El Gobierno español es el más desacreditado de Europa, el más cuestionado de la UE y el menos apreciado en Bruselas. Los medios internacionales subrayan su incompetencia, su ineptitud y su torpeza. Algunos hacen burlas. Otros lo escudriñan perplejos. Y, sin embargo, Sánchez se pasea dichoso y triunfal en el territorio de la demoscopia (el CIS de octubre sigue dando una ventaja de 11,9 puntos al PSOE sobre el PP). No hay sondeo que se le resista ni partido que le haga sombra. No solo es imbatible, ya empieza a parecer indestructible, inmortal. La distopía parece hacerse realidad a pasos agigantados.
El propósito confeso de Sánchez es seguir en la Moncloa, al menos, hasta el 14 de abril de 2031, para festejar el centenario del advenimiento de la República. Es su forma de pasar a la posteridad. Festejar con júbilo la efeméride más terrible de nuestra Historia.
Para entonces se habrá celebrado ya el fatídico referéndum catalán y la Familia Real estará instalada en el exilio, en un acogedor palacete próximo a Lisboa. Cataluña y el País Vasco serán entidades independientes en un Estado plurinacional y amorfo. Sánchez se paseará con su Falcon, aún más rumboso, exhibiendo sus atributos como jefe del Estado y presidente de la República. Todo se habrá consumado sin ruidos ni griterío, tan mansamente como el ocioso cantar de un día vacío.
Toda la Unión Europea vive instalada sobre un prejuicio: “España va hacia una dictadura”. Falso. Desengañémonos: España ya vive en una dictadura (como llevo diciendo desde abril, y en ésto, odio tener razón). Es difícil hallar un Gobierno más despótico en el mundo que el español. Los cimientos de nuestra convivencia están al borde del colapso. La monarquía parlamentaria se tambalea, las instituciones del Estado se descomponen.
Es obvio que aquí no vivimos en una dictadura comunista, porque aún no hay un partido único que se confunda con el Estado y la Sociedad (demos tiempo a Iglesias); pero desde la llegada al poder de Sánchez por una extraña moción de censura existen múltiples pruebas, hechos y circunstancias (aparte de la ideología de Podemos, separatistas, ex-terroristas y socialistas) sobre la desaparición paulatina de la principal pauta que define un sistema democrático.
En efecto, las diferencias, las radicales divisiones y diferenciaciones entre los ámbitos del poder, el derecho y el conocimiento que definen una sociedad democrática han ido destruyéndose en España de modo tan rápido y profundo, que hemos llegado en solo 10 meses a asumir como normal que el Gobierno decida asaltar el poder judicial sin otro límite que chantajear al PP: o me votas los jueces del CGPJ o cambio la ley y los nombro yo.
La única coherencia de Sánchez es con su vocación para el engaño y la trampa y no se va a detener hasta que el Estado entero quede bajo su tutela autoritaria. En España, ningún poder -sea político, intelectual y jurídico- se mueve sin el control de Sánchez-Iglesias. Más aún, el poder gubernamental determina hasta tal punto las esferas del saber y del derecho que parece no haber diferencias entre unos y otros. Se ha llegado a mantener durante meses que todas las decisiones se tomaban de acuerdo con los argumentos de un comité de expertos que, según el propio Gobierno de Sánchez-Iglesias, no ha existido nunca… Esta vulgar mentira (una más) es una sencilla prueba de que el estaribel montado por los socialistas, los comunistas, los separatistas y los ex-terroristas, es una indecente dictadura.
Tenemos a un Rey sometido al caprichoso dictado de un presidente del Gobierno empeñado en mutar en Jefe del Estado. Tenemos una crisis sanitaria en crecimiento acelerado. Tenemos un sistema económico a dos pasos de la quiebra. Tenemos un caballo irrumpiendo desbocado en las Cortes, una galopada morada y bolivariana, para amanillar a los jueces y someter a la Justicia. Tenemos, en fin, una realidad nacional muy próxima a la fragmentación o al estallido.
Este panorama dibuja un escenario espeluznante. Hasta el punto de que en Europa ya se empieza a calificar a España como un 'Estado fallido en plena deriva totalitaria', un Estado caracterizado por el colapso de las instituciones estatales o en proceso de descomposición porque han sido sobrepasadas por las circunstancias. (Se habla de un "Estado fallido" cuando ninguno de los tres poderes de un Estado constitucional democrático sigue cumpliendo lo que la Constitución y el pueblo esperan de ellos).
No es extraño que lo piensen si contemplan los espectáculos tan bochornosos como los que dan a diario los políticos españoles. En plena pandemia han sido incapaces de sentarse y dialogar; es más, en lugar de colaborar, los gobiernos regionales y central se siguen culpando mutuamente. No se puede ser más necio.
La España de Sánchez-Iglesias empieza a calar en toda Europa como un Estado fallido, un Estado tan débil en el que el Gobierno ha perdido el control. Cada vez son más los observadores extranjeros que constatan la inestabilidad, ineficiencia y fragilidad de la estructura institucional y política en España. Y muchos de ellos coinciden en el diagnóstico: una excesiva descentralización, unas asimetrías territoriales ineficaces y una dependencia parlamentaria de los partidos nacionalistas que causan disfuncionalidades.
Nuestra realidad es compartida por buena parte de los rotativos vecinos. Sus titulares hablan de 'Caótica España', 'Un país que apenas puede ayudarse a sí mismo', 'El veneno de la pandemia infecta a la economía española', 'España se precipita hacia agujero negro'. Y así. Un rataplán de sálvese quien pueda en el puente del Titanic. Un inclemente bombardeo a nuestro devastado prestigio reputacional. Un unánime adiós a ritmo de sepulturero.
Marchamos de cabeza al 34. La distopía está en marcha, y a punto de hacerse realidad: un Gobierno socialcomunista decidido a dinamitar cuatro décadas de progreso, a derribar un régimen democrático y a resucitar una república populista e incierta, revanchista y ciega.
En España tenemos un Gobierno fallido y una clase política que causa estupor. El Presidente del Gobierno, mandamás de un partido que antes vertebraba, ahora no vacila en mantenerse en el poder a toda costa, apoyado en formaciones que quieren, o romper España mañana (y lo dicen sin pudor), o montar un referéndum en cualquier localidad que lo solicite. Y es que, con un Gobierno sujeto con alfileres desde el primer día, dependiendo de partidos políticos que le chantajean una y otra vez, todo se hace imposible.
Una importante comunidad autónoma está democráticamente en manos de unos dirigentes que han dado un golpe de estado secesionista -algo inconcebible y blasfemo en un estado de derecho. Repiten que lo van a volver a hacer y el Gobierno de la nación (abierto al chantanje en el Congreso) no reacciona. Es más, se va a sentar "de igual a igual" con ellos para hablar de TODO.
Esa misma comunidad acepta las leyes de Madrid y las sentencias del Supremo a la carta. Y sigue acusando con cierto éxito entre su gente al Gobierno central de todo lo que le viene bien. Hasta de la transmisión del virus.
En otra comunidad autónoma, el partido que la gobierna repite que ellos también quieren la independencia, y el segundo partido más votado es descendiente de terroristas que asesinaron -a golpe de bombas- a más de 800 personas. Los jóvenes revoltosos tienen tiempo para decapitar la estatua de nuestro Rey y la de Cristóbal Colón, pero no recuerdan los asesinatos recientes pertrechados por ellos.
Una cuarta parte de los miembros del Parlamento piensan que la bandera española es detestable, el himno más, y el 12 de octubre una horterada lamentable y cruel.
La Corona, maltrecha y desportillada, sobrevive algo cojitranca a los embates de la banda trapera del moño, incrustada en el Gobierno con cinco carteras a su cargo. Nunca antes se vio tal cosa. Medio Gobierno apalizando, cada día, al Jefe del Estado.
El Poder Judicial sufre una bestial embestida desde La Moncloa. ¿La Fiscalía de quien depende? Pues eso. El Ejecutivo va a desterrar a la oposición del procedimiento para designar a los jueces. Un golpe al Estado parlamentario se ha puesto en marcha para someter al Poder Judicial. La separación de poderes vuela por los aires y con ella, el Estado de Derecho. Una operación casi venezolana con música peronista de telón de fondo. Una asonada contra la estructura institucional, un disparo en la cabeza de la concordia nacional que además ha encendido todas las alarmas a nivel europeo, por vulnerar de manera flagrante la calidad del Estado de Derecho de los países miembros.
Meritxel Batet, con insolente desparpajo, impone su arbitrario imperio en el Legislativo, censura palabras, manipula el libro de Sesiones, amordaza a diputados mientras le hacen los coros las ratas de Frankenstein. Los cimientos de nuestra monarquía parlamentaria están a punto de derrumbarse, a dos segundos del colapso. Todo parece venirse abajo.
¿Quién puede desmontar esta distopía tan real? Ahora mismo, nadie. Todo rueda a favor de las ambiciones del napoleoncito de La Moncloa. Salvo que se produzca un milagro.
Nada más sensato y, sin duda, imposible. Entre otras cosas, porque ya no hay PSOE. Dejó de existir en Ferraz, asfixiado tras la cortina con la que Sánchez ocultó las tramposas urnas. Ahora sólo hay Lastras, Simancas y ese delegado Franco de rostro tan inmoral como sus actos.
Ese viejo PSOE que aún invocan los ingenuos fue devorado por Pedro Sánchez, quien apoyado en los adolescentes de Podemos se ha impuesto el objetivo de cumplir con los peores pronósticos de la atónita Europa y declarar la quiebra económica, política y judicial de España. Es eso o acabar en el banquillo ante unos jueces sin ataduras.
La moción de censura que ahora presenta Vox, condenada al fracaso, fortalecerá a Abascal, debilitará al PP (Casado no se maneja bien en las encerronas) y hará las delicias de Iván Redondo. No es ésta la fórmula para arrojar a Sánchez. Más bien, es una línea directa para reforzarlo. Al tiempo.
Aunque el PSOE retroceda, siempre contará con el respaldo independentista. Firme e inamovible. El Congreso se ha convertido en una marmota inamovible, en una fotografía congelada en la que siempre mandarán los mismos.
La derecha puede conseguir más votos que el PSOE, como ya ocurrió en noviembre de 2019, pero difícilmente más escaños. Y nunca más respaldos parlamentarios. Una simpática jugarreta de nuestra ley electoral que Rajoy, embebido de bipartidismo, no se decidió a cambiar. O unidos por la derecha o condenados al yugo eterno de Sánchez.
Habló Sánchez, al cumplir sus cien días en Moncloa, de que "nuestro horizonte es hasta 2030". ¿Por qué no? O mejor, ¿quién si no? Al PP sólo le queda confiar en el efecto de la harapienta ruina sobre la Moncloa. O sea, que le den el trabajo hecho. Sánchez aún no ha cumplido los 50. Sus hijas son adolescentes. ¿A qué se va a dedicar este iletrado chanta si deja su mullido colchón presidencial? No tiene cátedra, carece de oficio, jamás trabajó en la 'vida civil'. Desde pequeñito escaló puestos en el partido, como un trepa espabilado y sin escrúpulos. De culiparlante a secretario general en un fogonazo.
Volver al escaño como diputado de a pie resultaría enorme humillación. La Universidad le parece un fatigoso fastidio. Pasó por ella sin dejar huella. Quizás ni la pisó. Escribe con dificultad y apenas se le conoce una sola idea: la de eternizarse en el poder a toda costa.
En medio de una situación dramática, con una avalancha de cadáveres ocultados por las televisiones y medios afines, con unos datos económicos puramente catastróficos, la única salida del Gobierno es acabar con la oposición, aniquilar al adversario, destruir cualquier conato de resistencia y aplastar toda clase de disidencia con el fin de huir de la Justicia y gestionar las ruinas.
No desdeñemos la posibilidad de que tengamos que convivir con él otros 10 años. Total, a nadie parece importarle. La mayoría social de este país se ha empadronado en Hamelin. Sánchez es el flautista indestructible. Todos lo saben y nadie hace nada por remediarlo.
Lo que está ocurriendo solo podría encontrarse con un obstáculo: que la UE negara los fondos a un país que ha pasado en dos años de ser una democracia medianamente sana a una dictadura bolivariana. Si Europa no pone coto al desmán totalitario que pretende perpetrar el gobierno socialcomunista, no habrá esperanza para esta Nación abocada a la tiranía encubierta (aunque no tan encubierta, nada le gusta más, tanto a Sánchez como a Iglesias, que exhibir su poder).
El propósito confeso de Sánchez es seguir en la Moncloa, al menos, hasta el 14 de abril de 2031, para festejar el centenario del advenimiento de la República. Es su forma de pasar a la posteridad. Festejar con júbilo la efeméride más terrible de nuestra Historia.
Para entonces se habrá celebrado ya el fatídico referéndum catalán y la Familia Real estará instalada en el exilio, en un acogedor palacete próximo a Lisboa. Cataluña y el País Vasco serán entidades independientes en un Estado plurinacional y amorfo. Sánchez se paseará con su Falcon, aún más rumboso, exhibiendo sus atributos como jefe del Estado y presidente de la República. Todo se habrá consumado sin ruidos ni griterío, tan mansamente como el ocioso cantar de un día vacío.
Toda la Unión Europea vive instalada sobre un prejuicio: “España va hacia una dictadura”. Falso. Desengañémonos: España ya vive en una dictadura (como llevo diciendo desde abril, y en ésto, odio tener razón). Es difícil hallar un Gobierno más despótico en el mundo que el español. Los cimientos de nuestra convivencia están al borde del colapso. La monarquía parlamentaria se tambalea, las instituciones del Estado se descomponen.
Es obvio que aquí no vivimos en una dictadura comunista, porque aún no hay un partido único que se confunda con el Estado y la Sociedad (demos tiempo a Iglesias); pero desde la llegada al poder de Sánchez por una extraña moción de censura existen múltiples pruebas, hechos y circunstancias (aparte de la ideología de Podemos, separatistas, ex-terroristas y socialistas) sobre la desaparición paulatina de la principal pauta que define un sistema democrático.
En efecto, las diferencias, las radicales divisiones y diferenciaciones entre los ámbitos del poder, el derecho y el conocimiento que definen una sociedad democrática han ido destruyéndose en España de modo tan rápido y profundo, que hemos llegado en solo 10 meses a asumir como normal que el Gobierno decida asaltar el poder judicial sin otro límite que chantajear al PP: o me votas los jueces del CGPJ o cambio la ley y los nombro yo.
La única coherencia de Sánchez es con su vocación para el engaño y la trampa y no se va a detener hasta que el Estado entero quede bajo su tutela autoritaria. En España, ningún poder -sea político, intelectual y jurídico- se mueve sin el control de Sánchez-Iglesias. Más aún, el poder gubernamental determina hasta tal punto las esferas del saber y del derecho que parece no haber diferencias entre unos y otros. Se ha llegado a mantener durante meses que todas las decisiones se tomaban de acuerdo con los argumentos de un comité de expertos que, según el propio Gobierno de Sánchez-Iglesias, no ha existido nunca… Esta vulgar mentira (una más) es una sencilla prueba de que el estaribel montado por los socialistas, los comunistas, los separatistas y los ex-terroristas, es una indecente dictadura.
Tenemos a un Rey sometido al caprichoso dictado de un presidente del Gobierno empeñado en mutar en Jefe del Estado. Tenemos una crisis sanitaria en crecimiento acelerado. Tenemos un sistema económico a dos pasos de la quiebra. Tenemos un caballo irrumpiendo desbocado en las Cortes, una galopada morada y bolivariana, para amanillar a los jueces y someter a la Justicia. Tenemos, en fin, una realidad nacional muy próxima a la fragmentación o al estallido.
Este panorama dibuja un escenario espeluznante. Hasta el punto de que en Europa ya se empieza a calificar a España como un 'Estado fallido en plena deriva totalitaria', un Estado caracterizado por el colapso de las instituciones estatales o en proceso de descomposición porque han sido sobrepasadas por las circunstancias. (Se habla de un "Estado fallido" cuando ninguno de los tres poderes de un Estado constitucional democrático sigue cumpliendo lo que la Constitución y el pueblo esperan de ellos).
No es extraño que lo piensen si contemplan los espectáculos tan bochornosos como los que dan a diario los políticos españoles. En plena pandemia han sido incapaces de sentarse y dialogar; es más, en lugar de colaborar, los gobiernos regionales y central se siguen culpando mutuamente. No se puede ser más necio.
La España de Sánchez-Iglesias empieza a calar en toda Europa como un Estado fallido, un Estado tan débil en el que el Gobierno ha perdido el control. Cada vez son más los observadores extranjeros que constatan la inestabilidad, ineficiencia y fragilidad de la estructura institucional y política en España. Y muchos de ellos coinciden en el diagnóstico: una excesiva descentralización, unas asimetrías territoriales ineficaces y una dependencia parlamentaria de los partidos nacionalistas que causan disfuncionalidades.
Nuestra realidad es compartida por buena parte de los rotativos vecinos. Sus titulares hablan de 'Caótica España', 'Un país que apenas puede ayudarse a sí mismo', 'El veneno de la pandemia infecta a la economía española', 'España se precipita hacia agujero negro'. Y así. Un rataplán de sálvese quien pueda en el puente del Titanic. Un inclemente bombardeo a nuestro devastado prestigio reputacional. Un unánime adiós a ritmo de sepulturero.
Radiografía de un Estado fallido
La negra espesura de la pandemia todo lo oscurece porque golpea en España como en ningún otro lugar de Europa. Incluso los espíritus más optimistas aparecen ahora sumidos en un profundo pesar, casi angustia, incapaces de acertar con alguna razón para vislumbrar un ápice de luz al final del túnel.Marchamos de cabeza al 34. La distopía está en marcha, y a punto de hacerse realidad: un Gobierno socialcomunista decidido a dinamitar cuatro décadas de progreso, a derribar un régimen democrático y a resucitar una república populista e incierta, revanchista y ciega.
En España tenemos un Gobierno fallido y una clase política que causa estupor. El Presidente del Gobierno, mandamás de un partido que antes vertebraba, ahora no vacila en mantenerse en el poder a toda costa, apoyado en formaciones que quieren, o romper España mañana (y lo dicen sin pudor), o montar un referéndum en cualquier localidad que lo solicite. Y es que, con un Gobierno sujeto con alfileres desde el primer día, dependiendo de partidos políticos que le chantajean una y otra vez, todo se hace imposible.
Una importante comunidad autónoma está democráticamente en manos de unos dirigentes que han dado un golpe de estado secesionista -algo inconcebible y blasfemo en un estado de derecho. Repiten que lo van a volver a hacer y el Gobierno de la nación (abierto al chantanje en el Congreso) no reacciona. Es más, se va a sentar "de igual a igual" con ellos para hablar de TODO.
Esa misma comunidad acepta las leyes de Madrid y las sentencias del Supremo a la carta. Y sigue acusando con cierto éxito entre su gente al Gobierno central de todo lo que le viene bien. Hasta de la transmisión del virus.
En otra comunidad autónoma, el partido que la gobierna repite que ellos también quieren la independencia, y el segundo partido más votado es descendiente de terroristas que asesinaron -a golpe de bombas- a más de 800 personas. Los jóvenes revoltosos tienen tiempo para decapitar la estatua de nuestro Rey y la de Cristóbal Colón, pero no recuerdan los asesinatos recientes pertrechados por ellos.
Una cuarta parte de los miembros del Parlamento piensan que la bandera española es detestable, el himno más, y el 12 de octubre una horterada lamentable y cruel.
La Corona, maltrecha y desportillada, sobrevive algo cojitranca a los embates de la banda trapera del moño, incrustada en el Gobierno con cinco carteras a su cargo. Nunca antes se vio tal cosa. Medio Gobierno apalizando, cada día, al Jefe del Estado.
El Poder Judicial sufre una bestial embestida desde La Moncloa. ¿La Fiscalía de quien depende? Pues eso. El Ejecutivo va a desterrar a la oposición del procedimiento para designar a los jueces. Un golpe al Estado parlamentario se ha puesto en marcha para someter al Poder Judicial. La separación de poderes vuela por los aires y con ella, el Estado de Derecho. Una operación casi venezolana con música peronista de telón de fondo. Una asonada contra la estructura institucional, un disparo en la cabeza de la concordia nacional que además ha encendido todas las alarmas a nivel europeo, por vulnerar de manera flagrante la calidad del Estado de Derecho de los países miembros.
Meritxel Batet, con insolente desparpajo, impone su arbitrario imperio en el Legislativo, censura palabras, manipula el libro de Sesiones, amordaza a diputados mientras le hacen los coros las ratas de Frankenstein. Los cimientos de nuestra monarquía parlamentaria están a punto de derrumbarse, a dos segundos del colapso. Todo parece venirse abajo.
¿Quién puede desmontar esta distopía tan real? Ahora mismo, nadie. Todo rueda a favor de las ambiciones del napoleoncito de La Moncloa. Salvo que se produzca un milagro.
¿Cómo se podría derrocar a este Gobierno dictatorial y autoritario?
El cambio de régimen que tenemos a las puertas solo es evitable si España no es como Sánchez imagina. Con unas élites famélicas, una institucionalidad quebradiza y una ciudadanía indigna de tal nombre. Pedro Sánchez jamás se ha esforzado en negar la deriva antidemocrática, le importa un rábano lo que digan. Os vais a comer mi autoritarismo porque no tenéis forma de evitarlo. ¿O sí?...1. Revuelta en el PSOE
Hastiados del cesarismo autocrático de su jefe y aterrorizados por la dimensión de la catástrofe que viene, veteranos del partido, con Felipe González a la cabeza, promueven una revuelta interna para frenar la deriva delirante de su jefe. Una reedición desesperada del otoño de 2016.Nada más sensato y, sin duda, imposible. Entre otras cosas, porque ya no hay PSOE. Dejó de existir en Ferraz, asfixiado tras la cortina con la que Sánchez ocultó las tramposas urnas. Ahora sólo hay Lastras, Simancas y ese delegado Franco de rostro tan inmoral como sus actos.
Ese viejo PSOE que aún invocan los ingenuos fue devorado por Pedro Sánchez, quien apoyado en los adolescentes de Podemos se ha impuesto el objetivo de cumplir con los peores pronósticos de la atónita Europa y declarar la quiebra económica, política y judicial de España. Es eso o acabar en el banquillo ante unos jueces sin ataduras.
2. Moción de censura
González ganó la moción que había perdido. Hernández Mancha (presidente de Alianza Popular a finales de los 80), para desgracia de la derecha, no supo aprovechar la suya. Rajoy, como un palomino atontao, se fio del PNV y perdió el sillón que le guardaba el bolso de Soraya.La moción de censura que ahora presenta Vox, condenada al fracaso, fortalecerá a Abascal, debilitará al PP (Casado no se maneja bien en las encerronas) y hará las delicias de Iván Redondo. No es ésta la fórmula para arrojar a Sánchez. Más bien, es una línea directa para reforzarlo. Al tiempo.
3. Mayoría absoluta
Los nacionalismos periféricos, en cuyas manos está decidir el color del Gobierno, nunca respaldarán al PP. Ni el PNV ni el separatismo catalán se avendrían, ahora, a pactos como los que suscribieron con Aznar. Ese camino está clausurado. Iván Redondo bordó la demonización de la derecha. Casado es el franquismo y Abascal es Franco. Ambos defienden la unidad de España sin sutilezas. Ambos son ese espantajo que el separatismo enarbola con fruición para justificar su existencia.Aunque el PSOE retroceda, siempre contará con el respaldo independentista. Firme e inamovible. El Congreso se ha convertido en una marmota inamovible, en una fotografía congelada en la que siempre mandarán los mismos.
4. Unidos por la derecha
Hay otra vía, también improbable. Concurrir unidos PP, Vox y lo que queda de Cs abriría las puertas a un triunfo del centro derecha. Más de 180 escaños auguran los sondeos. Bastaría con que acudieran juntos en las provincias de menos de 4 escaños. Algo tan sencillo, elemental y palmario.La derecha puede conseguir más votos que el PSOE, como ya ocurrió en noviembre de 2019, pero difícilmente más escaños. Y nunca más respaldos parlamentarios. Una simpática jugarreta de nuestra ley electoral que Rajoy, embebido de bipartidismo, no se decidió a cambiar. O unidos por la derecha o condenados al yugo eterno de Sánchez.
Habló Sánchez, al cumplir sus cien días en Moncloa, de que "nuestro horizonte es hasta 2030". ¿Por qué no? O mejor, ¿quién si no? Al PP sólo le queda confiar en el efecto de la harapienta ruina sobre la Moncloa. O sea, que le den el trabajo hecho. Sánchez aún no ha cumplido los 50. Sus hijas son adolescentes. ¿A qué se va a dedicar este iletrado chanta si deja su mullido colchón presidencial? No tiene cátedra, carece de oficio, jamás trabajó en la 'vida civil'. Desde pequeñito escaló puestos en el partido, como un trepa espabilado y sin escrúpulos. De culiparlante a secretario general en un fogonazo.
Volver al escaño como diputado de a pie resultaría enorme humillación. La Universidad le parece un fatigoso fastidio. Pasó por ella sin dejar huella. Quizás ni la pisó. Escribe con dificultad y apenas se le conoce una sola idea: la de eternizarse en el poder a toda costa.
En medio de una situación dramática, con una avalancha de cadáveres ocultados por las televisiones y medios afines, con unos datos económicos puramente catastróficos, la única salida del Gobierno es acabar con la oposición, aniquilar al adversario, destruir cualquier conato de resistencia y aplastar toda clase de disidencia con el fin de huir de la Justicia y gestionar las ruinas.
No desdeñemos la posibilidad de que tengamos que convivir con él otros 10 años. Total, a nadie parece importarle. La mayoría social de este país se ha empadronado en Hamelin. Sánchez es el flautista indestructible. Todos lo saben y nadie hace nada por remediarlo.
Lo que está ocurriendo solo podría encontrarse con un obstáculo: que la UE negara los fondos a un país que ha pasado en dos años de ser una democracia medianamente sana a una dictadura bolivariana. Si Europa no pone coto al desmán totalitario que pretende perpetrar el gobierno socialcomunista, no habrá esperanza para esta Nación abocada a la tiranía encubierta (aunque no tan encubierta, nada le gusta más, tanto a Sánchez como a Iglesias, que exhibir su poder).