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Asintomáticos, una bomba biológica

Uno de los grandes retos a los que enfrenta la pandemia de coronavirus es la detección de los pacientes asintomáticos, es decir, de aquellos que no muestran síntomas de la enfermedad. Desde el punto de vista de la salud, la presencia de muchos asintomáticos podría parecer una buena noticia: la enfermedad cursa leve. Desde el punto de vista epidemiológico es al revés, ya que estas personas pueden contagiar a otras sin saberlo durante un período prolongado (quizás más de 14 días). Si seguimos sin hacer test masivos, si seguimos sin encontrar a estos enfermos sín síntomas, el virus continuará expandiéndose sin control.

Un paciente asintomático es una persona que por sus características inmunológicas y biológicas tiene una mejor respuesta frente al virus y éste no produce efectos negativos tan severos y tan visibles como en otras personas. Pero ser asintomático no significa ser inmune; la ausencia de síntomas no necesariamente significa la ausencia de daños. Y no lo olvidemos: transmiten el virus.

En España, según el último informe elaborado la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica (RENAVE), nada menos que el 53% de los casos de Covid-19 detectados desde el 10 de mayo no han mostrado señal alguna de la enfermedad, lo que demuestra el alto riesgo de transmisión silenciosa. Los científicos alertan sobre el peligro de que las personas que no se sienten enfermas tienen mucha más interacción con otras personas que las que tienen síntomas (obviamente, porque a éstas últimas se les exige aislamiento).

No hay un consenso sobre el porcentaje de personas que podrían resultar asintomáticas, pero sí parece haberlo sobre el hecho de que a medida que avanza la edad, el porcentaje se reduce. En esta nueva oleada de la pandemia parece haber cambiado el perfil de los contagiados: ahora en torno al 90% son jóvenes con síntomas leves o asintomáticos, lo cual muestra la importancia de hacer un ambicioso rastreo.

Además, estudios científicos coreanos han revelado que los asintomáticos tienen la misma carga viral que los que presentan síntomas. No solo contagian, sino que también contaminan todo lo que tocan (interruptores de luz o de descarga de la cisterna, picaportes, barandillas, almohadas...).

Es decir, los asintomáticos son una auténtica bomba biológica.

Sin embargo, tanto el Ministro de Sanidad como Fernando Simón llevan desde marzo restando importancia a su papel como grandes transmisores del Covid-19. El pasado 11 de marzo, Simón calificaba la transmisión por parte de asintomáticos como «una situación muy improbable». Por si fuera poco, lo remachaba el 6 de julio diciendo: «La información que tenemos hasta ahora es que transmiten poco, no sabemos cuánto, pero poco». No se puede ser más inepto.

A la dificultad de encontrar pacientes asintomáticos se une la de detectar pre-sintomáticos. Ambos están infectados y son potenciales contagiadores, pero mientras que los primeros no presentan síntomas, los segundos eventualmente desarrollarán síntomas y pueden transmitir el virus a otras personas antes de que se desarrollen esos síntomas. Por eso hay que evaluar repetidamente al individuo a lo largo del tiempo.

Los últimos estudios científicos me están dando la razón. Mi teoría, desde el minuto uno, es que mientras no se detecten a todos los pacientes asintomáticos (para aislarlos y evitar que sigan propagando silenciosamente el virus), la pandemia no se detendrá.

Pero para ello, la única solución sería hacer cribados masivos, puerta por puerta, a todos los españoles (algo que en España no se está haciendo, ni se hará). Es más fácil decir que la pandemia se ha vuelto a descontrolar por la "relajación de medidas de prevención" de los ciudadanos y por el ansia de los jóvenes a salir a divertirse durante la época estival.

A la vista está que la estrategia «pasiva» seguida por España desde el inicio de la pandemia no es válida. Siempre hemos ido por detrás de la pandemia, esperando a que los individuos infectados presentasen unos síntomas concretos y acudieran a los servicios sanitarios para hacerse una PCR. Esto no es suficiente para parar la propagación del virus, ya que hay un alto porcentaje de casos que no muestran síntomas de estar enfermos pero que son capaces de transmitir el virus antes de que los detecte el sistema de salud. (Esto explica la rápida propagación del virus).

Lo que se precisa es una búsqueda «activa» de casos, planteando una estrategia basada en test, seguimiento y aislamiento que permita detener las cadenas de transmisión antes de que el número de casos secundarios sea tan grande que no se puedan trazar. Esto es lo que ocurrió en la primera oleada de la pandemia, y lo que está pasando en la segunda ola.

Los científicos estiman que para reducir la tasa de ataque del virus por debajo del 1% y sofocar la epidemia, sería necesario detectar y aislar entre el 33% y el 42% de los casos asintomáticos (además de, obviamente, detectar y aislar a los casos con síntomas). Para que ésto suceda, se necesitaría una sólida campaña de pruebas y rastreo que permitiera a la sociedad reanudar de manera segura su nivel normal de actividad económica y social anterior a la pandemia.

Claro que también sería necesaria la responsabilidad ciudadana. Lo que no es de recibo es que haya gente que, teniendo que guardar cuarentena, pasen de todo y hagan vida normal porque se encuentran bien. ¿No se dan cuenta de que están esparciendo el virus por ahí, poniendo en peligro, no solo a sus familiares y compañeros de trabajo, sino a todo el mundo?

El protocolo en atención primaria dictado por Sanidad el 4 de junio es de chiste. Demuestra que no han aprendido nada. Es el siguiente: cada centro sanitario realizará, a la llegada del paciente, un breve cuestionario sobre la sintomatología, y de acuerdo a las respuestas, derivará al paciente a una zona sospechosa COVID-19 o a una zona para el resto de afecciones. De esta manera, los pacientes asintomáticos no son detectados y, a través de ellos, se permite que el virus circule libremente por los hospitales, infectando a quien encuentre a su paso. ¿Cuál sería la estrategia correcta? La atención al paciente tendría que basarse en el criterio de que todo paciente es portador del virus hasta que no se descarte dicha posibilidad mediante técnicas de detección apropiadas.

Este primer error en el ingreso al establecimiento sanitario conduce a una cascada de nuevos errores, como por ejemplo, en las nulas medidas de prevención de contagio que toman los profesionales sanitarios. Los que están en una zona con pacientes no-Covid, no se protegen; olvidan que el paciente al que están tratando podría tener Covid si es asintomático. De ahí que a estas alturas siga habiendo un alto número de sanitarios que siguen contagiándose a diario. Si considerasen a todo paciente que acude a un centro de atención primaria u hospital como posible caso de transmisión de COVID-19 deberían usar EPI ante todo paciente, independientemente de las patologías que presente.

Razones por las que hay asintomáticos

Células T

La infección por coronavirus debe ser combatida por el cuerpo gracias a la respuesta inmunitaria. Hay personas que tienen un sistema inmunológico más fuerte que otras. Las células T (un tipo de glóbulo blanco que forman parte del sistema inmunitario) proporcionan una inmunidad más duradera que los anticuerpos, lo que podría ser la clave para entender la no aparición de síntomas en muchas personas al momento de contraer el virus.

Vacunas

Las vacunas entrenan los sistemas inmunes de tu cuerpo para reconocer y combatir infecciones específicas. Se está estudiando si las vacunas para otros patógenos pueden proteger contra el coronavirus.

Otras patologías

Los científicos han observado que los niños con asma y alergias sorprendentemente no parecen tener un alto riesgo de desarrollar casos graves de Covid-19. ¿A qué se debe? A que tienen un número reducido de receptores ACE2, la proteína a la que se aferra el virus antes de replicarse dentro del cuerpo. Sin esos receptores, la posibilidad de que el virus cause daños podría disminuir, lo que significa que las alergias podrían ofrecer cierto tipo de protección.

Mascarillas

No hay mejor manera para justificar que debamos vivir con bozal 24/7 que inventarse una teoría sobre los beneficios de las mascarillas: ahora resulta que podrían servir como vacuna atenuada del virus.

Según esta teoría, llevar mascarilla reduce la exposición al virus ya que ejerce como barrera para evitar la dispersión vírica cuando una persona estornuda, tose o habla. La cantidad de gotículas inhaladas es menor (¿menor? ¿no debería ser nula?) y de ahí que los casos de coronavirus sean más leves o incluso se presenten de forma asintomática.

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