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La inmunidad no existe

A mediados de julio, la OMS mostró su esperanza en que los pacientes de coronavirus que hubieran superado la enfermedad mantuviesen cierto grado de inmunidad durante varios meses. Hoy sabemos que la inmunidad no existe. Así ha quedado patente al conocer que varias personas han vuelto a contraer el Covid por segunda vez. Es decir, la esperanza de alcanzar algún día la inmunidad de rebaño se ha desvanecido de un plumazo. Por tanto, seguiremos llevando mascarillas y respetando la distancia sine die. Un panorama desolador con el que vivir el resto de nuestros días.

Según los científicos, los anticuerpos que circulan en la sangre van disminuyendo después de la infección, y se desvanecen al cabo de 3-6 meses. Todas las esperanzas de vencer al coronavirus se basan ahora en las células-T o células de memoria, que permitirían generar rápidamente los anticuerpos si uno se vuelve a contagiar.


Entonces, ¿servirá de algo la vacuna? ¿será fiable? ¿cada cuánto tiempo deberemos vacunarnos? Según las encuestas, casi la mitad de los españoles (43,8%) no se la pondría, y el principal motivo es la desconfianza en la rapidez con la que se están llevando a cabo las investigaciones para desarrollarla. Estas personas (entre las que me encuentro) esperarían a la segunda o a la tercera vacuna que se desarrolle.

Las mejores vacunas que hay para coronavirus son las que inducen una buena respuesta frente a muchos antígenos distintos, tanto con anticuerpos como con respuesta celular. Y eso, de momento, solo lo consiguen vacunas que sean atenuadas, que tardan años en desarrollarse; y no vacunas que sean inactivas, como las que se están desarrollando.

Las vacunas 'inactivadas' apenas activan la respuesta celular, sería como tener las armas contra un antígeno, pero no a los policías. Las vacunas por excelencia son las atenuadas, coger ese virus y hacerle olvidar que se comporte de forma agresiva. Esa vacuna tiene todas las armas, y además activa la respuesta celular, pero actualmente no hay ninguna en desarrollo. Los laboratorios farmacéuticos quieren algo que impacte y que se venda rápido. Las inactivadas son rápidas de obtener, pero van a funcionar poco y mal. Y eso asumiendo que no va a haber ninguna mutación relevante, que eso también es importante, porque si se vuelve más agresivo, todo lo que estamos dibujando se nos iría a la mierda.

Los países están presionando para crear una vacuna lo más rápido posible para que podamos volver a la antigua normalidad, donde no era necesario el distanciamiento físico, el uso de mascarillas y los controles de aforo. Pero no nos engañemos: el hecho de que salga una vacuna no significará que podamos volver a la vida como era antes de la pandemia.

Porque no se trata sólo de tener disponible la vacuna, sino de que además sea lo suficientemente eficaz como para prevenir o detener una epidemia. Un nuevo estudio revela que, si el 75% de la población se vacunase, la vacuna debería tener una eficacia (capacidad de protección contra infecciones) de al menos el 70% para prevenir una epidemia y al menos el 80% para extinguir una epidemia en curso. Si solo el 60% de la población recibiera la vacuna, los umbrales de eficacia tendrían que ser aún más altos, alrededor del 80% para prevenir una epidemia y el 100% para detenerla.

Un estudio publicado en la revista The Lancet asegura que una reducción del tiempo de espera de la vacuna podría provocar que solo reduzca los riesgos de la enfermedad entre un 10% y un 20%. O sea, sería prácticamente inservible.

En este sentido, la OMS ha establecido sus propios valores de éxito exigibles para las vacunas Covid-19: el punto de referencia más alto exige un 70% de eficacia y una duración de protección de un año, mientras que el umbral más bajo exige un 50% de eficacia durante 6 meses (llama la atención, cuando en veterinaria, el umbral mínimo exigible es del 70%).

Conviene aclarar las diferencias entre eficiencia y eficacia de una vacuna:
- Eficacia de una vacuna es el porcentaje de reducción de la incidencia de una enfermedad infecciosa en los individuos vacunados frente al grupo de individuos que no se vacuna (grupo placebo). Se mide en la fase tercera del diseño de una vacuna.
- Efectividad de una vacuna es la capacidad de una vacuna de proteger frente a una infección cuando se aplica en condiciones reales, algo que se evalúa una vez completados los ensayos clínicos, con todas sus fases. Es decir, es la evaluación que se hace una vez está comercializada.

La guerra geopolítica de las vacunas


La guerra geopolítica por lograr la vacuna se ha convertido en la primera gran guerra del siglo XXI. La vacuna de Covid-19 ha dejado de ser un asunto médico y científico para convertirse en manos de los gobiernos, sobre todo ruso y chino, en un ejemplo más de realismo en las relaciones internacionales. La vacuna es hoy por hoy un elemento geopolítico más.

El precio al que será accesible la vacuna está ya en el centro del debate político. Una vacuna eficaz aportaría un gran valor, por el ahorro de gasto sanitario y del coste social de los confinamientos y restricciones actuales. Por otra parte, la financiación que están aportando los gobiernos, en dinero pero también acelerando los trámites y asegurando los riesgos, lleva a la opinión pública y a organizaciones de pacientes a exigir que se distribuya a un precio asequible.

En la carrera por conseguir la vacuna hay una presión política importante. Los líderes tratan de conseguir el acceso a las dosis necesarias para su población. Podría describirse como un nacionalismo preventivo. La idea de que quien tenga la vacuna tendrá más poder que si tiene armas nucleares ha disparado el nacionalismo y los frentes, convirtiéndose en el principal obstáculo para controlar la pandemia a nivel global.

Este planteamiento egoísta puede llevar a traste su eficacia. Se necesita un acuerdo mundial porque es un problema global; nadie estará seguro si no se administra a nivel global. No se trata de ricos contra pobres, de enfrentar países de primer y segundo mundo. Porque aunque algunos países pudieran vacunar a toda su población, ni siquiera ellos estarían protegidos debido a globalización y a la movilidad internacional.

En este sentido, varias farmacéuticas que trabajan en distintos proyectos para conseguir una vacuna contra la Covid-19 van a firmar un compromiso conjunto de no sacar al mercado ningún preparado sin haber garantizado del todo que sea seguro y eficaz, independientemente de posibles presiones políticas.

El Gobierno de España ha anunciado a bombo y platillo que la vacuna estará disponible a finales de 2020 y que, probablemente, se puedan empezar a administrar a la población las primeras dosis a partir de diciembre. Sin embargo, los más conservadores no creen que vaya a ser así. Pronostican que el antídoto contra el coronavirus no se podrá dispensar generalizadamente a la población hasta dentro de un año y medio. Saúl Ares, científico del CSIC, advierte: "Necesitamos un año para ver que no envenenamos a nadie con la vacuna".

Y es que hay aspectos que no se pueden atajar; el tiempo que lleva comprobar la eficacia y los efectos secundarios que pueda tener no es de unos pocos meses, es de ¡2 a 4 años! Se necesitan pruebas fiables sobre la eficacia a largo plazo. De hecho, la biofarmacéutica británica AstraZeneca (cuya vacuna es la más avanzada de Europa y es la que llegará a España -supuestamente- a finales de 2020) ya ha advertido que no correrá con los gastos de posibles indemnizaciones en caso de que su vacuna, por acortar plazos de entrega, produjera efectos secundarios.

Las vacunas más avanzadas, a fecha 3 de agosto

¿Se puede acortar el proceso? Sí, solapando parcialmente las tres fases en el tiempo. Pero nunca por debajo de los 18 meses, es decir, hasta la primavera de 2021.

¿Sería posible tener entonces la primera vacuna para finales de 2020? Si nos atenemos a las fases necesarias para su aprobación, no. Pero es que tampoco sería recomendable. Entre otras cosas, porque no solo hay que cumplir estas fases, sino que también hay que tener en cuenta la evaluación final de los resultados de la última fase por las agencias reguladoras y el seguimiento de los individuos vacunados. Para colmo, una vez aprobada, hace falta cierto tiempo para producir la vacuna, pasarla por los controles de calidad y detectar posibles efectos secundarios.

Ahora, las vacunas que están en fase 3 se están testando en humanos. Es decir, se les inocula la vacuna a un grupo masivo de voluntarios y hay que esperar a ver si éstos se contagian de manera natural para poder evaluar si la vacuna es eficaz contra el virus. Pero, ¿cómo saberlo si el individuo no llega a contagiarse? Reino Unido ha planeado un estudio para acelerar el desarrollo de vacunas: infectar deliberadamente con el virus a los voluntarios que se hayan vacunado previamente. Aún así, los voluntarios serán evaluados durante un periodo de un año (o sea, que de tener una vacuna en diciembre de 2020 nanai).

Este experimento no está exento de polémica, porque entra en juego un dilema ético. ¿Es aceptable poner en riesgo a un número reducido de personas que al infectarse podrían morir si con ello logramos avanzar más rápidamente en el desarrollo de vacunas y salvar a muchas más? ¿O debería primar el primer principio de bioética (el fin no justifica los medios si pone vidas en riesgo intencionadamente)?

El Modelo de Prioridad Justa

Aunque las vacunas anti-Covid sean registradas y reciban el permiso para ser usadas, no van a ser distribuidas a toda la población en general, sino que la prioridad será darles una distribución estratégica. Hay dos propuestas principales a la hora de decidir a quién vacunar primero.

Por un lado, un plan que priorizaría a los países de acuerdo con el nº de trabajadores de la salud de primera línea, la proporción de la población mayor de 65 años y el nº de personas con comorbilidades dentro de cada país. Sin embargo, la inmunización preferencial de los trabajadores de la salud, que ya tienen acceso a un equipo de protección personal (EPI) y otros métodos avanzados de prevención de enfermedades infecciosas, probablemente no reduciría sustancialmente el daño. Del mismo modo, centrarse en vacunar a los países con poblaciones mayores no reduciría necesariamente la propagación del virus ni minimizaría la muerte, ¡incluso podría dispararla! porque las vacunas no se están probado en los grupos de riesgo, sino en pacientes sanos, y no se sabe si son seguras en esos grupos. Además, los países de ingresos bajos y medianos tienen menos residentes mayores y trabajadores de la salud per cápita que los países de ingresos más altos.

Es decir, según este modelo los individuos preferentes y "de alto riesgo" serían los primeros en recibir la vacuna (como mucho un 20% de la población), lo que quiere decir: políticos, sanitarios, ancianos, personas con enfermedades crónicas, y personal de las fuerzas de seguridad del Estado. Y el 80% de los mortales "de a pie" tendremos que esperar (¿años?) porque nuestras vidas son las que menos importan a los Gobiernos. Seguiremos estando expuestos al virus y por tanto, seguiremos viviendo en la nueva a-normalidad.

Por otro lado, el plan de la OMS comienza con vacunar al 3% de la población de cada país y continúa con la asignación proporcional a la población, hasta que cada país haya vacunado al 20% de sus ciudadanos (¿qué pasa con el 80% restante?). Este plan asume erróneamente que la "igualdad" requiere tratar de manera idéntica a los países en situaciones diferentes, en lugar de responder de manera equitativa a sus diferentes necesidades. No tiene en cuenta que países igualmente poblados se enfrentan niveles dramáticamente diferentes de muerte y devastación económica de la pandemia.

19 expertos en salud global de todo el mundo han propuesto un nuevo plan de distribución de vacunas en tres fases, llamado Modelo de Prioridad Justa, basándose en tres valores fundamentales: beneficiar a las personas y limitar el daño, priorizar a los desfavorecidos, y dar igual preocupación moral a todos los individuos.

El Modelo de Prioridad Justa aborda estos valores enfocándose en mitigar tres tipos de daños causados por el coronavirus. La vacuna se distribuiría así en tres fases:
Fase 1: muerte y daño orgánico permanente. Se trata de un cálculo basado en la esperanza de vida de cada país, y por tanto, en las muertes prematuras que causaría el coronavirus.
Fase 2: consecuencias indirectas para la salud, como tensión y estrés en el sistema de salud, y la destrucción económica. Para ello proponen dos métricas: la mejora económica general y el grado en que las personas se salvarían de la pobreza.
Fase 3: se prioriza inicialmente a los países con tasas de transmisión más altas, pero todos los países deberían eventualmente recibir suficientes vacunas para detener la transmisión.

Dependerá de los líderes políticos, la OMS y los fabricantes implementar el plan de vacunación a la población.

Volver a la añorada vieja normalidad va a depender del grado de eficacia y duración de la vacuna, y de cuánta tanta gente la reciba.



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