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Lecciones de la desescalada

¿No tenía España el mejor sistema sanitario del mundo? ¿Por qué España está a la cabeza de Europa en contagios y muertes en la segunda ola? ¿Qué estamos haciendo mal? La estrategia del Gobierno para justificar su ineptitud es echar balones fuera y buscar chivos expiatorios. Por un lado, echa la culpa a la mala gestión que están realizando las Comunidades Autónomas (con Madrid a la cabeza), y por otro, a los ciudadanos por haberse relajado en las medidas de protección (lo cual no es cierto). Pero la realidad es que nuestra desescalada ha sido un auténtico desastre.

Ya lo advirtió la OMS en abril: los países que se apresuraran a levantar las restricciones diseñadas para contener la pandemia de coronavirus corrían el riesgo de una recesión económica aún más severa y prolongada provocada por un resurgimiento de los casos. Y añadía: los líderes mundiales deben fortalecer sus sistemas de salud pública para no entrar en un ciclo interminable de confinamientos (que es, precisamente, lo que nos está pasando).

La directora del Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS lleva semanas analizando la situación de España y los motivos por los que es el país de Europa con mayor incidencia de Covid-19, y admite que no sabe qué es lo que está fallando. Y es que, España es actualmente el país con las medidas "más restrictivas", ya que, por ejemplo, el uso de las mascarillas es obligatorio incluso en espacios cerrados, en comparación con otros países en los que las normas han sido un poco "más relajadas" y su situación epidemiológica ha sido "mejor".

Un estudio publicado por The Lancet recupera la advertencia de la OMS como una profecía cumplida parcialmente, al analizar cómo ha sido la desescalada en nueve países desarrollados de Asia y Europa. A un lado, cinco territorios en Asia y el Pacífico: Corea del Sur, Hong Kong, Japón, Nueva Zelanda y Singapur. Al otro, cuatro países europeos: Alemania, Noruega, Reino Unido y España. En la comparación hay muchos factores a tener en cuenta, pero un par de países han mostrado mayores dificultades para completar con éxito la tarea: Reino Unido y España.

Los errores de España en la desescalada, según The Lancet


Tras analizar sus fracasos y sus éxitos, el estudio constata la ausencia de estrategias claras y coherentes en varios ámbitos que consideran clave para suavizar las medidas: el conocimiento de los niveles de infección (indicadores de vigilancia), la participación de la sociedad (políticas sobre distanciamiento físico y el uso de mascarillas, por ejemplo), las capacidades en salud pública (pruebas y rastreo) y del sistema sanitario, y las medidas de control fronterizo.

Los investigadores extraen varias lecciones. La primera de todas es que es esencial que los gobiernos sean transparentes en su toma de decisiones y tengan una estrategia clara. Lo ideal, a su juicio, es que se establezcan explícitamente los niveles o fases de la flexibilización de las restricciones, los criterios para pasar de uno a otro, y las medidas de contención que conlleva cada nivel o fase.

España publicó en el Plan de desescalada hacia la nueva normalidad un panel de indicadores, incluyendo parámetros epidemiológicos, de movilidad, sociales y económicos, aunque sin ponderación explícita en el proceso de toma de decisiones. Es decir, no se estableció un umbral específico (ni público) de ningún indicador y cada región relajó las restricciones a un ritmo diferente (en función de criterios políticos, porque ya sabemos que no había comité de expertos), y lo mismo está ocurriendo con los rebrotes (como no hay indicadores comunes, cada comunidad aplica sus propios criterios, en la mayoría de los casos, sin ninguna base científica). En Alemania, por ejemplo, cualquier región debe considerar la posibilidad de volver a imponer medidas cuando hay más de 50 nuevos contagios por 100.000 habitantes. En España, la Comunidad de Madrid tiene actualmente más de 1.000 y aún están discutiendo si se debe cerrar o no.

En segundo lugar, los expertos creen que los gobiernos deben contar con sistemas sólidos para vigilar de cerca la situación de la epidemia antes de flexibilizar las restricciones. En este sentido, consideran que es importante la tasa R0, que mide el número de personas a las que contagia cada infectado, pero advierten de que para ello es necesario disponer de datos de alta calidad en tiempo real. Y esto en España es misión imposible. Ni en la primera ola ni ahora en la segunda sabemos el alcance real de la pandemia porque no hay datos fiables y las cifras oficiales están manipuladas intencionadamente para intentar tapar el cúmulo de negligencias de nuestros gobernantes.

Otra lección clave es que, antes de levantar las restricciones, los países tienen que contar con un sistema efectivo de detección, pruebas, rastreo y aislamiento de casos, pero ello debe contar con el respaldo de una inversión sostenida en las capacidades de salud pública y del sistema sanitario, incluidas las instalaciones, los suministros y la fuerza de trabajo.

No hace falta insistir mucho en cuáles son los fallos del sistema sanitario de España. Dotación insuficiente de personal y de medios, serios problemas de coordinación y atrasos gravísimos en las inversiones están en el origen de la situación espantosa que se produjo cuando arrasó la pandemia, que convirtió en héroes ciudadanos a unos sanitarios que luchaban con medios escasos y que incluso se veían obligados a dejar morir a personas que en condiciones mejores se podía haber intentado salvar.

Ahora han salido a la luz cosas terribles. Que faltan médicos y enfermeras en muchos hospitales y en la atención primaria. Que hay médicos que han tenido que firmar más de 20 contratos en un año. Que las condiciones salariales son muy distintas en cada comunidad y que en alguna de ellas –Madrid particularmente– ahuyentan a los profesionales hacia otras regiones y hacia el extranjero, mientras dirigentes autonómicos dicen que en España no hay médicos. No es cierto; nuestro país tiene una densidad de personal sanitario de las más elevadas de la OCDE (mayor que la de Francia, Reino Unido, EE UU o Japón): 3,4 médicos por cada 1.000 habitantes y 5,9 enfermeras por cada 1.000 habitantes. La OMS destaca la importancia de cuidar a los profesionales sanitarios y dotarles de herramientas suficientes para llevar a cabo su trabajo, así como ofrecerles una adecuada formación y unas buenas condiciones laborales.

El estudio de The Lancet apunta a que la capacidad del sistema sanitario español es un gran talón de Aquiles, por sus carencias de partida, agravadas por la falta de recursos y equipos para proteger a los sanitarios frente a la primera ola (en abril había 15.000 sanitarios contagiados, lo que representa el 14% de los casos confirmados en el país). Además, indican que España solo contaba con 10 camas de cuidados intensivos por cada 100.000 habitantes (frente a las 34 de Alemania).

En ese sentido, recuerdan que, para poder hacer frente a posibles aumentos repentinos en los casos tras las desescalada, es fundamental dotar al sistema sanitario de una capacidad adecuada, es decir, contar con suficientes instalaciones de tratamiento (UCI) y equipo médico (desde ventiladores para los pacientes hasta equipos de protección para el personal).

Para reabrir las sociedades de manera segura, también se necesitan durante un tiempo medidas de control para reducir la transmisión, incluidas las mascarillas y el distanciamiento físico. Los expertos son críticos con los mensajes "confusos e incoherentes" sobre lo que se considera una distancia física segura (diferente en cada país), y en la ausencia de consenso internacional en lo que respecta al uso obligatorio de las mascarillas (dónde y bajo qué circunstancias).

La colaboración y disciplina ciudadana es en lo único en lo que España aprueba con nota; los españoles somos el quinto país del mundo cuyos ciudadanos cumplen mejor las normas sanitarias, según un informe elaborado por el Imperial College de Londres. Por su parte, la OMS ha analizado el comportamiento de la sociedad española durante la pandemia, y asegura que ni la transmisión intrafamiliar ni el comportamiento de los jóvenes justifican la elevada transmisión del coronavirus en España.

La tentación de culpar a los hábitos de los españoles del descontrol de los contagios carece de cualquier sustento científico. Italia (donde primero se cebó el virus en Europa) tiene casi 10 veces menos casos que España y su vida social es parecida: se reúnen en los bares, salen a comer a los restaurantes, las playas estuvieron llenas este verano... ¿Cuál ha sido su secreto? Un eficiente sistema de pruebas y de rastreo.

La estrategia italiana se ha basado en hacer el test a todas las personas de la red social del contagiado. Tanto si han estado en contacto como si no, los familiares, amigos, colegas y vecinos pasan por una PCR. Así han descubierto miles de casos asintomáticos. En España, en la primera ola solo se hacían pruebas a aquellas personas que presentaban un cuadro médico grave y ahora sabemos que por cada positivo "oficial" había 10,5 contagios reales. En la segunda ola se están haciendo más tests, pero aún son insuficientes; la consejería de Salud admite que su capacidad de diagnóstico está un 20% por debajo de la cifra real de infectados. En España también faltan rastreadores, carencia que se ha intentado suplir con personal del Ejército.

También han ayudado las pruebas en aeropuertos y los controles fronterizos por carreteras; en Italia todos los viajeros procedentes de países de riesgo deben someterse a PCR. En España las medidas de control fronterizo han sido inexistentes; es el único de los países analizados que no impuso cuarentenas o restricciones a los viajeros procedentes del exterior tras abrir sus fronteras el 1 de julio.

En cuanto a las relaciones sociales, los autores del estudio consideran que las "burbujas sociales" que puso en marcha Nueva Zelanda de manera pionera son un ejemplo exitoso de medidas sostenibles, ya que permiten la interacción social al tiempo que reducen la transmisión. En lugar de permitir reuniones de un máximo de 10 (o 6) personas (que son cambiantes cada día, hoy quedo con mis amigos de la universidad, mañana con la familia, pasado con los compañeros de trabajo...) como se hizo en España, crear pequeños grupos fijos cuyos integrantes solo interactúan entre sí. De esta manera se restringe la cantidad de individuos que se mezclan, aunque la decisión planteó todo un dilema a las familias, obligadas a elegir con quién "burbujear".

Para que las medidas de control funcionen, los gobiernos deben educar a la población, "creando confianza y seleccionando medidas apropiadas que la ciudadanía esté dispuesta a cumplir". Los gobiernos deben transmitir a la población mensajes claros, simples y consistentes. Pero en España, los ciudadanos asistimos incrédulos a los cambios constantes de criterio, y al gusto por el intervencionismo del Estado y por prohibir, restringir, obligar, y sancionar. Y la educación y concienciación ha sido nula; se han limitado a mostrarnos aplausos y fiestas en los balcones en lugar de la cruda realidad de la pandemia en los hospitales y morgues.

Tampoco ha habido campañas de concienciación ni educación respecto al momento que estamos viviendo. Se han limitado a aniquilar nuestra vida social. No hace falta ser muy experto en la materia para saber que no basta con confinar sin más; es necesario tener preparado un proceso de evaluación, para ver si las medidas tomadas surten o no el efecto deseado. Hay que tener los recursos para evaluar todos los indicadores, no sólo los contagiados, ingresos y fallecimientos, sino que hay otros indicadores en epidemiología que te pueden dar un retrato de lo que está ocurriendo y de si es efectivo ese confinamiento social, como por ejemplo, saber cuál es el origen de los casos.

La conclusión del estudio es la siguiente: para vencer al virus se necesitan decisiones transparentes. Debe haber un plan claro y transparente para explicar las restricciones y los criterios para pasar de una a otra fase. El objetivo es eliminar la transmisión para lo que se necesitan mascarillas, distanciamiento físico y medidas que la población esté dispuesta a cumplir. En España siempre se ha negado la posibilidad de hacer test a la mayor parte de la población, pero hay que hacer test hasta en el súper: más pruebas diagnóstico, rastreo y aislamiento, sostenido con una mayor inversión sanitaria y apoyo.

La OMS recuerda que hay cinco pilares básicos en la respuesta contra el covid-19 que han demostrado ser efectivos para frenar la expansión del virus: 1) manejar adecuadamente a los pacientes en los hospitales y en los servicios sanitarios; 2) lavarse frecuentemente las manos; 3) ventilar los espacios cerrados; 4) dar instrucciones "claras" a los ciudadanos para generar confianza en las medidas que se aplican; y 5) tener a personas expertas en interpretar los datos.

Mucho que aprender


Pero además de The Lancet y la OMS tenemos otras opiniones científicas más cercanas (nacionales) que han sido completamente ignoradas por nuestros responsables políticos.

Nueve sociedades médicas y científicas publicaron el 13 de agosto un duro comunicado en el que pedían abiertamente un «golpe de timón» en la lucha contra el coronavirus. En esta carta, los expertos aseguraban que las medidas que se estaban tomando no son suficientes para controlar la transmisión de la infección, por lo que consideraban imprescindible otras nuevas, «coordinadas, rápidas y eficaces» entre las distintas administraciones implicadas. Asimismo, los médicos españoles lamentaban la inacción de las autoridades y se mostraban indignados y decepcionados con los comportamientos de los responsables políticos e institucionales por la «falta un liderazgo común en la respuesta sanitaria».

También a finales de agosto, 36 especialistas de distintas índole (desde el mundo sanitario al económico) suscribieron un documento titulado «Una estrategia integral», en el que además de pedir una estrategia conjunta para luchar contra el coronavirus, hacían una serie de propuestas basadas en una estrategia de prevención y predicción frente al coronavirus (yendo más allá de la simple "convivencia" con el virus).

Pero la labor clarificadora de la pandemia no se ha quedado en la sanidad. El actual sistema de las autonomías ha mostrado crudamente todas sus deficiencias y la falta de razón de ser de muchos de los planteamientos en los que está basado. ¿Qué sentido tiene que haya políticas regionales y medidas distintas frente a un drama que golpea por igual, sin matices, en Barcelona que en Madrid? ¿En donde han quedado los principios constitucionales de que, más allá de las autonomías, tiene que haber una unidad nacional en algunas cuestiones fundamentales?

El espectáculo de los últimos meses, en los que cada región ha ido por su cuenta contra la pandemia, menos durante el estado de alarma, no necesita ser descrito. La mayoría de los políticos ha demostrado su mediocridad sin límites, cuando no su ineptitud: no han sabido más que echar culpas a los rivales.

Otro fallo clamoroso ha sido el del aparato del Estado. No pocos especialistas venían denunciando desde hacía años que era uno de los más ineficaces de Europa. Pero con la pandemia esa realidad ha explotado. Ni la administración central ni la autonómica han estado a la altura de las nuevas tareas que la situación les ha impuesto. No tienen forma de evitar los retrasos que son el pan de cada día, y cada nueva iniciativa gubernamental o legislativa no hará sino agravarlos. En las últimas dos o tres décadas nadie ha querido reformar en serio la administración, y eso ahora se paga.

¿Y qué decir del modelo económico español, que sin diferencias sustanciales han venido compartiendo el PSOE y el PP? Que la creciente dependencia del sector turístico era un peligro, una debilidad, como todos los monocultivos, era algo que no pocos expertos venían denunciando desde hace años. Ningún político les hizo caso. Los intereses electorales mandaban sobre todos ellos. Lo mismo ha venido pasando con los economistas que advertían que la falta de políticas de apoyo a las pequeñas y medianas empresas, y sobre todo a estas últimas, se volvería un día en contra de los intereses generales de España. Lo mismo que la existencia de una enorme bolsa de bajos salarios y de precariedad laboral.




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