Este maldito coronavirus ataca todo lo más sagrado. Hasta la palabra. En marzo nos dijeron que la seguridad radicaba en la distancia, y nos tuvimos que separar unos de otros. La Junta de Andalucía nos conminó después a no compartir plato en la mesa. Luego nos prohibieron cantar. Y cuando la pandemia nos iba acostumbrando a olvidarnos de los apretones de manos, los abrazos y los besos, ahora nos obligan a callarnos. Silencio, por favor. Primero fue en el transporte público, y ahora ya en los restaurantes.
En estos ocho meses se ha insistido mucho en las mascarillas, la distancia, el lavado de manos y el gel desinfectante. Y, cada vez más, en la necesidad de estar al aire libre y en lugares ventilados. Sin embargo, ahora la nueva táctica antiviral es la ley del silencio. Para frenar el coronavirus, toca aplanar las conversaciones, especialmente en el transporte público. Ya no basta con llevar mascarilla, es obligatorio callarse. ¿De qué sirve entonces la mascarilla? ¿No se supone que evitan que respiremos el aire contaminado, a la vez que impiden que contaminemos?
Lo dice el Ministerio de Ciencia e Innovación de España en un informe científico que recomienda silencio y, sobre todo, nada de cantar y gritar, especialmente en espacios cerrados. Son cada vez más expertos los que coinciden en que callarse reduce la cantidad de aerosoles y, por tanto, el riesgo. Al respirar, estás emitiendo partículas de tu saliva o del fluido respiratorio, de la tráquea y de los pulmones. Si hablas, emites 10 veces más. Si gritas o cantas, 50 veces más. Por tanto, conviene bajar la voz... o mejor aún, directamente callar.
Este informe español también pone énfasis en la mejora de los sistemas de filtrado y ventilación. Pide sobre todo a trenes y autocares de larga distancia, donde más horas se pasa con no convivientes, que tomen como referencia los diseños optimizados de ventilación de los aviones y mejoren sus sistemas de filtrado. Pero, claro, de momento es mucho más rápido y barato prohibirnos hablar.
Para mí, que la gente vaya en silencio en los medios de transporte es un alivio. De hecho, en el AVE ya hace tiempo que existe el vagón silencioso. Bendito silencio. Bendita paz la de un vagón de tren cuando el personal está callado, no rumia patatas, y tiene en silencio los dispositivos móviles. Otra lección que nos da la pandemia: la de la recuperación de valor del silencio, la plácida ausencia de ruido. Porque en España se habla demasiado alto, y muy frecuentemente, en vez de hablar, gritamos.
Lo que me parece mal es que lo impongan como remedio al contagio, más aún cuando el propio Ministerio de Sanidad insiste en que apenas el 0,05% de los contagios están vinculados al transporte. Les da igual, la solución gubernamental siempre es más látigo y menos libertad. Nuestros gobernantes siguen sin hacer nada más que prohibir, restringir y obligar con la excusa de protegernos del bicho. Como si la lucha solo dependiera de nosotros, y ellos estuvieran exentos de cualquier responsabilidad. De instalar sistemas de ventilación apropiada y aumentar las frecuencias de vehículos en horas punta para que no vayan abarrotados (sin ser posible mantener la distancia de seguridad) ni hablamos. Es más sencillo aplicar de nuevo la mordaza. Me recueda a la épica frase que el Rey D. Juan Carlos le espetó a Hugo Chávez en 2007: ¿Por qué no te callas?
El problema no es solo del transporte público. Las recomendaciones de hablar poco y lo más bajo posible se extienden al resto de lugares cerrados con mala ventilación. Así que más pronto que tarde aplicarán la ley del silencio en oficinas, tiendas y restaurantes, porque invertir en un cambio de los sistemas de circulación de aire es mucho más caro que imponernos una nueva prohibición (una más de tantas). En Alemania, el Gobierno está invirtiendo 450 millones de euros en mejorar los sistemas de ventilación en edificios públicos, incluidas escuelas y universidades, y la instalación de purificación de aires móviles. En España todavía no se ha hecho ninguna intervención a esa escala y los locales privados (como es lógico) se resisten al desembolso que supondría algo así.
Cuanto peor sea la ventilación, más importante será guardar silencio. Pero donde resulta más difícil imaginar la aplicación de la ley del silencio es en la hostelería y en las reuniones familiares. Callarse es más disuasorio aún que el toque de queda, porque una cosa es acostumbrarnos a cenar a las 19h como los guiris y otra como los monjes trapenses.
¿Qué mayor estímulo hay para encontrarse alrededor de una mesa que una buena conversación? Las charlas más enriquecedoras no solo requieren estar cara a cara con el interlocutor (que tampoco podemos hacer porque ahora estamos ocultos tras un bozal) sino poder escucharse y, sobre todo, interrumpirse con fluidez. A tomar una cerveza en las terrazas pelándonos de frío ya nos íbamos acostumbrando, pero a tomarla en silencio sepulcral lo dudo. El hábito de conversar sí que es una necesidad humana.
[Actualización 27 marzo 2021: ¿Creíamos que no lo iban a hacer? Pues lo han hecho. Sanidad exige ahora que la gente coma en los restaurantes en silencio, sin tele y sin música.
Comer en silencio, tomarse un café callados, o desayunar sin cruzar palabra. Estas son, por lo visto, las actitudes correctas al entrar en un bar, café o restaurante, según el Gobierno de España. Así lo acaba de plasmar el Ministerio de Sanidad en un informe sobre el coronavirus en el que llega a la conclusión de que “una medida sencilla y eficaz para reducir el riesgo de contagio es el silencio”. ]
“En lugares donde no es posible usar la mascarilla, como los restaurantes mientras se está comiendo, es recomendable mantener unos niveles de ruido bajos (no poner música ni televisión) con objeto de reducir el tono de voz de las personas, reduciendo de este modo la emisión de aerosoles”. Traducido: a comer o tomar un café sin tele, ni radio, ni hablar alto. Y, a poder ser, «en silencio».]
Lo más escandaloso es que esta nueva ley del silencio llega tras la creación de un Ministerio de la Verdad mediante el cual el Gobierno se arroga la potestad de decidir qué es una noticia falsa o verdadera, controlará las opiniones de los españoles en las redes sociales, y censurará a los medios de comunicación que discrepen con su gestión. No contentos con eso, ahora también nos prohiben hablar. Ya no cabe mayor censura.
En estos ocho meses se ha insistido mucho en las mascarillas, la distancia, el lavado de manos y el gel desinfectante. Y, cada vez más, en la necesidad de estar al aire libre y en lugares ventilados. Sin embargo, ahora la nueva táctica antiviral es la ley del silencio. Para frenar el coronavirus, toca aplanar las conversaciones, especialmente en el transporte público. Ya no basta con llevar mascarilla, es obligatorio callarse. ¿De qué sirve entonces la mascarilla? ¿No se supone que evitan que respiremos el aire contaminado, a la vez que impiden que contaminemos?
Lo dice el Ministerio de Ciencia e Innovación de España en un informe científico que recomienda silencio y, sobre todo, nada de cantar y gritar, especialmente en espacios cerrados. Son cada vez más expertos los que coinciden en que callarse reduce la cantidad de aerosoles y, por tanto, el riesgo. Al respirar, estás emitiendo partículas de tu saliva o del fluido respiratorio, de la tráquea y de los pulmones. Si hablas, emites 10 veces más. Si gritas o cantas, 50 veces más. Por tanto, conviene bajar la voz... o mejor aún, directamente callar.
Este informe español también pone énfasis en la mejora de los sistemas de filtrado y ventilación. Pide sobre todo a trenes y autocares de larga distancia, donde más horas se pasa con no convivientes, que tomen como referencia los diseños optimizados de ventilación de los aviones y mejoren sus sistemas de filtrado. Pero, claro, de momento es mucho más rápido y barato prohibirnos hablar.
Para mí, que la gente vaya en silencio en los medios de transporte es un alivio. De hecho, en el AVE ya hace tiempo que existe el vagón silencioso. Bendito silencio. Bendita paz la de un vagón de tren cuando el personal está callado, no rumia patatas, y tiene en silencio los dispositivos móviles. Otra lección que nos da la pandemia: la de la recuperación de valor del silencio, la plácida ausencia de ruido. Porque en España se habla demasiado alto, y muy frecuentemente, en vez de hablar, gritamos.
Lo que me parece mal es que lo impongan como remedio al contagio, más aún cuando el propio Ministerio de Sanidad insiste en que apenas el 0,05% de los contagios están vinculados al transporte. Les da igual, la solución gubernamental siempre es más látigo y menos libertad. Nuestros gobernantes siguen sin hacer nada más que prohibir, restringir y obligar con la excusa de protegernos del bicho. Como si la lucha solo dependiera de nosotros, y ellos estuvieran exentos de cualquier responsabilidad. De instalar sistemas de ventilación apropiada y aumentar las frecuencias de vehículos en horas punta para que no vayan abarrotados (sin ser posible mantener la distancia de seguridad) ni hablamos. Es más sencillo aplicar de nuevo la mordaza. Me recueda a la épica frase que el Rey D. Juan Carlos le espetó a Hugo Chávez en 2007: ¿Por qué no te callas?
El problema no es solo del transporte público. Las recomendaciones de hablar poco y lo más bajo posible se extienden al resto de lugares cerrados con mala ventilación. Así que más pronto que tarde aplicarán la ley del silencio en oficinas, tiendas y restaurantes, porque invertir en un cambio de los sistemas de circulación de aire es mucho más caro que imponernos una nueva prohibición (una más de tantas). En Alemania, el Gobierno está invirtiendo 450 millones de euros en mejorar los sistemas de ventilación en edificios públicos, incluidas escuelas y universidades, y la instalación de purificación de aires móviles. En España todavía no se ha hecho ninguna intervención a esa escala y los locales privados (como es lógico) se resisten al desembolso que supondría algo así.
Cuanto peor sea la ventilación, más importante será guardar silencio. Pero donde resulta más difícil imaginar la aplicación de la ley del silencio es en la hostelería y en las reuniones familiares. Callarse es más disuasorio aún que el toque de queda, porque una cosa es acostumbrarnos a cenar a las 19h como los guiris y otra como los monjes trapenses.
¿Qué mayor estímulo hay para encontrarse alrededor de una mesa que una buena conversación? Las charlas más enriquecedoras no solo requieren estar cara a cara con el interlocutor (que tampoco podemos hacer porque ahora estamos ocultos tras un bozal) sino poder escucharse y, sobre todo, interrumpirse con fluidez. A tomar una cerveza en las terrazas pelándonos de frío ya nos íbamos acostumbrando, pero a tomarla en silencio sepulcral lo dudo. El hábito de conversar sí que es una necesidad humana.
[Actualización 27 marzo 2021: ¿Creíamos que no lo iban a hacer? Pues lo han hecho. Sanidad exige ahora que la gente coma en los restaurantes en silencio, sin tele y sin música.
Comer en silencio, tomarse un café callados, o desayunar sin cruzar palabra. Estas son, por lo visto, las actitudes correctas al entrar en un bar, café o restaurante, según el Gobierno de España. Así lo acaba de plasmar el Ministerio de Sanidad en un informe sobre el coronavirus en el que llega a la conclusión de que “una medida sencilla y eficaz para reducir el riesgo de contagio es el silencio”. ]
“En lugares donde no es posible usar la mascarilla, como los restaurantes mientras se está comiendo, es recomendable mantener unos niveles de ruido bajos (no poner música ni televisión) con objeto de reducir el tono de voz de las personas, reduciendo de este modo la emisión de aerosoles”. Traducido: a comer o tomar un café sin tele, ni radio, ni hablar alto. Y, a poder ser, «en silencio».]
Lo más escandaloso es que esta nueva ley del silencio llega tras la creación de un Ministerio de la Verdad mediante el cual el Gobierno se arroga la potestad de decidir qué es una noticia falsa o verdadera, controlará las opiniones de los españoles en las redes sociales, y censurará a los medios de comunicación que discrepen con su gestión. No contentos con eso, ahora también nos prohiben hablar. Ya no cabe mayor censura.