Ir al contenido principal

España esta enferma, NO en guerra

Ni estamos en una guerra, ni la vamos a ganar. Sánchez necesita que ésto sea una guerra, primero para buscar a un enemigo, que es la sitiación donde él se siente más cómodo; luego para escamotear su responsabilidad en la situación actual; y luego para presentarse como el vencedor de la guerra, el gran líder que nos supo llevar hasta la victoria sobre el bicho, a base de tenernos encerrados en casa.

No es de recibo que dos meses después de la declaración del estado de alarma, el Gobierno parece que sigue sin entender la verdadera naturaleza de la crisis. La sigue afrontando como si fuera una amenaza militar o terrorista, cuando se trata de una amenaza sanitaria, pero sobre todo económica y social. Esta mentalidad elitista del liderazgo por imposición, ya no se da ni siquiera en los ejércitos modernos. No se puede exigir a los ciudadanos un comportamiento responsable contra el virus, tratándoles como menores de edad y ocultándoles la magnitud de esta megacrisis. Ocultándoles incluso, la composición y capacitación profesional de los doce expertos que están decidiendo sobre sus vidas. «La Sociedad tiene derecho a pedir cuentas de su gestión a cualquier agente público», reza el artículo 15 de la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789.

Se ha impuesto con inquietante espontaneidad la metáfora de la “guerra” como imagen y justificación de las radicales medidas tomadas contra el virus. En escenarios bélicos los ciudadanos son más proclives a asumir que el recorte de Derechos Fundamentales es algo normal, e incluso inevitable. Ponen por delante sus derechos como pago para poder derrotar a esa “guerra”, por el bien común. He aquí la trampa, la perversa trampa: crear en el imaginario colectivo la idea de que estamos realmente en una guerra, para que así los ciudadanos asuman que las libertades pueden (y deben) ser recortadas.

El Gobierno no ha tenido obstáculo alguno para imponer una cuarentena extrema en nuestra moderna democracia occidental: el trueque de libertad a cambio de salud funciona perfectamente en estos días. Lo que estamos haciendo los españoles es compensar con nuestro confinamiento los fallos de previsión de este Gobierno. No, ésto no es una guerra, y si lo fuera, lo que tendría que explicarnos el señor Sánchez es por qué tenemos más bajas que ningún otro país del mundo.



España esta enferma, NO en guerra. Guerra, ¿contra quién? ¿Quién es el enemigo? En cuanto pronunciamos la palabra “guerra” comparece ante nuestros ojos un humano negativo que merece ser eliminado. Con esta metáfora de la guerra, en efecto, ocurre algo paradójico: se humaniza al virus, que adquiere de pronto personalidad y voluntad. Se le otorga agencia e intención, se deshumaniza y criminaliza a sus portadores (que en realidad son las víctimas) y se clasifica a la sociedad entre 'infectados' y 'no infectados'.

El problema del lenguaje bélico es que, como el virus es invisible y nos decían que había un enemigo, empezamos precisamente a buscarlo en todas partes. Así, nos encontramos con los policías de balcón, esos vecinos que empezaron a criticar a quienes salían a la calle con sus perros, a insultar a una madre que paseaba con su hijo autista o a increpar a sanitarios que iban a trabajar o regresaban del hospital.

Nos dicen que una vez finalice la guerra y el enemigo haya caído, comenzará la 'reconstrucción' del país. ¿Reconstruir qué? España no es Sarajevo tras la guerra, ni Dresde tras la segunda contienda mundial. El paisaje de nuestro país, especialmente el urbano, sigue intacto. En realidad, el Gobierno no busca otra cosa que ganar la batalla del relato tras miles y miles de muertos que ni siquiera sabe contar. Ahora pretende reconstruir España. Será más bien relanzar su economía y, de paso, corregir errores en las apuestas por la investigación, la industria propia o la mejora de una sanidad que ya de por sí era buena. Aceptar determinado lenguaje es el inicio de la derrota de las ideas propias. Necesitamos otras metas; justamente, en las que no está pensando Sánchez.


Ésto no es un conflicto bélico, es una catástrofe de salud pública, que es algo muy distinto. En estado de “catástrofe” es necesario “reprimir” severamente a quienes violan el confinamiento poniéndose en peligro a sí mismos, a sus vecinos y al sistema sanitario en general, pero ni siquiera esos pueden ser los “enemigos” de una “contienda bélica”, salvo que queramos confundir, en efecto, el virus con sus potenciales portadores, y generar, además, una “guerra” civil entre los potenciales portadores, que, apostados en sus balcones, juzgan, denuncian e increpan a sus víctimas.

Todo el mundo sabe lo que es una guerra y todos sabemos que ésto NO lo es. Ésto es una pandemia. En una guerra se destruyen vidas, en una pandemia se trata de salvarlas. La gente no muere por los ataques o las bombas de un enemigo, la gente esta muriendo por una enfermedad que no se supo prevenir en condiciones, y la única victoria sobre el virus es de la ciencia: descubrir la vacuna y el tratamiento. Y eso no depende de Sánchez, a pesar de todas las tonterías que puedan decir, ni él, ni su séquito de ministros y asesores contratados 'a dedo'.

No estamos en guerra, estamos en una crisis sanitaria, y el Covid-19 no es un enemigo, es un virus. El coronavirus no se propaga por el fuego de sus tanques, el poder de su fuerza aérea o la habilidad de sus generales, sino por medidas inadecuadas, insuficientes o tardías de los poderes públicos. Un virus no es un enemigo consciente y malvado, es un riesgo inherente a la propia vida. Lo terrible es construir sociedades ajenas e ignorantes de que los virus, la enfermedad, la mala cosecha o la tempestad existen.

Un virus que se propaga dentro de una población no inmune, llevada por muchos de nosotros y que se disemina de acuerdo a la intensidad de nuestras relaciones sociales. Es altamente contagioso, se propaga rápidamente y puede tener terribles consecuencias si no se controla. Pero es un virus. No un ejército. No se declara la guerra a un virus: se conoce, se trata de controlar su velocidad de propagación, se establece su serología, se trata de investigar en uno o más antivirales, o incluso una vacuna. Y mientras tanto, protegemos y cuidamos a los que se van a enfermar. En resumen, aprendemos a vivir con un virus más.

No es una guerra, es una catástrofe. Y para superarla no se necesitan soldados sino ciudadanos. Tampoco estamos siendo heroicos, estamos confinados, cada uno en su casa. Frente al odio y al miedo que alimentan las guerras, esta crisis requiere extremar los cuidados, la conciencia de los otros y la solidaridad.

Dejemos ya de retorcer peligrosamente la realidad: la realidad es que no estamos en ninguna guerra, estamos ante la peor crisis sanitaria de los últimos 100 años. Y si fuera guerra, sería una guerra milenaria, una de esas que comenzó con el inicio de la vida en el planeta y, desde entonces no ha cesado, porque los virus han existido siempre. No podemos seguir viviendo de espaldas al planeta, a eso no lo llamemos guerra.

No estamos en guerra porque la pandemia a la que nos enfrentamos requiere más bien medidas opuestas de las que se toman en tiempos de guerra: frenar la actividad económica en lugar de acelerarla, obligar a una proporción significativa de trabajadores a descansar en lugar de movilizarlos para alimentar un esfuerzo bélico, reducir drásticamente la interacción social en vez de enviar a todas las fuerzas al frente.

Es peligroso que se utilice esta metáfora siniestra porque se trata de una imagen políticamente inflamable y peligrosa. Porque en las guerras, todo vale. Un día dices esto es la guerra y al siguiente hay gente pensando que en una situación así, puede que la respuesta de una dictadura como la china sea más eficaz que la meliflua receta europea. Porque, una vez en la trinchera, el único objetivo razonable es ganar. Y hacerlo a cualquier precio. Una guerra es devastadora, independientemente de que se termine ganando.

No, definitivamente, no estamos en guerra. Nos enfrentamos a una pandemia. Y eso ya es bastante malo. No somos soldados, somos ciudadanos. No queremos ser gobernados como en tiempos de guerra. No tenemos ningún enemigo. Ni fuera ni dentro de nuestras fronteras. Enfrentados durante semanas a un gobierno incapaz de pronunciar discursos claros y acciones coherentes, sólo somos ciudadanos que poco a poco estamos teniendo que aprender a vivir a cámara lenta. Porque, si acaso hay una guerra, ésta es una guerra política.



Crónica de la pandemia en lenguaje belicista


Desde que comenzase esta crisis, las autoridades, tanto en España como en otros países, decidieron que la comunicación oficial sobre la “guerra” contra el coronavirus adoptara la jerga militar y la escenografía bélica para informar a la ciudadanía en relación a la pandemia.

El lenguaje bélico es más llamativo que nunca: partes “de guerra” diarios con cifras de fallecidos, infectados e ingresados; declaración del estado de alarma; sanitarios comparados con luchadores de la “primera línea del frente”; niños como "pequeños héroes de la pandemia";  y ruedas de prensa de generales que hablan de nosotros como "ciudadanos-soldado". "No podemos deponer las armas, hay que seguir combatiendo, nadie nos va a detener hasta vencer en esta guerra, hay un frente sanitario, un frente económico y social, el enemigo se ha propuesto arrebatar vidas, estamos inmersos en una guerra total, cuando venzamos esta guerra necesitaremos las puertas para vencer la posguerra..."  Mientras el presidente del Gobierno repite con solemnidad que, juntos, haremos la batalla, no nos rendiremos y, al final...“venceremos”.

Sin duda, la opción de la propaganda de guerra para la comunicación en tiempos de crisis es rápida y efectiva. Si además aderezas las ruedas de prensa con presencia militar, la mera presencia de estos portavoces uniformados transmitirán de inmediato la gravedad de la situación produciéndonos la sensación de estar ante una "amenaza" inusualmente peligrosa.

El uso de la parafernalia y el léxico bélicos para enfrentar una crisis como esta, en términos de comunicación política, busca provocar en la ciudadanía una emoción: el miedo. Probablemente, un miedo sin el cual nuestros gobernantes estiman que no nos habríamos tomado en serio las medidas necesarias para “derrotar al enemigo”. El miedo nos hace vulnerables y más fácilmente manipulables, cambia nuestro comportamiento y, a menudo, matiza o incluso modifica drásticamente nuestros criterios éticos. De esta forma, lo que ayer nos parecía una barbaridad, hoy podríamos defenderlo como tolerable o, incluso, necesario.

Y es cierto que el miedo también puede hacer brotar comportamientos solidarios. Nos repiten que los españoles, unidos, hemos siempre sabido salir airosos de las situaciones más difíciles, y subrayan que permanecer confinados en casa es un acto de solidaridad con nuestros conciudadanos. La otra cara de esta afirmación situaría a quienes no respetan el confinamiento como “insolidarios”. ¿Es esta solidaridad lo que nos mantiene en casa? Puede ser, pero también el miedo al contagio y a la multa del policía que nos pueda parar en la calle. Además, el miedo al presente dará paso (ya está ocurriendo) al miedo a un futuro en precario e incierto.

Pero claro, este tipo de propaganda tiene sus contraindicaciones. Si hay algo que caracteriza a la guerra es, precisamente, que saca lo peor de nosotros mismos. El miedo es el combustible de la desconfianza en los otros, del enfrentamiento, de la idea de bandos. El miedo legitima la violencia extrema y la deshumanización de los otros. Una vez hemos puesto en marcha la retórica bélica, es posible que muchos vean enemigos en el vecino que sale a la calle, en el viandante sin mascarilla o incluso en el contagiado que vive cerca y que puede significar una amenaza.

La retórica belicista legitima el poder del Estado en una situación de estado de alarma, en que, además, las Fuerzas Armadas disponen –de manera excepcional– de más competencias y de mayor presencia en las calles.



El discurso bélico es un arma de doble filo. Es bastante habitual que los gobiernos sean más rápidos a la hora de poner nuestros derechos en cuarentena que cuando llega el momento de levantar la misma. Nosotros, como ciudadanos, deberemos estar preparados para exigir que el confinamiento y las medidas excepcionales de seguridad se apliquen por motivos exclusivamente sanitarios, pero nunca represivos o políticos ni tampoco más tiempo del estrictamente necesario.


«No hay guerra, señor Sánchez. Hay epidemia. No es un conflicto armado, señor Sánchez, es una crisis de salud. No hay enemigo mortal, señor Sánchez. Hay un virus. Y como no es una guerra, no se emplean para sobrevivir a ella los instrumentos propios de una guerra. Los EPI no son armas. Los médicos no son soldados. Ni quieren serlo. Los ciudadanos no estamos en guerra con nadie. Estamos intentando sobrevivir, no contagiar ni ser contagiados.»

Entradas populares de este blog

#GobiernodeChapuzas: 50 errores imperdonables

Los errores e improvisaciones del Gobierno de España en la gestión de la pandemia por coronavirus vienen siendo constantes y gravísimos. Parece que la ciudadanía comienza a "despertar" y se está empezando a dar cuenta de tanta negligencia, y hartos de ello,  en las redes sociales los hashtags #GobiernodeInutiles, #GobiernodeChapuzas, #SánchezVeteYa y #GobiernoDimision son tendencia desde hace días. Incluso se han celebrado varias manifestaciones virtuales ciudadanas para protestar contra las medidas y actuaciones del gobierno de coalición, llegando a pedir su dimisión en bloque. Pero la ineficacia de nuestros dirigentes ha traspasado fronteras . Medios internacionales como el diario británico  The Guardian ha criticado la pésima gestión de Pedro Sánchez, y la prensa alemana también se ha hecho eco de ello diciendo que " España deberá preguntarse cómo pudo ocurrir algo así ". Incluso la OMS pone a España como ejemplo de lo que NO hay que hacer. Un informe in...

CoronaHumor: meteduras de pata y frases épicas de nuestros ministros

Resulta alucinante la incultura e ineptitud de nuestros gobernantes y dirigentes. Es para llevarse las manos a la cabeza. ¡Dios mío, en manos de quiénes están nuestras vidas! Sea por el motivo que sea, en las carreras de los personajes públicos hay escándalos mayúsculos y meteduras de pata muy difíciles de olvidar y, por supuesto, objeto de memes y burlas. Éstas son algunas de las frases épicas de nuestros políticos, ministros y científicos "expertos" en relación al coronavirus: La Ministra de Trabajo y los ERTE En éste vídeo la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, trata de aclarar las dudas de los periodistas sobre los ERTE. ¡De auténtica vergüenza! La explicación ha suscitado numerosos memes como esta parodia , que se ha hecho viral, en la que la actriz Toni Acosta hace un paralelismo cambiando el tema de los ERTE por los ERCE (expediente de regulación de cumpleaños encerrados) . El coronavirus "D-iciembre 2019" de Ayuso La preside...

El populismo casposo de Podemos

Populista es todo aquel que promueve, en la lucha política, la división social en dos grupos homogéneos y antagónicos ("ciudadanía" vs "casta") y aplica políticas autoritarias revestidas de democracia . La irrupción de movimientos populistas ha tenido consecuencias importantes sobre nuestro sistema politico de partidos: la fragmentación del panorama electoral, la polarización ideológica, la acentuación de dinámicas centrífugas en la competición política, y un 'efecto contagio' que ha afectado a las formas e ideas de los partidos tradicionales. Nuestros regímenes democráticos son regímenes de opinión pública a través de la cual, el populismo va calando entre unos gobernantes que no quieren ser "impopulares". De este modo se va imponiendo la opinión de una mayoría no cualificada ni suficientemente informada . Tras las últimas elecciones, el PSOE pasó de negarse a pactar con Podemos (por considerarlo un partido populista destinado a transformar...