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En busca de la bula Papal

Con la mochila llena de ataques a la religión, Sánchez se cobijó bajo la sotana blanca de una de las referencias mundiales en cuestiones de ética y liderazgo moral: el Papa Francisco. El gabinete publicitario de Iván Redondo hacía varios meses que buscaba la foto, pero el camino hasta la audiencia con el Pontífice en la Santa Sede no es fácil y llegó el 24 de octubre. ¿El objetivo del encuentro? Legitimar la imagen de Pedro Sánchez a través de la bendición y ungimiento recibido por el máximo líder religioso.

Una foto con el papa suele representar un aldabonazo a la imagen internacional de cualquier mandatario, la bendición de uno de los pocos líderes mundiales por encima de los partidos. Y tras el griterío interno, coronado por la moción de censura de Vox, Sánchez parece dispuesto a reforzar este perfil. De ahí el gran interés por parte de Moncloa en que se produjera este encuentro, organizado además en un tiempo inusualmente rápido. Es la primera vez que un presidente español se ve con el Papa desde la visita de Mariano Rajoy al Vaticano en 2013.

El Papa ha recibido a un presidente de un gobierno socialcomunista que impulsa, entre otros despropósitos, la eutanasia y el aborto de las menores sin autorización de los padres. Para más inri, ataca a la escuela concertada, pretende quedarse con los bienes de la Iglesia, y pone en marcha una ley de la Memoria Democrática impulsada por los herederos de los que perpetraron uno de los mayores genocidios de la Historia contra los católicos que sólo tiene parangón con la Roma imperial o la Revolución Francesa.

No olvidemos que Sánchez fue el primer aspirante a la Moncloa que, en una entrevista televisiva, dijo que era «ateo a secas». Y añadió: «Creo que la religión no debe estar en las aulas, tiene que estar en las iglesias, corresponde al ámbito privado».

En marzo de 2015 prometió que, si ganaba las elecciones, revisaría lo que él llama el Concordato, aprobaría una nueva ley de libertad religiosa y establecería que la religión se enseñe en horario extraescolar. «Mi apuesta será -declaró - hacer un Estado laico en España. A todos los niveles, en educación, en materia de impuestos y también sobre las propiedades que tiene la Iglesia Católica». Para qué seguir…

Y es que, a estas alturas, el Papa Francisco es un elemento político más. Durante la moción de censura estuvo muy presente en el discurso de Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno incluso leyó pasajes de la última encíclica papal ‘Fratelli tutti’ y le reprochó a Santiago Abascal que “invoque los valores cristianos y a la Iglesia católica, al mismo tiempo que desprecia la figura y el mandato de su máximo representante, que es el papa Francisco”. Por milagro divino, Sánchez se ha convertido en tiempo récord en un ferviente seguidor del pontífice.

Mientras la Conferencia Episcopal se desgañita en explicar, en repetidas reuniones con el Gobierno, que el IBI no es privilegio de la Iglesia, que las Inmatriculaciones son una práctica amparada por la ley, que la Asignación Tributaria fue modificada al alza por un gobierno socialista, que la educación concertada es plenamente constitucional, y así varias más, Pedro Sánchez se fue a ver al Papa en busca de una bula papal, de un decreto de indulgencia, de una concesión de gracia y privilegio pontifical.

Sánchez ha buscado con este encuentro acercar posturas con el Vaticano, para congraciarse con parte del electorado que vio cómo la ausencia del presidente en celebraciones religiosas (como el funeral por las víctimas del coronavirus), suponía una afrenta más a la Iglesia, y que ahora tendrá que enfrentarse a un 'otoño caliente' con la tramitación de las normas más radicales del Gobierno de coalición, para las que Sánchez busca una 'bendición' improbable.

El encuentro rebosó un buenismo perogrullesco y demagogia celestial. Ambos comparten la idea de un mundo mejor, de un planeta más limpio y de una civilización fraternal. O sea, los mismos criterios que podrían poner de acuerdo una miss y un futbolista. En principio, todos estamos contra el hambre y contra la guerra. Y nos parece incluso muy mal el coronavirus.

Resultan mucho más interesantes las cuestiones terrenales. Porque son las que acreditan las diferencias insoportables entre Pedro y la teocracia de San Pedro.

¿Qué piensa el Papa de la reforma de la ley del aborto, de acuerdo con la cual pueden recurrir a ella las menores de edad sin permiso paterno? ¿Cómo le ha vendido Sánchez a Bergoglio la legislación de la eutanasia? ¿Qué opina su Santidad de la reforma educativa que proscribe la hora de religión? ¿Cómo le ha explicado nuestro jefe de Gobierno al jefe del Vaticano la iniciativa de penalizar la educación concertada? ¿Qué le parece a Francisco la desacralización del Valle de los Caídos y la inminente expulsión los monjes benedictinos de su abadía? Sin duda, estas políticas chocan frontalmente con la concepción cristiana y el Magisterio de la Iglesia.

Podrían añadirse toda suerte de preguntas incómodas. El cisma ideológico y doctrinal entre Bergoglio y Sánchez identifica un abismo, pero el uno y el otro han amañado un esfuerzo de sintonía y solidaridad, porque la última encíclica ataca el neoliberalismo y amordaza la libertad de expresión.

Es de suponer que en la cumbre bilateral no han aparecido pasajes incómodos. Por ejemplo cuando el Papa denuncia el peligro de los nacionalismos. ¡Cómo iba a decirle Pedro a San Pedro que su porvenir parlamentario depende del soberanismo ultramontano!

Pero en este contexto Francisco se atribuyó ciertas libertades. No ya alertando a Sánchez del “peligro de las ideologías”, sino urgiéndole a la construcción de una “patria con todos”, más o menos como si le estuviera haciendo pesar la polarización y la tensión nacionalista, y como si le hubiera visto todas las trampas debajo de las mangas del traje y de la compostura: “La política no es cuestión de maniobras”, proclamó el Papa. "Es muy triste cuando las ideologías se apoderan de la interpretación de una nación, de un país y desfiguran la patria", le espetó el Santo Padre.

Entre las elipsis y las obviedades, el encuentro fue bien, pese a la flagrante brevedad (35 minutos). Hubo el tradicional intercambio de regalos, y Sánchez invitó formalmente al Papa Francisco a visitar España "cuando buenamente sea posible".

El comunicado de Iván Redondo de este encuentro entre dos cielos en la inmortal Roma parecía haberlo escrito un adolescente 'flower power': "El Gobierno de España y su presidente (...) comparten con el Papa el llamamiento a construir un mundo más justo y solidario, que defienda a los más vulnerables de la enfermedad, el neoliberalismo y el populismo".

¿Populismo? ¿Cabe un pasaje más populista que el que acabo de describir? ¿Cabe un Gobierno más atado al populismo que el de Pedro Sánchez? ¿Hay Pontífice más populista que Francisco?

El evangelio según Iván Redondo

Desde que pisó el Vaticano, a Pedro Sánchez se le está quedando cara de mesías. De pie, frente al espejo, Sánchez escucha las voces de los ángeles con la buena nueva de sus Presupuestos. Se mueve por Moncloa cual prior y recita a los ciudadanos sus anuncios de gobierno como una verdad revelada o dogma de fe.

A ese paso terminará revocando los evangelios por considerarlos bulos y hará unos nuevos en los que se le atribuyan la curación de los leprosos y la conversión de los ex-etarras en demócratas.

El encargado de cincelar las verdades del profeta Pedro es Iván Redondo, quien mandó a despedir al Espíritu Santo del gabinete, por aquello de que no pueden existir muchos mesías al mismo tiempo.

Y así se entrega Redondo a narrar los prodigios de Sánchez, convenientemente reescritos para cantar la gesta del hombre que todo lo puede: como con el agua y el vino, él transformó las mascarillas de malas en buenas; multiplicó sus decretos como los panes, y hasta volvió de Bruselas con las cestas cargadas de peces.

Aún tiene que esforzarse Redondo en la resurrección de los muertos, pero va camino de resolverlo borrando de un plumazo 20.000 fallecidos por covid que no figuran en ningún recuento oficial.

A veces se le pone cara de Antiguo Testamento a Sánchez y le da por someter a sus corderos a las pruebas más difíciles, como transformar lo siniestro en viable, o convertir a un asesino como Otegi en misionero del evangelio progresista: pida y le será concedido.

El elegido Sánchez va servido de reparto: tiene a Ciudadanos, sus propios fariseos, y aunque los saque del Templo a latigazos seguirán pegaditos a la mesa, cual prestamistas sin blanca.

Dispone ¡cómo no! de su propio cardenal Iglesias, que ha decidido él también avanzar en la conversión de los impíos, previo pago de bulas.

Un asunto afea las escrituras a la religión del sanchismo, quizá una cierta tendencia a la hipérbole. Para ser el mesías, el que se sacrifica y el que todo lo puede, a Pedro Sánchez se le está quedando cara de dictador romano. Del ¡aleluya! pasa al ¡ave, César! Escuchan los que van a morir de hambre, de desesperación, incertidumbre, coronavirus y, por qué no, de otro disparo, ya no en la nuca sino en el techo del hemiciclo. Aunque ese versículo, el de Otegi y los suyos, aún está por escribirse en los evangelios desmadrados de Iván Redondo.


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