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Los frentes de la pandemia

Este virus ha atacado duramente a la Humanidad por distintos frentes, sirviéndose de sus múltiples vulnerabilidades para extenderse por el mundo. ¿Cómo hemos respondido en cada uno de esos frentes?

1. Organización

Vivimos en círculos cada vez más pequeños en un mundo cada vez más grande (accesible). Esos grupúsculos son acaudillados por individuos que necesitan circunscribir cada vez más el gobierno para poder multiplicar cada vez más a los gobernantes.

Sin embargo, un virus no entiende de países, administraciones ni fueros. No le importan las competencias, y mucho menos las arengas populistas que voceaban la invulnerabilidad de sus dominios frente a ese enemigo extranjero que no llegaría jamás.

Algunos creyeron (erróneamente) que los caudillos y minicaudillos sabían lo que hacían, sin recordar que para ser conserje de una sede presidencial se exige un conocimiento de las leyes mucho mayor que para ocupar el despacho de la presidencia. Ni sabían, ni hicieron por enterarse...

Muchos no lo entienden aún hoy. Daba igual caudillo o minicaudillo, todos querían ejercer su poder, legítimamente adquirido, no para controlar la crisis, sino para controlar los daños electorales que pudieran derivarse de ella. Y así se hizo. Y al virus le vino bien.

2. Sanidad

En España, la mejor sanidad del mundo demostró ser mucho peor de lo que nos habían hecho creer, pero mucho mejor de lo que nos merecíamos. Para los caudillos y minicaudillos, los sanitarios son como preservativos que reutilizan hasta que se rompen finalmente. Sin embargo, de algún modo, consiguen que la culpa de lo que ocurre después de su rotura, no sea de quien los usaba de forma incorrecta, sino de los propios preservativos por no ser de titanio gratuito.

Conocíamos bien los números. Deberíamos haber conocido la capacidad de nuestro sistema. Tuvimos 3 meses antes de la primera ola, y después, otros tres meses de subida sostenida desde mayo. Pudimos prepararnos en ambos casos. Y no se hizo. Y al virus le vino bien.

3. Sociedad

Nos dijeron que saldríamos mejores (y falta nos habría hecho), pero creo que nunca hubo ninguna posibilidad de que eso fuera cierto. Demostramos ser una sociedad infantil, que prefiere no saber antes que asumir cualquier responsabilidad. Demostramos ser una sociedad egoísta, que sólo valora la vida ajena en función de la molestia que requiera protegerla. Buscamos bajo los cimientos de la RAE hasta encontrar algún eufemismo que justificara que nuestros mayores morían, pero eran muertes banales.

Aceptamos el confinamiento sin saber qué estaba pasando. Lo entendimos como una especie de castigo y queríamos negociar con los caudillos y minicaudillos la libertad por buen comportamiento. No queríamos entender que los virus no negocian, ni empatizan, ni dan tregua.

Y, cuando la cosa volvió a empeorar, nos comportamos como un niño que, después de jugar un rato, pierde, se enfada y dice que no juega más. Pudimos cambiar un poco más nuestra forma de vivir, para no tener que hacerlo muchísimo más. Y no se hizo. Y al virus le vino bien.

4. Inteligencia

La Humanidad avanza en muchos aspectos, entre ellos el tecnológico, que podrían habernos ayudado mucho contra el virus. Algunos países se sirvieron de estos avances para controlar la pandemia. Y les fue bien.

En otros, sin embargo, pensamos que la Edad Media marcó el máximo de la capacidad humana para luchar contra las epidemias. Pudimos aplicar muchos de los avances que hemos conseguido desde entonces. Y no se hizo. Y al virus le vino bien.

5. Comunicación

Otro de los pilares de nuestra civilización. Okupada por intereses espurios, la prensa colaboró con una campaña de mitigación de la alarma basada en una sustracción tal de información, que la realidad quedaba desvirtuada.

Pero no empezó con ellos. El organismo que teóricamente nos protegía de este tipo de problemas, la OMS, se comportó desde el principio como un aliado imprescindible del virus, no sólo luchando contra la escasa evidencia que iba surgiendo o el sentido común, basado en la experiencia previa, sino, sobre todo, confundiendo a la población con sus mensajes.

Los caciques y minicaciques debían sopesar el riesgo electoral de las medidas y de las consecuencias de la pandemia. Como lo segundo lo ignoraban, se centraron en lo primero.

Deberían haber buscado el asesoramiento de personas no ligadas a su minipoder, cuyas opiniones no pudieran poner en riesgo su posición. Deberían haber establecido una relación de confianza mutua con la población. Deberían haberse enterado de lo que pasaba... y de lo que podía pasar. Deberían haber establecido una estrategia clara y habérsela explicado cada día a la gente. Detallando la utilidad de cada medida, la participación necesaria, los resultados de la misma. Y no se hizo. Y al virus le vino bien.

¿Por qué nos comportamos como si fuéramos idiotas?

Hay una primera posibilidad, que es que nos hayamos vuelto idiotas, porque nos tratan como si lo fuéramos. Al principio nos decían que no iba a pasar nada ("no tengas miedo, hijo mío"). No hacían falta mascarillas, ni distancia, ni nada ("verás que bien, hijo mío").

Ahora hay mucha crítica a los negacionistas, pero los primeros fueron ellos, secundados por la gran mayoría de la prensa. El sologripismo era norma. En los hospitales decían al personal sanitario que no usaran mascarilla para no alarmar a la población ("tú no mires, vida mía").

Pero luego, de repente, todo lo anterior nunca había ocurrido. Sorprendentemente, el mundo se convirtió en un lugar hostil, pero estábamos protegidos por las fuerzas mágicas de un sistema sanitario inagotable y un gobierno todopoderoso ("ya estoy yo aquí, hijo mío").

Además, para no perturbar nuestra paz, se dejó de visibilizar (y luego contar) a los fallecidos. Se dejaron de poner imágenes del caos sanitario y se inició una suerte de levantamiento del espíritu colectivo a base de simbolismos ingenuos (aplausos, "Resistiré"...) que daba una oportunísima réplica a los eufemismos melindrosos que se desparramaban generosamente por los escalones de la sala de prensa, en comparecencias de brazos abiertos y gesto compungido pero sereno ("no sufras tú, mi vida, que ya pasa").

Si pedíamos datos, nos leían cuentos de cuna. Si analizábamos los cuentos, nos daban un vasito de leche caliente el viernes, y a la cama hasta el lunes ("tú déjame a mí, que tú eres muy chico todavía, mi niño"). Lo malo es que algunos creyeron que los cuentos de cuna eran libros de texto... Y escribieron titulares en la prensa... Y otros que los leían lo creyeron también... Incluso a pesar de que los que los contaban reconocían que eran cuentos...

Además nos contaban cuentos pero no contaban con nosotros, por eso abrieron los bares antes que los centros de investigación. No creían que pudiéramos aportar soluciones así que, mejor tenernos entretenidos ("coge mi movil un rato, cariño, que estás hoy pesadito, hijo").

Pero, ¿qué participación está teniendo la sociedad en esta crisis? Hemos conocido iniciativas impagables de gente anónima que nos ha construido material de protección cuando no había, que ha repartido comida a los que no tenían, fabricado mascarillas, ayudado a transportistas... Sin embargo, todo eso ahora parece lejano y ajeno, y se ha sustituido por quejas y elusión de la propia responsabilidad, como si ya la solución tuviera que venir de fuera. ¿Es sólo porque nos han infantilidado?

¿Deberíamos haber intentado ser más conscientes de la realidad cuando montábamos casetas de feria en las terrazas y nos jaleábamos de un patio a otro? ¿Deberíamos haber tratado de entender mejor cómo se contagiaba el virus, qué caos podía crear, qué debíamos hacer?

Ejemplo: ¿sabemos todos que la mesa del bar no crea un escudo antivírico, que nuestros familiares y amigos, a pesar de querernos mucho y no tener intención, pueden contagiarnos, o que no hace falta bajarse la mascarilla para hablar por el móvil? ¿Sabemos que cuando dicen que no estemos con más de 10 personas no es porque el undécimo siempre sea el contagioso, sino para garantizar la posibilidad de rastreo? ¿O acaso creemos que el 11 es el número del Maligno? ¿Sabemos que nos han obligado a llevar mascarilla en todas partes, porque tienen la seguridad de que si no, mucha gente no se la pondría en ninguno?

Por tanto ¿existe la posibilidad de que el motivo de que nos comportamos como idiotas, no sólo sea que nos tratan como idiotas sino también que realmente lo somos? Quizás deberíamos tomar como referencia el sentido común y la reflexión, en lugar de la ideología o el extremismo. Quizás deberíamos hacernos responsables de nuestros actos y no esperar soluciones mágicas.

6. Futuro

Este virus nos ha robado mucho tiempo. A muchos, incluso todo el resto de su tiempo. El fracaso de muchos caciques y minicaciques por todo el mundo para establecer esa relación de cooperación con su población está orientando la estrategia hacia lo más fácil.

Que el virus haga lo que quiera hacer, que muera quien tenga que morir, que sufra quien tenga que sufrir. La sociedad no mira. La sociedad no quiere ver. Y así se está haciendo. Y al virus le viene bien.


Con todo ésto, no sé qué pasará en el futuro, pero sí tengo claro que, aunque no somos culpables de la pandemia, sí lo seremos de muchas de sus consecuencias. Quizás tomemos conciencia de lo que pasa. Y al virus le vendrá mal. Seamos realistas, responsables e inteligentes.

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