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El peligro del día a día

Inmersos en plena segunda ola de la pandemia, ahora es más importante que nunca saber qué actividades cotidianas presentan más peligro de contagio y cuáles menos, desde abrir el buzón hasta ir a la peluquería, viajar en metro o tomarse algo en el interior de un bar. El Comité sobre Enfermedades Infecciosas de la Texas Medical Association ha elaborado un ránking de actividades de riesgo, si bien parte de la base de que los ciudadanos cumplen con las medidas de seguridad (usar mascarillas, mantener una distancia interpersonal de dos metros y lavado frecuente de manos).


En el top de actividades de riesgo (que deben evitarse aunque se lleve mascarilla) ocupa la primera posición ir a un bar, al gimnasio, al cine o a un parque de atracciones, lugares que permanecen abiertos en España desde la Fase 2 (aunque entonces tenían limitaciones de aforo). Es más, el gobierno ha iniciado una campaña publicitaria para animar a los ciudadanos a ir al cine con el hashtag #YoVoyAlCine y aportando el lema 'El cine es un lugar seguro'.

En la categoría de riesgo moderado-alto, encontramos las comidas en el interior de un restaurante, viajar en avión o en transporte público, jugar al fútbol o al baloncesto, ir a la peluquería o acudir a una boda o a un funeral.

Sin embargo, en pleno confinamiento, y cuando ni siquiera usábamos mascarillas (porque no había), las peluquerías estaban abiertas por ser consideradas "servicio esencial". De igual modo, el gobierno no ha exigido a las aerolíneas que dejen asientos vacíos para que los pasajeros mantengan distancia de seguridad y se permite que viajemos enlatados durante varias horas en un avión; desde el minuto 1 han venido la idea de que los aviones son espacios completamente seguros porque cuentan con filtros HEPA que supuestamente "renuevan el aire". También nos dicen que el riesgo de contagio de Covid-19 en los abarrotados vagones del metro de Madrid es de menos del 1% porque también renuevan el aire cada 2,5 minutos.

En el siguiente nivel, con riesgo moderado, encontramos cenar en casas de amigos, hacer una barbacoa familiar, ir a la playa o a una piscina pública, llevar a los niños al colegio, así como acudir a trabajar una semana a un edificio empresarial.

Nuestro Gobierno no se aclara: por un lado cierra playas, piscinas y parques públicos (espacios al aire libre) y limita las reuniones sociales a un máximo de 10 personas (6 en algunas Comunidades Autónomas), pero por otro lado, insiste en que los colegios son lugares seguros que este curso no se van a cerrar y de que no hay riesgo de contagio ante la inminente y caótica vuelta al cole que se avecina. Además, cuando abrieron playas y piscinas insistían también -para atraer turistas- en que eran espacios megaseguros, e incluso presentaron un estudio científico que demostraba que las concentraciones de cloro y/o sal presentes en piscinas y agua del mar son suficientes para matar el virus. Debe ser que, ahora que ha acabado el verano y los guiris se han ido, ya no se cumple esta teoría.

Calificadas de riesgo moderado - bajo se encuentran montar en bicicleta, jugar al golf, ir al médico, a una biblioteca o museo, pasear por sitios transitados, alojarse dos noches en un hotel, comer en una terraza o ir al supermercado. Sin embargo, los centros médicos de atención primaria continúan cerrados seis meses después del inicio de la pandemia (solo hay atención telefónica), y han impuesto restricciones de aforo y toque de queda en las terrazas de bares y restaurantes.

Entre las actividades de bajo riesgo figuran ir a por comida a un restaurante para ingerirla en casa, jugar al tenis (frente a otras actividades deportivas de más contacto que tienen más peligro), echar gasolina o ir de camping. Es decir, practicar actividades al aire libre en las que es fácil mantener la distancia de seguridad.



El riesgo de las superficies

Al inicio de la pandemia nos bombardearon con información sobre el riesgo de contagio que suponía tocar superficies y objetos. En aquel entonces, se produjo una histeria colectiva por desinfectarlo todo.

Los ciudadanos -influenciados por los medios que nos mostraban diariamente al ejército fumigando calles y residencias de ancianos- compramos botes y botes de lejía y alcohol (hasta que se agotaron en los supermercados) y nos afanamos por restregarlo por las manillas de las puertas, los pulsadores del wc, los mandos de la tv, las suelas de los zapatos, la ropa, los muebles del hogar, e incluso los productos que traíamos del supermercado (que, por supuesto, no nos atrevíamos a tocar sin ponernos antes los guantes reglamentarios). Todo ello aderezado con estudios que indicaban cuánto tiempo podía vivir el virus en tal o cual superficie, según el material de que estaba hecha.

Sin embargo, no había evidencias científicas para ello. De hecho, ahora se sabe que el contagio "aéreo" o por aerosoles es el principal enemigo a batir, y no las superficies como tal. Según los últimos estudios científicios, la transmisión a través de superficies es posible pero muy pequeña.

Se necesitaría una combinación perfecta de circunstancias, coincidiendo a la vez, que difícilmente pueden darse en el día a día: colocar una cantidad suficiente del virus (carga viral) en una superficie, que dicho virus sobreviviese durante un tiempo determinado, que alguien tocase la superficie en un rango de tiempo (una o dos horas), y que posteriormente se tocase ojos, nariz o boca sin lavarse previamente. Evidentemente, puede ocurrir, pero es más complicado que simplemente respirar aerosoles o microgotas.

Por otro lado, cabe recordar que los estudios solo han demostrado que el virus puede permanecer vivo en las superficies, pero ningún estudio ha demostrado que pueda infectar en tales circunstancias.


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