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España (no) puede

España puede es el nuevo eslogan publicitario de un Gobierno que ha querido especializarse en lemas triunfales, como aquel 'salimos más fuertes y más unidos' (que devino en todo lo contrario).

Lo de Pedro Sánchez no tiene nombre. La categoría de narcisista se le queda pequeña. El sujeto no puede ser más ególatra y vanidoso. De ahí que no tenga reparo en convocar a la crema de la clase empresarial sólo por el gusto de reflejarse en el espejo de césar supremo mientras los personajes del Ibex aguantan el tipo estupefactos ante la sarta de tópicos desgranada por el presidente del Gobierno.

Y es que, el 31 de agosto, Sánchez ha querido reabrir el curso político con una charla ante los empresarios en la Casa de América de Madrid, cuyo único propósito era demostrar que es él y sólo él quien tiene por el mango la sartén de los millones europeos. El ejercicio ha consistido en pasar lista y tomar nota. Por eso la exquisita afluencia al disparatado y bochornoso evento orquestado por Iván Redondo.


También ha servido la charleta para demostrar una vez más que Pedro Sánchez vive del cuento, del marketing político, de las ocurrencias de Iván Redondo y de las frases hechas de sus escritores de discursos. Así que este lunes tocaba jubilar los primeros eslóganes de la pandemia, toda esa basura del "Salimos más fuertes", por un "España puede" que es un homenaje a Podemos y una burla sangrante y descarnada contra toda la gente que ha muerto o que "no se iba a quedar atrás" y ahora está sin familia, sin casa, sin negocio, sin trabajo, sin ERTE, sin paro y sin Ingreso Mínimo Vital.

Es decir, una nueva muestra de falta de empatía de un personaje al que no le interesa gobernar (para eso ya están las autonomías, manifestó tras volver de vacaciones) sino ostentar el poder, lucir un poder que en sus manos es una fuerza ciega del destino. Que España puede, dice ese vendedor de coches trucados. "Si quiere", añade desvergonzado y como quien se lava las manos. Y con eso, que es menos que una campaña de captación de socios de un equipo de tercera división, le vale al okupa de la Moncloa, que vive a cuerpo de rey sin pegar un palo al agua.

Una hora de cháchara se ha tirado sin decir nada, sin proponer una sola medida concreta, sin reconocer un solo error, sin pedir una sola disculpa, sin dar una sola razón, sin exponer una sola idea. Y por cierto, ¿se capta el mensaje subliminal en el logo del nuevo eslogan?



El país está en quiebra, han muerto 50.000 personas, cae el PIB más de 20 puntos, aumenta el paro, crecen las colas del hambre, el Ingreso Mínimo Vital es mentira, España está a la cola en todos los listados que valoran la gestión de la pandemia... y va Sánchez y se casca un discurso para decir que no hay virus de izquierdas o de derechas, que somos una "única humanidad" y que necesitamos instituciones fuertes. Y lo dice él, que ha estado a punto de cargarse la Monarquía, que no ha demostrado humanidad alguna pactando con Bildu y que es un auténtico virus político.

Pero ha dicho más, ciertamente. Ha dicho que no piensa renunciar a los cuarenta meses que le quedan de legislatura aunque España no pueda.

España "podría" salir de ésta, pero no con un gobierno como el que tenemos y con un presidente como el que soportamos

Sin plan para España


Pedro Sánchez se ha topado a la vuelta de sus vacaciones con un país sumido en la confusión social, política y económica por su incapacidad para liderarlo. Entre la broma de mal gusto del estado de alarma «a la carta», por un lado, y la declaración en rebeldía de sus ministros responsables del sistema educativo y universitario, por otro, el comienzo de curso para Sánchez está siendo un fracaso del que pretende salir con una estrategia de ruido con poco contenido.

Ante la imperiosa necesidad de aprobar unos Presupuestos Generales del Estado antes del 30 de septiembre, Sánchez deberá dar un paso hacia la opción entre los dos futuros irreconciliables:
a) reforzar la alianza de la investidura, tendiendo manos y lazos hacia Podemos, Esquerra y otras fuerzas menores como Bildu,
b) o procurar el pacto transversal incorporando a las tareas de reconstrucción a un Ciudadanos cuya cooperación vale ahora mucho más que sus raquíticos 10 escaños. Y, sobre todo, incorporando al Partido Popular. Y ya sabemos cuál es la condición terminante de Pablo Casado: con Podemos echando el aliento en la nuca no se puede pensar en un acuerdo PSOE-PP. Tan sencillo como eso.

Pero la estrategia de Sánchez vuelve a ser la de siempre: trasladar la responsabilidad a los demás. Así, la oposición debe «arrimar el hombro» y tener «altura de miras» para atender el interés general de la Nación, ahora agudizado por la excepcional situación que vivimos. Arrimar el hombro significa asentir y callar, declararse cautivos y desarmados, arrodillarse con unanimidad extasiada ante un napoleoncito de pacotilla convencido del carácter providencial de su vacuo liderazgo y agachar la cerviz para sacarlo bajo palio. Cada vez que el presidente insista, y serán muchas, en esa cantinela de saldo debería añadir «porque yo lo valgo». Eso es lo que de verdad piensa: que España le debe a Su Persona acatamiento y vasallaje, trato deferencial y consideración patriótica de bien de Estado. César o nada, él o el caos.

El caos y la nada, ésas son sus recetas ante una pandemia que se resiste a su arrogancia y a la que, tras haber declarado vencida, ha terminado por volver la espalda para no darse por enterado de la persistencia de la amenaza. Ya no va con él; tras haberse arrogado por decreto la mayor acumulación de poderes excepcionales de la democracia ha descubierto de repente las virtudes de la descentralización y la co-gobernanza para socializar reproches y sacudirse responsabilidades ante la inevitabilidad del drama.

El protagonismo autocomplaciente, la retórica de comandante en jefe y el abuso extenuante de facultades autoritarias han debido de derretirse al sol en las arenas de Lanzarote y Doñana. De las vacaciones ha emergido una estatua morena, sonriente e impávida, la efigie de un dios menor ante la que los virreyes autonómicos tendrán que ir a implorar la declaración territorializada del estado de alarma.

Todo ello conforma el escenario perfecto para que esta semana Sánchez se presente a la opinión pública como el líder que lo intentó pero no pudo, como el político que tendió la mano y solo encontró la espalda del adversario. Un mártir, vamos.

España, la oposición y los españoles se subordinan al interés superior de que Sánchez e Iglesias sigan «al servicio» del País. La persona de Sánchez como Presidente del Gobierno está fuera de la ecuación necesaria y posible para resolver el problema. Si para aprobar los presupuestos debe entregarse en brazos de los separatistas y los bilduetarras que acosan a los guardias civiles y a sus familias, es por culpa de la irresponsable oposición que solo piensa en sus intereses personales y partidistas.

Unidad. Eso es lo que ofrece Sánchez a la oposición de centroderecha: una unidad que sea mero asentimiento a sus recetas o, más propiamente, a la ausencia de ellas, porque ha decidido evadirse de su propio fracaso contra la pandemia. Lo que propone el presidente (olvidando la hostil tautología del «no es no» con la que hizo carrera) es la unanimidad en el error, la socialización de su incompetencia, la anulación del debate para que su liderazgo resplandezca; bajo el pretexto del patriotismo pide una aclamación victoriosa que lo corone con los laureles de un césar.

El gobernante que ha hecho de la división banderiza de los españoles su única estrategia, que ha sembrado la escena pública de trincheras ideológicas morales y se ha aliado con todos los enemigos posibles de la convivencia, reclama de boquilla que se le entregue sin reparos ni objeciones la sumisión de la nación entera. Y en barbecho, sin haberse tomado la molestia de formular antes una mínima propuesta.

La amenaza de Unidas Podemos para el caso de que pacte con Ciudadanos los Presupuestos Generales del Estado es el umbral de las reuniones sin agenda que ha comenzado el presidente del Gobierno con empresarios, sociedad civil y partidos políticos.

Como la peonza, Sánchez se mueve pero no avanza, porque gira sobre el eje inamovible de un gobierno de coalición incompatible con una política de pactos y reformas de banda ancha y gran calado, que son las que necesita España para encajar las ayudas europeas en un plan creíble de acción de gobierno. Mientras Sánchez se empeñe en tener a Unidas Podemos de socio de coalición, de Gobierno y de confianza, sus reuniones de los próximos días son un burdo ejercicio de marketing político para salvar su maltrecha imagen de gobernante desganado.

Ahora mismo, Sánchez busca cómplices en su desgobierno y chivos expiatorios para su fracaso. El mensaje de que Pablo Casado se enroca en el «no» está ya en imprenta, tanto como la adulación a Ciudadanos, como partido «muy dialogante» y, como se vio en las prórrogas finales del estado de alarma, poco exigente en el cumplimiento de los compromisos.

Por su parte, la relación con sindicatos y empresarios seguirá anclada en el señuelo -o chantaje- de las ayudas europeas, pero, sin acuerdos políticos y económicos, la caja de necesidades (ERTE, ingreso mínimo vital, pensiones, desempleo) acabará comiéndose hasta el último euro procedente de Bruselas y el problema de cómo mantener la economía española a flote seguirá vigente.

El presidente del Gobierno está aplazando cuanto puede el momento de reconocer que la crisis económica es de tal envergadura que su socio comunista no le sirve y es un lastre para asumir las condiciones de la ayuda europea.

Mientras no haya un pacto con el PP por unos Presupuestos Generales del Estado ajustados a la realidad, todo cuanto haga Sánchez, cuya voluntad de pacto es nula, no será más que una carrera de supervivencia, saltando de Ciudadanos a Unidas Podemos, y viceversa, tantas veces como estos partidos se lo permitan, hasta que, como a Rodríguez Zapatero, la realidad de la crisis se haga insoportable.

Y entonces, será tarde para medidas que, ahora, pueden ser eficaces y menos drásticas que dentro de unos meses.


España así no puede, presidente


Señor Presidente, nuestro país ha tocado fondo este verano. Y así no puede seguir. No lo hará aunque por tercera vez desde septiembre de 2018 convoque usted a los empresarios del Ibex para contarles que “España puede”. Las palabras no sustituyen a unos hechos que, objetivamente considerados, llevan a nuestro país al desgobierno.

En la última semana, ha quedado acreditado que el Gabinete que usted preside se ha evadido de sus responsabilidades más elementales en la dirección de la lucha contra la pandemia, embozándose en el etéreo concepto jurídico y político de la “cogobernanza” con las Comunidades Autónomas, tratando así de escarmentarlas por su comportamiento renuente a la autoridad única durante el estado de alarma y de zafarse del desgaste que conlleva gestionar de nuevo un problema de dimensiones extraordinarias.

Usted, señor presidente, en vez de seguir la instrucción de Séneca, según la cual “el que tiene poder debe usarlo livianamente”, ha abusado de sus facultades ofreciendo una declaración institucional el pasado 25 de agosto en la que propinó unos clamorosos puntapiés de principiante a la Ley Orgánica sobre los estados de alarma, excepción y sitio, proyectando un irreal panorama de posibilidades autonómicas sobre la competencia grave y exclusiva de la declaración de la alarma general o parcial, alcanzando luego y tardíamente un plan de medidas de regreso al colegio a las puertas mismas del inicio del curso, que varias autonomías ya han retrasado.

Es muy grave que seamos el Estado europeo con más contagios durante este verano, que estemos en un segunda ola de la pandemia sin salir de la primera (“salimos más fuertes”, ¿recuerda?), que la temporada turística haya sido una completa debacle para el sector (más del 12% del PIB nacional y casi el 13% del empleo), que todos los demás de producción y servicios estén seriamente afectados, que la administración pública haya sido incapaz de responder al reto de abonar los ERTES y haya defraudado las expectativas sobre el cobro del ingreso mínimo vital y, sobre todo, señor presidente, que su oferta de futuro sea la que es: un Gobierno en minoría parlamentaria, con un socio en el Consejo de Ministros con el que coincide exclusivamente en el reparto del poder, una crisis abierta en Cataluña que lejos de remitir empeora, y un cuadro institucional inestable y hasta precario.

Se muestra usted, señor Sánchez, altanero con la oposición a la que no ha llamado a La Moncloa desde hace meses y, complaciente con los que debieran ayudarle y lejos de hacerlo, le hostigan. Porque sus compañeros de viaje son los que agreden sin rebozo alguno a la monarquía parlamentaria tanto en el Parlamento de Cataluña, como en el ayuntamiento de su capital con la complicidad de sus socios “comunes”, apoyados explícitamente por el vicepresidente segundo que propugna una III República “plurinacional y solidaria”.

No parecen, sin embargo, importarle estos comportamientos, porque usted tiene una opinión muy positiva de la coalición con Podemos (IU, es un mero acompañante) como refrendó el 25 de agosto. La tiene, incluso, cuando, el partido coaligado con el PSOE está imputado por financiación irregular, siguiendo la estela de la vulgaridad de otros (el suyo, o el propio PP) aunque su dirigencia se exprese con esa estúpida superioridad moral que aporta la fracasada “nueva política” y regrese al mantra defensivo e inmoral de la invocación a las “cloacas” y a la “conspiración”.

Pero la alarma ha sido ya definitiva el 28 de agosto, cuando los portavoces de Podemos –Isa Serra y Rafael Mayoral- le han anunciado que no cuente con Podemos para aprobar los Presupuestos Generales del Estado si los pacta con Ciudadanos.Ni voz ni voto” ni a los de Arrimadas ni a los de Casado, propugnan estos dechados de democracia, transversalidad y sentido de la responsabilidad. Quieren que los apruebe usted con quién ha contraído -¡qué error, señor presidente!- la deuda de la investidura: ERC y EH Bildu.

¿Cómo es que “España puede”, presidente, si la quieren dejar en manos de aquellos que la detestan, que la combaten, que la desean irreconocible, más allá de republicana o monárquica, como Estado y como nación?

¿Cómo es que “España puede”, presidente, si su socio de Gobierno quiere que apruebe los Presupuestos con los escaños republicanos cuya portavoz exclamó en el Congreso que la gobernabilidad de nuestro país les “importa un comino”?

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