de mantener una distancia interpersonal de 2 metros si por cojones debemos llevar bozal siempre. ¿No se supone que la función de dicho parapeto irrespirable es mantener a raya nuestra salivita para no contagiar al prójimo? Si las gotículas se quedan dentro (para eso es, ¿no?), ¿por qué no puedo acercarme a nadie?


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