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Una dosis de realismo

¿De verdad alguien piensa que cuando algún laboratorio logre crear una vacuna efectiva contra el Covid-19, la pesadilla que estamos viviendo acabará de un plumazo? Que recuperaremos nuestras vidas, tal y como era a principios de 2020, y volveremos a la vieja normalidad? No hay duda de que las vacunas son uno de los grandes avances de la historia de la humanidad y la mejor forma de prevenir y reducir las enfermedades infecciosas, pero creer que una vacuna milagrosa nos librará de esta pandemia de forma inmediata es engañoso y quien lo crea se llevará una gran decepción.

Ya lo advirtió la OMS: no existe una panacea milagrosa contra el coronavirus y es posible que nunca la haya. "No hay ninguna garantía de que la vayamos a tener, e incluso si la tenemos no va a poner fin a la pandemia por sí sola".


Así que démonos un baño de realidad y no caigamos en un exceso de optimismo. ¿Por qué? Por estas 11 razones:

1. Las prisas no son buenas

El proceso normal para hacer una vacuna es de entre 10 y 15 años. No se puede esperar tener una vacuna perfecta en menos un año y que nos permita volver automáticamente a nuestra vida anterior.

2. Tiene que proteger en humanos

Parece obvio, pero es donde la mayoría de las candidatas suele fallar. Una vacuna puede estar muy bien diseñada, ser segura, proteger al 100 % en modelos animales e inducir una respuesta inmune fuerte y anticuerpos neutralizantes, pero ofrecer un nivel de protección mucho más bajo del esperado cuando se prueba en humanos.

3. Querer no siempre es poder

El desarrollo de vacunas no siempre da frutos. Hay veces en las que –por mucho que se busque– no se encuentra la manera de desarrollar una vacuna efectiva. Aunque hay buenos candidatos a vacuna con resultados prometedores en modelos animales, hasta el momento no hay ninguna vacuna disponible para ninguno de los coronavirus que afectan a humanos.

Las razones son múltiples, desde falta de interés comercial hasta la observación de efectos adversos en los diferentes estudios. La buena noticia es que sí hay vacunas disponibles frente a diferentes coronavirus que infectan a animales.

4. Efectos adversos

Las vacunas, al igual que cualquier medicamento, pueden provocar efectos secundarios. Uno de los principales problemas a los que se enfrentan los investigadores es la potenciación de la infección dependiente de anticuerpos, más conocida como ADE. Se trata de una reacción no deseada en la que la generación de anticuerpos frente a un agente infeccioso, por ejemplo usando una vacuna, da lugar a síntomas mucho peores. Esto se traduce en que la enfermedad se ve potenciada en caso de infección por el virus.

Los mecanismos de ADE son aún muy poco conocidos y la buena noticia es que es bastante infrecuente. Se ha descrito frente al virus respiratorio sincitial y el del dengue. La mala noticia es que también se ha descrito en otros coronavirus, como el virus de la peritonitis infecciosa felina, y coronavirus que infectan a humanos, como los responsables del SARS y el MERS.

Por lo tanto, la posibilidad de que se produzca ADE es una preocupación real y se está evaluando activamente en las distintas fases de desarrollo. Principalmente en la fase 3, donde participa un número considerable de voluntarios.

5. Producción a gran escala

Uno de los principales retos que nos encontraremos si se obtiene una vacuna efectiva contra el coronavirus será su producción masiva a gran escala para que llegue a la mayor parte posible de la población mundial.

Estamos hablando de producir miles de millones de dosis; nada más ser aprobadas las vacunas y comenzada la vacunación masiva, ya han empezado los problemas de abstecimiento. Eso sin tener en cuenta que muchas de las vacunas en estudio requieren de dos dosis por individuo. Además, otro problema añadido sería producir masivamente dosis suficientes sin afectar la producción de otras vacunas importantes.

6. Distribución de la vacuna

Imaginemos que se consigue desarrollar una vacuna efectiva contra el SARS-CoV-2 y se consigue producir a gran escala. El siguiente problema sería su entrega eficiente a miles de millones de personas en el mundo. De nada sirve tener una vacuna si no llega al usuario final.

Conseguir una distribución mundial eficiente plantea importantes problemas logísticos (por ejemplo, no romper la cadena de frío). Las empresas fabricantes de vacunas, los gobiernos de distintos países y las empresas de transporte deben trabajar coordinadamente y ponerse de acuerdo.

7. La inmunidad natural parece durar poco

Durante meses han circulado anuncios de posibles reinfecciones desde distintos lugares del mundo. Hoy es ya un hecho que personas que pasaron la enfermedad pueden volver a contagiarse, es decir, la presencia de anticuerpos va desapareciendo paulatinamente en el transcurso de unos pocos meses después de la infección.

El principal problema de las reinfecciones es que, a pesar de que las vacunas suelen desarrollar una respuesta inmune más fuerte que la infección natural, los resultados esperables no serían los mejores si ya se sabe de antemano que la inmunidad natural es poco duradera. Aunque aún falta por ver el papel que juega la respuesta celular en las vacunaciones y su relevancia en la protección frente a infecciones, todo parece indicar que muy probablemente habría que volver a vacunarse cada cierto tiempo.

8. La edad importa

Un desafío para esta vacuna es que las personas de avanzada edad son más susceptibles a la infección y conllevan un riesgo particularmente alto de enfermedad grave o letal. Por ello, proteger a los adultos mayores de 60 años del coronavirus es una de las metas más importantes de los investigadores. El principal problema es que, a medida que vamos envejeciendo, nuestro sistema inmune se vuelve menos eficiente y las vacunas son menos eficaces.

9. Tecnología demasiado reciente

La mayoría de las vacunas que utilizamos suponen la inyección de un virus debilitado, inactivado o simplemente componentes del virus que se producen y purifican en el laboratorio.

Sin embargo, muchos de los candidatos a vacuna que se están probando ahora en humanos están basados en tecnologías genéticas relativamente recientes. Son las conocidas como “vacunas genéticas”, las cuales pueden ser de ADN o ARN mensajero.

En este caso, en lugar de inocular virus completos o subunidades del virus para inducir una respuesta inmunitaria como hacen las vacunas tradicionales, la idea es hacer que nuestro propio cuerpo produzca la proteína del virus. Para ello, nos inyectarían directamente la parte del código genético viral que contiene las instrucciones para elaborar la proteína de interés. Finalmente, nuestras células producirían esta proteína alertando al sistema inmunológico.

Las vacunas genéticas tienen muchas ventajas. Por ejemplo, un menor coste y la necesidad de una infraestructura de producción mucho más reducida. El principal problema es que hasta el momento no se ha comercializado ninguna para humanos, por lo que su eficacia está aún por comprobar. Nos las están poniendo y somos conejillos de indias.

10. ¿Protección? Sí, pero parcial

Todo parece indicar que, en el caso de tener algún candidato exitoso, las primeras vacunas protegerían parcialmente frente a la infección, la inmunidad sería de corta duración y no funcionarían para todo el mundo. Vamos, que no va a existir un Santo Grial.

Sin embargo, siempre es mejor tener una vacuna que funciona parcialmente que no tener ninguna. Sería muy útil para proteger a parte de la población y disminuir el ritmo creciente de infecciones. Además, al tener candidatos tan diferentes en desarrollo es posible que se pudieran cumplir distintos objetivos.

Por otro lado, es posible que en un futuro más lejano se desarrollen vacunas más complejas que consigan mejores resultados.

11. ¿La gente estará dispuesta a vacunarse?

De nada sirve que exista una vacuna efectiva y segura contra el Covid-19 si la gente no está dispuesta a ponérsela. Por un lado, está el movimiento antivacunas, que se oponen rotundamente a vacunarse contra cualquier enfermedad. Pero también están quienes, dadas las prisas con las que se está creando la vacuna anti-Covid, desconfían de ella, no solo de su eficacia sino también de los posibles efectos secundarios que a largo plazo pueda causar. De hecho, un tercio de los adultos de todo el mundo no se la pondría, según un estudio internacional de la Universidad de Massachussets. En el caso de España, según el barómetro del CIS de octubre, el 43,8% de los encuestados no se vacunaría.

[ 11 de noviembre: A pesar de que España es el país del mundo con menos antivacunas (un 3% de la población), según datos de un estudio realizado por Ipsos y el Foro Económico Mundial publicado en noviembre, solo estarían dispuestos a ponerse la vacuna un 64% de los españoles (en agosto eran un 72%). En cuanto a los plazos, solo el 13% se vacunarían “inmediatamente" una vez que estuviera disponible la vacuna contra el Covid, el 38% se vacunaría 3 meses después de la llegada de la vacuna, y el 60% lo haría en un plazo de 1 año].

¿Qué pasará entonces? ¿Será obligatorio vacunarse? Podría ser, ya que la ley de salud pública de 1986 permite tomar medidas que limiten derechos individuales, siempre que beneficien a la mayoría de la comunidad. Y el beneficio de la vacunación contra el Covid-19 repercute en toda la sociedad ya que la inmunización no solo protege a la persona que la recibe, sino que si un buen número de la población la tiene puesta, el virus no podrá circular y no infectará a nadie. Así que si cuando haya vacuna disponible para toda la población, el rechazo de una parte hiciera peligrar la salud púbica, sería posible recurrir a medidas de obligatoriedad.

En el caso del Covid-19, el porcentaje de personas necesario para llegar a lo que se conoce como inmunidad de rebaño es del 70%. Podría ser que la vacuna final resultara eficaz solo parcialmente. Pero, incluso en este caso, si la vacunación consiguiera reducir la trasmisión y la mortalidad en un porcentaje significativo, ya sería de gran utilidad para mitigar el impacto de los brotes.

Lo ideal es convencer a la ciudadanía para que se vacunen a través de procesos transparentes y divulgativos. La transparencia informativa es una necesidad en temas sanitarios, y especialmente en las fases de desarrollo y ante resultados iniciales, cuando la información es escasa. Hace falta generar conocimiento y confianza en la ciencia, enseñar a distinguir entre información y opinión, a verificar la fuente y la consistencia de los datos comunicados, alejarse de las espectacularidades y de las falsas controversias.

El coronavirus, enfermedad endémica

Incluso los milagros tienen sus límites. Esperar que las vacunas eliminen el Covid-19 es un gran error. El virus ha encontrado un hogar permanente en los humanos, por lo que circulará durante años y es muy probable que se vuelva una enfermedad endémica.

Una de las razones por las que el coronavirus persistirá es que fabricar y distribuir suficientes vacunas para proteger a los 7.800 millones de personas del mundo es una tarea hercúlea. Para aumentar la carga, la potencia de una dosis puede desvanecerse, lo que hace necesarios los refuerzos. Fuera del mundo rico, el 85% de los países aún no han iniciado sus programas de vacunación. Hasta que los miles de millones de personas que viven en ellos sientan el pinchazo de una aguja, que puede que no sea antes de 2023, seguirán siendo combustible para el virus.

Otra razón de la persistencia del covid-19 es que, incluso cuando las vacunas hacen que sars-cov-2 sea menos infeccioso y protegen a las personas contra la muerte, las nuevas variantes virales están deshaciendo parte de su buen trabajo, ya que incluso pueden resistir las vacunas actuales.

Y la tercera razón por la que persistirá el covid-19 es que muchas personas (incluso sanitarios) rechazan la vacunación, por no hablar de que las vacunas aún no están autorizadas para algunos colectivos, como embarazadas, niños y jóvenes menores de 18 años.

Con las nuevas variantes, alrededor del 80% de la población total necesita ser inmune para que una persona infectada, en promedio, transmita la enfermedad a menos de un contacto, el umbral en el que la epidemia cede. Será una tarea difícil, por no decir imposible.

Por todo ello, los Gobiernos deben comenzar a considerar el Covid-19 como una enfermedad endémica y no como una emergencia que pasará. Es necesario decidir cuándo y cómo pasar de las medidas de emergencia a políticas que sean económica y socialmente sostenibles de forma indefinida. En definitiva, pasar a un nuevo estado coronormal.

El ajuste para vivir convivir con el Covid-19 comienza con la ciencia médica. Pero no solo con la vacunación, sino también con una mayor vigilancia de las mutaciones y con la investigación de nuevos tratamientos para curar la enfermedad.


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