Han transcurrido más de dos meses desde que nuestras vidas experimentaran un cambio de rumbo. De la noche a la mañana despertamos en una realidad en la que sólo existía el presente, y nuestros planes de futuro pasaron a un segundo plano, abrumados ante los acontecimientos. Sin embargo, una vez superados los momentos más duros, las ganas de volver a la normalidad y dejar atrás esta pesadilla pasan por recuperar ilusiones, conscientes de que las cosas no volverán a ser como antes. Pero seamos realistas: la normalidad ni ha llegado ni se la espera en los próximos meses.
El Gobierno de la mercadotecnia llama «nueva normalidad» a la realidad de nuestro país (y de nuestras vidas) una vez finalizado el plan de desescalada, que se estima será a finales de junio. A partir de entonces, todas nuestras costumbres sociales se verán trastocadas. Lejos quedarán los habituales saludos, acompañados de besos o abrazos, y transformados ahora en gestos y guiños desde lontananza con el objetivo de salvaguardar la dichosa distancia de seguridad.
Pero, ¿qué es la 'nueva normalidad'?
Para empezar, este término es, en sí mismo, una contradicción. La "normalidad" no puede ser considerada como algo "nuevo", porque algo que es nuevo no ha alcanzado todavía el estatus de normalidad, aún le queda por atravesar el largo y tortuoso camino de la rutina. Todo lo que nos sucede desde que comenzamos a vivir este eterno confinamiento totalitario resulta nuevo para nosotros: no salir a la calle, teletrabajar, ir enmascarados... Pero no queremos, ni por asomo, que ésto se convierta en "normal".
Me indigna la falta de ambición, y la resignación en pensar que nada será igual, que debamos aceptar ese oxímoron que es la 'nueva normalidad', si es nueva no es normalidad. Los españoles no queremos una “nueva normalidad”, sino la normalidad sin adjetivos, basada en nuestra Constitución, en el Estado de Derecho que conforma, y en la economía de mercado. La normalidad de poder salir, ir a donde queremos, disfrutar de los espectáculos, reunirnos con los amigos y abrazar a quien queremos. Ésa es la normalidad que queremos.
Quiero seguir celebrando la fiesta mayor de cualquier ciudad o pueblo en la plaza atestada de personas, seguir yendo a la playa sin pedir cita previa ni ser vigilado por un dron. Volver a viajar en aviones aunque estén llenos de gente, porque ello ha permitido que conocer mundo haya pasado de ser un lujo solo permitido a unos pocos, a que a nuestros jóvenes el mundo se les haya quedado pequeño.
En definitiva, quiero volver a la normalidad, ir de cañas con los amigos, sin limitarlos a 10, 30, o 40; por ello solo nos queda como sociedad cumplir estrictamente con las normas de distanciamiento social el tiempo que sea necesario, y exigir a nuestros dirigentes que lideren la inversión en investigación. Investigación orientada, no solo a derrotar al Covid-19, sino también a establecer los mecanismos para que no vuelva algo parecido, y así poder volver a nuestra normalidad y no a una supuesta «nueva normalidad».
Quiero seguir celebrando la fiesta mayor de cualquier ciudad o pueblo en la plaza atestada de personas, seguir yendo a la playa sin pedir cita previa ni ser vigilado por un dron. Volver a viajar en aviones aunque estén llenos de gente, porque ello ha permitido que conocer mundo haya pasado de ser un lujo solo permitido a unos pocos, a que a nuestros jóvenes el mundo se les haya quedado pequeño.
En definitiva, quiero volver a la normalidad, ir de cañas con los amigos, sin limitarlos a 10, 30, o 40; por ello solo nos queda como sociedad cumplir estrictamente con las normas de distanciamiento social el tiempo que sea necesario, y exigir a nuestros dirigentes que lideren la inversión en investigación. Investigación orientada, no solo a derrotar al Covid-19, sino también a establecer los mecanismos para que no vuelva algo parecido, y así poder volver a nuestra normalidad y no a una supuesta «nueva normalidad».
Nuestro objetivo como sociedad tiene que ser único: llegar a la normalidad, la nuestra, la de siempre, y sobre ella mejorar nuestros sistemas para evitar una nueva pandemia, aprendiendo a reaccionar con la rapidez necesaria para evitar las desastrosas consecuencias que ésta ha tenido.
Pero me sorprende que los dirigentes actuales de nuestro país se contenten en llegar a la 'nueva normalidad', y con ella dan por finalizada la pandemia, y esperan que los ciudadanos aprendamos a vivir con estas nuevas circunstancias y el tiempo hará el resto; incluso los decretos aprobados, en su título, hablan de transición a la «nueva normalidad». Esto es lo fácil, lo difícil es ponernos como objetivo volver a lo que éramos y cómo éramos, pero aprendiendo de los errores y mejorando, me niego a aceptar que nada será igual desde una visión negativa.
Me da miedo que la 'nueva a-normalidad' que estamos viviendo a consecuencia de la pandemia se quede para siempre. La nueva anormalidad es la mascarilla que te asfixia cuando sales a correr. La distancia (anti)social entre desconocidos y el gel que te pones en las manos antes de entrar a cualquier comercio. Es la puerta cerrada de los museos y estadios, la siesta a las 7, los aplausos a las 8, las caceroladas a las 9 y los despidos masivos en cualquier momento. Son los hospitales colapsados. Los superhéroes disfrazados de trabajadores de limpieza.
Pero me sorprende que los dirigentes actuales de nuestro país se contenten en llegar a la 'nueva normalidad', y con ella dan por finalizada la pandemia, y esperan que los ciudadanos aprendamos a vivir con estas nuevas circunstancias y el tiempo hará el resto; incluso los decretos aprobados, en su título, hablan de transición a la «nueva normalidad». Esto es lo fácil, lo difícil es ponernos como objetivo volver a lo que éramos y cómo éramos, pero aprendiendo de los errores y mejorando, me niego a aceptar que nada será igual desde una visión negativa.
Me da miedo que la 'nueva a-normalidad' que estamos viviendo a consecuencia de la pandemia se quede para siempre. La nueva anormalidad es la mascarilla que te asfixia cuando sales a correr. La distancia (anti)social entre desconocidos y el gel que te pones en las manos antes de entrar a cualquier comercio. Es la puerta cerrada de los museos y estadios, la siesta a las 7, los aplausos a las 8, las caceroladas a las 9 y los despidos masivos en cualquier momento. Son los hospitales colapsados. Los superhéroes disfrazados de trabajadores de limpieza.
La nueva anormalidad es sentarte en una terraza y pretender por unas horas que todo está bien. Es lamentarse de los abrazos y besos pendientes. La nueva anormalidad es hacer ejercicio al aire libre (esa cosa tan simple) pendiente del reloj y de los horarios prohibitivos. Es aprender a diferenciar mascarillas como si fueran modelos de automóviles. Es no alejarse de casa más de un kilómetro a la redonda y haberte vuelto alguien potencialmente peligroso para los demás. Es aprender a cocinar por YouTube. Es saberte afortunado de seguir por aquí.
La nueva anormalidad es cancelar pasajes hacia países que queríamos conocer. Es poner en pausa los reencuentros. Postergar bodas y rupturas amorosas. Detenerte frente al atardecer con miedo a que tu ciudad retroceda de fase la próxima semana. Ser un necio pesimista. Echar de menos los antiguos privilegios: pasear por la avenida con los cascos puestos, acompañarla al mercado, jugar al fútbol los miércoles, hablar mal de alguien en un café, llevar al perro a la playa... Es correr cuando lo que de verdad quieres es escapar. Es dormir para olvidar. Llamar a mi padre para olvidar. Ver una serie para olvidar. Leer para olvidar.
La nueva anormalidad es quitarles la careta a los políticos y conocer sus verdaderos rostros, sus intenciones, sus oportunismos. Es no saber si mañana tendrás empleo. Es convertirte en el padre de tus padres. Es comprender que no somos el centro del universo y que nuestra soberbia milenaria no sirvió de nada contra un diminuto enemigo que nos regresó al lugar que nos pertenece.
La nueva anormalidad es un ritual que empieza y termina con una mascarilla y jabón en las manos. Son los ojos que sospechan en los cruces peatonales. La desigualdad y sus terribles consecuencias. El invierno que no pudiste despedir y la primavera que te perdiste llegar. Son las aves indiferentes a nuestro sufrimiento y los animales que por fin recuperaron el espacio que les pertenece por derecho. Es entender que la guerra contra el virus no terminará mientras cada 24 horas haya nuevas víctimas. Darte cuenta de que cualquier proclama de victoria es un grito de ofensa hacia las familias de luto. Que quizás no salgamos más fuertes, ni mejores, ni más sabios. Que esa idea de renacimiento que es tan bonita y que funciona tan bien en Instagram, puede que sea otra manifestación de nuestro ego. Como si siempre ganáramos las batallas, como si fuéramos los buenos de la película. La nueva anormalidad es entender que tal vez, quién lo sabe, no volvamos a abrazarnos y besarnos sin pensar, aunque sea por un pequeño instante, en la muerte.
La nueva anormalidad es cancelar pasajes hacia países que queríamos conocer. Es poner en pausa los reencuentros. Postergar bodas y rupturas amorosas. Detenerte frente al atardecer con miedo a que tu ciudad retroceda de fase la próxima semana. Ser un necio pesimista. Echar de menos los antiguos privilegios: pasear por la avenida con los cascos puestos, acompañarla al mercado, jugar al fútbol los miércoles, hablar mal de alguien en un café, llevar al perro a la playa... Es correr cuando lo que de verdad quieres es escapar. Es dormir para olvidar. Llamar a mi padre para olvidar. Ver una serie para olvidar. Leer para olvidar.
La nueva anormalidad es quitarles la careta a los políticos y conocer sus verdaderos rostros, sus intenciones, sus oportunismos. Es no saber si mañana tendrás empleo. Es convertirte en el padre de tus padres. Es comprender que no somos el centro del universo y que nuestra soberbia milenaria no sirvió de nada contra un diminuto enemigo que nos regresó al lugar que nos pertenece.
La nueva anormalidad es un ritual que empieza y termina con una mascarilla y jabón en las manos. Son los ojos que sospechan en los cruces peatonales. La desigualdad y sus terribles consecuencias. El invierno que no pudiste despedir y la primavera que te perdiste llegar. Son las aves indiferentes a nuestro sufrimiento y los animales que por fin recuperaron el espacio que les pertenece por derecho. Es entender que la guerra contra el virus no terminará mientras cada 24 horas haya nuevas víctimas. Darte cuenta de que cualquier proclama de victoria es un grito de ofensa hacia las familias de luto. Que quizás no salgamos más fuertes, ni mejores, ni más sabios. Que esa idea de renacimiento que es tan bonita y que funciona tan bien en Instagram, puede que sea otra manifestación de nuestro ego. Como si siempre ganáramos las batallas, como si fuéramos los buenos de la película. La nueva anormalidad es entender que tal vez, quién lo sabe, no volvamos a abrazarnos y besarnos sin pensar, aunque sea por un pequeño instante, en la muerte.
¿Cómo será la "nueva normalidad"?
En cualquier caso, no hace falta ser un destacado orador futurista para saber que habrá un antes y un después de este estado de alarma perpetuo, y que la vuelta a la “normalidad” tan anhelada por muchos no será un regreso a la cotidianidad previa, al menos hasta que no exista una vacuna, por mucho que nos indigne y nos empeñemos en negarlo.
En el corto plazo, tendremos que acostumbrarnos a llevar la mascarilla, aún tras el fin de la desescalada. La distancia física (que no social, como se empeñan en decirnos) será otra de las normas a seguir una vez que todos los ciudadanos salgamos a las calles. Sin ir más lejos, muchas de las limitaciones que plantea el Ejecutivo a lo largo de todo el plan de desescalada es una distancia de seguridad mínima, obligatoria, de dos metros.
El temor al contagio, propio o de familiares, no desaparecerá por arte de magia y determinará las experiencias con los demás, en especial en lo relativo al consumo y el ocio, pero también a la hora de trabajar. Al hipocondrismo se sumarán la agorafobia y la claustrofobia social. Se evitará el contacto físico y las aglomeraciones, y con ello los espacios concurridos y los cerrados, y eso condicionará por ejemplo la forma de divertirse, pero también la movilidad, sobre todo en lo que se refiere al uso del transporte público o evitar los viajes innecesarios.
La nefasta repercusión económica que ha tenido la crisis sanitaria marcará la vida post-coronavirus. Hemos visto que nuestro bienestar y nuestras condiciones de vida son frágiles, de modo que seremos más ahorradores. Y la recesión también provocará que muchos ganemos menos, de modo que habrá una tendencia generalizada a gastar menos y crecerá la vida low cost.
Seremos más limpios y exigiremos mayores medidas de higiene y prevención en todos los espacios físicos (públicos y privados), por lo que se incrementarán las ventas de productos de limpieza y desinfección.
En cuanto a la alimentación, la vida saludable será una prioridad, aumentaremos el consumo de alimentos frescos y saludables, y habrá un mayor interés por aquellos productos que permitan fortalecer el sistema inmunológico.
En cuanto a la alimentación, la vida saludable será una prioridad, aumentaremos el consumo de alimentos frescos y saludables, y habrá un mayor interés por aquellos productos que permitan fortalecer el sistema inmunológico.
El instinto de protección desarrollado ante la crisis de esta pandemia mundial también impulsará la tendencia al patriotismo industrial, a priorizar la producción y el consumo local para asegurarse el abastecimiento. La globalización tendrá que redefinirse, porque el miedo al desabastecimiento reforzará la importancia de disponer de investigación, producción y suministros propios (nacionales o muy próximos).
El auge de la vida digital hará que demos más valor a los actos sociales, ya sean reuniones de trabajo, encuentros sociales o trámites presenciales, a los que solo dedicaremos tiempo cuando merezcan la pena o sean realmente imprescindibles. Eso también significa que tendremos menos oportunidades de juntarnos y menos costumbre de hacerlo.
El teletrabajo, los contactos y las reuniones virtuales, el ocio y el consumo digital llegaron a la fuerza con el confinamiento, pero se quedarán. Los negocios, la administración y los gobiernos deberán acelerar esa digitalización, mientras que la ciberseguridad y el preservar la privacidad serán todo un reto. Proliferará la economía gig, basada en pequeñas tareas que se pueden llevar a cabo a través de plataformas digitales. En la era post-coronavirus también aumentarán los nómadas digitales (personas que cambian de residencia o viajan mientras siguen en el mismo puesto de trabajo).
Por otro lado, la crisis del coronavirus ha evidenciado la importancia de transportistas, repartidores, personal de supermercados y tiendas de alimentación, personal de limpieza, cuidadores... que se han convertido, junto al personal sanitario, en los nuevos héroes. Tras la pandemia, el reconocimiento social ya no correrá en paralelo a la compensación económica o a la cualificación profesional, y por ello quizá las empresas se vean obligadas a cuidar más esos empleos menos cualificados y pensar menos en robotizarlos, y probablemente surjan nuevos líderes que revelen esos valores de solidaridad, riesgo y sacrificio.
El teletrabajo, los contactos y las reuniones virtuales, el ocio y el consumo digital llegaron a la fuerza con el confinamiento, pero se quedarán. Los negocios, la administración y los gobiernos deberán acelerar esa digitalización, mientras que la ciberseguridad y el preservar la privacidad serán todo un reto. Proliferará la economía gig, basada en pequeñas tareas que se pueden llevar a cabo a través de plataformas digitales. En la era post-coronavirus también aumentarán los nómadas digitales (personas que cambian de residencia o viajan mientras siguen en el mismo puesto de trabajo).
Por otro lado, la crisis del coronavirus ha evidenciado la importancia de transportistas, repartidores, personal de supermercados y tiendas de alimentación, personal de limpieza, cuidadores... que se han convertido, junto al personal sanitario, en los nuevos héroes. Tras la pandemia, el reconocimiento social ya no correrá en paralelo a la compensación económica o a la cualificación profesional, y por ello quizá las empresas se vean obligadas a cuidar más esos empleos menos cualificados y pensar menos en robotizarlos, y probablemente surjan nuevos líderes que revelen esos valores de solidaridad, riesgo y sacrificio.
Las restricciones impuestas por los gobiernos a las libertades personales y empresariales durante la pandemia también dejarán secuelas en la confianza de las personas. Nos volveremos más desconfiados. Este nuevo orden social y el miedo a la enfermedad han intensificado la cultura de la sospecha mutua y nos han convertido al mismo tiempo en víctimas y verdugos. Además, hemos tomado conciencia de que nosotros mismos podemos ser un peligro para los demás. Curiosamente, de forma paralela a esta "lógica de la sospecha", ha aparecido otra de la solidaridad, con múltiples iniciativas en todas partes.
Asimismo, buscaremos y exigiremos credibilidad y transparencia, aumentando el rechazo hacia las estrategias frívolas, populistas y a la mentira (si esto fuera así, nuestro gobierno socialcomunista tendría las patas muy cortas).
Dicen los analistas que viviremos en una sociedad mucho más sensible a la libertad y más conservadora en sus decisiones. Estamos ante un nuevo mundo donde la libertad y la privacidad ya no estarán aseguradas, ni siquiera en las democracias occidentales.
Esta crisis también cambiará la forma de pensar respecto al crecimiento y el desarrollo personal, y nos impulsará a ralentizar nuestras vidas y a ser más sostenibles, y no sólo en términos de cuidar el planeta, sino de buscar un equilibrio entre hacer cosas arriesgadas y nuevas, y que lo que hagamos no repercuta negativamente en la vida de todos.
Apoyemos el pequeño comercio
En estos momentos, más que nunca, es necesario recuperar los espacios comerciales como dinamizadores de la vida en pueblos y ciudades. Hay que poner en valor el papel de los comerciantes como generadores de un primer impulso para la recuperación de la economía nacional.
Por eso, el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo ha puesto en marcha la campaña ‘Te Estamos Esperando’, en apoyo al comercio de proximidad, que pone de manifiesto el valor añadido que aporta comprar en el comercio de barrio. Atributos como la cercanía, la confianza y la calidad son los que en ella se resalta, así como las medidas de seguridad que el sector ha adoptado para que los clientes puedan realizar una compra segura.
Paralelamente, desde la Confederación Española de Comercio y Mercasa también se ha promovido la iniciativa ‘Acuérdate de tu mercado’ para fomentar que compremos nuestros productos de alimentación en el mercado de toda la vida, y no en supermercados y grandes superficies.
También 6 asociaciones empresariales han publicado un documento con 57 propuestas para reactivar el comercio de proximidad, bajo el título ‘Apostar por el comercio de proximidad, apostar por el futuro’.
También 6 asociaciones empresariales han publicado un documento con 57 propuestas para reactivar el comercio de proximidad, bajo el título ‘Apostar por el comercio de proximidad, apostar por el futuro’.